Brasil: Lula y después
Sigue preso pero encabeza todas las encuestas de cara a las elecciones presidenciales de octubre. Marcelo Aguilar, de la revista uruguaya Brecha conversó con Esther Solano, investigadora de la Universidad Federal de San Pablo, sobre los intentos del PT por liberar a Lula, las encrucijadas de la izquierda brasileña y la amenaza del candidato ultraderechista nostálgico de la dictadura militar Jair Bolsonaro.
¿Cuáles fueron las repercusiones políticas del forcejeo jurídico por la liberación de Lula, el pasado domingo?
Se puede analizar desde diferentes ángulos. Por un lado, para el público de izquierdas, progresista y petista, lo que el PT hizo fue lanzar un mensaje estratégico e inteligente que visibilizó nuevamente el carácter político de la Operación Lava Jato. Aprovechó la eliminación de Brasil del Mundial y que estaba de turno el juez Rogério Favreto, que es bastante conocido en el ámbito petista, y que el PT sabía iba a acceder a la petición de hábeas corpus. Un juez le da la razón a los abogados de Lula y de repente el juez Sergio Moro (a cargo de la Lava Jato), que estaba en Portugal de vacaciones, lanza un despacho urgente diciendo que Favreto no tenía ninguna competencia. Creo que el PT estaba esperando esa reacción de Moro, le lanzó el anzuelo y Sergio Moro lo mordió. Así consiguió trasmitir el mensaje de que la Lava Jato está politizada.
Por otro lado, los antipetistas lograron difundir el discurso de que Favreto es un juez ultrapetista comprado por el partido, y de que el PT está jugando con la justicia.
Pero la masa, esa capa media silenciosa que no es de izquierda ni de derecha a ultranza, se quedó con la imagen de una payasada judicial. Entonces la imagen que llega a la población de forma general es de caos institucional en el Poder Judicial, que está comprado por todos lados, y que no se puede confiar en él, algo bastante riesgoso. El PT se colocó de nuevo en el juego político con esta estrategia, pero la imagen que se lanza también a la población es que la justicia es un caos.
¿Se trató de un manotazo de ahogado del PT para liberar a Lula? ¿O puede haber posibilidades por esta vía?
Yo realmente creo que ahora mismo no hay posibilidades de que Lula sea liberado. Lo que juristas próximos al PT visualizan es que probablemente va a acumular más condenas, porque no podemos olvidar que vienen más procesos. Hay un cierto consenso, por lo menos entre estos abogados que están cerca –y obviamente es un consenso no dicho–, de que Lula se quedará en la cárcel. No se percibe la posibilidad de que Lula sea liberado, y antes de la elección es prácticamente imposible. Pero creo que lo que el PT está haciendo es jugar sus cartas políticas. Tiene su peso pesado en la cárcel y a pesar de su situación tiene un capital político inmenso, y está primero en las encuestas. Entonces están tratando de politizar al máximo, hacer que el nombre de Lula no caiga en el olvido, que continuamente esté rondando en lo medular de la discusión, para acumular más capital político y que a la hora de la verdad (en setiembre, cuando se resuelva oficialmente que Lula está inhabilitado y haya que presentar otro candidato) sea suficiente como para generar una transferencia de votos a otro candidato que les permita por lo menos llegar a la segunda vuelta. Pero dentro del PT ya casi no se juega con la idea de que Lula vaya a ser liberado. Este último movimiento dejó muy claro que el aparato del Poder Judicial no va a dejar que se presente a la elección. Mostraron las cartas. Por un lado el Poder Judicial, que está totalmente alineado con que Lula no sea liberado, y por otro el PT, que va a jugar hasta el último momento por hacer fuegos de artificio político. Esa será la dinámica de ahora en adelante.
Hasta presentar el tan discutido Plan B…
Es que el PT no tiene otra alternativa: tiene que jugar a eso hasta el final. El Plan B es la encrucijada petista sin salida, porque postular a otro significaría admitir que Lula no va a ser candidato, pero hacer eso sería una doble derrota para el PT. Primero, porque su gran capital político quedaría en segundo plano, a pesar de que tiene una intención de voto del 30 por ciento y lidera todas las encuestas. Segundo, porque si hace eso está admitiendo que la Lava Jato es justa. Significa admitir la derrota y las sentencias de Moro y del Tribunal Regional Federal de la 4a Región (Trf-4). El PT tiene que seguir detrás de Lula porque es su gran líder, y porque en el fondo la expresión electoral de los otros posibles candidatos (Fernando Haddad, Jaques Wagner, Celso Amorin) es a priori prácticamente nula. Lula es la gran fortaleza del PT pero también su gran debilidad, porque son rehenes de él y al mismo tiempo tienen que seguir con él hasta el final.
¿Hay alguna posibilidad de que la izquierda llegue unida a la elección?
Primero tenemos que pensar un poco qué significa la izquierda en Brasil. Porque el problema es que el PT es históricamente tan hegemónico que la izquierda no petista es prácticamente inexistente en términos electorales. Y eso si contamos como izquierda a candidatos como Ciro Gomes o Marina Silva. ¿Quién queda en la izquierda? Guilherme Boulos (líder del Movimiento de Trabajadores Sin Techo, Mtst, y precandidato a la presidencia por el Partido Socialismo y Libertad, Psol) o Manuela Dávila (precandidata del Partido Comunista de Brasil, Pcb), pero con expresiones mínimas en el ámbito electoral. Ese es un gran dilema de la izquierda brasileña. Por un lado, que la fuerte hegemonía de la izquierda petista ha hecho que fuera del PT prácticamente no exista nada más a nivel partidario. Y otro problema es que dentro del PT prácticamente tampoco existe nada fuera del lulismo. Son dos grandes encrucijadas: la izquierda es rehén del PT y el PT es rehén de Lula. Ese es uno de los grandes problemas de tener una figura tan grande. No se invierte en candidatos que vayan a superar esa figura, y ahí se ha creado un vacío. Ahora que te encuentras frente a ese problema ¿qué vas a hacer? No puedes formar un gran nombre, no da el tiempo.
¿La derecha tiene chances de ganar la elección incluso sin tener una propuesta muy clara o seductora?
La derecha tradicional, que es el Partido de la Social Democracia Brasileña (Psdb), está totalmente deshidratada y tampoco la tiene tan fácil. Está en otro gran dilema. Aécio Neves (quien llegó al balotaje presidencial con Rousseff en 2014) se ha desprestigiado muchísimo con casos de corrupción vinculados a la Lava Jato, y Geraldo Alckmin (ex gobernador del estado de San Pablo) no supera el 6 por ciento de las intenciones de voto. João Dória (ex alcalde de la ciudad de San Pablo) continúa haciendo su propio camino y su candidatura todavía no está descartada.
La extrema derecha, representada por Jair Bolsonaro, se aprovecha de esta situación de la derecha tradicional: si la centroderecha está prácticamente vacía, pues, ¡a ocuparla! Ahora está en boga una posible alianza de Bolsonaro con el Partido de la República (PR) –que tiene como 40 diputados e integra lo que se conoce como “centrão”–, que podría cambiar un poco el escenario. Si Bolsonaro consigue el apoyo de este partido y esos sectores del parlamento, tendría más dinero y más fuerza en la campaña. Recientemente han salido algunas encuestas que dicen que Bolsonaro tampoco supone tanto riesgo para el mercado, esto también es nuevo. El mercado, que aparecía como una cierta barrera, que tendría miedo de un candidato tan inestable como Bolsonaro, aparece ahora naturalizando más su candidatura. Todo esto, sumado a la fragilidad del Psdb, dibuja un escenario de riesgo.
¿Cómo logró Bolsonaro transformarse en una figura de tanto peso simbólico?
A Bolsonaro se llega como se llega a Trump o a Marine Le Pen. Yo estoy entrevistando a varios de sus votantes para una investigación, y la gente dice que vota por Bolsonaro porque es el voto de desabafo, de desahogo, de la frustración y el desencanto total con el sistema. Esa cosa de “que se vayan todos”. Es la negación de la política, y eso tiene mucho que ver con el efecto pos Lava Jato, la idea de que todos los políticos son corruptos, de que la política es sucia, vergonzante. Bolsonaro se presenta como un outsider, un poco alejado de las corruptelas, que parece iría a poner un poco de orden, y dice lo que la gente quiere oír o piensa. La gente percibe que desde hace años el sistema político brasileño es un caos, que llama bagunça, y al que alguien tiene que dar orden y normalidad.
¿En esos relatos que has recogido figura la cuestión de las armas?
Lo más importante es la cuestión de la seguridad pública. Y Bolsonaro es el típico populista demagógico de derecha que viene con todo ese discurso de “bandido bueno es bandido muerto”, de aumentar las penas, dar más libertad a la policía. Y eso es lo que muchas personas quieren, mano dura para acabar con el desorden también en la seguridad pública. ¿Cuáles han sido las propuestas del PT en este ámbito? Se ha olvidado del tema. Bajo los gobiernos del PT hubo los mismos 50 mil o 60 mil asesinatos por año, la policía continúa matando. La gente, que está desesperada –y es entendible, porque se mata mucho en este país–, termina escuchando al típico “visionario” populista y demagogo. El problema es la ausencia de una contranarrativa.
¿La izquierda está muy focalizada en el juego político en Brasilia?
Es que hay dos izquierdas. Por un lado la izquierda institucional, que es la petista, que en el fondo lleva muchos años en el poder, y le pasa lo que a todo el mundo le pasa cuando llega al poder: acaba encapsulándose. Esta izquierda ha perdido el diálogo profundo con la base, ha perdido las periferias urbanas. Luego está la izquierda de los movimientos, los colectivos, la lucha de la calle, que sí está vinculada con la gente pero que es muy difícil que llegue al poder. Estas dos izquierdas no se comunican. La gente también lo percibe, y por eso varias personas que he entrevistado me han dicho que les parece que ahora mismo Bolsonaro es el político que está más cerca de la gente. Y en el fondo hay algo de razón en eso.
Ese espacio que la izquierda ha dejado en las periferias, ¿quién lo ha tomado?
Una buena parte, las iglesias evangélicas. Ese ha sido un cambio social y político muy fuerte. Y la izquierda se agarra la cabeza y dice “¿ahora qué haremos?”. Estos evangélicos son un problemón, se les ha dejado ese espacio político y lo han ocupado con muchísima fuerza. La izquierda no sabe gobernar con ellos, pero hay que hacerlo porque representan a millones de brasileños y de alguna forma tienes que establecer un diálogo, no puedes ignorarlos, que es algo que la izquierda ha hecho mucho.
Es curioso, el PT se ha formado con la Iglesia Católica, tiene una raíz religiosa muy fuerte, y sin embargo tiene una ruptura muy fuerte con las iglesias evangélicas.
¿Las elecciones de este año modificarán la situación política en Brasil?
Creo que la solución no está en 2018 ni en el corto plazo. Creo que es necesario reorganizar el campo de izquierda y eso no es inmediato, es a mediano o largo plazo. Es necesario repensar lo que fue el PT, que en el fondo fue una experiencia de éxito, porque movilizó mucho a la sociedad, a colectivos, sindicatos, intelectuales, etcétera. La izquierda se ha alejado mucho de varios frentes de lucha que tenía y sin embargo el horizonte electoral aparece ahora como lo inmediato. Pero en el fondo es una crisis de largo aliento. La derecha y el campo conservador se han organizado mejor, y con el golpe de 2016 la izquierda se quedó nocaut total, fue algo muy traumático, dos años casi perdidos. La gente no sabía interpretar muy bien lo que estaba pasando. A pesar de que este momento podría aparecer como una buena oportunidad para que el PT regenerara su imagen, su nombre, sus cuadros, no ha sido posible hacerlo abiertamente todavía, porque tiene que defender la candidatura de Lula. Puertas para afuera tiene que ir con Lula a muerte.
Revista Brecha - 13 de julio 2018.