Soja Power: impactos económicos negativos de la soja transgénica

Entrevista a Javier Rodríguez* - Claudio Scaletta**
En el libro "Consecuencias económicas de la soja transgénica. Argentina, 1996-2006", el economista Javier Rodríguez traza una radiografía de la historia del proceso de sojización en la Argentina. Si bien su libro es el resultado de una investigación anterior al sedicioso conflicto en que hoy se encuentran inmersas las corporaciones agropecuarias, contiene el grueso de los elementos que concurren a su explicación, lo que lo vuelve una pieza clave de cualquier diagnóstico para la formulación de políticas. [size=xx-small][b]Artículos relacionados:[/b] . Entrevista a José Luis Livolti: “La derechización es lamentable” / Fernando Krakowiak .Saber sobre el campo / Alfredo Zaiat [/size]

Su investigación se concentra en el avance de la soja transgénica a partir de 1996. Sin embargo, la llamada sojización es anterior al uso de los transgénicos. ¿Cuál es la especificidad que suma el uso de los transgénicos?

–Creo que un punto que queda claro es que el proceso de sojización es previo a la difusión de las semillas transgénicas. Ya en 1991 la soja era el principal cultivo del país. Por eso el cambio tecnológico hacia el uso de estas semillas fue tan exitoso: se aplicó en forma masiva sobre el que ya era por lejos el cultivo más importante. Su especificidad es que dio lugar a una mayor rentabilidad, lo que aceleró la sojización.

Además del aumento de la tasa de ganancia, los efectos económicos más conocidos de este proceso están ligados a la necesidad de mayor escala de las explotaciones y al reemplazo de otros cultivos, con sus consecuentes efectos sociales. ¿Hay otros aspectos del problema ausentes del debate económico?

–Son varios. Uno es lo que sucedió con el empleo rural. La masa salarial total de la producción primaria se vio fuertemente reducida. No se trata de una reducción relativa, algo esperable de casi cualquier cambio tecnológico, sino de un proceso mucho más drástico de disminución absoluta de la masa salarial. Un segundo aspecto es la distribución del ingreso al interior del sector agropecuario. Si por un lado hay un incremento de ganancias y rentas y por otro una reducción absoluta de la masa salarial, significa que la participación de los trabajadores en el total del Producto se reduce, y esto a pesar de que en muchos casos el trabajo es más calificado que el que existía anteriormente. Un tercer punto es la discusión de si se genera o no mayor valor agregado. Muchos analistas se acostumbraron a expresarse en términos de toneladas totales de granos producidos. Creo que falta indagar qué ocurrió con el valor agregado de la producción.

¿Qué pasó?

–En algunas regiones se observa el reemplazo de una producción intensiva por la soja, que es esencialmente extensiva, lo que sin dudas significa una reducción en términos absolutos del valor agregado por hectárea. Este punto es muy importante para evaluar las fuertes diferencias regionales que tiene la aceleración de la sojización. Los efectos son considerablemente distintos. Una cosa es en la región pampeana y otra en las zonas extrapampeanas. Si bien la sojización tiene la apariencia de homogeneizar la producción, en realidad presenta rindes por hectárea muy distintos y sustituciones de producciones muy diferentes.

¿La sojización significa o no mayor riqueza en términos de Producto?

–Sin duda representa mayor riqueza. El problema es que hubo una versión muy simplona y efectista de este fenómeno, según la cual las mayores ganancias que se podían obtener redundarían inexorablemente en un mayor bienestar general de toda la población. Es la reiteración de la vieja idea del derrame automático y, en definitiva, una defensa a ultranza del libre mercado. Intento discutir con esta posición, que resulta totalmente desapegada de la realidad y que no analiza todos los efectos del proceso de los que estamos hablando.

Las corporaciones agropecuarias sostienen que el derrame no se produce por efecto del pago de salarios, sino por la relación con otros sectores, como el transporte, la industria vinculada y los servicios, entre otros.

–Depende. Hay muchos trabajos, incluso yo cito uno del año 2002, que sostienen que todo este cambio tecnológico “debió haber implicado” un incremento de los puestos de trabajo en el agro. Y la verdad es que no hay ningún sustento empírico para sostener semejante cosa, que es totalmente contraria a lo que efectivamente ocurrió. Con respecto a los encadenamientos hacia la provisión de insumos o hacia una segunda industrialización, hay que enfatizar que no se trata de procesos automáticos.

¿Por ejemplo?

–El de los tractores. Es cierto que hay un incremento de la demanda de tractores, pero alrededor del 85 por ciento de esa demanda es cubierta por importaciones. El aumento de la demanda local no garantiza una mayor producción metalmecánica. Otro caso es el del resto de la maquinaria agrícola. Hacia 1960 la Argentina se perfilaba como un importante exportador de maquinaria, al menos en escala regional. Exportábamos a Brasil, Chile, Uruguay, aparecía Colombia. Desde ese momento la producción agropecuaria creció notoriamente. Pero la industria de la maquinaria agrícola tuvo un comportamiento dispar. Primero creció, después cayó en medio de la desindustrialización generalizada del país; sobrevivió en parte de los noventa y, a partir de 2002, se evidencia nuevamente su potencialidad exportadora. Pero no volvamos a pensar que con el crecimiento del agro esta industria se desarrolla sola, porque eso significaría que no leímos nada de la industria en la Argentina.

¿Y el empleo?

–Otro punto es la generación de empleos en la cadena comercial, o las etapas posteriores. Aquí hay que destacar las diferencias entre complejos agroindustriales y resaltar que no todos están tan claramente volcados al mercado externo como el caso de la soja. Algunos destacan que en la comercialización existe un número importante de puestos de trabajo, pero no dicen que allí se cuentan, por ejemplo, las panaderías y las carnicerías, y que el empleo en estas actividades depende muy fuertemente del mercado interno.

Además de la distribución entre los distintos sectores de la economía está la intrasectorial. ¿Cómo se distribuyen las mayores ganancias entre los productores?

–Un punto importante de la investigación es el análisis de quiénes adoptan el cambio tecnológico. Aquí se observó, con los datos reprocesados del Censo Nacional Agropecuario, que las pequeñas explotaciones en su gran mayoría no hacían soja. No les convenía porque no tienen escala. Un siguiente estrato, que en la región pampeana se ubica entre 200 y 500 hectáreas, tampoco tiene buena escala para hacer soja, pero tiene la posibilidad de alquilarle el predio a un tercero. Y este tercero es alguien que sale de la producción porque le conviene más alquilar que producir. En la misma escala, quienes siguen en producción tienen el problema de que son relativamente chicos para hacer soja, y en consecuencia tienen mayores costos, en tanto que si hacen otras producciones tienen menor rentabilidad.

¿Así aumentó la concentración productiva?

–Lo que se ve, entonces, es que el proceso de concentración productiva que se da en la región pampeana es consecuencia directa de la mayor escala mínima que requiere la producción de soja, así como de la falta de alternativas de similar rentabilidad que puedan hacerse en esas menores escalas de producción.

Existe una racionalidad económica guiada por la rentabilidad del cultivo. Usted sostiene que esto conduce a un desequilibrio productivo y social. Los intentos del sector público por regular estos desequilibrios chocaron contra la fuerte resistencia de los actores. ¿Los Derechos de Exportación son el único camino de regulación?

–Evidentemente no. Es una herramienta sumamente eficaz en tanto y en cuanto modifica los precios relativos, y con ello puede contribuir a igualar las rentabilidades de las distintas producciones. Sin embargo, ello debe complementarse con otros instrumentos.

¿Está de acuerdo con el actual nivel de retenciones?

–Me parece que ahora está claro que, más allá de su nivel, las retenciones no deben ser fijas. Además, cualquier nivel de retenciones tiene que estar asociado a una política más general para el sector.

¿La sojización era inevitable?

–La sojización fue una respuesta a una transformación en la demanda mundial de alimentos. En ese sentido, el proceso podría haber sido distinto si no se dejaba toda regulación en manos del mercado, en particular a partir de la adopción de los transgénicos. Con otra regulación se podría haber conseguido, además de aumentar exportaciones, cumplir con otros objetivos deseables para el desarrollo agropecuario, como la mejora en la provisión de alimentos accesibles para la población, la promoción de un desarrollo más regionalmente integrado, que se defendiera la agregación de valor local, y el cuidado del ambiente.

¿El área implantada con soja seguirá aumentando?

–Siguió aumentando después del conflicto; creció en unas 400.000 hectáreas en la campaña 2008/09 con respecto a la anterior, y todo hace prever que esa tendencia siga.

*Javier Rodríguez - Licenciado en Economía (UBA) y Doctorando en Economía (UBA). Profesor de Microeconomía y Economía Agropecuaria de la UBA. Experiencia en investigación académica sobre la problemática agroalimentaria y el sector agropecuario argentino. Área de trabajo: desarrollo económico.

**Claudio Scaletta - Lic. en Economía (UBA), periodista especializado en economía, columnista agropecuario de Página/12, [1999-2007). Premio Giovanni Agnelli a la Excelencia Periodística (2003).

Fuente: [color=336600]Página/12 - 22.03.2009[/color]

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