Textos, reportajes y comentarios de los autores sobre temas abordados en Imperio - Entrevista a Hardt y Negri, El imperio revisitado.
En marzo de 2000, poco después de la irrupción, en Seattle y Washington, del movimiento contra el neoliberalismo global, la imprenta de Harvard publicaba discretamente Imperio, un tratado de filosofía política que dio conceptos a la ira de la época. "La economía global necesita un espacio abierto de flujos sin codificar, desterritorializados", decía en agosto de ese año a este diario Michael Hardt, joven profesor de la universidad de Duke. Hardt y el filósofo y activista italiano Toni Negri, ya habían escrito juntos Labour of Dionysus, una crítica del Estado en el capitalismo y el socialismo.
2002. El mundo ha asistido a la represión de la revuelta, en Génova y Buenos Aires, y a lo que pervive: consignas cruzadas escritas en aerosol en todo el mundo. A la internacionalización de la furia y la permanencia de las idiosincracias nacionales. Asimismo, nuestro país, que para algunos ya es "la vanguardia en el fracaso", el anti-modelo liberal, tiene una idea más precisa de lo que merece ser conservado, y de lo que vale más perder que encontrar. El mérito de Imperio, que ya ha sido traducido a numerosos idiomas, es su capacidad de ver un futuro a lo que hoy aparece como segmentación. Con numerosas ediciones en inglés, Imperio fue demolido por la revista Time y los autores son columnistas ocasionales de The New York Times. Desde 2000, en traducción pirata, el libro ingresó en la bibliografía universitaria en la Argentina y en los últimos meses el concepto de multitud, también empleado por el filósofo italiano Paolo Virno, se convirtió en una perspectiva de análisis de la protesta argentina.
En marzo Hardt y Negri se reunieron en Roma para reanudar el trabajo en la segunda parte de Imperio, donde ampliarán su lectura del concepto de "biopoder". El diálogo con ellos tuvo varias instancias, por teléfono y correo electrónico, con el fondo de las masivas manifestaciones durante la reunión de la UE en Barcelona y el atentado terrorista en Bolonia.
—¿En que se diferencia su concepto de "multitud" de la acepción de Hobbes?
—Michael Hardt: Debe entenderse, ante todo, en contraposición al concepto de pueblo. En el pensamiento político europeo, el pueblo aparece siempre como unidad, mientras que la multitud es una multiplicidad. Según cierta tradición, el pueblo puede ser soberano porque es uno, mientras que la multitud nunca puede gobernar porque está desunida. Por otra parte, deberíamos distinguir entre la multitud y otras multiplicidades sociales, como turba, muchedumbre, masa, entre otras. Todas estas multiplicidades son esencialmente pasivas. La turba, por ejemplo, puede tener efectos pero no actuar por cuenta propia. Las masas necesitan ser lideradas. La multitud, en cambio, es activa y no necesita de un liderazgo externo: es una multiplicidad que puede actuar en común.
—En su análisis, Bruno Bosteels observa que en Imperio la multitud aparece "como las masas sin la clase". ¿Qué dicen de esa definición?
—H.: Es que nosotros usamos multitud como un concepto de clase, emparentado con el concepto de proletariado en un sentido amplio. La multitud está compuesta de todos aquellos cuyo trabajo está regido, directa o indirectamente, por el capital. Deberíamos diferenciar esto de los significados atribuidos a la "clase trabajadora" y el "proletariado" en los siglos XIX y XX. En otras palabras, "clase trabajadora" tendía a referirse sólo al trabajador industrial, mientras que "proletariado" solía limitarse sólo a ciertos sectores dominantes de la fuerza de trabajo. Nosotros nos propusimos una noción de multitud que restableciera la magnitud del tema del trabajo, para que incluyese el trabajo de todos.
—Bosteels se pregunta si esta noción de multitud no acabará en mero lema para un "izquierdismo anárquico". ¿Usted ve ese riesgo? ¿Cree que prácticas como el cacerolazo y las asambleas plantean un desafío consistente a la política tradicional?
—H.: Lo que el concepto de multitud implica es que las formas jerárquicas externas de organización política, y las formas partidarias tradicionales, no son adecuadas. Pero la multitud no es desorganizada o anárquica: es una propuesta diferente de organización política. A veces quienes son demasiado rígidos ven cualquier otra alternativa de organización como anárquica. Lo que vemos hoy, tanto en la Argentina como en los movimientos de globalización, son nuevas experiencias de organización política. Lo que sí exige la multitud es una democracia absoluta, la libre expresión de las diferencias junto con el poder para actuar en común. Ahora, para encontrar una organización práctica se requieren varias experiencias, que primero se enfrentarán al éxito y al fracaso.
—Negri, hace poco usted observó, en un medio español, que los atentados del 11-9 desactualizaron el libro. ¿Qué hechos fortalecieron el análisis de ustedes?
—Toni Negri: Al hablar de "inactualidad" sólo quería insistir en el hecho de que la historia corre y que a partir del atentado en Nueva York tenía que volver a desarrollarse el dispositivo Imperio. Nosotros describimos el paso de la disciplina al control como artes del gobierno: la cuestión es ahora reenfocar el discurso a partir del arte de la guerra. La disciplina, el control, la guerra: son como muñecas rusas, una dentro de otra. La guerra pasó a ser el fundamento de la política, y del nuevo orden mundial. La "inactualidad" del libro es, así, bastante nietzscheana: es la propia de un terreno maduro para otros frutos, en verdad terribles, como en nuestro caso.
—Ustedes dicen que no se puede resistir el imperio con la autonomía limitada o local, sino con una contraglobalización; "al imperio con un contraimperio".
—N.: Creemos que sólo se puede responder a la globalización imperial a través de la multiplicación de las autonomías. Y jamás pensamos que el contra-imperio pueda ser concebido bajo la forma de un Leviatán de signo contrario. Lo local, tal como se da hoy, es un producto de la mundialización, un elemento cerrado que puede llevar a la aceptación satisfecha de ese encierro y a la mortificación de los espíritus dentro de él. Porque el localismo puede convertirse también en fundamentalismo. Una acción contra-imperial global podrá construirse sólo como ciclo de luchas locales y como su maduración dentro de un discurso sensato.
—Según el libro, el imperio es "una superación del imperialismo, ligado al Estado-nación", y se lo identifica más con el Grupo de los 8 que con los EE.UU.. Ahora la UE acaba de sellar su alianza liberal, en el llamado "eje Blair-Aznar-Berlusconi".
—N.: En efecto, el imperio está estructurándose en distintos niveles. Siguiendo el modelo de Polibio (siglo II a.C.), vemos tres figuras del poder imperial: la monárquica, la aristocrática y la democrática, que de algún modo conviven. Las grandes potencias occidentales constituyen el elemento monárquico; las multinacionales, el aristocrático ("los negocios dominan la política", se decía en Davos antes del 11-9). En cuanto a la democracia, ¿hay alguien que pueda encontrarla en este mundo?
—Italia asiste por estos días a una fuerte embestida de los intelectuales contra la formidable concentración económica y política en manos de un solo hombre. ¿Se puede esperar buenos resultados de ello?
—N.: Efectivamente, asistimos, sobre todo, a la recomposición de una fuerza general contra Berlusconi. Está, por un lado, el movimiento de Seattle y de Génova; por otro, el movimiento sindical. Luego numerosos intelectuales y la clase media se están organizando para imponer a la izquierda, El Olivo, que se levante de la indolente sujeción al capitalismo en Italia. También aquí comienza a oírse el grito "Que se vayan todos". El hecho es que la representación política, tal como nos la transmitió el constitucionalismo liberal, se ha convertido en una reliquia arcaica.
—¿Caducó la idea de representación?
—N.: La representación de los partidos se vio alterada por la mundialización, que restó poderes al Estado. En medida aun mayor, fue vaciada por la incapacidad de establecer, dentro del liberalismo triunfante, dinámicas del mercado político, como el acuerdo con gremios y movimientos. Por último, la representación fue destruida por haberse reducido a maquinaria burocrática y de gestión.
—Brasil, Perú y Venezuela, en los 90, muestran corolarios sombríos cuando los partidos políticos se pulverizan.
—N.: La erosión de los partidos no sólo se dio en América latina: la corrupción se extendió a todas partes. El tema no es reactivar los partidos, algo ya imposible, sino inventar nuevas formas de expresión de la multitud. Es necesario reinventar la democracia fuera de toda ilusión anárquica, fuera de toda tentación populista.