Autores más citados - Paolo Virno
I - Paulo Virno : virno@micanet.net
Nacido en Nápoles el 27.06.1952. Graduado con sobresaliente en Filosofía el 5.12.1977 cerca de la universidad de Roma" Usted Sabiduría", con la Tesis: El concepto de trabajo y la teoría del conocimiento en Th. W. Engalanado, relator Angelo Sabatini, correlatore Francesco Valentini. Profesor a contrato complementario de la enseñanza de Historia de la Filosofía cerca de la universidad de Urbino en el 1994-96, (corrido sobre el concepto de dynamis y la modalidad de lo posible), y sobre la tesis de Kojève de un" fin de la historia".
Invitado por la universidad de Montréal a tener un ciclo de seminarios en el 1996. Profesor a contrato complementario de la enseñanza de Filosofía del Lenguaje cerca de la universidad de Calabria en el 1995-99, corrido": El yo-aquí-hora entre Hegel y Benveniste"," El De Magistro de Agostino"," Potenza/atto y langue/parole"," Ética y retórica".
Profesor a contrato de Semiótica del texto en el 1999-2000 cerca de la universidad de Calabria. Profesor a contrato de Ética de la comunicación cerca de la Facultad de Cartas y Filosofía de la universidad de Calabria del 2000/01.
Sus búsquedas actuales versan principalmente sobre: 1, Temas teóreticas centrales de la filosofía, afrontadas específicamente con instrumentos y conceptos llevados por la filosofía del lenguaje: el estatuto de la subjetividad, la noción de" mundo", las categorías de' potencia' y posible', la estructura del tiempo histórico, límites del lenguaje y cuestión religiosa, con el intento general de contribuir, de la prospectiva filosófico-lingüística, a reformular una ontología materialística no afligida por simplificaciones y reduccionismos; y sobre 2, Usted dimensión ética de la comunicación lingüística. Al primero ámbito de búsqueda se refieren la primera parte del libro Convención y materialismo, 1986 y el libro Palabras con palabras, 1995, mientras los libros Mundanidad, 1994 y El recuerdo del presente, 1999, constituye en cambio un tipo de" puente" entre los intereses teóretico-lingüísticos y aquellos ético-lingüísticos. Al segundo ámbito de búsqueda atañe la segunda parte del libro Convención y materialismo, titulada" Ética y retórica", además de numerosos artículos y sabios dedicados a: las tonalidades emotivas o sentimientos fundamentales, que caracterizan la tarda modernidad, Limites du langage et communauté réelle, 1987, Ambivalencia del desengaño, 1990a, Horror familiar, 1992a,; el análisis lingüístico de las formas de vida metros, Un laberinto de palabras, 1990b,; el papel creciente de la comunicación en la producción post-taylorista, El lenguaje sobre el escenario, 1991a, Del virtuosismo, 1994, lo charla y la curiosidad, 2000,; una definición filosófica de" sociedad del espectáculo", El lenguaje sobre el escenario, 1991a.
Dos de estos sabios le está en Opportunisme, cynisme et peur (1991), otros en el volumen collettaneo Radical Thought en Italy (1996).
Volúmenes: - Convención y materialismo, Roma: Y. Theoria, 1986. - Opportunisme, cynisme et peur. Ambivalence du désenchantement suivi de Les labyrinthes del langue, Paris-Combas: Editions del éclat, 1991. - Mundanidad. La idea de" mundo" entre experiencia sensible y esfera pública, Roma: Y. Manifestolibri, Usted anzuelos, 1, 1994. - Palabras con palabras. Poderes y límites del lenguaje, Roma: Donzelli, 1995. - con Michael Hardt, eds., Radical Thought en Italy. Potential Politics, Minnesota University Press, 1996. - El recuerdo del presente. Ensayo sobre el tiempo histórico, Turín: Sellados Boringhieri (Temas) 82, 1999.
Principales artículos recientes: 1987" Limites du langage et communauté réelle", En: AaVv, Usted radicalité du quotidien. Communauté et informatique, VLB Editeur, Montréal, Canadá, 1987, pp. 75-86. 1990a" Ambivalencia del desengaño", En: AaVv, Sentimientos del aldiqua, Theoria, Roma 1990, pp. 13-41. 1990b" Un laberinto de palabras. Por un análisis lingüístico de la metrópoli", En: AaVv, Usted ciudad sin lugares, Y. Costa & Nolan, Génova 1990, pp. 61-89. 1991a" El lenguaje sobre el escenario", En: AaVv, LOS situazionisti, Manifestolibri, Roma 1991, pp. 19-26. 1991b" El lenguaje entre el vado"," Lugar común", n. 2, Roma 1991, pp. 5-9. 1991c" Afasia y libertad de lenguaje"," Lugar común", n. 3, Roma 1991, pp. 57-62. 1992a" Horror familiar", En: AaVv, Raíces y naciones, Manifestolibri, Roma 1992, pp. 15-19. 1992b" EL rompecabezas del materialista", En: AaVv, El filósofo en burgués, Manifestolibri, Roma 1992, pp. 50-63. 1992c" Quelques bloc de notas à propos du' General Intellect"," Futur Antérieur", n. 10, el Harmattan, Paris 1992, pp. 45-54. 1994" del virtuosismo"," Tramitación", n. 7, Guerini & Asociados, Milán 1994, pp. 215-29. 1995" el fenómeno del' déjà vu' y el fin de la Historia"," Futuro perfecto", n. 2, Roma 1995, pp. 48-67. 1999" el vacío como inactualidad"," Gomorra", n. 4/5, 1999, pp. 51-3. 2000" La charla y la curiosidad"," DeriveApprodi", n. 19, 2000, pp. 60-5. en prensa" Sensaciones conclusivas", En: LOS sentidos, Roma: Ediciones Fahrenheites 451 (Montag) VOSOTROS, 2001.
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II - Do you remember counterrevolution?
Paolo Virno
¿Qué significa la palabra "contrarrevolución"?. Por ésta, no debe entenderse solamente una represión violenta (aunque, ciertamente, la represión nunca falte). No se trata de una simple restauración del ancien régime, es decir del restablecimiento del orden social resquebrajado por conflictos y revueltas. La "contrarrevolución" es, literalmente, una revolución a la inversa. Es decir: una innovación impetuosa de los modos de producir, de las formas de vida, de las relaciones sociales que, sin embargo, consolida y relanza el mando capitalista. La "contrarrevolución", al igual que su opuesto simétrico, no deja nada intacto. Determina un largo estado de excepción, en el cual parece acelerarse la escansión de los acontecimientos. Construye activamente su peculiar "nuevo orden". Forja mentalidades, actitudes culturales, gustos, usos y costumbres, en suma, un inédito common sense. Va a la raíz de las cosas y trabaja con método.
Pero hay más: la "contrarrevolución" se sirve de los mismos presupuestos y de las mismas tendencias (económicas, sociales y culturales) sobre las que podría acoplarse la "revolución", ocupa y coloniza el territorio del adversario y da otras respuestas a las mismas preguntas. Reinterpreta a su modo (y las cárceles de máxima seguridad, a menudo, facilitan esta tarea hermenéutica) el conjunto de condiciones materiales que convertirían la abolición del trabajo asalariado en algo simplemente realista: reduce este conjunto a provechosas fuerzas productivas. Además, la "contrarrevolución" transforma en pasividad despolitizada o en consenso plebiscitario los mismos comportamientos que parecían implicar el deterioro del poder estatal y la actualidad de un autogobierno radical. Por esta razón, una historiografía crítica, reacia a idolatrar la autoridad de los "hechos consumados", debe esforzarse en reconocer, en cada etapa y en cada aspecto de la "contrarrevolución", la silueta, los contenidos, la cualidad de la revolución posible. La "contrarrevolución" italiana comienza a finales de los años setenta y se prolonga hasta el día de hoy. Presenta numerosas estratificaciones. Como un camaleón, cambia muchas veces de aspecto: "compromiso histórico" entre Dc y Pci, craxismo triunfante y reforma del sistema político tras el derrumbe de los regímenes del Este. Sin embargo, no resulta difícil comprender a simple vista los Leitmotiv que recorren todas sus fases. El núcleo unitario de la "contrarrevolución" italiana de los años ochenta y noventa consiste: a) en la plena afirmación del modo de producción posfordista (tecnología electrónica, descentralización y flexibilidad de los procesos de trabajo, el saber y la comunicación como principal recurso económico, etc.); b) en la gestión capitalista de la brusca reducción del tiempo de trabajo socialmente necesario (part-time, jubilaciones anticipadas, paro estructural, precariedad de larga duración, etc.); en la crisis drástica y casi irreversible de la democracia representativa. La Segunda república hunde sus raíces en esta base material. Constituye el intento de adecuar la forma y el procedimiento de gobierno a las transformaciones ya ocurridas en los lugares de producción y en el mercado de trabajo. Con la Segunda república, la "contrarrevolución" posfordista se dota, en definitiva, de una constitución propia y llega así a buen término.
Las tesis histórico-políticas que siguen a continuación se proponen extrapolar algunos aspectos sobresalientes de los hechos italianos de los últimos quince años. Para ser exactos, aquellos aspectos que provean la discusión teórica de un trasfondo empírico inmediato. Cuando un acontecimiento concreto demuestre tener un valor ejemplar (o bien cuando permita presagiar una "ruptura epistemológica" y una innovación conceptual) profundizaremos en él mediante un excursus, cuya función es similar, en todos los sentidos, al "primer plano" cinematográfico.
1. El posfordismo, en Italia, ha sido el bautismo del denominado "movimiento del 77", o sea de las duras luchas sociales de una fuerza de trabajo escolarizada, precaria, móvil, que odia la "ética del trabajo", se contrapone frontalmente a la tradición y a la cultura de la izquierda histórica y señala una clara discontinuidad respecto al obrero de la línea de montaje. El posfordismo se inaugura con revueltas.
La obra maestra de la "contrarrevolución" italiana reside en haber transformado en requisitos profesionales, ingredientes de la producción de plusvalor y fermento del nuevo ciclo de desarrollo capitalista, las inclinaciones colectivas que, en el "movimiento del 77", se presentaban, en cambio, como antagonismo intransigente. El neoliberalismo italiano de los años ochenta es una especie de 77 invertido. Y al contrario: aquella antigua estación de conflictos continúa representando, todavía hoy, la otra cara de la moneda posfordista, la cara rebelde. El movimiento del 77 constituye, por usar una bella expresión de Hannah Arendt, un "futuro a la espalda", el recuerdo de aquello que podrían ser las luchas de clase prossime venture.
1º excursus. Trabajo y no-trabajo: el éxodo del 77.
Como ocurre con toda auténtica novedad, el movimiento del 77 padeció la mortificación de verse confundido con un fenómeno de marginación. Aparte de sufrir la acusación, más complementaria que contradictoria, de parasitismo. Estos conceptos invierten la realidad de forma tan completa y precisa que resultan bastante indicativos. En efecto, quienes tomaron por marginales o parásitos a los "intelectuales descalzos" del 77, a los estudiantes-trabajadores y a los trabajadores-estudiantes, a los precarios de toda calaña, fueron aquellos que sólo consideraban "central" y "productivo" el puesto fijo en la fábrica de bienes de consumo duraderos. Todos aquellos, por tanto, que miraban a aquellos sujetos desde la perspectiva del ciclo de desarrollo en declive. Y que, sin embargo, constituye una perspectiva, ésta sí, con riesgo de marginalidad y también de parasitismo. Por el contrario, en cuanto se atiende, a las grandes transformaciones de los procesos productivos y de la jornada social de trabajo, que se pone en marcha entonces, no es difícil reconocer en los protagonistas de aquellas luchas de calle algún contacto con el corazón mismo de las fuerzas productivas.
El movimiento del 77 da voz por un momento a la composición de clase transformada que comienza a configurarse tras la crisis del petróleo y de la cassa integrazione en las grandes fábricas, en el inicio de la reconversión industrial. No es la primera vez, por otra parte, que una revolución radical del modo de producción viene acompañada por una conflictividad precoz de los estratos de la fuerza de trabajo a punto de pasar a ser el eje de la nueva configuración. Basta pensar en la peligrosidad social que, en el siglo XVII, marcó a los vagabundos ingleses, ya expulsados del campo y a punto de ser introducidos en las primeras manufacturas. O en las luchas de los descualificados americanos, en los primeros diez años de este siglo, luchas que precedieron al giro fordista y taylorista, basado justamente en la descualificación sistemática del trabajo. Cada brusca metamorfosis de la organización productiva, como se sabe, está destinada, en principio, a recordar los afanes de la "acumulación originaria" y debe por ello transformar desde el principio una relación entre "cosas" (nuevas tecnologías, distinta localización de las inversiones, fuerza de trabajo dotada de ciertos requisitos específicos) en una relación social. Pero precisamente en este recorrido se manifiesta, a veces, la cara oculta subjetiva de aquello que después pasa a ser un inexpugnable recorrido de hechos.
Las luchas del 77 asumen como propia la fluidez del mercado de trabajo, haciéndola un terreno de agregación y un punto de fuerza. La movilidad entre trabajadores diferentes y entre trabajo y no trabajo, en lugar de pulverizar, determina comportamientos homogéneos y actitudes comunes, se llena de subjetividad y conflicto. Sobre este panorama, comienza a recortarse la tendencia que después, en los años siguientes, será analizada por Dahrendorf, Gorz y muchos otros: contracción del tradicional empleo manual, crecimiento del trabajo intelectual masificado y paro ligado a la falta de inversiones (causado por el desarrollo económico, no por sus dificultades). De esta tendencia, el movimiento supone la representación de una parte, la hace visible por primera vez y, en cierto modo, la bautiza, pero torciendo su fisonomía en sentido antagonista. Decisiva fue, entonces, la percepción de una posibilidad: la de concebir el trabajo asalariado como el episodio de una biografía, en lugar de como una cadena perpetua. Y la consiguiente inversión de expectativas: renuncia a darse prisa por entrar en la fábrica y mantenerse, búsqueda de cualquier camino para evitarla y alejarla de sí. La movilidad, de condición impuesta, pasa a ser regla positiva y aspiración principal; el puesto fijo, de objetivo primario, se transforma en excepción o paréntesis.
Es a causa de tales tendencias, bastante más que por la violencia, por lo que los jóvenes del 77 se volvieron sencillamente indescifrables para la tradición del movimiento obrero. Ellos transformaron a la inversa el crecimiento del área del no trabajo y de la precariedad en un recorrido colectivo, en una migración consciente del trabajo de fábrica. Antes que resistir a ultranza a la reestructuración productiva, se fuerzan límites y trayectorias, en el intento de obtener consecuencias impropias y favorables para sí mismos. Antes que encerrarse en un fortín asediado, abocados a una derrota apasionada, se ensayan las posibilidades de empujar al adversario a atacar fortines vacíos, abandonados previamente. La aceptación de la movilidad se une a la búsqueda de una renta garantizada como una idea de producción más cercana a la exigencia de autorrealización. Es decir, lo que se rompe es el nexo entre trabajo y socialización. Momentos de hermandad comunitaria son experimentados fuera y contra la producción directa. Después, esta socialización independiente se hace valer, como insubordinación, incluso en el lugar de trabajo. Asume un peso decisivo la opción "por la formación ininterrupida", es decir la continuación de la formación académica, incluso después de haber encontrado empleo: esto alimenta la así llamada rigidez de la oferta de trabajo, pero sobre todo hace que la precariedad y el trabajo negro tengan como protagonistas sujetos cuya red de saberes e informaciones son siempre exorbitantes respecto a las profesiones distintas y cambiantes. Se trata de un exceso no desposeible, no reconducible a la cooperación productiva dada: su inversión o su derroche están, por tanto, ligados a la posibilidad de poblar y habitar establemente un territorio situado más allá de la prestación salarial.
Este conjunto de comportamientos es obviamente ambiguo. Es posible leerlo, de hecho, como una respuesta pauloviana a la crisis del Estado asistencial. Conforme a esta interpretación, los asistidos viejos y nuevos bajan al campo de batalla para defender las propias posiciones, excavadas de forma diferente en el gasto público. Encarnan aquellos costes ficticios que el empuje neoliberal y anti-welfare intenta abolir, o al menos contener. La izquierda puede incluso defender a estos hijos espurios, pero con cierta vergüenza, y condenando de todos modos su "parasitismo". Pero quizás es precisamente el 77 el que ilumina con muchas otras luces la crisis del welfare state, redefiniendo de raíz la relación entre trabajo y asistencia, entre costes reales y "costes falsos", entre productividad y parasitismo. El éxodo de la fábrica, que en parte anticipa y en parte imprime otra cara al incipiente paro estructural, sugiere de forma provocadora que en el origen del desorden del Estado asistencial está, si acaso, el desarrollo asfixiante, inhibido, ni tan siquiera modesto, del área del no trabajo. Como si dijéramos: no es que haya demasiado no trabajo, sino demasiado poco. Una crisis, por tanto, causada no por las dimensiones asumidas por la asistencia, sino por el hecho de que la asistencia se amplía, en su mayor parte, bajo la forma de trabajo asalariado. Y, viceversa, por el hecho de que el trabajo asalariado se presenta, desde un cierto momento en adelante, como asistencia. Además, las políticas de pleno empleo en los años treinta ¿no habían surgido justamente con la consigna "cava agujeros y luego rellénalos"?
El punto central - que se manifiesta en el 77 en forma de conflicto y, después, durante los años ochenta, como paradoja económica del desarrollo capitalista- es el siguiente: el trabajo manual atomizado y repetitivo, a causa de sus costes inflacionistas y sin embargo rígidos, muestra un carácter no competitivo respecto a la automatización y, en general, con una nueva secuencia de aplicaciones de la ciencia sobre la producción. Muestra la cara de coste social excesivo, de asistencia indirecta, encubierta e hipermediada. Pero el haber hecho la fatiga física radicalmente "antieconómica" es el extraordinario resultado de décadas de luchas obreras: no hay en verdad nada de qué avergonzarse. De este resultado, repetimos, se apropia por un momento el movimiento del 77, señalando a su modo el carácter socialmente parasitario del trabajo bajo el patrón. Es un movimiento que se sitúa, en muchos sentidos, a la altura de la new wave neoliberal, ya que busca otra solución para los mismos problemas con los que ésta se enfrentará más tarde. Busca y no encuentra, implosionando rápidamente. Pero pese a haberse quedado en estado de síntoma, aquel movimiento representó la única reivindicación de una vía alternativa en la gestión del fin del "pleno empleo".
2. La izquierda histórica, después de haber contribuido a la aniquilación (también en el sentido militar del término) de los movimientos de clase y a la primera fase de la reconversión industrial, se fue quedando progresivamente fuera de juego. En 1979, el gobierno de los "acuerdos amplios", también denominado gobierno de "solidaridad nacional", apoyado sin reservas por el Pci y por su sindicato, llegó a su fin. La iniciativa política quedó enteramente en manos de las grandes empresas y de los partidos de centro.
Siguiendo un guión clásico, las organizaciones obreras reformistas fueron cooptadas a la dirección del Estado dentro de una fase de transición, caracterizada por un "ya no" (ya no rige el modelo fordista-keynesiano) y por un "todavía no" (todavía no se da un pleno desarrollo de la empresa en red, del trabajo inmaterial, de las tecnologías informáticas), en la cual se trataba de contener y reprimir la insubordinación social. Por consiguiente, tan pronto como el nuevo ciclo de desarrollo se puso en marcha, tan pronto como el obrero-masa de la cadena de montaje perdió definitivamente su propio peso contractual y político, la izquierda oficial se convirtió en un lastre inútil, que había que quitarse de encima lo más pronto posible.
El declive del Pci tiene su origen en los últimos años setenta. Se trata de un acontecimiento "occidental", italiano, conectado con la nueva configuración del proceso laboral. Sólo a causa de una ilusión óptica se puede llegar a pensar que este declive, que en 1990 conducirá a la disolución del Pci y al nacimiento del Partido democrático de la izquierda (Pds), fue producido por la conflagración del "socialismo real", es decir, por la inmediatamente sucesiva caída del Muro.
La sanción simbólica de la derrota sufrida por la izquierda histórica tuvo en verdad lugar a mediados de los años ochenta. En 1984, el gobierno dirigido por Bettino Craxi abolió el "punto de contingencia", es decir, el mecanismo de adecuación de los salarios a la inflación. El PCI convocó un referéndum para restablecer esta importante conquista sindical de los años setenta. Lo convocó y, en 1985, lo perdió estrepitosamente. La consecuencia de esta debacle fue que, a partir de ese momento, el partido y el sindicato asumieron posiciones "realistas", es decir, de colaboración con el gobierno, en lo que se refiere a salario y jornada de trabajo. Desde 1985 en adelante, desapareció toda tutela "socialdemócrata" o "sindicalista" de las condiciones materiales del trabajo dependiente. La clase obrera posfordista tendría que vivir sus primeras experiencias sin poder contar en ningún momento con un partido "propio" o con un sindicato "propio". Nunca había ocurrido algo así en Europa, desde los días de la primera revolución industrial.
Segundo excursus. Los cambios en la Fiat en los años ochenta.
En la Fiat, entre dos décadas, se deja ver con ejemplar nitidez la feroz "dialéctica" entre la espontaneidad conflictiva de la joven fuerza de trabajo, el Pci y la empresa a punto de cambiar su fisionomía. El microcosmos Fiat anticipa y compendia la "gran transformación" italiana. Es un acto único dividido en tres escenas.
Primera escena. En julio de 1979, la Fiat está bloqueada por una huelga "indefinida" que, en muchos aspectos, se asemeja a una verdadera ocupación de la fábrica. Es el momento culminante de la contienda por el convenio integral de empresa. Pero, sobre todo, es el último y gran episodio de la ofensiva obrera de los años setenta. Sus protagonistas absolutos son los diez mil nuevos "contratados", que han comenzado a trabajar en la Fiat a partir de los últimos dos años. Se trata de obreros "extravagantes", que se parecen en todo (mentalidad, costumbres metropolitanas, escolarización) a los estudiantes y a los precarios que habían llenado las calles en el año 77. Los nuevos "contratados" se habían distinguido hasta aquel momento por un continuo sabotaje de los ritmos de trabajo: la "lentitud" era su pasión. Con el bloqueo de la Fiat, intentaron reafirmar la "porosidad" o elasticidad del tiempo de producción. El sindicato y el Pci lo rechazan, condenando abiertamente su desafección al trabajo.
Segunda escena, en otoño de 1979, la dirección de Fiat prepara la contraofensiva despidiendo a 61 obreros, jefes históricos de la lucha de la seccion. Pero, ojo, no los despide aduciendo como pretexto cualquier motivo empresarial. La razón de la medida es la presunta connivencia de los 61 con el "terrorismo". Poco importa que los jueces no hayan encontrado elementos concretos para proceder contra los "sospechosos". La empresa lo "sabe", y esto basta. La cuestión de los 61 está en perfecta sintonía con los gobiernos de "solidaridad nacional", con la equiparación realizada por ellos entre las luchas sociales extrainstitucionales y la subversión armada. El Pci y el sindicato avalan la decisión de la Fiat, limitándose a algún "distingo" formal.
Tercera escena. Un año mas tarde, en otoño de 1980, la Fiat pone sobre la mesa un plan de reestructuración que prevé 30.000 despidos. Se desmantela la fábrica fordista, Mirafiori se convierte en una referencia de arqueología industrial. Siguen 35 días de huelga en los cuales el Pci, ya fuera del gobierno, emplea a fondo su fuerza organizativa. El secretario del partido, Enrico Berlinguer, da un mitin a las puertas de la Fiat, que, después, en los años siguientes, se mantendrá como un "objeto de culto" para los militantes de la izquierda oficial. Pero ya es demasiado tarde. Al avalar la expulsión de los 61 y, mucho antes, oponiéndose y reprimiendo la lucha espontánea de los nuevos contratados, el Pci y el sindicato destruyeron la organización obrera en la fábrica. Como si dijésemos: cortaron la rama sobre la que también ellos, a pesar de todo, estaban sentados. Solo una historiografía que desee confundir las cosas puede indicar que los "35 días" son la confrontación decisiva, el acontecimiento que hace cambiar de vertiente: en realidad, todo se jugó con anterioridad, entre 1977 y 1979. Esta vez, para ganar la contienda, la Fiat puede contar con una base de masas: los cuadros intermedios, los jefecillos, los empleados. Los cuales organizan, en octubre de 1980, una manifestación en Turín contra la prolongación de la huelga obrera. Y obtienen un éxito inesperado: desfilan 40.000 personas. El plan de reestructuración de la Fiat es aprobado.
3. Entre los años 1984 y 1989, la economía italiana conoce su pequeña "edad de oro". Suben ininterrumpidamente los índices de productividad, crecen las exportaciones, la Bolsa manifiesta una larga "efervescencia". La "contrarrevolución" levanta el estandarte tan querido ya de Napoleón III después de 1948: enrichissez-vous, enriqueceos. Los sectores arrastrados por el boom son la electrónica, la industria de la comunicación (son los años en los que se agiganta la Fininvest de Berlusconi), la química fina, el textil "posmoderno" tipo Benetton (que organiza directamente la comercialización del producto), las empresas que suministran servicios e infraestructuras. La propia industria del automóvil, después de ser agilizada y reestructurada, acumula durante algunos años ganancias excepcionales.
Cambia profundamente la naturaleza del mercado laboral. La ocupación goza de menor institucionalización y, sobre todo, de menor duración. Se amplia desmesuradamente la "zona gris" del semiempleo, del trabajo intermitente, del frecuente cambio entre superexplotación e inactividad. Disminuye, en conjunto, la demanda de trabajo industrial. Cuando Marx hablaba de "superpoblación" o de "ejercito salarial de reserva" (en resumidas cuentas, de los parados), distinguía tres clases: la superpoblación fluida (diríamos hoy: turn over, jubilación anticipada ecc.); latente (allí donde puede intervenir en cualquier momento la innovación tecnológica para esquilmar el empleo); estancada (trabajo negro, "sumergido", precario). Ahora bien, se podría decir que, a partir de la mitad de los años ochenta, los conceptos con los que Marx analiza el "ejercito industrial de reserva" resultan adecuados, en cambio, para describir el modo de ser de la propia clase obrera ocupada. Toda la fuerza de trabajo realmente empleada vive las condiciones estructurales de la "superpoblación" (fluida o latente o estancada). Es siempre, potencialmente, supérflua.
Por otra parte, cambia radicalmente el concepto de "profesionalidad". Lo que ahora se valora (y se demanda) en el trabajador individual no son ya las virtudes que se adquieren en el lugar de trabajo, por efecto de la disciplina industrial. Las competencias verdaderamente decisivas para realizar de la mejor manera las tareas laborales posfordistas son las que se adquieren fuera de la producción directa, en "el mundo de la vida". Dicho de otra manera, la "profesionalidad" ahora, no es otra cosa que la sociabilidad genérica, la capacidad de establecer relaciones interpersonales, la aptitud para controlar la información e interpretar los mensajes lingüísticos, la adaptabilidad a las reconversiones continuas e imprevistas. Es así como se puso a trabajar el movimiento del 77: su "nomadismo", el desapego por un puesto fijo, una cierta capacidad autoempresarial, y hasta el gusto por la autonomía individual y por la experimentación, todo esto confluye en la organización productiva capitalista. Baste pensar, a título de ejemplo, en el gran desarrollo que, en Italia, durante los años ochenta, ha tenido el "trabajo autónomo", es decir el conjunto de las microempresas, muchas de ellas poco más que familiares, puestas en marcha por ex-trabajadores dependientes. Este "trabajo autónomo" es, verdaderamente, la continuación de la migración del régimen de fábrica comenzada en el 77: pero esto está estrechamente subordinado a las exigencias variables de las grandes empresas; mas aún, es el modo específico con el que los mayores grupos industriales italianos descargan parte de sus costes de producción fuera de sus propias empresas. El trabajo autónomo coincide casi siempre con tasas de autoexplotación formidables.
4. El Partido socialista (Psi) dirigido por Bettino Craxi (jefe del gobierno desde 1983 a 1987) es, durante un periodo de tiempo nada despreciable, la organización política que mejor entiende e interpreta la transformación productiva, social y cultural que está teniendo lugar en Italia.
En los últimos años setenta y en los primeros de la década siguiente, el Psi, para garantizar su propia supervivencia, dirige una especie de guerrilla contra el llamado "consociativismo", o sea contra el acuerdo preventivo y sistemático que, sobre todas las principales cuestiones legislativas y de gobierno, tendían a establecer entre sí los dos mayores partidos italianos, la Dc y el Pci. Por esto, durante el secuestro de Aldo Moro por las Brigadas rojas, Craxi se opone a la línea de "firmeza" (propuesta por el Pci y aceptada por la Dc), y apoya, por el contrario, una negociación con los terroristas para salvar al rehén. Y ésta es también la razón de que el Psi constituya un freno contra las leyes especiales sobre el orden publico, la lógica de la emergencia y la restricción de las libertades para permitir la represión de las formaciones armadas clandestinas. Para desvincularse del compromiso sofocante de sus partners mayores (Dc y Pci, precisamente), el Partido socialista aparece como una tribu política reacia a adorar la razón de Estado. Los idólatras no se lo perdonaron nunca. En compensación, algunas de sus posiciones libertarias hicieron que el Psi ganara cierta simpatía por parte de la franja de extrema izquierda y de las figuras sociales florecidas en el archipiélago del 77.
Durante algunos años, el Psi logra ofrecer una representación política parcial a los estratos de trabajo dependiente que fueron el resultado específico de la reconversión productiva capitalista. En particular, influencia y atrae a la intelectualidad de masas, es decir, a aquellos que actúan productivamente teniendo por instrumento y materia prima el saber, la información, la comunicación. Entendámonos: al igual que en otro tiempo, o bajo otros cielos, se han visto partidos reaccionarios de campesinos y de parados (baste pensar en el movimiento populista americano del final del siglo pasado), así, en los años ochenta italianos, el Psi es el partido reaccionario de la intelectualidad de masas. Esto significa que: establece una vinculación efectiva con la condición, la mentalidad, los deseos, los estilos de vida de esta fuerza de trabajo, pero curvando todo ello a la derecha. La vinculación es indudable e inconfundible la curvatura: si se ignora uno de estos dos aspectos, no se comprende absolutamente nada.
El Psi organiza las capas altas (por status y por renta) de la intelectualidad de masas contra los restos del trabajo dependiente. Articula, en un nuevo sistema de jerarquías y de privilegios, la prominencia del saber y de la información en el proceso productivo. Promueve una cultura en la que "diferencia" se convierte en sinónimo de desigualdad, arribismo, avasallamiento. Alimenta el mito de un "liberalismo popular".
5. A diferencia de lo que ha ocurrido en Francia y en los Estados Unidos, en Italia el denominado pensamiento "postmoderno" no ha tenido ninguna consistencia teórica, sino solo un significado político directo. Para ser exactos, ha sido un pensamiento en parte consolatorio (ya que ha tratado de justificar la necesidad de la derrota de los movimientos de clase al final de los años setenta), en parte apologético (porque no se ha cansado de elogiar el actual estado de cosas, alabando las chances inherentes a la "sociedad de la comunicación generalizada").
El pensamiento postmoderno ha ofrecido una ideología de masas a la "contrarrevolución" de los años ochenta. La charlatanería sobre "el fin de la historia" ha producido, en Italia, una eufórica resignación. El entusiasmo indiscriminado por la multiplicación de las formas de vida y de los estilos culturales ha sido una minúscula metafísica prêt-à-porter, completamente funcional para la empresa en red, para la tecnología electrónica, para la precariedad perenne de las relaciones de trabajo. Los ideólogos posmodernos, a través de su frecuente incidencia en los media, han desempeñado un papel de dirección ético-política inmediata sobre la fuerza de trabajo posfordista, sustituyendo a veces la influencia tradicional de los aparatos de partido.
Tercer excursus. La ideología italiana.
En los años ochenta, las ideas dominantes se han expresado en mil dialectos, han sido múltiples, diferenciadas, a veces ásperamente polémicas las unas con las otras. La victoria capitalista de finales de la década anterior ha dado pié al más desenfrenado pluralismo: "delante hay sitio", como aparece escrito en los autobuses. Pues bien, hablar de "ideología italiana" significa nada menos que reconducir este desmenuzamiento ufano de sí a un baricentro unitario, con sólidos presupuestos comunes. Significa interrogarse sobre los entresijos, las complicidades, la complementariedad entre posiciones aparentemente lejanas.
¿Qué es lo que hace que la cultura italiana parezca un portal de Belén, con tanto burrito, rey mago, pastores, sagrada familia - máscaras diversas de un mismo espectáculo? Sobre todo un aspecto: la tendencia difusa a hacer naturales las dinámicas sociales. Una vez más, la sociedad ha sido representada como una segunda naturaleza dotada de leyes objetivas inapelables. Sólo que, y este es el punto verdaderamente notable, a las actuales relaciones sociales se aplican los modelos, las categorías, las metáforas de la ciencia postclásica: la termodinámica de Prigogine en lugar de la causalidad lineal newtoniana; la física de los quanta en lugar de la gravitación universal; el biologismo sofisticado de la teoría de los sistemas de Luhmann en vez de la fábula de las abejas de Mandeville. Se interpretan los fenómenos historico-sociales de acuerdo con conceptos como la entropía, los fractales, la autopoiesis. Para hacer la síntesis se utilizan el principio de indeterminación y el paradigma de la autoreferencialidad.
La ideología posmoderna italiana presupone el empleo sociológico de la física cuántica, la interpretación de las fuerzas productivas como movimiento causal de las partículas elementales. Pero ¿de dónde nace esta renovada inclinación a considerar la sociedad como un orden natural? Y sobre todo: si los aplicamos a las relaciones sociales, ¿de qué tipo de extraordinarias transformaciones son síntoma y mistificación, a un mismo tiempo, estos conceptos indeterministas y autorreferenciales de las ciencias naturales modernas? Se puede aventurar una respuesta: la gran innovación, subtendida por esta reciente y muy específica naturalización de la idea de sociedad, se refiere al papel del trabajo. La opacidad que parece envolver los comportamientos de los individuos y de los grupos deriva de la pérdida de peso del trabajo (industrial, manual, repetitivo) en toda la producción de la riqueza, así como en la formación de la identidad de los individuos, de las imágenes del mundo, de los valores. A esta "opacidad" se adapta bien una representación indeterminista. Cuando el tiempo de trabajo decae de su función de principal nexo social, resulta imposible precisar la posición de los corpúsculos aislados, su dirección, el resultado de sus interacciones.
El indeterminismo viene acentuado, además, por el hecho de que la actividad productiva postfordista no se configura ya como una cadena silenciosa de causas y efectos, de antecedentes y consecuentes, sino que está caracterizada por la comunicación lingüística y, por tanto, por una correlación interactiva en la que predomina la simultaneidad y falta una dirección causal unívoca. La ideología italiana ("pensamiento débil", estética del fragmento, sociología de la "complejidad", etc.) toma, y degrada al mismo tiempo a natura el nexo inédito entre saber, comunicación, producción.
6.- ¿Cuáles han sido las formas de resistencia a la "contrarrevolución"? ¿Y cuáles los conflictos aparecidos en el nuevo paisaje social que precisamente han esculpido la "contrarrevolución" en altorrelieve? Antes que nada es oportuna una precisión en negativo: en el elenco de tales formas y de tales conflictos no aparece la praxis de los verdes. Si en Alemania y en otras partes el ecologismo ha heredado temas y planteamientos del 68, por el contrario, en Italia, ha nacido contra las luchas de clase de los años setenta. Se trataba de un movimiento político moderado, abarrotado de "arrepentidos", hijo legítimo de los nuevos tiempos. Otras son las experiencias colectivas que deben recordarse. Precisamente tres: los "centros sociales" juveniles; los comités de base extrasindicales, aparecidos en los lugares de trabajo a partir de la mitad de los años ochenta; el movimiento estudiantil que, en 1990, paralizó durante algunos meses la actividad universitaria, midiéndose críticamente con el "núcleo duro" del postfordismo, es decir con la centralidad del saber en el proceso productivo.
Los centros sociales, multiplicados por todo el país desde los primeros años ochenta, han dado cuerpo a una variedad de secesiones: secesión de la forma de vida dominante, de los mitos y de los ritos de los vencedores, del estruendo mediático.
Esta secesión se expresa como marginalidad voluntaria, ghetto, mundo a parte. Un "centro social" es, en concreto, un edificio vacío ocupado por los jóvenes y transformado en sede de actividades alternativas: conciertos, teatro, comedor colectivo, acogida de inmigrantes extracomunitarios, debates, etc. En algunos casos los centros han dado lugar a pequeñas empresas artesanas, siguiendo de esta manera el antiguo modelo de las "cooperativas" socialistas del comienzo de siglo.
En general, han promovido (o mejor, sólo evocado) una especie de esfera publica no impregnada de los aparatos estatales. Esfera publica: es decir, un ámbito en el que se discute libremente de las cuestiones de interés común, desde la crisis económica a las alcantarillas del barrio, desde Yugoslavia a la droga. En los últimos tiempos, gran parte de los "centros" disfrutan de redes informáticas alternativas, que ponen en circulación documentos políticos, susurros y gritos del "subsuelo" social, informes de luchas, mensajes individuales. En su conjunto, la experiencia de los centros sociales ha sido un intento de dar fisionomía autónoma y contenido positivo al creciente tiempo de no trabajo. Intento inhibido, sin embargo, por la vocación de constituir una "reserva india" que, casi siempre, ha caracterizado (y entristecido) a esta experiencia.
Los Comités de base (Cobas) se formaron entre los maestros (memorable, vencedora, la larga lucha que bloqueó las escuelas en el año 1987), los ferroviarios, los empleados de los servicios públicos. A continuación, se extendieron a un cierto número de fábricas (en particular a la Alfa Romeo, donde el Cobas desbancó a la Cgil en las elecciones internas). Los Comités de base han abierto y gestionado conflictos bastante duros sobre el salario y las condiciones de trabajo. Rechazan que se les considere como un "nuevo sindicato", buscando más bien la vinculación con los centros sociales y los estudiantes, para esbozar formas de organización política a la altura de la "complejidad" postfordista. Dan la voz, sobre todo, a una exigencia de democracia. Democracia contra las medidas legislativas que, a lo largo de los años ochenta, han revocado sustancialmente el derecho a la huelga en el empleo publico. Y además, democracia contra el sindicato: que desplazado del nuevo proceso productivo, se ha configurado como una estructura autoritaria, adoptando métodos y procedimientos dignos de un trust monopolista. La parábola de los Comités de base alcanzó su punto culminante en el otoño de 1992, durante las huelgas de protesta que siguieron a la maniobra económica del gobierno Amato (que reducía bruscamente los gastos sociales: pensiones, asistencia médica etc.) En las principales ciudades italianas tuvieron lugar violentas protestas contra el "colaboracionismo" sindical: lanzamiento de tornillos contra las tribunas de los mítines, contramanifestaciones dirigidas por los Cobas. Una pequeña Tiennamen, que comenzó a ajustar las cuentas con el "sindicato monopolístico de Estado".
Mientras los centros sociales y los mismos Cobas han encarnado, con mayor o menor eficacia, las virtudes de la "resistencia", el movimiento estudiantil (llamado "movimiento de la pantera" porque su exordio, en febrero de 1990, coincidió con la feliz fuga de una pantera del zoológico de Roma) pareció aludir, al menos por un momento, a una auténtica "contraofensiva" de la intelectualidad de masas. La unión entre saber y producción, que hasta ahora solo había mostrado una cara capitalista, se manifestó de repente como palanca del conflicto y precioso recurso político. Las universidades ocupadas contra el proyecto gubernamental de "privatizar" la enseñanza se convirtieron, por algunos meses, en un punto de referencia del trabajo inmaterial (investigadores, técnicos, informáticos, profesores, empleados de las industrias culturales, etc.) que, en las metrópolis, se presentaba todavía disperso en miles de ramas separadas, desprovistas de potencia colectiva. El movimiento de la pantera se eclipsó rápidamente, constituyendo poco más que un síntoma o un presagio. No logró individualizar objetivos claros, que garantizaran la continuidad de la acción política. Permaneció paralizado analizándose a sí mismo, contemplando su propio ombligo. Esta autorreferencialidad hipnótica ha encubierto, sin embargo, una cuestión importante: la intelectualidad de masas, para incidir políticamente y destruir todo lo que merezca ser destruido, no puede limitarse a una serie de "noes", sino que, partiendo de sí misma, debe ejemplificar, en positivo, con índole experimental y constructiva, lo que los hombres y las mujeres podrían hacer fuera del vínculo capitalista.
7. En 1989, el hundimiento del "socialismo real" trastornó el sistema político italiano de modo mucho más radical de lo sucedido en otros países de Europa occidental (incluida Alemania, a pesar de los contragolpes de la reunificación). Precisamente este repentino terremoto (que coincide con los fuertes indicios de recesión económica) impidió que se manifestase plenamente el "antídoto" de la época capitalista de los años ochenta, o sea, un conjunto de luchas sociales dirigidas a obtener al menos un reequilibrio fisiológico en la redistribución de la renta.
Las señales lanzadas por los Cobas y por el movimiento de la pantera, en vez de alcanzar un umbral crítico y difundirse en comportamientos de masa duraderos, se atenuaron y después se sumergieron en el fragor de la crisis institucional. Los sujetos y las necesidades suscitados por el modo de producción postfordista, muy lejos de presentar la cuenta al incauto aprendiz de brujo, se han puesto máscaras engañosas que ocultan su fisionomía. La rápida disolución de la Primera república ha sobredeterminado, hasta hacerlas irreconocibles, las dinámicas de clase de la "empresa-Italia" (por utilizar una expresión muy querida del ex- Primer ministro, Silvio Berlusconi).
8. La caída del muro de Berlín no fue la causa de la crisis institucional italiana, sino la ocasión extrínseca para que ésta saliera a la luz, manifestándose por fin a la vista de todos. El sistema político nacional se encontraba minado por el efecto de una larga enfermedad que nada tenía que ver con el conflicto Este-Oeste. Una enfermedad cuya incubación se remonta a los años 70 y cuyo nombre es: consunción y desgaste de la democracia representativa, de las reglas y procedimientos que la caracterizan, de los fundamentos mismos en los que se sustenta. La catástrofe de los regímenes del Este tuvo en Italia un efecto mayor que en otros países, precisamente porque proporcionó una vestimenta teatral a una catástrofe totalmente distinta, precisamente porque se superpuso a una crisis de orígenes diferentes.
El ocaso de la sociedad del trabajo fue lo que desencadenó la profunda descomposición de los mecanismos de la representación política. Desde la Segunda Guerra Mundial en adelante, la representación política se ha basado en la identidad entre "productores" y "ciudadanos". El individuo representado en el trabajo, el trabajo representado en el Estado: he aquí el eje de la democracia industrial (así como del welfare state). Un eje ya resquebrajado cuando, a finales de los años setenta, los gobiernos de "solidaridad nacional" quisieron celebrar con ímpetu intolerante su vigencia y sus valores. Un eje hecho pedazos en los años siguientes, cuando la gran transformación del tejido productivo se encontraba en pleno desarrollo. El peso puramente residual del tiempo de trabajo en la producción de riqueza, el papel determinante que desempeña en ella el saber abstracto y la comunicación lingüística, el hecho de que los procesos de socialización tengan su centro de gravedad fuera de la fábrica y la oficina, todo esto, junto a otras causas, lacera los lazos fundamentales de la Primera República (que, como reza la Constitución, está precisamente "basada en el trabajo"). Por su parte, los trabajadores posfordistas son los primeros que se sustraen a la lógica de la representación política. No se reconocen en un "interés general" y no están dispuestos bajo ningún concepto a "hacer Estado". Rodean a los partidos de recelo o rencor, en tanto que copywriters [ventrílocuos baratos] de identidades colectivas.
Esta situación abre el camino a dos posibilidades no sólo diferentes sino diametralmente opuestas. La primera remite a la emancipación del concepto de "democracia" con respecto al de "representación", y por tanto a la invención y experimentación de formas de democracia no representativa. Obviamente, no se trata de perseguir el espejismo de una salvífica simplificación de la política. Por el contrario, la democracia no representativa requiere un estilo operativo igualmente complejo y sofisticado. De hecho, entra en conflicto con los aparatos administrativos estatales, corroe sus prerrogativas y absorbe sus competencias. El intento de traducir en acción política esas mismas fuerzas productivas - comunicación, saber, ciencia- es lo que constituye el alma del proceso productivo posfordista. Esta primera posibilidad ha permanecido y permanecerá, por un cierto tiempo que no será breve, en segundo plano. En cambio, lo que ha prevalecido es la posibilidad contraria: el debilitamiento estructural de la democracia representativa se muestra como restricción tendencial de la participación política, o más bien de la democracia tout court. En Italia, los partidarios de la reforma institucional se hacen fuertes gracias a la crisis sólida e irreversible de la "representación", obteniendo de ella la legitimación para una reorganización autoritaria del Estado.
9. En el transcurso de los años ochenta, los signos premonitorios del fin ignominioso hacia el que se encaminaba la Primera República fueron numerosos e inequívocos. La caída de la democracia representativa fue anunciada, entre otras cosas, por los siguientes fenómenos:
la "emergencia" (es decir, el recurso a leyes especiales y a la formación de organismos no menos excepcionales para gestionarlas) como forma estable de gobierno, como tecnología institucional para afrontar, en cada ocasión, la lucha armada clandestina o la deuda pública o la inmigración;
la transferencia de muchas competencias del sistema político-parlamentario al ámbito administrativo, el predominio del "decreto" burocrático sobre la "ley";
el poder extremo de la magistratura (consolidado durante la represión del terrorismo) y, como consecuencia, el papel de la magistratura como sustituto de la política;
los comportamientos anómalos del presidente Cossiga que, en los últimos años de su mandato, comenzó a actuar "como si" Italia fuera una república presidencial (en lugar de parlamentaria).
Después de la caída del muro de Berlín, todos los síntomas de la crisis inminente se condensaron en la campaña de opinión, sostenida casi por unanimidad tanto por la derecha como por la izquierda, que tenía como objetivo liquidar el símbolo más vistoso de la democracia representativa, es decir, el criterio proporcional en las elecciones a la asamblea legislativa. En 1993, después de que un referéndum popular derogara las viejas normas, se introdujo el sistema electoral mayoritario. Este hecho, junto a la operación judicial denominada Mani pulite [Manos limpias] (que acusaba de cargos de corrupción a una parte importante de la clase política), acelera o completa la descomposición de los partidos tradicionales. Ya en 1990, el PCI se transformaba en el PDS (Partido Democrático de la Izquierda), abandonando toda referencia residual a la clase y proponiéndose convertirse en un partido "ligero" o "de opinión". La Democracia cristiana va cayéndose a trozos hasta que, en 1994, cambia también de nombre: nace el Partido Popular. Los partidos menores de centro (incluido el PSI, que había anticipado en muchos sentidos la necesidad de una reforma institucional radical) desaparecen de la noche a la mañana. No obstante, el aspecto sobresaliente de la prolongada convulsión que sacudió el sistema político italiano a principios de los años noventa es la formación de una nueva derecha. Una derecha en absoluto conservadora, con verdadera devoción por la innovación, acuñada en el trabajo dependiente, capaz de proporcionar una expresión partidista a las principales fuerzas productivas de nuestro tiempo.
10. La nueva derecha, que llegó al poder con las elecciones de 1994, está constituida principalmente por dos sujetos organizadores: la Lega Nord, arraigada exclusivamente en las regiones del norte del país, y Forza Italia, el partido centrado en torno a la figura de Silvio Berlusconi, dueño de varias emisoras de televisión, casas editoriales, compañías constructoras y grandes almacenes de venta al por menor.
La Lega Nord evoca el mito de la autodeterminación étnica, de las raíces recobradas: la población del norte debe valorizar sus tradiciones y costumbres, sin delegar ningún tipo de autoridad a los aparatos centralizadores del Estado. La identidad local (basada en la región o en la ciudad) se contrasta con el universalismo vacío de la representación política y con la abstracción insoportable implícita en el concepto de ciudadanía. Sin embargo, la identidad local promulgada por la Lega Nord contiene tintes fuertemente racistas, en particular con respecto a los italianos del sur y a los inmigrantes de fuera de la Comunidad Europea. La Lega Nord propone una forma de federalismo que entrelaza lo antiguo y lo posmoderno: se combinan figuras como la de Alberto da Giusano (un condottiere medieval de Lombardía) con el ultraliberalismo y el lema "tierra y sangre" se echa en el mismo saco que la revuelta fiscal. Esta mélange tan estridente ha dado voz a una tendencia anti-estatalista difusa que ha ido madurando a lo largo de la pasada década en las zonas económicamente más desarrolladas del país. Con el tiempo, la Lega Nord podría convertirse en la base de masas sobre la que la pequeña y mediana empresa posfordista podría conseguir una autonomía relativa con respecto al Estado-nación. En presencia de la nueva cualidad de la organización productiva y a la luz de la inminente integración europea, la maquinaria estatal italiana se ha mostrado inadecuada en muchos sentidos: la protesta subnacional de la Lega Nord funciona paradójicamente como un soporte para retardar la decisión política en torno a cuestiones supranacionales.
Por su parte, Forza Italia sustituye los procedimientos tradicionales de la democracia representativa por modelos y técnicas derivados del mundo de los negocios. El electorado es equiparado al "público" (televisivo), del que se espera un consenso que es a un mismo tiempo pasivo y plebiscitario. Es más, la forma del partido reproduce fielmente la estructura de la "empresa en red". Los "clubs" que apoyan a Forza Italia han crecido sobre la base de la iniciativa personal de profesionales ajenos a la política convencional, del tipo del gerente de oficina entusiasta o del notario de provincias que ha decidido hacerse un nombre. Estos clubs tienen la misma relación con el partido que la que tienen el trabajo autónomo y la pequeña empresa familiar con la compañía madre: a fin de comercializar su propio producto político, se ven obligados a confiar en una marca reconocida y, a cambio, deben seguir normas precisas de estilo y conducta, labrando un buen nombre para la compañía bajo cuyo sello trabajan. Forza Italia, al igual que hizo el Partido socialista a mediados de los ochenta, se ha asegurado la fidelidad de los trabajadores involucrados en las tecnologías informáticas y de la comunicación, es decir, la fidelidad de los sectores sociales que se están formando en la tormenta tecnológica y ética del posfordismo.
La nueva derecha reconoce y hace temporalmente suyos los elementos que en última instancia serán merecedores de las más elevadas esperanzas: el anti-estatalismo, las prácticas colectivas que eluden la representación política y el poder del trabajo de la intelectualidad de masas. Los distorsiona, enmascarándolos bajo una perversa caricatura, y clausura la contrarrevolución italiana, corriendo el telón en este largo intermedio. Ese acto ha terminado - ¡qué empiece el siguiente!.