El bumerán que vuelve

Alejandra Dandan


La provocación de los que buscan impunidad volvió en el bumerán de las multitudes del 24M.

Podés patearla o tirar directo, dijo la piba de La Poderosa. El niño agarró la pelota con una foto pegada de Juan Miguel “El Nazi” Walk, comisario mayor y director de investigaciones de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, con prisión domiciliaria en su casa de Mar del Plata. ¡Vamos!, volvió a decir la piba. El niño pateó directo a un arco de cancha, armado en medio de la Avenida de Mayo. No le falló la puntería. La piba dijo: ¡Adentroooo! Y el niño volvió a meter a Walk, de alguna manera, adentro de esa red callejera, esa suerte de prisión social de la que pese a todo, los genocidas ya no pueden escapar.

La conmemoración del 42 aniversario del golpe de Estado volvió a tener ese aire de fiesta de la democracia. El pedido de cárcel común y efectiva para los responsables del horroroso exterminio de este país atravesó cada una de las postales del día: stencil en la calle, cartones transformados en pecheras, pasacalles con la palabra genocidas, remeras y hasta enormes retratos tamaño real preparados por primera vez por un grupo de sobrevivientes de la ESMA con todos los ‘malos’ más simbólicos sobre los que sobrevuelan vientos de impunidad.

 

 

La calle abrió así su diálogo con el escenario, donde las domiciliarias aparecieron como parte de las consignas de la convocatoria del 24M de los organismos de derechos humanos. “A 42 años del golpe cívico-militar —decía—, denunciamos el mismo plan económico y sostenemos la misma lucha: por eso, hoy marchamos contra el ajuste, la represión y la impunidad. ¡Por una democracia sin presos y presas políticos ni genocidas sueltos!” Cientos de miles de mujeres y varones acudieron a la cita cuyo punto de encuentro fue la cabeza de la bandera de los detenidos desaparecidos, que ingresó alrededor de las tres de la tarde a la Plaza de Mayo, con la primera mitad liberada contrarreloj para esta marcha. Desde el escenario, integrantes de Madres, Abuelas, Hijos, Familiares, CELS y la Liga, entre otros organismos, leyeron el documento consensuado que tuvo entre sus subrayados muy especialmente el diálogo con la calle. Allí entró el 2×1 y las domiciliarias: “El pañuelazo de un millón de personas en todas las plazas del país”, que frenó el intento de liberar con el 2×1 a los genocidas encabezado por el gobierno y la Corte Suprema. Y el reconocimiento a “la lucha del pueblo”, volvió a oírse en fragmentos que recordaron que fue la movilización “la que posibilitó que se revocara el privilegio que permitió al genocida Miguel Osvaldo Etchecolatz pasar el verano en una casa con pileta en Mar del Plata”.

Ese pueblo que desde hace dos años sale a la calle para frenar intentos de retroceso en todos los frentes, volvió a ser evocado desde el escenario. “A los ciudadanas y ciudadanos que están en las calles —dijo Vera Jarach, de Madres de Plaza de Mayo—, queremos decirles que las Madres los abrazan”. Por ahí arriba también pasaron nombres que marcaron la agenda política del último año: Santiago Maldonado y su familia, su madre Elena y su hermano Sergio pisaron el escenario. Rubén, el hijo de Julio López. Y Carlos Zannini, recién liberado de la cárcel. Y el diálogo con la calle retumbó transformado en un silbido cuando el documento recordó la participación de la cúpula de la Iglesia sentada en la mesa de Videla o a los grupos económicos beneficiados por la dictadura. Dijeron Clarín, La Nación. Y la calle dijo:

—¡¡Uhhh!!

La Nueva Provincia de Massot, la editorial Atlántida, la Sociedad Rural Argentina. Y la calle repitió el silbido. Ledesma de Blaquier. La Ford, ahora en juicio. La Fiat. Mercedes Benz. La embajada de Estados Unidos detrás de todo, dijeron. Y la corporación judicial, que rechazó “miles y miles de hábeas corpus”. El Mundial. Malvinas. Y en el presente, las políticas de vaciamiento de los programas de memoria, verdad y justicia. Y la calle volvió a silbar.

“También queremos destacar que cuando hay voluntad política, los derechos humanos pueden ser políticas de Estado”, dijo Estela Carlotto en el tramo de su lectura. “Así quedó demostrado durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, donde muchas de nuestras banderas se hicieron realidad. Hace 14 años, un 24 de marzo, Néstor Kirchner bajó los cuadros de Jorge Videla y Reynaldo Bignone del Colegio Militar. Esos genocidas murieron juzgados y condenados a prisión perpetua y en una cárcel común gracias a la lucha del pueblo. Por eso le reiteramos al gobierno que no permitiremos ni un retroceso en Memoria, Verdad y Justicia”.

A las dos de la tarde Ramiro Pérez se compró su remera de Juicio y Castigo. Delegado del Ferrocarril Urquiza, parte de la Juventud Sindical, llegó con su organización pero también hizo recorrido aparte. Dijo que estaba ahí porque sí, porque es una fecha clave en su rol como delegado gremial. Cuando tenía 19 años y empezaba medicina, de lo que más se acuerda es de su madre diciéndole: No te metas en el centro de estudiantes. “Creo que me dio mucha vergüenza por mi vieja, yo terminé militando, pero entendí que ellos pertenecen a una generación que miró para el costado, criados por familia de milicos”. No dijo si su madre era una de cientos de señoras muy grandes que anduvieron por las calles enganchadas entre las multitudes, porque había muchas, pero perfectamente podría serlo: pasó el tiempo y la vida, su madre ahora es delegada de sanidad.

La vendedora de las remeras del Juicio y Castigo tenía otras con 30.000, otras con pañuelos, ese símbolo una y otra vez recuperado por la calle. Y en una esquina puso a flamear bien a la vista una con la cara de Cristina y el Vuelve. Dijo que le sobró de la época de la campaña, pero, ¿viste?, agrega: Volvió.

—¡¿Ustedes vieron a ese grupo de senegaleses tocando batucadas adelante de la Chilinga?!—, pregunta emocionada Ana González, antropóloga y militante—. ¡Acabo de decirles: ¡Massar BA, Presente! — por el militante senegalés asesinado en Buenos Aires en marzo de 2016—. Fue el primer muerto político de este gobierno. Uno de los pibes me miró y se le cayeron las lágrimas.

Por la calle pasa Elizabeth Gómez Alcorta y se abraza con el Chino Zannini cuando la bandera comienza a avanzar. En el frente lleva la cifra 30.000 escrita con las mismas flores que poco más tarde subirán al escenario. Una niña de tres años baila agitando una bandera de Memoria, Verdad y Justicia y su madre corre a buscar a la otra hija cuando cientos de teléfonos transformados en cámaras de fotos quedan como absortos en su música. Sergio Sorín y Guillermo Movia se preguntan qué hará toda esa gente con todas esas fotos. Valeria del Conicet saca las suyas a un stencil con el pañuelo de las Madres.

La configuración de la marcha este año volvió a repetir parte de la lógica de los primeros meses del macrismo, cuando asolaban las primeras olas de despidos. Delante de la bandera de los desaparecidos hubo una enorme pancarta con la imagen de Santiago Maldonado de un lado y la de Rafael Nahuel del otro. Y detrás de la bandera marcharon las columnas de las organizaciones sindicales. La Corriente federal de los trabajadores; la Juventud Sindical de la CGT y de Ramiro, Aeronavagantes, Sadop, Curtidores, ATE, SUTEBA, APA, Subte, Federación Gráfica Bonaerense, entre otros. Esa presencia en la primera línea fue recuperada en marzo de 2017, dejada el año pasado para el Comité por la Libertad de Milagro, y retomada este 24M. Y estuvo allí porque “creemos que en este contexto el pueblo trabajador tiene un protagonismo importante y también sus organizaciones”, dijo horas antes Sandra Moresco de Familiares y parte de la organización de la marcha. Por Diagonal Sur avanzaron el movimiento estudiantil, movimientos sociales y las organizaciones políticas entre las que estaban las que agrupa Unidad Ciudadana, reunidas desde temprano para marchar desde la ex ESMA. Diagonal Norte quedó liberada para el ingreso de las organizaciones de izquierda y los espacios nucleados en el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia, que subirían al escenario horas más tarde. Entre unos y otros circularon todos y todas los colectivos posibles. Entre los que se sumaron lo hizo Ni una Menos, donde confluyó el espacio de lxs hijxs y ex hijxs de genocidas. Mariana Dopazo marchó por primera vez en un espacio en el que una y otra vez aparecía el nombre de su ex padre, ya no sólo evocado desde el escenario sino por quienes iban de a pie.

 

 

Hebe de Bonafini hizo su marcha dentro de la marcha, como sucedió con muchos de esta Plaza. Mientras el escenario leía el documento, ella avanzaba en una móvil abierto en medio de la Avenida de Mayo. A pocos metros, sobre una de las laterales, tenia su punto de encuentro el grupo de sobrevivientes de la ESMA. Ricardo Coquet y Carlos García iban terminando las fotos de los asesinos con la necesidad por primera vez después de muchos años, con la idea de volver a mostrarlos, ahora en tamaño del espanto. Diego, el hijo de Carlos, tomo esa misma foto. Y luego sacó otra a un Falcon pintado en una persiana cerrada.

 

 

Y al Chocobar de La Poderosa:

 

 

Y a un cartel que reclamaba que los viejitos represores no son viejitos sino genocidas.

 

 

Fernando Joaquín Murías, médico pediatra de la Villa 20 de Lugano, metía otro pelotazo en un arco de juego de La Poderosa. Llegó a la Plaza trayendo a su hijo de 15 años casi obligado. Porque le dije, dice, vos tenes que estar acá, tenes que ver, tener que sentir esta Plaza. Y él, que tiene entre sus primos a un cura desaparecido de Chamical, dice que esto es como ir a la cancha. “Y mi hijo que dice que está acostumbrado a jugar en las grandes ligas, porque juega en Ferro, habla de Miami, le gustan Messi y Ronaldo, yo le digo que las grandes ligas están acá. Que de eso se trata”.

Pasa un tipo y baila al ritmo de una música que sale desde un parlante. Lo mismo hace un vendedor de choripanes. Pasa un heladero que vende bombón helado a 15 pesos. Y pasan los pibes de la mesa de libros de la Cooperativa de trabajadores Editorial Tierra del Sur, con libros como Las mujeres de la revolución mexicana, impresos y cosidos por ellos. Pasa un vendedor de tarjetas muy bellas con la bandera de los desaparecidos transformada en miles de pañuelos. Y el pediatra pariente de Murias dice que las Madres no van a estar para siempre y que estar ahí también es una forma de asegurar que todo eso va a seguir.

Una sobreviviente y una investigadora de la Conadep conversan ahora sobre lo que pasa en las calles. Dicen que todo es muy diverso. Que es como que hubiese marchas dentro de las marchas. Que están las del 8M, con los pañuelos verdes. Los trabajadores. Pero piensan en eso de la enorme presencia de los pañuelos blancos que se venden en las mantas, que se llevan en los brazos, que se venden como prendedores pero ahora de tela y alfileres. Que aparecen en intervenciones como estas:

 

 

“Yo creo que esto es como una respuesta a la avanzada contra lo simbólico”, dice una. “Como un símbolo-bumerán: cuánto más lejos lo arrojás, vuelve todavía con más fuerza”.

Compañeros, en este momento está entrando la bandera con las Abuelas, las Madres y los Hijos a la Plaza, dijo el escenario. Les pedimos que, por favor, vayan abriendo espacio. ¡30.000 compañeros desaparecidos!, dijeron. Y la Plaza dijo presentes.

—¿Qué tenemos?— preguntaron.

Memoria.

—¿Qué buscamos?

Verdad.

—¿Qué exigimos?

Justicia

Y luego:

—¿Cuál es el lugar de los genocidas?

La cárcel común y efectiva

“Qué grosso todo”, decía Yamila, abogada, madre de cuatro hijxs, mientras se iba. “Los 30.000 somos todos. Esa fue la frase de hoy. Afónica estoy de tanto gritar Presentes por siempre. ¡Treinta mil veces lo habremos gritado!”

 

El Cohete a la Luna

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