La moneda, territorio en disputa

Estanislao Malic


Podemos importar celulares pero no la burocracia, los sistemas judicial, educativo y bancario y la moneda.

Cuando mi hijo entró a primer grado, desde el gobierno de la ciudad de Buenos Aires le mandaron un folleto educativo sobre sus derechos. ¿Los derechos del niño?, preguntará el lector. Lamentablemente no. El instructivo era acerca de los derechos del consumidor. No es extraño que de tal sistema educativo salgan ciudadanos que entienden al Estado como una fábrica de salchichas. El sujeto ingresa al sistema social como un consumidor. Vale destacar que, así como se evita introducir al niño/a en los derechos que le brinda la sociedad, también se mitiga un tema bastante más ríspido: las obligaciones, o sea, la capacidad coercitiva del Estado.

La confusión acerca del rol del Estado se extiende a la carrera de Economía en las principales universidades, el cual aparece tan solo de forma vaga y, en varias ocasiones, como una molestia al sistema de mercado. Podríamos decir que los economistas somos estudiosos, fundamental, aunque superficialmente, de los mercados. Digo superficialmente, porque a los mismos se los suele naturalizar (serían una condición “natural” de la vida en sociedad), evitando estudiar el origen, las condiciones y la construcción de los mismos. Suponemos que el Estado, a lo sumo, debería garantizar su buen funcionamiento en base a una serie de generalidades. La injerencia estatal sobre los mercados siempre está pensada como ajena, incluso los economistas de corte heterodoxo solemos repetir que el Estado debe “intervenir”.  Nos enseñan a pensar el mercado desde el individuo, no desde el colectivo. Somos consumidores, ante todo. Como en primer grado.

Esta parece ser una característica particular de los aspectos económicos de nuestra inserción social: la idea de que el libre albedrío, la búsqueda del óptimo individual y la autosatisfacción, resultan en una mejora general del bienestar grupal, deja de lado los conceptos de trabajo en equipo, solidaridad y empatía que suelen dominar el resto de los aspectos de la vida en sociedad.

Volviendo al rol del Estado, es notable que no solo sea la piedra angular del mercado sino que además lo sea la coerción estatal. La base de un mercado es la imposición de un patrón de medida y de tributo: la moneda. Tomando la teoría monetaria moderna como paradigma, y sus abundantes aportes antropológicos, la principal herramienta de creación monetaria es la obligación de pagar impuestos. El Estado, al obligarnos a pagarle en su propia moneda, nos fuerza a aceptarla, y motoriza a entregar a cambio a la sociedad parte de nuestro trabajo o de nuestras propiedades. Los impuestos crean moneda y, simultáneamente, crean mercados. Todo nuestro sistema económico, el capitalismo, aún el mismo liberalismo, se encuentran apoyados en las sólidas bases de la violencia estatal.

Nuevamente, en las universidades de economía no suelen estudiarse las diferentes teorías del dinero. El dinero existiría “porque es más práctico”, siendo tan solo un velo que cubre otras relaciones económicas. Prácticamente no tiene sentido profundizar en tal asunto. Los motivos por los cuales una persona elige un alfajor de chocolate blanco en lugar de un conito de dulce de leche pueden llenar varios pizarrones de matemática, y ni hablar si decide postergar la compra una semana, tal reflexión bien vale un premio Nobel. ¿Pero entender el Estado o el dinero? Bah, eso es para intelectualoides.

Lejos de tales visiones, estudiar el dinero es como estudiar el lenguaje.  Así como el segundo es condición (y se funde con) el pensamiento, el otro es condición (y se funde con) el sistema económico. La necesidad de tener un paradigma monetario es casi tan obvia como la necesidad de considerarlo dado. Sin tener un esqueleto teórico sobre el dinero, difícilmente tengamos ideas sólidas sobre el funcionamiento del sistema económico.

Retomando las ideas de la teoría monetaria moderna (la cual rescata varias tradiciones heterodoxas), el dinero es una institución y, como tal, se encuentra en permanente construcción y desmantelamiento. Se perfecciona, se deteriora y muta. La historia de Argentina, desde sus inicios como Estado independiente, estuvo atravesada por múltiples crisis monetarias. Lejos de visiones idealistas del tipo de “cuando Argentina se arruinó”, nuestro país nunca tuvo una estabilidad monetaria trascendente. La moneda argentina se mostró tan endeble y temporal como el resto de nuestras instituciones. Asimismo, no sorprende encontrar que su desenvolvimiento a lo largo del tiempo oscila al ritmo de los colores políticos: mientras los gobiernos de corte nacional intentaron fortalecerla, los de corte liberal internaron simplemente traerla desde el extranjero. La moneda es un territorio en disputa.

Es notable cómo los liberales, desde los inicios de la Nación, intentaron importar la moneda (entendida como espacio simbólico) desde Rivadavia hasta el presente. Aperturas financieras y convertibilidades terminaron indefectiblemente en crisis estructurales y de endeudamiento. Hoy revivimos el mismo ciclo: la deuda se tomó para financiar la intromisión del espacio monetario extranjero (la fuga de capitales y la dolarización del sistema bancario argentino), de ninguna manera se hizo para financiar gasto fiscal en pesos.

El sueño de la generación espontánea del liberalismo es una constante: la política no es necesaria, ni el conocimiento, ni las estructuras sociales, alcanza con traer de afuera lo que no tenemos y entregarle vacas a cambio. ¿Para qué molestarse en construir si se puede comprar? ¿Para qué pensarlo si se puede asumir? El liberalismo es la militancia de la pereza. Pues bien, aunque podemos importar celulares, no podemos importar el sistema judicial, tampoco la burocracia, mucho menos el sistema educativo, ni el sistema bancario, ni la moneda.

Por todo lo dicho, suponer que el dólar y las monedas domésticas periféricas están en igualdad de condiciones y tienden a competir entre sí es, ciertamente, llamativo. Elegir entre el dólar y el peso es como elegir entre tener el ejército estadounidense o el ejército argentino. Por muy patriotas que seamos, difícilmente ambas instituciones sean comparables.

Es interesante destacar que el dólar no es la moneda mundial, es la moneda de un país impuesta a nivel global, no en vano Julio Olivera la llamaba “hegemón” haciendo referencia a la relación de dominación. “Abrirse al mundo”, aceptando la intromisión de una institución extranjera en nuestra economía, es entregarse a una situación de dominación.

Dadas las ideas expuestas anteriormente, podemos pensar que el Estado limite la compra de dólares. No hay duda de que es una situación coercitiva, que limita nuestra libertad de elección personal y puede perjudicar el desempeño financiero individual. No hay duda.

Como dijimos, lo mismo sucede con los impuestos, pero no lo consideramos un flagelo. Producto de tal coerción emana el mercado, como institución social de asignación de recursos, intercambio y motor de la capacidad grupal de reproducción material. Se genera nada más y nada menos que el espacio de realización del individuo.

Es en este contexto en el que propongo pensar los controles de cambios: no son diferentes a un impuesto, una regulación bancaria u otra prohibición a las libertades individuales.  Los economistas que se escandalizan y piden el retiro de los controles cuando un exportador subfactura exportaciones, extrañamente no piden la eliminación del IVA cuando no le entregan un ticket en un comercio. La dificultad radica en que no hay nada de natural en las instituciones nacionales: son construcciones grupales y, como tales, contienen conflicto. La violencia estatal implica incomodidad, desacuerdos, intentos de eludirla, asimetrías y provechos personales, pero, aun así, es parte fundamental de los cimientos de nuestro sistema social.

Pensar que una moneda se construye simplemente haciéndola atractiva, o convenciendo a los ciudadanos de utilizarla, es comparable a decir que el Poder Judicial debe ser de libre elección, si los fallos son lo suficientemente buenos todos lo van a adoptar. Nuevamente, es trasladar la lógica de la góndola del supermercado (no me atrevería a llamarlo “lógica de mercado”) a todo el funcionamiento social.

- Estanislao Malic, Economista UBA. Docente de Teorías del Dinero y Sistema Bancario Argentino (Universidad Nacional de Quilmes)

 

El Cohete a la Luna - 20 de octubre de 2019

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