En esta nueva «hora de los hornos» se nos fue ese grande del cine de liberación: Pino Solanas

Carlos Aznárez


Desde Resumen Latinoamericano despedimos al compañero Pino Solanas, al hacedor de ese clásico del Cine de Liberación que fue y es «La hora de los hornos», y otros tantos necesarios insumos cinematográficos al servicio de la lucha de los pueblos.

Decir «La hora…» para mucho de nosotros es recordar aquel tiempo de los 70 en que tanto trajinábamos en cientos de barrios del conurbano proyectándola como podíamos. Eran años en que no existían ni los VHS ni los CD ni los pendrives ni las computadoras, llevábamos la película en latas enormes junto a un proyector prestado. Algunas veces el compañero que tenía que traer la peli llegaba puntual pero el del proyector se perdía en el laberinto de las calles de Ezpeleta o la Villa 31, pero los convocados para la «función» no se movían de sus rudimentarios asientos, hasta que se producía la magia de ver ese enorme trabajo que tanto Solanas como el flaco Octavio Gettino habían parido para retratar la resistencia de Argentina y todo el Tercer Mundo, pero también marcar a fuego a nuestros enemigos.

Después del destierro, adonde Pino tuvo que marchar para salvar su vida, estrena en 1984 en Argentina «Los hijos de Fierro» (realizada a mediados de los 70) una alegoría de la lucha revolucionaria y de su militancia. Conmovedora, implacable y lúcida: otra obra maestra. Allí se puede ver, entre otros actores al flaco Julio Troxler, figura emblemática de la resistencia peronista asesinado por la Triple A o al otro flaco, Tito Ameijeiras, cineasta de excelencia que puso su cuerpo para una de las escenas sublimes de «Los hijos…».

También produjo otros dos clásicos: «El exilio de Gardel» y «Sur», instalándose cada vez más como un auténtico adelantado de la intelectualidad revolucionaria latinoamericana.

Ya sabemos que la muerte es un hecho al que tenemos que tomar con más naturalidad, sobre todo cuando se cargan muchos años en la mochila, pero en estos tiempos difíciles, donde la mediocridad de muchos «intelectuales» los enreda en las miasmas del poder o los convierte en narcisistas insoportables, preferimos recordar a ese Pino Solanas que un fin de semana si y otro no, se hacía tiempo entre tanto bullicio militante y venir al barrio Los Álamos o a aquella iglesia muy cerca de la Rotonda de Florencio Varela a charlar con los vecinos en el debate posterior a la proyección de «La hora…» y entre puteada y puteada contra la dictadura de Lanusse, cada tanto contar la última anécdota de la carta de Perón que él traía desde Madrid y que el general enviaba para un dirigente local. «Por esas cosas de que el diablo mete la cola, le había llegado, por equivocación, a su rival eterno, imagínense la cara del tipo cuando el «viejo» lo acusaba de traidor y chupamedias de los milicos». Los vecinos y vecinos reían a carcajadas, y Pino con ellos, rematando con lo que todos ya sabíamos: «El general tiene una carta o una cinta para cada ocasión».

O también, vale evocar su tristeza en el exilio, cuando más allá de seguir apostando a hacer el cine que quería, preguntarnos en un café de Madrid, después de una reunión de exiliados, «¿qué Argentina encontraremos cuando volvamos?»

Hasta luego Pino, tené por seguro que ahora será, otra vez, el momento de desenterrar «La hora…» y que las nuevas-nuevas generaciones comprueben que las cosas no han cambiado tanto como allí se cuenta. Y claro, seguir luchando como siempre.

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La noticia

Falleció en Paris Fernando «Pino» Solanas

El embajador argentino ante la Unesco, Fernando «Pino» Solanas, falleció esta madrugada en París, Francia, donde recibía un tratamiento por coronavirus, informó esta madrugada la Cancillería.

«Enorme dolor por Pino Solanas. Murió en cumplimiento de sus funciones como embajador de Argentina ante la Unesco», indicó el Palacio San Martín en su cuenta oficial de Twitter.

«Será recordado por su arte, por su compromiso político y por su ética puesta siempre al servicio de un país mejor. Un abrazo a su familia y sus amigos», agrega la publicación.

A mediados de octubre, el exsenador nacional informó -a través de su cuenta de Twitter- que había dado positivo en coronavirus y que estaba internado en un hospital de París, donde está ubicada la sede de este organismo de la ONU para la educación, la ciencia y la cultura.

El exlegislador posteó junto con ese último mensaje una foto en la que se mostraba en reposo en una cama de terapia intensiva, mientras permanecía aislado y recibía tratamiento.

Cineasta, ex diputado nacional, ex senador y principal referente de la agrupación Proyecto Sur que integra el Frente de Todos, Solanas tenía 84 años y se encuentra en el grupo de riesgo etario más expuesto ante el coronavirus.

Una vida de militancia a través de su acción política y su obra artística
Fernando «Pino» Solanas deja un legado caracterizado por su vida de militancia, que se desplegó a través de su apasionada acción política y su obra artística con contenido social.

Nacido el 16 de febrero de 1936 en Buenos Aires, sus ideas políticas marcaron su actuación pública, tanto como cineasta, donde destacó con una decena de exitosas películas con fuerte contenido social, hasta su participación en política.

“Pino” fue un actor clave en la creación de varios espacios de centro-izquierda que lo llevaron a ocupar varios cargos, como diputado, senador nacional o embajador ante la Unesco, su último rol como servidor público.

Formado intelectual y políticamente bajo el influjo de nombres como Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche y Juan José Hernández Arregui, Solanas comenzó a plasmar sus ideas políticas a través de su obra cinematográfica a comienzos de la década del 60´.

Así surge en 1962 su primer cortometraje de ficción, Seguir Andando. En 1968 llegaría el primer largometraje, La Hora de los Hornos, una trilogía donde aborda algunos de los temas que lo apasionaron a lo largo de su carrera: el neocolonialismo y la violencia en el país y en América Latina.

Un año después, en 1969, funda el grupo Cine Liberación, una corriente de realizadores que sirve como base de resistencia a la dictadura, promoviendo un circuito alternativo de difusión de sus producciones.

Es este mismo grupo de Cine Liberación el que es convocado por Juan Domingo Perón, en el exilio en Madrid, para realizar sus dos testimonios fílmicos: La Revolución Justicialista y Actualización Doctrinaria para la toma del poder.

En 1975 presenta Los Hijos de Fierro, y ante las amenazas de muerte y un intento de secuestro parte al exilio, radicándose en Francia, donde realiza en 1980 el documental La Mirada de los Otros.

Desde el exterior, estuvo activamente involucrado en la defensa de los derechos humanos y denunció a la dictadura militar a nivel internacional. Con el triunfo de Raúl Alfonsín en 1983 regresa al país y filma Tango, El exilio de Gardel, y luego en 1988 Sur, ambas premiadas en los festivales de cine más prestigiosos del mundo.

Pino apoyó el proyecto de Chávez y su revolución

Los comienzos de los 90´ marcan su irrupción de lleno en el mundo de la política, y su voz se alza para criticar al gobierno de Carlos Saúl Menem (1989-1999).

Entonces, promovió la modificación de la ley de Radiodifusión que regía durante la dictadura militar y se mostraba particularmente crítico con las privatizaciones y la ley de reforma del Estado promovidas por la administración menemista.

En 1992, de la mano del dirigente Luis Brunati gestan el Frente del Sur, presentándose ese mismo año como candidato a senador nacional por la Ciudad de Buenos Aires.

Luego, en 1993, se funda el Frente Grande, con la inclusión del sector que lideraba Carlos “Chacho” Alvarez, y “Pino” Solanas es electo diputado nacional por la provincia de Buenos Aires.

Solanas juega un rol importante en la elección a convencionales constituyentes para la reforma constitucional de 1994, obteniendo casi 18% de los votos en la provincia de Buenos Aires.

Su actuación política estuvo dominada por algunos temas que lo obsesionaban, como la defensa del medio ambiente y la deuda externa argentina

Desencantado con lo que consideraba un giro “a la derecha” del Frente Grande, a partir del “Pacto del Molino” entre “Chacho” Álvarez, Graciela Fernández Meijide, y José “Pilo” Bordón, Solanas termina su mandato en 1997 y decide replegarse en su rol como cineasta.

Su actuación política estuvo dominada por algunos temas que lo obsesionaban, como la defensa del medio ambiente y la deuda externa argentina, cuyo origen cuestionaba en duros términos.

En 1998 termina su película La Nube, y es premiado en los festivales de Venecia y La Habana, en este último caso por su trayectoria.

Luego vendrán sus películas Memoria del Saqueo y La Dignidad de los Nadies, mientras en 2007 estrena Argentina Latente, su documental sobre el potencial científico de Argentina.

Su carrera política se retoma desde entonces con un gran ritmo. En 2007 encara la candidatura a Presidente de la Nación por Proyecto Sur, proponiendo la nacionalización de los recursos estratégicos.

Es electo diputado nacional por el período 2009-2013 y senador nacional entre 2013 y 2019.

A mediados del año pasado, resuelve respaldar la fórmula presidencial Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner y es electo diputado nacional por la Ciudad de Buenos Aires para el período 2019-2023.

El presidente Alberto Fernández le solicita que renuncie a su banca para desempeñarse como embajador argentino ante la Unesco, la oficina de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, cargo que desempeñó en París hasta su fallecimiento.

Al resumir sus ideas políticas, Solanas explicaba que fundó Proyecto Sur para “profundizar una propuesta política, económica, social y cultural para el país. Ubicamos el respeto a la condición humana sobre cualquier otra consideración, proclamando como principios básicos la defensa del ambiente y la propiedad pública de nuestros recursos naturales, como condición para alcanzar una auténtica justicia social y garantizar la soberanía nacional”.

“Se trata de cambiar esta Argentina saqueada y esta pseudo-democracia para reemplazarla por una Argentina justa y latinoamericanista con pleno protagonismo popular”, afirmaba “Pino” por ese entonces.

A principios de octubre visitó al Papa Francisco en el Vaticano, y días después, el 21, comunicaba por redes sociales que estaba internado por coronavirus en terapia intensiva y que seguía “resistiendo”.

Fuente : Telam

El mejor reportaje a Fernando Pino Solanas

Por Juan Ignacio Boido

Fernando Pino Solanas.

Fernando Pino Solanas. 

Hay dos cosas que Pino Solanas no aguanta. La primera: estar dotado de una incapacidad casi genética para aprender inglés. Algo que él llama “la tara”. Dice que la familia de su madre lo convierte en descendiente directo de Manuel Belgrano y Juan José Castelli, pero lo del inglés encuentra una explicación no del todo descabellada en otro pariente menos ilustre: un tal capitán Saldarriaga que formó parte de la resistencia argentina durante las primeras Invasiones Inglesas. Desde que se enteró de eso -y se enteró de muy chico-, Solanas se resistió a hablar en inglés.

Antes de seguir, una consideración: Solanas quiere hablar todo el tiempo de cine. Detalles técnicos, apreciaciones varias a propósito de luces, tomas, cámaras, música, etcétera, etcétera. Solanas habla como si quisiera recorrer, con cada uno que lo escucha, la distancia que hay entre lo que tuvo en la cabeza y lo que se ve en la pantalla. Quizá por eso -la necesidad transformándose en acto reflejo traducido al castellano neutro-, después de enhebrar tres, o dos, o a veces una sola frase, Solanas repite: “¿Me entiendes?” Y, si se le pregunta qué es lo que hay que entender, contesta:

“Siempre me pregunto lo mismo: ¿qué tengo que decir para que la gente venga y no crea que todo esto que estoy diciendo es un panfleto? Me parece que están las películas que no son más que la continuación de lo que sucede en la televisión, incluso con peor calidad; y después está el cine en serio, que es el que intento. Pero si Armageddon recauda 180 mil espectadores en un fin de semana, qué podés decir”.

AGUANTAR LA LECHE Solanas dice: “Yo aguanté, y no sólo con mis películas”. La primera película de Solanas, La hora de los hornos, se estrenó en 1968, pero cinco años antes de su ópera prima ya había tenido cientos de miles de espectadores -más que Armageddon– gracias a los sugestivos encantos de la publicidad. Una breve explicación Solanas del affaire: “Empecé escribiendo historietas con mi hermano, que había inventado al Cabo Savino, por ejemplo, y que era un muy buen publicista. Además, tenía familiares publicistas, mi cuñado Hugo Casares entre ellos. Como sabían que yo hacía música, me empezaron a encargar algunos jingles. Mi primer arreglador fue Horacio Malvicino: uno de los tipos con más talento que conocí en mi vida, pero llegaba al estudio y uno se daba cuenta de que se había olvidado la guitarra. Después apareció el Baby López Furst. Al principio yo componía solamente, pero me di cuenta de que los tipos que me encargaban el jingle no tenían todavía el comercial para acompañarlo: ahí se me ocurrió venderles el paquete entero, así empecé a filmar. Para todas las marcas de aquel entonces, como La Martona, Armour, Swift. Y para todas las agencias de Buenos Aires, todas. Me metí de lleno en el mundo de la publicidad. Pero era tan ingenuo que, cuando filmé mi primer comercial, para Leche Prima, me casé con la modelo”.

Al de Leche Prima le siguió uno de bronceador Suisán. A la semana, Solanas ya tenía catorce publicidades en marcha, y ocho meses después “ya era el número uno”: acumulaba cantidades increíbles de dinero y aprendía cine filmando, con todo pago a cargo de las empresas para las que trabajaba. “Pero estuve meses sin escribir una línea. Ya no aguantaba. Y al final tenía pavor de terminar arriba de un Porsche. Así que llamé a mis clientes, les expliqué esto y me fui por unos meses de viaje. Nunca más me llamaron”.

PARA QUE LA GENTE AGUANTE Apenas volvió, en 1965, empezó a dosificar sus incursiones en la publicidad y a sincronizar relojes con Octavio Getino para largar con la filmación de La hora de los hornos. Desde 1963 se habían dedicado a recopilar noticieros y documentales sobre la Argentina, y ahora iban a filmar escenas propias a lo largo y ancho del país (de manera clandestina, después del golpe de Onganía en el ‘66) con la precariedad de una cámara de 16 milímetros. La idea era ensamblar todo eso, con un ímpetu exacerbado de producir una alternativa a los documentales tradicionales: uno que, en la línea del agit-prop soviético, pusiera imágenes al país, explicara su pasado y moldeara su futuro. “Con La hora de los hornos salí a buscar la verdad de un país. Eso fue el momento más épico del proyecto. La discusión de entonces era la del huevo y la gallina: ¿qué venía primero, la revolución o el cine revolucionario? La hora… abrió la tercera vía. Y hoy es muy difícil transmitir el fervor con el que por aquel entonces íbamos a proyectar la película de manera clandestina. Circulaban más de sesenta copias para pasar a escondidas, en todas partes, desde unidades básicas a fábricas, pasando por iglesias incluso”.

A escondidas o a plena luz del día, según la asincopada intermitencia con que se turnaban las elecciones y los golpes de Estado, La hora de los hornos podía durar hasta doce horas, sumando proyección y los más enardecidos debates, arengados deliberadamente desde la pantalla. La explicación Solanas: “Como había que cambiar los rollos y no queríamos que la gente se aburriera durante la espera, y que aguantara hasta el final, se nos ocurrió meter unos cartelitos que decían Espacio abierto para el debate, y ver qué pasaba. Al final, no sólo la gente terminó debatiendo, sino que había algunos que entraban a discutir sólo cuando se terminaba un rollo”.

AGUANTAR AL PERONISTA “¿Cómo me llevaba con mi familia? Mal, por supuesto. Mi padre era un médico católico y apolítico, lo que es decir conservador y antiperonista. Por eso no hay un día en el que me hice peronista. En mi casa, mis padres siempre hablaron pestes de Evita. De joven empecé a leer a gente como Scalabrini Ortiz y Jauretche, y descubrí el lado oculto de Billiken. Ahora aparece hasta en la televisión. Pero era algo enterarse por aquel entonces de que desde Buenos Aires se oponían a la campaña de los Andes, que Rivadavia espiaba a San Martín, y que el mismo año en que se ganaba en Ayacucho la última batalla contra los españoles, Rivadavia firmaba la estafa de la Baring Brothers. Además, durante mi juventud yo vi el bombardeo a la Plaza de Mayo, la represión después del golpe del ‘55, los fusilamientos, los allanamientos, las movilizaciones con camiones militares en los que cargaban a cualquiera que hiciera huelga, los cortes de pelo y el todo prohibido. Que todo eso se diera contra la clase obrera que resistía a la dictadura, sumado a ciertas simpatías que no se pueden explicar, me hizo peronista”.

AGUANTAR A LOPEZ REGA Un día Perón vio La hora de los hornos, y decidió desde Puerta de Hierro que había llegado la hora de hacer una película, o en realidad dos: La actualización política y doctrinaria para la toma del poder y Perón, la revolución justicialista. Después del “Llamen a ese muchacho”, Solanas se trasladó durante un par de semanas a España con cámara y equipos: “Todo el país desfilaba por Puerta de Hierro, y nunca sabíamos cuándo íbamos a filmar, porque Perón se la pasaba recibiendo gente. Pero con López Rega era la guerra permanente: el tipo nos quería hacer la vida imposible. Hasta que una vez Perón tuvo que ponerlo en vereda: nosotros -los muchachos, como decía- podíamos entrar cuando quisiéramos, como si fuera nuestra casa. Y López Rega, a guardar. ¿Me entiendes?”

AGUANTAR A LA BEMBERG En 1972 filmó Los hijos de Fierro, basada libremente en el Martín Fierro de José Hernández. El enfoque elegido funcionaba como excusa y alegoría perfectas “para narrar la historia contemporánea”: los hijos del gaucho separándose cada uno hacia un punto cardinal como metáfora de fin de fiesta y del comienzo de la dictadura. Cuando Perón volvió en el ‘73, firmó la repatriación de las copias originales de La hora de los hornos. Pero en 1974 ya habían matado a Julio Troxler, el protagonista de Los hijos de Fierro, y a los pocos meses Solanas tuvo que irse a París, exiliado.

Durante sus diez años europeos quedaron en el camino una adaptación de Los premios, la novela de Cortázar, Viento del pueblo -una vida de Miguel Hernández- y Adiós Nonino, con Piazzolla en uno de los protagónicos. Solanas sólo filmó en esos años un documental sobre discapacitados, por encargo de la Universidad de París. Diez años después, ya sin el ímpetu histórico y aglutinador, y como contracara del optimismo general del retorno de la democracia, decidió hacer El exilio de Gardel. Ironías argentinas: Solanas, que había filmado con Perón, vivió su apogeo durante la primavera radical. “Tendría que haberla filmado en el ‘80. Para cuando la terminé, ya había democracia, y la película no tenía el tono melancólico y depresivo que yo hubiese querido, ¿me entiendes? Además, yo no había hecho un cine clandestino por vocación de misterioso. Es más, no me gustan nada las películas sobre exiliados, como ésas de los republicanos españoles, tan solemnes y heroicas. Yo quería desacralizar eso: hacer el Gran Cine Nacional que compitiera con lo mejor del mundo. Y ese momento fue raro, porque hasta entonces me habían dado por muerto cinematográficamente, no se tomaban en serio mis películas, los héroes eran gente como María Luisa Bemberg”.

AGUANTAR DE RODILLAS “De todos los tipos de argumentos que se filman, no hay ni uno que se corresponda con lo que está pasando: ¿quién filma el Yomagate, la droga que entra por todos lados, el Yabrán? Muy pocos arriesgan. Y yo, bien o mal, hago cine de riesgo. En El viaje pongo a Menem y a Bush jugando al tenis de rodillas. Y a la Argentina como líder de la OPA (la Organización de Países Arrodillados). Hago bajar a Gardel de un auto en París y cantar “Anclao en París”, y la gente se lo cree sin cagarse de risa. Después entra San Martín y se arma una mateada. Ahí hay riesgo. Algunas de esas escenas fueron las más celebradas en países en que no saben quién mierda es Menem. Porque, en definitiva, todo se reduce a si la escena está lograda o no. Con buenas ideas solamente, mejor nos quedamos en casa”.

QUE SE PUEDE HACER SALVO AGUANTAR PELICULAS Solanas dice: “Yo no sé por qué la gente no quiere una propuesta distinta”. No se entiende si habla de Menem o del cine argentino. “De los dos”, dice él. Y, en una línea mucho menos näif que el dilema huevo/gallina, Solanas desparrama culpas en la ecuación chancho/el que le da de comer: “Es raro; si hablás con los directores, por lo general son personas lúcidas. Pero lo que piensan y lo que dicen no siempre se condice con lo que hacen. No hay riesgo. Por eso rescato películas como Pizza, barro y faso (sic). Aunque Plaza Mayor (sic, por Plaza de Almas), no me gustó; la vi un poco acartonada. Me parece que hoy en día hay una fuerte creencia en las escuelas de cine de que sin una carísima tecnología no se pueden construir imágenes potentes. Pero no todo es dinero: por la misma cantidad con que Fellini construyó Cinecitá y otro arma Disneylandia. ¿Me entiendes?” Al que no entiende es a Subiela. Solanas lo desprecia precisamente porque Menem le da de comer: “Lo seguí hasta Hombre mirando al sudeste. Y me interesó ésa del corazón (El lado oscuro del corazón). En esas películas hay algo de Sur, ¿no? La mía está punteada con tangos, la de él con boleros; la imagen de la muerte que aparece en la mía después está en la de él; o esas metáforas visuales que empecé a usar en El exilio. Lo que no me cae bien es su viaje a Anillaco: quién le puede creer que se hizo menemista después de conseguir un presupuesto para filmar no sé qué”.

Enseguida asoma la posibilidad de juntar parejas, armar fórmulas. Ejemplos: Perón-Solanas y Menem-Subiela. “Yo fui a filmar al líder político mientras estaba prohibido en el país, e hicimos una película de resistencia en la que se abogaba por un país completamente distinto al que hizo Menem. Ahora, si de ese paralelo se deduce que Subiela es el director de Menem, lo que él tiene que asumir es todo lo que el presidente significa: Menem no es sólo un crédito para filmar. No es el caso de Favio, que me parece muy interesante, desparejo pero con fuerza”.

AGUANTAR A MENEM “Tiene razón Charly García cuando vaticina que la nada avanza. Y en este país es una nada muy terrible. Una cosa es la inundación y otra mucho peor es inundarse de mierda. Exactamente eso es lo que sucedía en El viaje. Yo sé que es mi película más criticada: ja, la hicieron mierda. Justo antes de empezar a montarla, sufrí el atentado y me quedé sin ganas de terminarla. Pero fue la única película que, en pleno auge de este modelo, atacó al menemismo. Desde que asumió este presidente yo viví todas las mañanas con unas náuseas terribles. Ahí se me ocurrió la idea de un país en el que se traga mierda todos los días y que, mientras se inunda, cree que es la Venecia del sur”.

Entre El viaje y La nube, Solanas se hundió en la política, y casi se ahoga. Ahora memora así esos años: “De la política me cansé porque me tomo las cosas con responsabilidad, y es insoportable escuchar a la oposición y no saber si está hablando el oficialismo. Y ni hablar de los funcionarios de cultura, que te hablan siempre con ese tono confesional del tipo Estoy haciendo lo posible, creéme. Y después te das cuenta de que todos los que llegan a ocupar cargos en la Secretaría de Cultura son personas conocidas, pero fundamentalmente es gente que termina pidiéndote disculpas por no poder hacer nada. El balance de ese período sería más o menos así: junto con el exilio, fueron los años durante los que más me llené de ideas y de temas para mis películas”.

AGUANTAR HASTA QUE PARE Si El viaje fue una premonición bastante evidente de cómo la barbarie menemista lograría ganar terreno y la mierda subir hasta el nivel del cuello, La nube es la continuación de la barbarie por otros medios. La nube empieza donde termina El viaje: primero fue la inundación, y Buenos Aires se tapó de mierda. Después bajaron las aguas; la mierda sedimentó hasta volverse costumbre, llegó la nube y hace 1700 días que no para de llover. Por la calle, la gente y los autos andan literalmente marcha atrás, en uno de los hallazgos notables de la película. Solanas filma Buenos Aires como pocos, y con la misma enajenación crispante que Wong Kar-Wai consiguió en Happy Together. Con la historia de un teatro cuyo director se resiste a que la Municipalidad lo demuela para construir un shopping, la película se aleja de la sátira grotesca de El viaje para volverse a la vez diatriba y arenga antimenemista. Solanas dice que podría haber situado la historia de La nube en algún yacimiento, en un pueblo fantasma como Sierra Grande: “Pero la ambienté en un teatro independiente porque ahí está lo más puro. Cualquiera que decida dedicarse al arte parece un loco. Cuando a Max, el director del teatro que amenazan con demoler para poder construir un shopping, le ofrecen una sala nueva, mejor equipada, pero con una programación que garantice un mínimo indispensable de público, él jura que va a tirarse de cabeza por la ventana: porque habría resistido al pedo toda la vida”. Esa es la resistencia obstinada de la que Solanas hace un ejercicio. “En la vida descubrí que había básicamente dos asuntos: tiempo y dinero. Para aprender todo lo que quería, necesitaba tiempo. E, hiciera lo que hiciere, necesitaba dinero. Pero por lo general, el dinero se opone al aprendizaje. Yo no trabajo por ganas. El 98 por ciento del trabajo de una película me parece repugnante. Pero no hay que dejarse atropellar por la aplanadora del cinismo. El cine no es una puesta en escena, ni la vida. El cine es un rectángulo en el que hay que meter todo. Esa es la verdad. Y la verdad generalmente es lo que se ve detrás de la cámara. Por eso tiene que haber riesgo. Andar para atrás, por ejemplo. El desafío es cómo hacerlo”. Conclusión Solanas de todo el asunto: “Aguanten, falta menos”.

AGUANTAR A SOLANAS “Puede ser que mis películas no sigan una estructura lineal. Puede que sean demasiado corales y que pasen demasiadas cosas en ellas. Pero así somos: lo que en cualquier otro país es una disgresión, un psicólogo argentino lo explica diciendo que todo lo que uno trae es importantísimo”. Importantísimo o no, las películas de Solanas siempre traen tangos: “En Los hijos de Fierro había candombes, murgas. Después sí, largué con el tango, especialmente con el que inventó Piazzolla. No es que tenga en mente el tango for export, pero tampoco vas a ser tan boludo de querer venderles perfume a los franceses y un western a los yanquis”.

HASTA QUE EL CUERPO AGUANTE “Para la película pusieron plata los franceses y los alemanes, pero acá no interesó. Es increíble que, después de haber metido más de un millón de personas en los cines, si me va mal con esta película pierdo hasta la casa. Es siempre lo mismo, pero cada vez peor. Cuando tenía que empezar con El exilio…, Charo López, que iba a ser la protagonista, avisó que no llegaba a tiempo: postergamos un mes y eso significó la quiebra de la productora. Una semana antes de que empezara el rodaje de Sur tuve un infarto. Y cuando terminé El viaje sufrí el atentado en el que me balearon. Pero voy a seguir filmando, hasta que aguante”.

EL AGUANTE La otra cosa que Pino Solanas no aguanta es no saber exactamente por qué le dicen Pino. Hay versiones. Que se debe a la iluminación poco afortunada de una tía. Que no fue esa tía sino otra. Que fue en el colegio. Que ni su madre se acuerda. Que algún día de éstos se va a saber. Como la tara que le impide aprender inglés, es uno de esos raros misterios que nunca nadie le explicó. O, como alguna vez le explicó su madre: “Si no te gusta, te la aguantás”.

*Esta nota fue publicada originalmente en el suplemento Radar de Página/12 del 23 de agosto de 1998.

 

Resumen Latinoamericano - 7 de noviembre de 2020

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