Notas acerca de la modernización económica en China

De manera sintética, este trabajo aborda las características conceptuales más relevantes contenidas en las " cuatro modernizaciones" de la economía, iniciadas en China, a partir de l979. Pone de relieve que, lo comenzado bajo el prisma político de una "reforma" en realidad, ha devenido en la gestación de un "modelo económico socialista" que, si bien no tiene definidos todos sus perfiles se aleja de lo que se conoció como "modelo económico clásico socialista", surgido con el experimento "soviético" en Rusia en 1917. Díaz Vázquez, Julio A * Fuente: Papeles del Este

La génesis de estos apuntes se encuentra en la dispar evolución que mostraron el proceso de modernización de la economía iniciado por China a finales de 1978; y el trágico destino de las “reformas” desarrolladas por la misma época y que concluyeron con el derrumbe del socialismo en el Este de Europa y en la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Así, los experimentos socialistas existentes quedaron reducidos a la región asiática y al área caribeña.
Dentro de tal cuadro, China desempeña un papel de primer orden. El país en las dos últimas décadas del siglo XX y en el primer lustro del presente siglo conoció un despertar económico-social de proporciones históricas.
El 2004, según diversos analistas y sinólogos, reafirmó a China como un polo económico mundial. En otras palabras, el crecimiento de la economía internacional en cerca de un 20% dependió del tirón que significó el salto, al tercer lugar, de China, en el comercio planetario. Con una espectacular demanda de cemento, carbón, acero, aluminio, níquel, petróleo y soja; y ser el mayor consumidor de hierro, estaño, zinc, platino y oro, el país asiático es de hecho una “locomotora” que arrastra e influye en el rumbo económico del orbe.
A la vez, los radicales cambios en el accionar y dirección de la economía, los visibles cambios en el orden económico-social que ocurren en China y Vietnam; las adecuaciones y ajustes económicos ocurridos en Cuba; y, en menor medida pero perceptibles, en la República Popular Democrática de Corea, sugieren la formación de otros desarrollos socialistas alejados de la teoría y práctica del “socialismo real.” El avance hacia la formación de modelos propios de construcción socialista refuerza las tendencias en la pluralidad de enfoques que afloran en cada país, en dependencia de las cambiantes realidades que parecen marcar los derroteros del nuevo siglo.
Por otra parte, es inmenso el torrente de tinta y papel que recoge la trayectoria que siguió el proceso de modernización que en los últimos 25 años acomete China, e igualmente abundante el cartapacio de estudios consagrados a la peculiar construcción capitalista que viven los países de la extinguida comunidad socialista del este europeo, así como los avatares de Rusia por reconstruir su particular desarrollo feudalimperialista-burgués.
Sin embargo, pocos materiales hasta el presente han intentado, fuera de las obligadas referencias generales, sistematizar las singularidades que revistió desde sus orígenes el “experimento socialista chino”, en especial en lo relativo a sus diferencias con el desarrollo y aplicación del modelo económico clásico soviético.
Asimismo, valgan dos salvedades insoslayables. La primera, recordar que cuando se habla de China no puede perderse de vista que tratamos de incursionar en una sociedad que, como grupo humano, acumula la mayor continuidad histórica en el planeta, más de cinco mil años. En segundo orden, que la ortodoxia marxista es un producto del desarrollo cultural de Europa Occidental; el trasplante a China dio lugar a una apropiación herética en medio de una sociedad campesina; el mérito de hacer que el campo cercara a la ciudad le correspondió a Mao Zedong. Por razones obvias, ambas especificidades quedan fuera del análisis.
En este contexto, las tres grandes “herejías” ocurridas dentro de los primeros treinta años de existencia del RPCh, resultan paradigmáticas. El fallido intento (19581961) de acelerar el crecimiento, el desarrollo económico y otras tareas de la edificación socialista encontró reflejo en las “tres banderas rojas”, contenidas en el “gran salto adelante”, la “nueva línea política” y la formación de las “comunas populares”. Este gigantesco experimento económico-social tuvo como sustrato colocar la política en el puesto de mando.
Mientras que la “Revolución Cultural” (1966-1976) hizo recaer la atención económico-social en la lucha de clases; en cambio las “cuatro modernizaciones” (19792005) hacen énfasis en lo correcto, erróneo, provechoso o perjudicial, según los criterios de: “lo que favorece el desarrollo de las fuerzas productivas”, el “poderío integral del país” y que contribuye a “elevar el bienestar de la población”.
Por último, nos pareció juicioso omitir las citas en el texto; esta solución, al menos, libra al lector de la pesada carga de perderse en fechas y fuentes dispersas con valor efímero. La parte central del material utilizado corresponde a textos del autor aparecidos en las revistas “Economía y Desarrollo”, “Utopías” (España), “Electrónica del CIEI”; tópicos contenidos en la monografía “La modernización de la economía china” (inédita); la prolífera fuente de obras de sinólogos consultada, así como documentos gubernamentales oficiales y de los Congresos del Partido Comunista de China (PCCh).

II

La muerte del Mao Zedong, en septiembre de 1976, trajo un período renovador en todo el entramado económico-social de China. Así, el interregno 1976-1978 constituyó un momento de transición en el afianzamiento de las fuerzas políticas que pugnaban por impulsar transformaciones en el curso económico, social y político de
China. En ese intervalo aparecieron los síntomas que propiciarían el florecimiento de “herejías” que, ahora vistas en relación con la tradición ortodoxa soviética, calificarían de derecha.
Al fallecer "El Gran Timonel" pareció que el designado Hua Guoafeng, cercano colaborador en los postreros años, se perfilaba como sucesor para llenar el vacío de poder dejado por Mao. Al mismo tiempo, se exacerbaron las discrepancias en el seno del Buró Político del PCCh en torno al liderazgo que trató de mantener la llamada "Banda de los Cuatro", nucleada alrededor de la viuda del finado. Estos últimos, personajes oscuros, encumbrados en los años de la “Revolución Cultural” y cabezas visibles de las tendencias más extremistas que pugnaban por continuar la política maoísta.
En tanto, el plan de la economía (1976-1980), inspirado en las prioridades otorgadas a la reanimación económica, quedó semiparalizado por las incertidumbres y reajustes políticos desencadenados con la desaparición de Mao. Este panorama en lo social se complicó por las devastadoras secuelas del gigantesco terremoto que azotó varias zonas industriales del país en 1976.
En lo político, la eliminación de la "Banda de los Cuatro"; el ascenso a la Secretaría General del Partido de Hu Yaobang; a lo que le siguió la rehabilitación desde 1977 de Deng Xiaoping, salido a flote en 1973 al ser nombrado Viceprimer Ministro y Jefe del Estado Mayor del Ejército y vuelto a apartar del poder en 1976, tras la enorme manifestación en la Plaza de Tiananmen en defensa de la memoria de Zhou En-lai. Eventos que, en su conjunto, propiciaron renovadores horizontes en el devenir políticoeconómico-social en China.
Quedó así despejado el camino para que en la II Sesión Plenaria del IX Comité Central (22 de diciembre de 1978) fueran resumidas tanto las experiencias positivas como negativas habidas en la senda socialista emprendida por China. Además, se aprobó la propuesta de Deng Xiaoping para realizar la restauración socialista del país, en alrededor de cien años, a partir de la fundación de la Nueva China en 1949. La disposición que sancionó el Cónclave contuvo las bases y direcciones de las "Cuatro Modernizaciones" (agricultura, industria, ciencia y defensa).
El remozamiento en lo económico-social tendría cuantitativamente tres etapas. En la primera se duplicaría el PNB de 1980 en 10 años (1990) y resuelto el problema de la subsistencia elemental de la población; la segunda se propuso para el año 2000 cuadruplicar el PNB de 1980 (se logró en 1996) y alcanzar un nivel de vida modestamente acomodado para el pueblo ( el XVI Congreso, en el 2002, confirmó el cumplimiento de este objetivo); la tercera meta señaló para mediados del presente siglo (2049) llegar al nivel de los países medianamente desarrollados en los principales indicadores macroeconómicos, en términos per-cápita.
De esta forma, en los últimos 25 años, en China, la progresiva asimilación de una economía mercantil y la apertura hacia el exterior han dado lugar, y con renovado énfasis, han producido y están generando un rápido dinamismo social y a un mayor grado de liberalización en diversos ámbitos de la sociedad.
Con una alta cuota de objetividad puede afirmase que hasta poco después de 1980 en China prevaleció una relación que pudiera designarse de “verticalidad”, donde la impronta Partido-Estado-Individuo había adquirido una elevada dosis reguladora. La sociedad parecía reflejar un carácter homogéneo y uniforme; predominaba una estructura igualitaria, que era dada por equitativa, dentro de un sistema político jerárquico y altamente concentrado de las instancias de poder.
En lo económico resultaba prioritaria la excesiva centralización. Los miembros de los diferentes sectores laborales (obreros y empleados) carecían de movilidad y por lo regular el lugar de trabajo era intransferible y vitalicio, además de estar muy segmentados. La sociedad, prácticamente, estaba cerrada al exterior.
El auge económico en los sectores que entraron, primero en la modernización, y después en la superación del “modelo” aplicado hasta entonces, trajo prosperidad y mejoría en el bienestar de millones de personas. A la vez, mostraron el lado amargo de la frustración para las generaciones que miraban al pasado y sentían que el mundo “ideológico” al que habían entregado sueños y esfuerzos desaparecía a ojos vista.
Es comprensible que los cambios estructurales que se sucedieron, la movilidad social despertada, la libertad individual para emprender iniciativas económicas, las expectativas de un futuro más prometedor para amplios grupos de la población, dieron motivos para que determinados estamentos sociales sintieran cierta sensación de descontrol y pérdida de los valores prevalecientes hasta entonces.
Pero, en lo social, la humanidad no conoce experiencia anterior en lograr la erradicación de la pobreza en la magnitud y tiempo que ha sido realizado en los últimos 25 años en China. En 1978, la población pobre, la que obtiene unos 85 dólares anuales según normas nacionales, o 200 dólares según el Banco Mundial, oscilaba entre los 250 y 265 millones de personas. Según datos de agencias chinas esta cantidad ha quedado reducida a unos 30 millones de personas; concentrados en grupos residentes en las zonas más apartadas y montañosas del país.
Sin embargo, uno de los temas recurrentes cuando se trata de visualizar toda la conmoción en el entramado social que la modernización económica acarreó tiene que ver con dos fenómenos paralelos. Uno, los grandes desplazamientos humanos. A principios de la década de los años 90 del pasado siglo este movimiento involucró cifras cercanas a los 25 millones de personas diarias; y unos 10 millones cambiaron de residencia. Los polos de atracción, desde luego, lo constituyen las ZEE y las grandes urbes sureñas.
Este flujo migratorio es compulsado por disímiles factores: sigue las pautas del mercado, son grupos heterogéneos formados por jóvenes, predominantemente varones, aunque las mujeres cuentan con ventajas para hallar empleo doméstico, en los servicios e industria ligera, etc. En general, posee un bajo nivel educativo; están fácilmente disponibles, aceptan condiciones más duras de trabajo; y quizás, uno de sus rasgos más peculiares es su carácter estacional.
La otra cara del fenómeno, la marejada migratoria tiene impactos positivos en los lugares de origen. Disminuye la densidad de población y reduce el contingente de desocupados o subempleados. Así, cuando envían dinero a los familiares originan fines de doble carácter; mejora el nivel de vida de los parientes y contribuyen al fomento de actividades de tipo artesanal o semindustrial. Lo negativo radica en que, de abandonar de forma permanente el cultivo de la tierra, afectan la producción agrícola.
El recuento sucinto del tráfico poblacional en China tiene otras aristas. Los inmigrantes suponen una mano de obra primordial para el desarrollo de las zonas urbanas en crecimiento y para el progreso económico y social del país. Ofertan trabajo manual, barato y sin seguridad social, lo que se traduce en menores costes para las empresas. Se emplean, en su mayoría, en el sector privado y no en el público, “reservado” para los habitantes locales, y son factor de competencia para los ocupados en el sector estatal.
Esta movilidad poblacional se produce de manera no organizada y en grandes avalanchas. Esto provoca problemas de embotellamiento del transporte, hacinamientos en viviendas, afectaciones a la sanidad ambiental por la mezcla humana y malos hábitos de higiene. Todos, aspectos sociales nocivos.
Por otra parte, es obvio que el impetuoso crecimiento de la economía ocurre de modo desigual. Las aéreas costeras, y fundamentalmente las provincias sureñas, acusan un dinamismo económico y social que contrasta con el secular atraso de las regiones del centro y oeste del país. El proceso de desarrollo económico no ha disminuido esas diferencias; por el contrario, se acentúan los desequilibrios territoriales, y como resultado aparecen mayores desigualdades sociales.
A la vez, otro elemento que no escapa al escrutinio de lo acaecido en China en la esfera laboral en los últimos 25 años incluye el surgimiento de un fenómeno desconocido dentro del funcionamiento del llamado “modelo maoísta”. Con la generalización del mercado se ha conformado un ejército industrial de reserva, que algunas fuentes oficiosas -prescindiendo del posible grado de exageración- fijan en unos 30 millones de personas.
Esto, con independencia que las estadísticas oficiales hacen oscilar el desempleo en las zonas urbanas en un 4-5% (el 8-10% para otras fuentes) y donde quedan excluidas las áreas rurales.
Asimismo, de modo negativo pesa considerablemente en los avances económicos que éstos hayan venido acompañados, en el aspecto social, de una galopante corrupción que en la práctica toca todas las esferas de la sociedad, incluyendo la política El comercio de influencias, las malversaciones, la participación en redes de tráfico, el nepotismo, la evasión de impuestos, las construcciones ilegales, la desviación de fondos del presupuesto, el establecimiento de negocios ilícitos, contabilizan entre las más habituales formas de prácticas corruptoras. Sin descontar que el contrabando en las aduanas, sobre todo del Sur, los grandes proyectos constructivos, los programas de desarrollo del centro-occidente del país, los fondos de pensiones, los desfalcos y otras operaciones “sucias”, involucran cantidades multimillonarias de dólares.
Pero también otras formas de delitos y violaciones legales adquieren amplia difusión. La elaboración, distribución y venta de drogas alcanzan considerables niveles, junto a la prostitución, el juego y las actividades de tipo criminal. A este flagelo se une el creciente secuestro y comercio de mujeres y niños y el contrabando interno e internacional de personas. Aunque las penas para estas y las anteriores infracciones son duras, su proliferación causa alarma entre las autoridades, que ponen en práctica severas medidas de seguridad e intensifican su persecución.
Tampoco el medio ambiente quedó al margen de los influjos trastocadores de la modernización. El panorama nacional se caracteriza por la contaminación de ríos y mares, la disminución del agua potable para la población, el incremento de la polución del aire, los ruidos, el aumento de los desperdicios sólidos, la degradación de los suelos y la reducción de las tierras de laboreo (1-3 millones de ha. al año), los cambios climáticos y los efectos de los desastres naturales.
Una conclusión parece obvia, la remodelación (revolución) económica tira de la sociedad china en todas sus vertientes: económicas, políticas y sociales. Sus efectos variopintos y contradictorios hacen más diversificada y dinámica la estructura social, en relación con los “experimentos” que condujeron a las comunas o a los desenfrenos extremistas de la “Revolución Cultural”.
En fin, los anales de la nación constatan ahora un desarrollo económico sin parangón, una apertura externa sin referentes en el pasado, ritmos de bienestar más abarcadores para amplios sectores de la estructura económica -sin vaticinios exactos- y una mayor libertad e independencia ciudadana. Lo que presagia que China entra de lleno en la sociedad globalizada y se enfrenta al reto de absorber el acervo técnicocultural-institucional mundial, sin perder la ancestral fisonomía de su muy especial cultura. El siglo XXI verificará si está ante una amenaza o un desafío social sin precedentes en su historia.
Al intentar desprender deducciones de contenido práctico, o que adquieran un vuelo generalizador de lo acaecido en la economía de China entre 1949 y 1978 y, en particular, en la etapa modernizadora transcurrida de 1979 a 2004, algunos eventos constituyen muestras evidentes a partir de los conceptos, categorías y teorías elaboradas dentro de la ortodoxia del “socialismo real” de claras “herejías de izquierda”. Sin dudas, el “Gran Salto” y la “Revolución Cultural” califican como violaciones del desarrollo histórico natural, en la historia económica legada por la existencia terrenal socialista en el corto siglo XX.
Sin embargo, a la luz de los mismos postulados, el ciclo modernizador de la economía acometido por China clasifica como otra “herejía”, aunque esta cae en el otro extremo, a la “derecha”. No obstante, el propio curso y la experiencia renovadora china confirma, después de haber asistido al naufragio del modelo económico centralizado
gestado en la URSS y las variantes instrumentadas en el centro y este europeo incluyendo la autogestión yugoslava-, de que las economías de dirección socialista carecieron, en sus mecanismos económicos, de propiedades genéticas auto correctoras.
La deducción resulta obvia, una mirada retrospectiva a la existencia del socialismo conocido haría comprensible que, al nivel de las fuerzas productivas actuales, la sociedad está distante de poder enviar el mercado, junto con la rueca y el telar manual, al museo de la historia.
Por otra parte, tampoco pueden menospreciarse en los resultados que arrojan los avances en el desarrollo económico logrado por China la situación geográfica y los elementos culturales. China acumula una vida cultural y aldeana de miles de años, donde la estructura y la tradición familiar desempeñan importantes papeles. Además, la
región asiática se ha convertido en la economía más dinámica del planeta. Crecer y desarrollarse es un imperativo de su entorno para no ser apartado del camino. El país optó por aceptar el reto de la mundialización y entrar a competir con esas reglas del juego.
La extensión territorial y poblacional no puede pasarse por alto. Diferencias regionales, zonas de pobreza, bajos niveles de transportación y comunicaciones, etc. tienen influencias evidentes para acelerar o retardar las políticas innovadoras. Aunque China en este terreno presenta grandes disparidades ello no ha impedido que el “destape de la modernización” sacara de la pobreza a millones de personas.
A su vez, una característica que, sin excepción, los analistas resaltan en el caso de las reformas realizadas en China, tendentes a la asimilación de una economía socialista de mercado, tiene que ver con la gradualidad del proceso. Sin embargo, muy frecuentemente se ignora que tal escalonamiento fue posible por haberse iniciado las “cuatro modernizaciones” a partir de la agricultura y, en general, por la amplia gama que integró en China el área privada o individual.
En tanto, el desmontaje del conceptuado como “modelo maoísta” parece confirmar que el sistema económico que hace posible administrar con éxito la pobreza resulta incapaz de generar y distribuir riqueza. Sin olvidar que la herencia autoritaria en China viene “embotellada” en un legado que acumula más de dos mil años de antigüedad.
En el terreno político, el aire modernizador en China se insufló a partir de cuadros fundadores de la Revolución, donde la cabeza más visible y descollante correspondió a Deng Xiaoping. No es ocioso mencionar que en Europa del Este y la URSS los intentos renovadores partieron de “herederos”. A lo que debe sumarse la esclerosis de la nomenclatura o burocracia como elemento refractario a cualquier
cambio que pusiera en peligro el status quo o, en último término, “cambiar para que todo siga igual”.
No obstante, en el caso de la experiencia modernizadora en China no sólo entraron en crisis los componentes básicos del modelo económico centralizado. Los ingredientes de la teoría leninista del partido no resultaron inconmovibles, sugieren algo así como adecuaciones puntuales; la anterior “herejía” revolucionaria de la toma del poder “desde el campo cercando a la ciudad” ahora parece que integrará, en el futuro próximo, la aplicación consecuente de la “triple representatividad” como secuencia y desarrollo lógico del proceso modernizador de la economía.
En la “triple representatividad” (integración al partido de obreros, campesinos y el derecho que adquieren también los “nuevos hombres dinámicos) está planteado fundir la cristalización, la deducción científica, la experiencia, el rumbo y la ubicación histórica del PCCh. A través de la dirección de la lucha revolucionaria por la conquista del poder político, la construcción del socialismo y la modernización, con su corolario renovador, el Partido se convirtió en otro, que conduce al pueblo para asumir ese poder y que además acumula larga práctica y tiempo en su ejercicio.
La organización partidista, se dice, pasó de las circunstancias de dirigir al país bajo el bloqueo exterior y un modelo de economía de planificación centralizada a un Partido que guía los objetivos sociales en las condiciones de la apertura al exterior y el desarrollo de una economía de mercado socialista.
Así, el concepto de la “triple representatividad “hoy se erige en plataforma de acción para el Partido; en fuente de estímulo para incrementar y desarrollar las fuerzas productivas y el progreso científico-técnico más avanzado; ampliar la visión teóricoideológica de la militancia y de todo el pueblo para llevar adelante la causa del “socialismo con peculiaridades chinas”. Este postulado surge como básico al revitalizarse la línea de extraer la verdad de la realidad, de manera continua emancipar las mentes y respetar las iniciativas de las masas.
Es de interés recordar que el PCCh se fundó el 1 de julio de 1921 en Shanghai. Contaba en el 2004 con más de 69 millones de miembros; de los cuales, el 12% eran obreros; un 29% funcionarios gubernamentales, personal administrativo de las empresas e instituciones de propiedad estatal y técnicos; un 32% campesinos (sin ser un partido agrario); y el restante 27% son soldados, estudiantes y jubilados. Composición ésta que parece invertir la pirámide de la concepción leninista del partido.
Al reconocerse el papel social de la “triple representatividad”, el número de habitantes que se estiman bajo el concepto de “clase media” en China es para unos especialistas cercano a los 70 millones, y para otros, abarca unos 180-200 millones, donde la extensa escala de “nuevos hombres dinámicos”, que constituyen la gran mayoría del sector, adquieren derecho de ingreso al Partido. Para algunos analistas esta situación está en concordancia con la representación de las clases simbolizadas en las estrellas de la bandera nacional.
Por otra parte, la ausencia de un mecanismo institucionalizado en el modelo bolchevique en lo tocante a la sucesión en las estructuras del poder político parece resuelto dentro del espíritu modernizador en China, al menos por el momento. El precedente que sentó Deng Xiaoping de alejarse por voluntad propia de los cargos dirigentes fue refrendado en el acuerdo del XIV Congreso del PCCh (1992) al limitar a dos mandatos, como máximo, los más altos puestos dentro de la jerarquía del Partido y el Estado.
En fin, las cuatro modernizaciones de la economía emprendidas desde 1979 en China devinieron en una “herejía”, al verificarse su desempeño en relación con la ortodoxia sustentada en los pilares del modelo generalizador que pareció desprenderse del experimento soviético entronizado en la Rusia de los Zares. En tanto, lo iniciado como un primer paso en todo este largo camino, sustentado en la categoría de la “etapa primaria del socialismo”, puede ser interpretada en calidad de versión china del período de transito, en concordancia con la teoría aceptada en los extinguidos ensayos socialistas de Europa
del Este y la URSS.
Además, el “socialismo con características chinas” ha servido para fundamentar la gradual asimilación de las palancas monetario-mercantiles y, en especial, el papel del mercado en la economía de China. Desde la perspectiva histórica, esta tentativa parece confirmar las conclusiones de diversos especialistas: el modelo clásico socialista soviético no era reformable. En otro sentido, el desmontaje económico-social-político destapado con la renovación de la economía no se sustentó en una estrategia preconcebida, más bien, el camino a seguir lo fue mostrando lo que arrancó como una práctica reformista.
En definitiva, es indudable que China está en camino de gestar un nuevo modelo económico-social, que aún no ha definido todos sus contornos. No corresponden al socialismo real”; sus patrones se alejan del socialismo de Estado, y la etapa primaria del socialismo es sólo una transición. Los calificativos de identificarlo con el capitalismo
parecen objetivos, al reconocer que variadas formas capitalistas y socialistas por largo tiempo cohabitarán. Pero, con independencia de las formas materiales que adopte, es predecible que la genética del modelo, aún con rasgos futuros en desarrollo, no será de
igual paño a los contenidos en los perfiles esenciales del modelo clásico socialista que la historia desechó.
Por último, contando los retrocesos y ajustes que experimentó su puesta en marcha desde 1979, el curso de las políticas económicas instrumentadas en el contexto de las “cuatro modernizaciones” demuestra que en su evolución el pragmatismo derivado de los hechos, más que cualquier construcción a priori, ha resultado determinante. Ello confirma la opinión prevaleciente entre los sinólogos en cuanto a la primacía del principio empírico, la prueba concreta, el experimento, por encima del prisma ofrecido o elaborado por la teoría.
Pero, en resumen, el pragmatismo es causa y efecto de las transformaciones prácticas. Así, pasar el río tanteando las piedras sería una parábola acertada para definir esta situación. Pero la propia vida, en un lenguaje transparente, ratifica que un proceso tan radical nos lleva a la disyuntiva: ¿Es una Modernización, una Reforma o una Revolución lo que acontece en lo económico-político-social en China? Prueba, además, que las experiencias de los últimos cinco lustros evidencian que no se puede pasar un inmenso e impetuoso río tanteando las piedras.

* Profesor Titular
Centro de Investigaciones de Economía Internacional
Universidad de La Habana

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