Reafirmar la primacía de la persona

Salvador Bergel*
Ante los grandes dilemas que plantean los avances de las biociencias y las biotecnologías, le corresponde a la bioética buscar respuestas éticas inéditas con una actitud que concilie la apertura hacia esos nuevos conocimientos y poderes con la vigilancia y la responsabilidad, a fin de preservar en toda circunstancia los valores del humanismo.

El nacimiento de la bioética no fue resultado ni del azar ni de la iluminación súbita de un pensador clarividente1. Su aparición se explica por factores históricos, científicos y sociales. Desde mediados del siglo pasado los espectaculares avances de las ciencias médicas abrieron a la investigación científica campos inéditos y aportaron indudables mejoras a la salud de los pueblos, al tiempo que planteaban inesperados desafíos a la ética y la moral. Cada nueva conquista de la biología y las ciencias médicas, como el trasplante de órganos, que ha permitido salvar numerosas vidas, o las técnicas de fecundación médica asistida, que soluciona los problemas de esterilidad de la pareja, se ha enfrentado a bloqueos psicológicos y sociales y ha suscitado cuestionamientos fundados en concepciones religiosas o éticas. Lo mismo puede decirse de la investigación con embriones humanos, tema sumamente sensible por tratarse de los orígenes de la vida, en el que entran en juego concepciones morales e intereses científicos e incluso financieros; del diagnóstico preimplantatorio, que ha contribuido a evitar problemas generados por una herencia mórbida, o de la utilización de células madre (células multipotentes capaces de autorrenovarse y de generar uno o más tipos de células diferenciadas), de capital importancia para el futuro de la medicina regenerativa.

No se trata de hallazgos puntuales o aislados. Estamos en presencia de una auténtica revolución biológica. En unas pocas décadas ha sido posible definir las bases químicas de la herencia, el código genético común a todos los seres vivos, y establecer los fundamentos de la biología molecular y de una nueva genética. Se sentaron así los cimientos de la ingeniería genética, es decir, de una tecnociencia que permite la manipulación y el intercambio de genes en y entre las especies. El ser humano posee, pues, la capacidad de manipular y transformar el material genético con propósitos prácticos e intervenir incluso en su naturaleza biológica como especie, sin duda el aspecto más inquietante desde una perspectiva bioética.

Resulta evidente entonces que estos progresos de las ciencias de la vida tienen repercusiones en la concepción misma de lo humano y plantean problemas trascendentales de índole ética, social y legal, en los que la bioética está llamada a intervenir para establecer un justo y difícil equilibrio entre el progreso de la investigación médica y el respeto de la vida humana.

Corresponde a la bioética, pues, reconocer los aportes benéficos de estos avances científicos y permanecer en estado de alerta permanente frente a los riesgos y amenazas que pueden entrañar. Pues si bien dichos avances abren caminos para terminar con flagelos que desde antiguo afectan a la salud de los seres humanos, suscitan también justificados temores ante sus posibles extravíos y efectos indeseables, en particular cuando se trata de la manipulación genética con sus diversas aplicaciones, del resurgimiento de doctrinas eugenésicas –que cuentan ahora con instrumentos perfeccionados–, o de experiencias realizadas sobre seres vulnerables.

En este sentido, no es ajena al surgimiento de la bioética la reacción de repudio generalizado frente a los horrores cometidos durante la Segunda Guerra Mundial 2, reacción que culminó con la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. Es en este legado humanista que la bioética basa el objetivo primordial de su acción: frente al panorama cambiante y en constante evolución de las ciencias de la vida, reafirmar la primacía de la persona humana y salvaguardar la dignidad y la libertad que le son inherentes por el solo hecho de pertenecer a la especie.

Diálogo, consenso y tolerancia

La bioética es, pues, un baluarte del humanismo por su propósito final pero también lo es por la naturaleza de su problemática multidisciplinaria. Para encontrar respuestas adecuadas a los nuevos desafíos de la ciencia, frente a los cuales la ética tradicional se reveló insuficiente, fueron necesarios el diálogo y la interacción entre ciencias de naturaleza y ciencias humanas y sociales con sus metodologías y perspectivas particulares, recurriendo a todos los campos del conocimiento, de la filosofía a la medicina y la biología, del derecho a la sociología y la antropología.

El campo se ha expandido para abarcar los condicionantes de la salud, la pobreza, la alimentación, el acceso al agua, a los servicios de salud, a los medicamentos.

La bioética reivindica también los valores del humanismo en sus métodos y procedimientos, que se basan en la búsqueda de consenso a través de un diálogo esclarecedor y constructivo con la participación de todos los sectores comprometidos, pues la sociedad ya no se resigna al papel de observador pasivo frente a opciones que ponen en juego su vida y comprometen su responsabilidad moral. Ello impone a la bioética una actitud de apertura y tolerancia a fin de adoptar normativas y leyes bioéticas que respeten la realidad de comunidades multiculturales portadoras de tradiciones y creencias que les son propias.

Por otra parte, esos valores humanistas no se limitan a animar la reflexión teórica sino que se aplican a diario en la vida real y concreta, por ejemplo frente a problemas que con carácter perentorio se presentan en la práctica hospitalaria. Sin olvidar que el campo de la bioética se ha expandido para abarcar los condicionantes sociales de la salud, como la pobreza, la alimentación, el acceso al agua potable, a los servicios de salud, a los medicamentos. La bioética ha suscitado una militancia universal que está contribuyendo a la realización concreta de los ideales de justicia global a través de la acción de comités hospitalarios y de comités de ética nacionales, de la docencia y de la investigación.

En este sentido, es notable que las escuelas de medicina casi sin excepción hayan incorporado esta disciplina a los estudios de grado y de posgrado, reconociendo así su carácter imprescindible para la práctica médica.

En casi todos los servicios de salud se han instituido comités de bioética hospitalaria y no hay país en el que no existan comisiones nacionales de bioética u órganos equivalentes constituidos por especialistas ad hoc. En todas partes se aprueban códigos, normas y estatutos sobre bioética, y la UNESCO ha considerado indispensable crear un escenario de reflexión y de debate (el Comité Internacional de Bioética) y formular principios axiológicos orientadores para la consolidación de la disciplina sobre la base de los derechos humanos en tres declaraciones de carácter universal.

La íntima alianza entre bioética y derechos humanos nos permite hablar de una nueva forma de humanismo adaptado a las exigencias y los desafíos de nuestro tiempo. Este humanismo renovado reconoce el componente biológico y ético de la naturaleza humana, cuya dignidad es necesario salvaguardar aquí y ahora, asumiendo al mismo tiempo responsabilidades y deberes respecto de la preservación de lo viviente en todas sus manifestaciones, para las generaciones venideras y, en definitiva, para garantizar la sobrevivencia de la especie.

(1) El científico estadounidense Van R. Potter acuñó el término de “bioética” en un artículo publicado en 1970.

(2) Citemos, por ejemplo, las aberrantes experiencias seudocientíficas a que fueron sometidos los prisioneros de los campos de concentración nazis.

*Doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales. Se graduó de abogado en la Universidad Nacional del Litoral en el año 1954. Realizó el doctorado en Ciencias Jurídicas y Sociales en el año 1966. Fue becario de la OEA entre 1965 y 1967. Es titular de la Cátedra UNESCO de Bioética de la Universidad de Buenos Aires.

Revista El Arca Nº 69/70 - noviembre de 2013

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