“No se olvide que esto no es los Estados Unidos”

La entrevista que Ismael Cala, de la CNN, le realizó a Evo Morales, y las razones de un choque cultural e ideológico.

No se olvide que acá estamos en Bolivia y no en Estados Unidos”, le dijo en un momento de la entrevista el presidente boliviano Evo Morales a su interlocutor, marcando así lo que podría considerarse un acto de soberanía, para el caso en lo referido a la comunicación propiamente dicha. Ismael Cala (el entrevistador) ya sabía que estaba en Bolivia y no en los Estados Unidos. La advertencia de Morales por lo tanto resonaba en otro lugar, en aquel en donde un periodista –de nacionalidad cubana pero considerándose a sí mismo portavoz de esa cultura occidental capaz de discernir entre el bien y el mal– interroga desde ese sitio, a lo que Occidente considera como exótico, en una posición muy cercana a lo que bien se podría denominar coloniaje civilizatorio.

"Estamos viviendo un proceso de resquebrajamiento de la hegemonía burguesa"

Entrevista con la investigadora y divulgadora de movimientos políticos latinoamericanos con motivo de la presentación en España de su último libro Un mundo a construir (nuevos caminos).

Formadora y a la vez estudiosa del movimiento revolucionario latinoamericano, Marta Harnecker es una autora de referencia en la izquierda de la segunda mitad del siglo XX y los albores del siglo XXI. Chilena, en los años 60 Marta pasó de ser dirigente de Acción Católica a militar en el socialismo tras conocer la experiencia de la revolución cubana.

El dolor y la furia

Disculpen, estimados lectores, si lo que estoy escribiendo se aproxima más a una historia de vida que a una nota periodística. En el momento en que mis dedos se deslizan por el teclado, los equipos de rescate de la explosión de Rosario se esfuerzan por encontrar a las víctimas desaparecidas del fatídico edificio, entre los que se encuentra una sobrina de mi hermano y su pareja.

Hace cuarenta años que vivo en Buenos Aires, trabajando en el mundo editorial. Hace cuarenta años que dejé mi Rosario natal y hace cuarenta años que no siento el olor cotidiano de herramientas, reguladores desarmados, calefones en reparación y todo ese olor característico del propano odorizado que existe en el taller de un gasista, como el de mi padre, que lo era.

Lo que referiré a continuación sucedió en los ’90 y los protagonistas son mi padre, mi hermano y Litoral Gas.

La placita de mi barrio

Mi familia llegó a la Capital en el año 1934, cuando yo tenía siete años. Fuimos a vivir al barrio de Belgrano. Allí, a una cuadra de nuestra casa, estaba la placita que hoy se llama Alberti, en la calle Arcos y Roosevelt (calle que antes tenía el bello nombre de Guanacache). Esa placita –de una manzana– era nuestro lugar de juegos. Era muy bella, con un césped bien verde y muchos árboles y flores. Había rosas, margaritas, jazmines y cien flores más. Parecían cuadros pintados. Sí, había un llamado placero que cuidaba que no pisáramos ni el césped ni las flores, ni que tampoco arrancáramos esos bellos productos de la primavera y el verano. Nosotros jugábamos en los caminos a la mancha, a la cupa, corríamos carreras, a la bolita, a llevarnos a cocochito y a otros cien juegos más de aquella época, con los cuales no pisábamos el césped ni los jardines. El placero nos sonreía pero nos retaba si alguno no cumplía con la orden no escrita de no pisar los canteros.

El ciclo de las villas y el mercado inmobiliario informal

Los hechos ocurridos en diciembre del 2010 en el Parque Indoamericano y en el Club Albariño desnudan la realidad de muchos vecinos de la ciudad de Buenos Aires, los que se ven expulsados de las villas sin más opciones que ocupar algún sitio, más bien cualquier sitio en la ciudad. Muestran, por lo tanto, la complejidad que ha ido adquiriendo habitar una villa y postulamos que evidencia, en particular, el agotamiento de un ciclo de crecimiento de las villas.

¿Qué democracia tenemos?¿Qué democracia queremos?

En los últimos meses se ha ido extendiendo la idea de que las instituciones políticas de los países europeos tienen crecientes dificultades ya no para controlar, sino simplemente para responder o acomodarse a dinámicas económicas y financieras que les desbordan por completo. La economía parece naturalizada, moviéndose al margen de cualquier capacidad de adecuación a las necesidades humanas. Y los efectos sobre la vida de la gente son tremendos. Frente a todo ello, mientras los poderes públicos buscan obstinadamente salidas ortodoxas que satisfagan las exigencias de los mercados financieros, hasta el punto de modificar urgentemente constituciones, mucha gente se empieza a mostrar tremendamente molesta por la docilidad y servidumbre política. En este marco, resulta necesario repensar los principales basamentos de
nuestro sistema democrático.

Violencia en acto y en palabra

Las violencias de género habitaban desde siempre nuestro mundo. Sólo que yo lo confirmé tempranamente, cuando leí por primera vez La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik. Más tardíamente al escudriñar su “Poema del nombre propio”, con la arquitectura de la torre del castillo medieval dominado por la condesa Erzébeth Báthory, noté que la abyección de la violencia en los cadáveres de mujeres por feminicidio yace en la base donde se apuntala el orden social falogocéntrico: Alejandra, Alejandra/ Debajo estoy yo/ Alejandra.

Planisferio, representaciones y poder

Si pido que se imagine dónde esta Sudamérica y dónde Europa en el mundo, seguro que se le viene a la cabeza la imagen mental del “planisferio”. Nosotros ocupamos una ubicación en ese “mundo”. Es la imagen con la cual crecimos. Que aparece en los manuales que estudiamos, en los cuadernos en la última hoja y en nuestros trabajos escolares de geografía. Es la representación con la que crecen nuestros hijos.