UBA en una encrucijada: crisis universitaria

Luis Alberto Romero*

Convocados por Clarín, cinco expertos -profesores, investigadores y un ex funcionario de la Universidad de Buenos Aires- opinaron sobre el conflicto en la UBA. Coincidieron al decir que la crisis es estructural y que sólo podrá resolverse a través del funcionamiento de legítimos mecanismos democráticos. Además, sus reflexiones acerca del papel que deberá asumir para enfrentar los desafíos del futuro.

Es posible, como se dice hoy, que las universidades públicas deban reformar sus estatutos y que deban hacerlo en un sentido más democrático. ¿Qué significa exactamente esto? ¿Cuáles de los muchos sentidos de la polisémica democracia deberían ser reforzados? La Universidad pública es parte de una sociedad democrática. Debe posibilitar el acceso de todos a los estudios universitarios. Debe colocar el mérito por encima de cualquier otro criterio y debe tratar de equilibrar las desigualdades sociales, por ejemplo, mediante becas. Pero sobre todo, debe darle a la sociedad democrática los mejores profesionales, investigadores, intelectuales. En su formación, debe someterlos a las más duras exigencias. Cuanto más duras, mayor será el aporte de la Universidad a la sociedad democrática.

La Universidad pública es parte de un conjunto de instituciones del Estado, regido por un régimen político democrático, en su variedad republicana. "El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes", dice la Constitución, y con otras palabras, lo dicen la ley universitaria y los estatutos vigentes. El primer criterio democrático y republicano a ser tenido en cuenta para el gobierno universitario es el de las normas. Estas deben ser respetadas y acatadas, particularmente en la limitación que imponen a la "voluntad política" de quienes la gobiernan.

Las universidades públicas son autónomas y están gobernadas por sus claustros. Todos deben estar representados, y la participación de todos es vital para el control recíproco. Pero, a diferencia de la sociedad política, regida por el principio de la igualdad de derechos -un hombre equivale a un voto-, la Universidad no es una comunidad de iguales. No lo es ninguna institución del Estado: ni un hospital, ni un juzgado, ni una empresa. En la Universidad hay una jerarquía intrínseca: la del saber. Unos enseñan y otros aprenden; el hecho de que también se aprenda enseñando, o se enseñe aprendiendo, no modifica aquella relación básica, determinante, en última instancia. En este caso, la reivindicación democrática consiste en que esa jerarquía académica se funde únicamente en el mérito, la capacidad y la excelencia.

La excelencia académica se establece primordialmente a través de la designación de docentes mediante concursos. Allí, quienes más saben eligen a quienes han de seguirles. Infinidad de cargos docentes no están cubiertos por concurso, y es lamentable. El concurso es la institución estratégica de la Universidad pública. También, la más delicada, la que más exige el cuidado y el control de todos, pues entre quienes la dirigen hay otros criterios, políticos, corporativos, facciosos, que compiten con el de la excelencia. Cualquier discusión sobre una mejora en la forma de gobierno de la Universidad pública debería, en mi opinión, partir de esta cuestión.

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Males de un gigante acéfalo

Mario Albornoz. Ex secretario de Ciencia y Técnica de la UBA

El conflicto que hoy estremece y paraliza a la UBA es un síntoma desmesurado de males más profundos. Me rehúso a pensar que el problema actual se reduzca a los términos que explicitan los actores: el perfil de un candidato y la práctica política de un conjunto de militantes estudiantiles. Creo, firmemente, que hay males de fondo sobre los que es necesario llamar la atención.

He leído en estos días algunas opiniones según las cuales esta crisis manifiesta la confrontación entre un modelo académico fuertemente impregnado por la práctica de la investigación científica y un modelo más profesionalista, ajeno a la creación de conocimiento, cuya dinámica conduciría a una universidad dedicada a la producción de graduados pero carente de una capacidad de lectura de cuáles son los perfiles necesarios para el desarrollo del país. Ojalá fuera así. Reconozco que esa tensión es importante para entender el devenir de la cuestión universitaria y que sus raíces deben ser buscadas un par de siglos atrás. Pero ¿es necesario retrotraernos a la "corporación de los doctos", como definía Kant a las facultades, para entender lo que pasa hoy en la UBA?

Los males son aún más primitivos. Derivan en gran medida de una masificación mal gestionada que se devora a quienes hoy padecen la universidad y estimulando antagonismos que se parecen mucho a una lucha por la vida.

Hace dos décadas la UBA escandalizaba con su gran número de estudiantes aunque la cifra estaba estancada. Con la creación de las universidades del conurbano la matrícula incluso disminuyó. En 1996 el número de alumnos era de poco más de ciento ochenta mil. Ocho años después, en 2004, superó los trescientos mil alumnos. Es decir, hubo un aumento del 64,5%. ¿Creció en la misma medida el número de docentes? Si eso hubiera sido así, hoy la UBA sería gigantesca pero mantendría sus proporciones anteriores. Nada de eso ocurrió. El cuerpo académico aumentó apenas un 33%, afectando gravemente la relación entre docentes y alumnos. Lo más grave, sin embargo, es que menos del 10 % de esos docentes tiene dedicación exclusiva y que el número quedó congelado en el tiempo. El número de auxiliares sí creció, y en 2004 era equivalente a las tres cuartas partes del total de docentes de la universidad. Obviamente, la gran mayoría no está concursada y creció el número de docentes ad honorem. Estas tendencias reflejan la estrechez de un presupuesto que tampoco acompañó el aumento de la matrícula.

¿Describen estos números una universidad factible? En mi opinión describen un gigante acéfalo, en el que no resulta difícil comprender que el hacinamiento derive, entre otros males, en una pérdida de modales y en la deslegitimación de unos y de otros.

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Recuperar su misión como intelectual colectivo

Pedro Krotsch. Sociólogo. Investigador de la UBA y de la UNLP

El problema de fondo de la Universidad de Buenos Aires (UBA) no es tanto un problema generado por los marcos legales sino un problema que tiene que ver con los actores del sistema, como sucede en muchas otras esferas de la vida nacional.

Su crisis de gobernabilidad plantea, asimismo, cuestiones de sentido, identidad y proyecto que atañen también a algunas otras universidades públicas, sobre todo a las de mayor tamaño.

Contemplada desde la historia, la "Noche de los Bastones Largos" y el golpe militar de 1966, produjeron un quiebre de sentidos, protagonismos y modelo de universidad que la recuperación de la democracia no pudo enmendar. Las lógicas que aún prevalecen son las de la partidización aliada a un excesivo profesionalismo, cuyo resultado es el de una universidad colonizada y privatizada en la que convergen multitud de intereses particularistas.

El conjunto de las universidades públicas no deberían desatender lo que sucede en la Universidad de Buenos Aires pues constituye un actor no menor del sistema que en muchos casos ha funcionado como modelo y caja de resonancia, así también como falsa representación del conjunto de la universidad argentina.

Es la hora de debatir la función y misión de la universidad y en particular de la universidad pública en el largo plazo. Al mismo tiempo se requiere de una mirada desde el conjunto del sistema de educación superior, pues los distintos sectores que lo componen -público, privado y no universitario- tienen funciones y prioridades distintas aunque puedan superponerse en la práctica.

De manera por demás breve quisiera señalar algunos puntos a atender por el conjunto de las universidades públicas que constituyen, aún a pesar de los avatares de la historia nacional, una parte significativa de nuestro patrimonio científico y cultural:

a) La centralidad de la producción de conocimientos, como supuesto de lo que debe ser una universidad; b) democratización real, no ficticia, lo que nos remite a políticas de compensación y discriminación positiva; c) cooperación con los problemas de la sociedad civil, la producción y la esfera pública estatal, pero como ejercicio libre de la autonomía y como reaseguro respecto de los múltiples atravesamientos que la fragmentan; d) construir una fuerte capacidad reflexiva y estratégica centrada en el largo plazo; e) revolucionar los mecanismos de gestión más allá del estilo predominante de la mera gestión de conflictos; f) sostener la tensión entre los compromisos sociales con la comunidad y la universalidad de las disciplinas, como forma de combinar el compromiso con lo local y las exigencias de lo global y la internacionalización creciente que deviene de la sociedad del conocimiento.

Sólo el ser contemporánea con el futuro y recuperar su misión como "intelectual colectivo" habilitará a la universidad pública a asumir el papel que la sociedad hoy legítimamente le reclama para enfrentar los desafíos del futuro.

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Politización para el cambio

Sandra Carli. Doctora en Educación. Profesora de la UBA e investigadora del Conicet

La experiencia universitaria contemporánea necesita ser narrada. Las imágenes de un pasado luminoso de la UBA, previo al golpe de Onganía de 1966, contrastan con las imágenes opacas del presente, que oscilan entre el anacronismo y la épica cotidiana, entre los esfuerzos de la masividad y la insuficiencia presupuestaria. Entre ese pasado y este presente, en las últimas décadas del siglo XX ingresamos a la UBA buena parte de los actuales profesores y auxiliares docentes y la gran masa de estudiantes. El genocidio cultural de la dictadura, los límites de la transición democrática, el saqueo menemista y la debacle de 2001 dejaron sus marcas: pobreza estudiantil, devaluación de títulos, pasantías precarias, migración de graduados y científicos, proletarización docente.

Hoy la UBA sufre una crisis estructural en la que intervienen los dilemas de una universidad pública en una sociedad polarizada, las limitaciones de las culturas académicas y de las culturas políticas en el propio escenario universitario y la carencia de una reforma institucional a fondo. Los desafíos son recuperar críticamente las mejores tradiciones académicas del pasado y las formaciones culturales del presente, generar condiciones ins titucionales adecuadas para la producción, distribución y conservación del conocimiento entendido como un bien público y garantizar apoyos sociales para la continuidad en los estudios de los jóvenes en un país empobrecido frente a un sistema universitario que ha generado ofertas segmentadas.

La UBA requiere por parte del Estado de un presupuesto no devaluado. Y por parte de los actores universitarios, un nuevo tipo de politización que cuestione las formas clientelares, retóricas o individualistas cristalizadas. Esa politización debe generar condiciones para una transformación institucional profunda, dar visibilidad pública al trabajo intelectual, científico y de enseñanza, e intervenir en las políticas de conocimiento nacionales e internacionales. En la discusión sobre el Estatuto, la UBA deberá plantearse qué conservar de una tradición universitaria que habla de la historia de la Argentina de la segunda mitad del siglo XX y qué crear en pleno siglo XXI, dando resolu ción de una manera integral a las demandas de democratización y a la responsabilidad de llevar adelante una jerarquización científica de la universidad pública que permita proyectar nuevos horizontes para la sociedad en su conjunto.

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Existe otra UBA sin patotas

Juan Pablo Paz. Físico. Profesor de la UBA. Investigador principal del Conicet

Hay otra UBA. Una UBA que no quiere volver a la corrupción de la era Shuberoff y al imperio de sus punteros políticos "sushi" que creen que todo se compra. Esa UBA aspira a que sus instituciones funcionen de manera abierta, sin patoteadas. Yo trabajo ahí: comparto mis días con compañeros que viven con pasión en sus laboratorios y sus aulas. En esa UBA se discute, se pelea pero se respeta al otro. Yo trabajo en Exactas, lejos del primer mundo. Como decía una amiga, a veces parece rodeada por un basural; pero sorprende por la lucidez y creatividad de sus docentes e investigadores, por el interés y el compromiso de sus estudiantes.

¿Que Universidad quiero? Una Universidad generadora de conocimiento, donde se pueda investigar, enseñar y aprender, donde se fomente el espíritu crítico, donde se enseñe no sólo que los libros no muerden sino que nuestra misión es escribirlos: abrir senderos y cuestionar los establecidos. Una UBA donde haya lugar para la investigación básica, para la aplicada, para el análisis de los problemas nacionales. ¿Hace falta esa Universidad? Es tan obvia la respuesta… ¿Estamos lejos? Parece que, desgraciadamente, sí.

Comparando la UBA con cualquiera de las buenas universidades latinoamericanas descubrimos que la falta de inversión de nuestro Estado es atroz. Es obvio que nos falta presupuesto. Tanto en salarios como en infraestructura. Pero ese no es el único problema. La UBA de hoy es un elefante donde coexisten visiones enfrentadas. Donde la cuestión del poder es por demás compleja. Coexisten espacios donde un Estatuto progresista, como el vigente, fue usado para construir un ámbito académico medianamente sano, con otros en los que el mismo Estatuto fue usado por los punteros políticos. Son ellos los responsables de que en la mayoría de las facultades, tras 20 años de democracia, haya tantos profesores sin concurso. Esto no sólo constituye una vergüenza más, sino que se convierte en un nefasto instrumento de control.

Por cierto, hay gente con mirada crítica y reflexiva, que abunda tanto entre los científicos sociales como entre los llamados duros. Esa gente sobrevive como parte de una contra-cultura. Resiste, con todo el peso que tiene esa palabra que, a veces, agobia. Hoy esa gente esboza propuestas. Para mí hay una esperanza porque, como dije más arriba, existe otra universidad, además de la de las patotas y los punteros.

*Historiador. Profesor en la UBA y en la UNSAM

Fuente: Clarín

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