Las argucias para difundir la verdad entre muchos
De ESCRITOS POLÍTICOS, Bertolt Brecht (Ed. Tiempo Nuevo)
Muchos, orgullosos de poseer el valor de expresar la verdad, dichosos por haberla encontrado, fatigados quizás por el trabajo que cuesta presentarla en una forma manejable, esperando impacientes la intervención de aquellos cuyos intereses defienden, no consideran necesario además el empleo de argucias especiales en la difusión de la verdad. A menudo pierden así toda la eficacia de su trabajo. En todos los tiempos se empleó la argucia para la difusión de la verdad, cuando la misma era reprimida y ocultada. Confucio falsifica un viejo calendario histórico patriótico. Sólo modifica ciertas palabras. Donde decía: "El gobernador de Kun hizo matar al filósofo Wan por haber dicho tal y cual cosa", Confucio sustituyó "matar" por "asesinar". Si se decía que el tirano Fulano murió a causa de un atentado, él escribía "fue ejecutado". De esa manera, Confucio abrió el sendero de un nuevo modo de juzgar la historia.
Quien en nuestro tiempo diga población en lugar de pueblo y propiedad rural en lugar de tierra ya estará dejando de apoyar numerosas mentiras. La palabra pueblo implica una cierta homogeneidad y alude a intereses comunes, por lo cual sólo debería empleársela cuando se hable de varios pueblos, puesto que a lo sumo entonces cabe imaginar una comunidad de intereses. La población de una comarca tiene intereses diferentes, incluso mutuamente opuestos, y ésta es una verdad que se reprime. Así, aquel que dice "tierra" y describe los campos con destino a narices y ojos, al hablar de su olor a tierra y de su color, sostiene también las mentiras de los que mandan; pues lo que importa no es la fertilidad del suelo ni el amor que le tenga el hombre, ni su empeño, sino principalmente el precio del cereal y el precio del trabajo. Aquellos que extraen el lucro de la tierra no son los mismos que extraen de ella el cereal, y en las Bolsas se desconoce el olor de los terrones. Las Bolsas tienen otro olor. En cambio "la propiedad rural" es la expresión adecuada; con ella puede engañarse menos. Allí donde reina la opresión habría que elegir, a cambio de la palabra disciplina, la palabra obediencia, porque la disciplina también es posible sin gobernantes, por lo cual tiene en sí algo más noble que la obediencia. Y mejor que la palabra honor resulta la palabra dignidad humana. Con ella, el individuo no desaparece tan fácilmente del campo de observación. ¡Pues ya sabemos qué clase de canalla pugna por poder defender el honor de un pueblo! Y con qué derroche distribuyen el honor los saciados a quienes los sacian, al tiempo que ellos mismos pasan hambre. La argucia de Confucio aún puede emplearse hoy en día. Confucio sustituía juicios injustificados de procesos nacionales por otros justificados. En inglés Tomás Moro describió, en su Utopía, un país en el cual imperaban condiciones justas; tratábase de un país muy diferente al país en el que vivía, pero se le asemejaba mucho, salvo en esas condiciones.
Lenín, amenazado por la policía del zar, quiso describir la explotación y el sojuzgamiento de la isla Sajalin por la burguesía rusa. Cambió a Rusia por Japón y a Sajalin por Corea. Los métodos de la burguesía japonesa recordaron a todos los lectores los métodos rusos utilizados en Sajalin, pero ese escrito no fue prohibido ya que el Japón estaba enemistado con Rusia. Muchas cosas que en Alemania no pueden decirse sobre Alemania, sí pueden decirse referidas a Austria.
Existen variadas argucias mediante las cuales es posible engañar al receloso Estado.
Voltaire combatía la creencia en milagros de la Iglesia escribiendo un poema galante sobre la Doncella de Orleans. Describió los milagros que indudablemente debieron haber ocurrido para Juana siguiese siendo doncella en un ejército, en una corte y entre los monjes.
Mediante la elegancia de su estilo y describiendo aventuras eróticas, provenientes de la opulenta vida de los gobernantes, tentó a estos a abandonar una religión que les procuraba los medios para esa vida relajada. Más aún, de ese modo creó la posibilidad de que sus trabajos llegaran por vías ilegales hacia aquellos a quienes estaban destinados. Los poderosos de entre sus lectores fomentaban o toleraban su difusión. Abandonaban así a la policía que defendía sus diversiones. Y el gran Lucrecio subraya expresamente que mucho espera de la belleza de sus versos para la difusión del ateísmo epicúreo.
En efecto, un alto nivel literario puede servir de protección a un testimonio. Sin embargo, a menudo también despierta sospechas. Entonces puede ocurrir que se lo haga descender adrede. Ello sucede, por ejemplo, cuando se introducen de contrabando, en la forma desdeñada de la novela policial, descripciones de situaciones anómalas en lugares que no llamen la atención. Esta clase de descripciones justificarían por entero una novela policial.
Partiendo de consideraciones de mucha menor monta, el gran Shakespeare hizo descender el nivel cuando creó en forma intencionalmente carente de fuerza el parlamento de la madre de Coriolano con el que ésta enfrenta a su hijo que se dirige contra su ciudad patria, pues quería que lo que detuviera a Coriolano en su plan no fuesen razones verdaderas o una profunda emoción, sino una cierta inercia, con la cual se entregaba a una antigua costumbre. En Shakespeare encontramos también una muestra de difusión de la verdad mediante una argucia en el discurso de Antonio junto al cadáver de César. Antonio subraya incesantemente que Bruto, el asesino de César, es un hombre honorable, pero también describe su acción, y la descripción de esa acción es más impresionante que la de su autor; de este modo, el orador se deja vencer por los propios hechos; les confiere mayor elocuencia que "a sí mismo". (...)
En un folleto, Jonathan Swift propuso que, a fin de que el país llegara al bienestar, se ahumaran los brazos de los niños y se los vendiera como carne. Formuló cálculos exactos, que demostraban cuánto podía ahorrarse de no arredrarse ante nada.
Swift se hacía el tonto. Defendía una determinada manera de pensar, que le era odiosa, con mucho fuego y gran minuciosidad, en un problema en el cual todo el mundo podía reconocer claramente toda su infamia. Todo el mundo podía ser más inteligente, o cuando menos más humano que Swift, sobre todo quien hasta el momento no había examinado ciertos puntos de vista en cuanto a las consecuencias que de ellos resultaban.
La propaganda a favor del pensamiento, cualquiera sea el terreno en el que tenga lugar, resulta útil a la causa de los oprimidos. Una propaganda de esa índole es sumamente necesaria. Bajo gobiernos que sirven a la explotación, se considera como bajo al pensamiento.
Se considera bajo lo que es útil a quienes son mantenidos a bajo nivel. Se considera baja la preocupación constante por saciar el hambre; el desdén por los honores que se prometen a los defensores del país en el que pasan hambre; la duda respecto al líder, cuando éste nos lleva hacia la desgracia; la aversión al trabajo que no alimenta a quien lo realiza; la rebeldía contra la obligación de tener un comportamiento carente de sentido; la indiferencia hacia la familia, a la cual de nada sirve ya el propio interés. Se denuesta a los que pasan hambre llamándoselos glotones que nada tienen que defender, cobardes que dudan de su opresor, gentes que dudan de sus propias fuerzas, que pretenden un salario a cambio de su trabajo, haraganes, etc. Bajo esta clase de gobiernos, el pensar se considera en forma totalmente general como algo bajo y cae en descrédito. No se lo predica ya en ninguna parte, y se lo persigue allí donde se presente. Sin embargo, existen siempre terrenos en los cuales se puede señalar impunemente los resultados del pensamiento; se trata de aquellos terrenos en los cuales las dictaduras necesitan el pensamiento. Así, por ejemplo, es posible demostrar los resultados del pensamiento en el terreno de la ciencia y la técnica bélicas. También el racionamiento de las reservas de lana a cargo de organizaciones y el invento de sucedáneos requiere el pensamiento. El empeoramiento de los alimentos, la instrucción de los adolescentes para la guerra, todo ello requiere el pensamiento; es posible describirlo. Se puede eludir con argucias el elogio a la guerra, del fin impensado de ese pensamiento; de ese modo el pensamiento que surge de la cuestión acerca del mejor modo de llevar a cabo una guerra, puede llevar al interrogante de si esa guerra tiene sentido, y ser empleado en la cuestión acerca de la mejor manera de evitar una guerra sin sentido.
Desde luego, difícilmente pueda plantearse esta cuestión en forma abierta. Entonces, ¿no es posible aprovechar el pensamiento que se ha propagado, es decir no puede dársele una forma en la que intervenga? Es posible.
Para que en una época como la nuestra siga siendo posible la opresión que sirve a la explotación de una parte (mayor) de la población por parte de la otra parte (menor), se requiere una muy determinada posición fundamental de la población, que debe extenderse a todos los terrenos. Un descubrimiento en el terreno de la zoología, como el del inglés Darwin, súbitamente pudo volvérsele peligroso a la explotación; sin embargo, durante un tiempo sólo la Iglesia se preocupó por él, mientras que la policía nada advertía aún. Las investigaciones realizadas por los físicos durante los últimos años llevaron a conclusiones en el terreno de la lógica que, con todo, pudieron tornarse peligrosas para una serie de dogmas que sirven a la represión. El filósofo estatal prusiano Hegel, ocupado en complejas investigaciones en el terreno de la lógica, suministró a Marx y Lenín, los clásicos de la revolución proletaria, métodos de incalculable valor. El desarrollo de las ciencias tiene lugar en forma conexa pero despareja, y el Estado no está en condiciones de vigilarlo todo. Los adalides de la verdad pueden escoger sitios de combate relativamente no observados. Todo depende de que se predique un pensamiento correcto, un pensamiento que interrogue a todas las cosas y procesos acerca de su aspecto transitorio y modificable.
Los dominadores tienen una gran aversión a las grandes modificaciones. Querrían que todo quedase tal cual, de ser posible durante mil años. Lo mejor sería que la luna se detuviese y que el sol cesara en su carrera. Entonces ya nadie tendría hambre ni querría comer por la noche. Una vez que han disparado querrían que el adversario ya no pudiese disparar; su propio disparo tendría que ser el último. Un enfoque que destaque especialmente lo transitorio es un buen medio para alentar a los oprimidos. También el hecho de que en cada cosa y en cada situación se anuncie y crezca una contradicción es cosa que debe oponerse a los vencedores. Un enfoque tal (como la dialéctica, la teoría del flujo de las cosas) puede practicarse en la investigación de objetos que se le escapan a los dominadores durante un tiempo. Se lo puede emplear en la biología o en la química. Pero también puede ser aplicado a la descripción de las vicisitudes de una familia, sin despertar demasiado la atención. La dependencia de todas las cosas con respecto a muchas otras que se modifican constantemente, es un pensamiento peligroso para las dictaduras y puede manifestarse en variadas formas sin ofrecer asidero a la policía. Una descripción completa de todas las circunstancias y procesos que afectan a un hombre que abre una venta de tabacos puede ser un rudo golpe a la dictadura. Todo aquel que reflexione un poco descubrirá por qué.
Los gobiernos que conducen a las masas humanas hacia la miseria deben evitar que se piense en el gobierno en medio de la miseria. Hablan mucho acerca del destino. Este, y no ellos, es el culpable de la escasez. Quien investigue la causa de la escasez es arrestado antes de toparse con el gobierno. Pero es posible enfrentar en general el palabrerío acerca del destino; se puede mostrar que el hombre depara su destino al hombre.
A su vez, esto puede ocurrir de múltiples maneras. Por ejemplo, se puede relatar la historia de una granja, verbigracia una granja de Islandia. Toda la aldea comenta que una maldición flota sobre esa granja. Una campesina se ha arrojado al pozo y un campesino se ha ahorcado. Un día tiene lugar una boda; el hijo del campesino se casa con una muchacha que aporta algunos campos al matrimonio. La maldición se aleja de la granja. La aldea no se pone de acuerdo al juzgar el feliz viraje. Algunos se lo atribuyen a la radiante naturaleza del joven campesino, y otros a los campos aportados por la joven campesina, sólo gracias a los cuales la granja puede vivir. Pero incluso en un poema que describe un paisaje se puede lograr algo, cuando se le incorporan a la Naturaleza las cosas creadas por el hombre.
Se necesitan las argucias a fin de difundir la verdad.
Fuente: revista Contratiempo