Comentarios - ¿Comunismo sin transición?
Conforme el capitalismo imperialista continúa sobreviviéndose la contradicción entre las potencialidades de las fuerzas productivas y la miserabilidad a que el dominio de las relaciones capitalistas de producción condena a la inmensa mayoría de las masas se hace más patente. Una de las tesis centrales de Marx fue justamente señalar que esta contradicción no podría ser resuelta sin la previa conquista del poder por parte de la clase obrera, destruyendo el estado burgués y edificando una forma de dominación transitoria, el estado obrero o el “estado tipo comuna”, cuyo objetivo era su propia extinción a medida que avanzase la construcción del socialismo.
Lo que han tenido en común las teorías más diversas con las que la burguesía ha intentado justificar su dominio ha sido tratar de demostrar que el capital es capaz de superar de una u otra manera su contradicción fundamental. A fines del siglo XIX positivistas y “revisionistas” del marxismo coincidían en afirmar que el capitalismo se había desarrollado de tal forma que sus contradicciones habían sido atenuadas y el mundo progresaba evolutiva y pacíficamente. La guerra mundial, el estallido de la revolución rusa y las conmociones que las acompañaron mostraron lo superficial de este punto de vista y dieron la razón a quienes señalaron que el desarrollo de la fase imperialista agudizaba y no atenuaba las contradicciones del dominio del capital, actualizando la perspectiva de la revolución socialista. Esa fue la enorme superioridad del análisis de los marxistas revolucionarios que fundarían la Tercera Internacional (Lenín, Trotsky, Luxemburgo...), demostrada no sólo en la teoría sino en los hechos con el triunfo de la revolución de octubre, un acontecimiento que desde el más grande teórico de la sociología burguesa, Max Weber, hasta los mencheviques rusos juzgaban un imposible hasta el día anterior a su realización misma1. Luego de la Segunda Guerra Mundial, al amparo del mundo de Yalta y del respiro conseguido por el capital en los años del boom, volvieron a florecer las teorías que auguraban un desarrollo capitalista sostenido e ilimitado de la mano del “estado de bienestar keynesiano”, llegando incluso a impactar en teóricos marxistas que adoptaron a su manera la tesis de que existía un “neocapitalismo”2. Nuevamente estas teorías se chocaron con la realidad combinada del ascenso revolucionario mundial iniciado en el ‘68 y de la crisis económica que daba por cerrado el “boom”. Pero el desafío revolucionario fue contenido y nuevamente la burguesía tomó la ofensiva a comienzos de los ‘80. La ideología “neoliberal” que acompañó este ataque imperialista sobre las conquistas obreras y populares presenta, comparativamente a otras ideologías burguesas, la peculiaridad de centrarse, más que en la expectativa de progreso de las masas más expoliadas, en la resignación de que no hay ninguna otra alternativa ante ella. La operación ideológica fundamental consiste en transformar en consecuencias inevitables del progeso tecnológico los padecimientos causados a las masas como el desempleo, el aumento de la pauperización o la precarización del trabajo, encubriendo que no son la técnica y la ciencia quienes esto provocan sino su utilización en los términos dictados por el puñado de monopolios capitalistas que dominan la economía mundial. La idea de que el capitalismo vive desde principios de los ‘70 una nueva “revolución científico-técnica” en gran escala que habría producido mutaciones fundamentales en el funcionamiento de la sociedad y el modo de producción está presente tanto en elaboraciones de la academia burguesa como entre autores que se revindican marxistas y de izquierda. Con la persistencia en la década de los ‘90 de la situación de desempleo de masas en numerosos países, la vieja idea de que estábamos en presencia de una “sociedad pos-industrial” cobró nuevos bríos, presentada en sus últimas versiones como la emergencia de una nueva forma de capitalismo, el “capitalismo cognitivo”. El “fin del trabajo” y la aparición de un “nuevo sujeto” acorde a este nuevo estadío fueron temáticas recurrentes entre los defensores de estas posturas. Si bien en otras ocasiones hemos escrito sobre el tema, sintetizaremos y ampliaremos la crítica a estas posiciones y a las definiciones políticas que implican, poniendo especial énfasis en los planteamientos realizados por Toni Negri, por ser quien lo hace desde una postura política más radicalizada y desde un lenguaje teórico más sofisticado.
1ra. PARTE: MITO Y REALIDAD ACERCA DEL “FIN DEL TRABAJO”
Los supuestos de las tesis del “fin del trabajo”
En su análisis de la sociedad contemporánea Negri sostiene una visión refinada y erudita (“savant”, al decir de Michel Husson) de la tesis del “fin del trabajo” popularizada, en diferentes matices, por J. Riffkin, Dominique Méda, Vivianne Forrester, André Gorz y la escuela italiana de los teóricos de la “intelectualidad de masas”, entre otros. Esta tesis, que encontró renovado eco en la última década, pretendía dar cuenta de una supuesta pérdida de la “centralidad del trabajo” (con el desempleo de masas como una de sus manifestaciones principales) como consecuencia inevitable del paso de la “sociedad industrial” a la “sociedad posindustrial”. En ésta los desarrollos tecnológicos habrían producido un salto tal en la productividad de bienes materiales que el reemplazo progresivo de “trabajo vivo” por “trabajo muerto”, asalariados por máquinas (robots y ordenadores), se tornaría una tendencia irreversible y en crecimiento geométrico. La aplicación de métodos “toyotistas” en la organización del trabajo serían a su vez también producto de los desarrollos tecnológicos y de la incorporación por parte del capital de las aspiraciones mostradas por el proletariado en la “revuelta contra el trabajo del ‘68”, que redundaron en el crecimiento de las funciones de control y gestión del trabajador en detrimento de la producción. “Sociedad posindustrial” sería sinónimo de la mutación de las condiciones generales del capitalismo hacia la hegemonía del “trabajo inmaterial” y el “capitalismo cognitivo”. Según esta tesis, en esta nueva situación del capitalismo (que a veces denominan como “pos-capitalista”) la actividad cognitiva deviene el factor esencial de creación de valor, calculándose éste en gran parte por fuera de los lugares y el tiempo de trabajo. El conocimiento se habría transformado en “un factor de producción necesario tanto como el trabajo y el capital y la valorización de este factor intermediario obedece a leyes muy particulares, a tal punto que el capitalismo cognitivo funciona de manera diferente del capitalismo a secas”3, con la consecuencia que la teoría del valor no podría dar cuenta de la transformación del conocimiento en valor. El trabajador ya no necesitaría más “de los instrumentos de trabajo (es decir, capital fijo) que son puestos a su disposición por el capital. El capital fijo más importante, aquél que determina las diferencias de productividad, se encuentra en el cerebro de los seres que trabajan: es la máquina útil que cada uno de nosotros lleva en sí. Es esta la novedad absolutamente esencial de la vida productiva de hoy”4. Estas tesis presentan un conjunto de unilateralidades que nublan la comprensión de las condiciones contemporáneas del capitalismo y la lucha de clases5.
Cambio tecnológico, aumento de productividad y desempleo
Comencemos por un primer aspecto de la idea siempre difusa del “fin del trabajo”. No se refiere, obviamente, al trabajo considerado antropológicamente -como un atributo específico de la acción del hombre dirigida a asegurar y crear las condiciones de su propia vida de un modo único y que le es propio- sino a su manifestación en la sociedad capitalista, el trabajo asalariado. Según los defensores de esta tesis, el desempleo de masas sería producto del incremento en el ritmo de los cambios tecnológicos y los aumentos de productividad. ¿Es esto así? Aunque los cambios tecnológicos en muchas ramas de la producción han sido muy importantes, y explican la reducción en la cantidad de asalariados en ciertas ramas que habían sido motor de la expansión capitalista de la posguerra, no explican por sí mismos el desempleo de masas. El volumen total de trabajo ha aumentado en casi un cuarto si consideramos los seis principales países capitalistas. Según señala Husson, de 431 mil millones de horas de trabajo existentes en 1960 en estos países se ha pasado a 530 mil millones en 19966, aumento especialmente notable en la economía norteamericana y que invierte desde 1982 la tendencia a la baja del volumen del trabajo que podía observarse entre 1960 y 1973. Este aumento del volumen del trabajo acompaña una disminución del crecimiento de la productividad horaria en relación a los años del “boom”, que pasa de 4,7% entre 1960 y 1973 a 1,8% entre 1983 y 1996. Aunque las cifras de aumento de productividad hayan mejorado en los últimos cinco años del siglo, no bastan para revertir esta tendencia general. No puede, entonces, encontrarse aquí la explicación del desempleo. Lo que sí, en cambio, es una novedad en los últimos 25 años, es que la brutal ofensiva capitalista sobre la clase obrera ha provocado una disminución de los salarios reales y un cambio en la tendencia a la reducción del tiempo de trabajo en los principales países capitalistas. Esto ha llevado a que los aumentos de productividad, aunque menores que durante los años del boom, hayan significado un gran aumento de la brecha entre productividad y salario, engrosando los beneficios de los capitalistas. A su vez el capital, producto de la “crisis de acumulación” que sufre desde mediados de los ‘70, encuentra menos ocasiones rentables para “reinyectar” de manera “productiva” la plusvalía. Es un capitalismo “que es, en cierta manera, obsoleto y que no puede reproducirse más que rechazando la satisfacción de necesidades sociales y organizando la regresión social”7, en el que la imposibilidad del capital de reproducirse a niveles de rentabilidad media produce la situación prácticamente inédita de que el crecimiento de la tasa de ganancia en los últimos años no se haya visto acompañada por el aumento de la tasa de acumulación, sino por el de los negocios de la esfera especulativa de la economía (lo que algunos autores llaman “financierización”).
Se conforma así una especia de “círculo vicioso” del que el capital ha sido hasta el momento incapaz de salir más que “huyendo hacia adelante”, es decir, agravando sus contradicciones. Adicionalmente, la falta de relación directa entre desarrollos tecnológicos, crecimientos de la productividad y aumento del desempleo se demuestra en la paradoja irresoluble para los teóricos del “fin del trabajo” de que la economía con mayor desarrollo tecnológico y crecimiento de la productividad en el mundo, la economía norteamericana, tuvo en la década de los ‘90 -la de mayor crecimiento promedio desde el fin del boom- índices de desempleo que se cuentan entre los menores del siglo, oscilantes alrededor del 4 %. Si la tecnología y los aumentos de productividad fuesen las principales causante del desempleo, entonces EE.UU. estaría encabezando los índices del mismo. En Estados Unidos fue la combinación de una relación de fuerzas favorable obtenida en relación al proletariado durante el gobierno Reagan, que precarizó el empleo permitiendo la proliferación de los “empleos basura” durante la era Clinton, con la situación de preeminencia en la arena internacional en los ‘90, los que explican esta “excepcionalidad” norteamericana. Posiblemente estemos viviendo un cambio abrupto en esta tendencia.
Una reconfiguración en la situación de los asalariados
Pero, independientemente de su causa, ¿es observable una disminución generalizada del trabajo asalariado en el capitalismo contemporáneo? Aunque el desempleo de masas sea un fenómeno sostenido en numerosos países, es falso el panorama que pinta una disminución creciente de los asalariados. Si tomamos en consideración al conjunto de los asalariados a nivel mundial, su número global ha aumentado y no disminuído en las últimas décadas, con la proletarización creciente de nuevos sectores (feminización de la fuerza de trabajo, asalarización de la clase media, extensión de las relaciones salariales a la periferia capitalista, etc.) y la disminución dentro del conjunto de la cantidad de trabajadores con empleo estable. El sociólogo brasileño Ricardo Antunes reconoce cinco tendencias en esta reconfiguración de la clase obrera en los últimos años: a) la reducción del proletariado manual, fabril, estable, típico de la fase taylorista y fordista, aunque de distinto modo según las particularidades de cada país y su inserción en la división internacional del trabajo; b) contrapuesta a ésta puede observarse el enorme aumento en todo el mundo de los sectores asalariados y del proletariado en condiciones de precariedad laboral, con el aumento explosivo, paralelo a la reducción del número de empleos estables, de la cantidad de trabajadores hombres y mujeres bajo régimen de tiempo parcial, es decir, asalariados temporarios; c) aumento notable del trabajo femenino (en algunos países llegando al 40 ó 50 % de la fuerza laboral), tanto en la industria como, especialmente, en el sector de servicios, configurando una nueva división sexual del trabajo, con las mujeres predominando en las áreas de mayor trabajo intensivo donde es muy importante la explotación del trabajo manual, y los hombres en los sectores donde es mayor la presencia del capital intensivo, de maquinaria más avanzada; d) expansión en el número de asalariados medios en sectores como el bancario, el del turismo, los supermercados, es decir, los llamados “sectores de servicios” en general; e) exclusión del mercado de trabajo de los “jóvenes” y los “viejos”. Antunes señala que en contra de las tesis del “fin del trabajo” “parece evidente que el capital ha conseguido ampliar mundialmente las esferas del trabajo asalariado y de la explotación del trabajo según las diversas modalidades de precarización, subempleo, trabajo part time, etc.”8. Esta tendencia a la creciente asalarización y urbanización no es homogénea ni lineal. Mientras ciertos países y regiones (¡África!) se “desindustrializaron” en comparación a los ‘60, otros (México, China, Sudáfrica, Corea del Sur hasta la crisis del ‘97) han visto en los últimos años un crecimiento meteórico del número de asalariados, en gran proporción trabajadores industriales. A la disminución de los trabajadores de ciertas ramas de producción (las distintas ramas metalúrgicas o los ferroviarios entre los más significativos) le corresponde el aumento en otras. Disminuyen los trabajadores con empleo estable y crecen los de tiempo parcial. Lo que tenemos ante nosotros no es, por lo tanto, “el fin del trabajo asalariado” sino la reconfiguración de la situación del proletariado9.
El capitalismo “cognitivo”
Analicemos ahora la “novedad” que presentaría el “capitalismo cognitivo”, a veces presentado como la emergencia de un “pos-capitalismo”. Esta tesis parte de considerar como una “novedad” la facultad del capital de apropiarse de los progresos de la ciencia y el conocimiento. Lejos de ser “novedoso” esta capacidad forma parte fundamental del análisis marxista del capitalismo. En los Grundrisse Marx señala en referencia a la ciencia que “la acumulación del saber, de la habilidad así como de todas las fuerzas productivas generales de la inteligencia social son ahora absorbidas por el capital que se opone al trabajo: ellas aparentan ser una propiedad del capital o, más exactamente, capital fijo”. Como plantea correctamente Michel Husson: “¿No puede decirse lo mismo del conocimiento que los exponentes del capitalismo cognitivo erigen como tercer factor de producción, como si este sustituyera al capital o al trabajo como fuente de riqueza?”10. Y continúa: “Una de las características intrínsecas del capitalismo, la fuente esencial de su eficacia, reside una vez más en la incorporación de las capacidades de los trabajadores a su maquinaria social. Es en este sentido que el capital no es un arsenal de máquinas o de computadores en red, sino una relación social de dominación. El análisis del trabajo industrial ha desarrollado largamente este punto de vista. El análisis de la opresión de las mujeres hace jugar un rol (o debería hacer jugar) a la captación por el capital del trabajo doméstico como factor de reproducción de la fuerza de trabajo. La escuela pública no es otra cosa que esta forma de inversión social. La idea misma de distinción entre trabajo y fuerza de trabajo reposa en el fondo de la cuestión (...) Al querer a toda costa resaltar la nueva forma de funcionar del capitalismo, las tesis sobre el capitalismo cognitivo olvidan que dichos cambios no hacen desaparecer las contradicciones del capitalismo sino que las vuelven más y más palpables”11. Fascinados por su objeto, las nuevas tecnologías, los teóricos del capitalismo cognitivo olvidan la principal contradicción propia de éstas, la dificultad creciente para transformar en mercancías las producciones que les corresponden: “El capital produce mercancías y funciona según la ley del valor, que es su ley. Lejos de evitar esta lógica económica, busca constantemente reproducirla, y una de las dimensiones de la nueva economía es precisamente que esto se hace cada vez más difícil”12. Esto es debido a las características peculiares que presentan los productos elaborados por este sector de la economía. Una nueva tecnología implica primero una inversión inicial importante semejante a la del capital fijo. En esto es similar a lo que ocurre con la producción de cualquier mercancía. El problema surge con los modos de valorización de este capital, en particular debido a que la innovación o el producto final pueden ser apropiados casi gratuitamente por la competencia luego de una primer difusión. La utilización de las mismas por el competidor lleva a una inmediata desvalorización del producto (ya que en sus costos no tienen porqué estar contemplados la inversión en capital inicial), introduciendo una lógica relativamente contradictoria con el mercado capitalista. El resultado mediante el cual el capital sortea esta dificultad es el límite temporal de la difusión de aquello que pueda ser apropiado o la reglamentación de su acceso, como hemos visto recientemente en el caso de Napster. Sólo en este sentido es correcta la afirmación de que el valor del conocimiento no depende de su originalidad sino de las limitaciones establecidas al acceso al conocimiento, “a la capacidad práctica de limitar su difusión libre”13, limitando “con medios jurídicos (derechos de autor, licencias, contratos) o monopólicos la posibilidad de copiar, imitar, reinventar, de apropiarse de los conocimientos de otros”14. Aún admitiendo que exista una gran difusión de este nuevo tipo de productos potencialmente gratuitos (cuando en realidad no es más que una esfera muy limitada de productos considerando el mercado global), lo que tenemos no es un nuevo modo de producción sino “el acrecentamiento de un contradicción absolutamente clásica entre la forma que adopta el desarrollo de las fuerzas productivas (la difusión gratuita potencial) y las relaciones de producción capitalista que buscan reproducir el status de mercado a costa de las potencialidades de las nuevas tecnologías”15. Estamos aquí ante la manifestación de esta contradicción del capital anticipada genialmente por Marx en los Grundrisse: “por una parte, despierta todas las fuerzas de la ciencia y de la naturaleza así como aquellas de la cooperación y circulación sociales a fin de crear riqueza independiente (relativamente) del tiempo de trabajo utilizado por ella. Por otra parte intenta medir las gigantescas fuerzas sociales así creadas conforme al patrón del tiempo de trabajo, y encerrarla en los límites estrechos, necesarios para mantener, en tanto que valor, del valor ya producido. Las fuerzas productivas y las relaciones sociales -simples fases del desarrollo diferentes del individuo social- aparecen únicamente al capital como medios para producir a partir de su estrecha base. Pero de hecho son las condiciones materiales capaces de hacer estallar esta base”. La operación mistificadora de Negri, Rullani y otros consiste en presentar la creciente dificultad del capital para “intentar medir las gigantescas fuerzas productivas sociales... conforme al patrón del tiempo de trabajo”, para continuar produciendo en la “estrecha base” de las relaciones de producción capitalista, como si esta hubiera llevado a una mutación de cualidad en las condiciones generales de la producción capitalista, como si el capital hubiese sido capaz de superar sus propios límites. En el mismo sentido la idea de muchos de los teóricos del “fin del trabajo” que estaríamos ante una pérdida de sustancia de la ley del valor debido a la necesidad de gastar menos fuerza de trabajo para producir una mercancía, evita justamente captar la dimensión profunda de la actual crisis capitalista: que es la incapacidad del sistema para escapar de esta ley lo que lo lleva a funcionar de manera crecientemente regresiva. Los veinte años que vivimos de ofensiva imperialista “neoliberal” es una enorme muestra de estos límites del capital, que para lograr valorizarse se ha visto crecientemente empujado a desarrollar la esfera especulativa de la economía y aumentar brutalmente la tasa de explotación de la clase obrera. La superación mediante la conquista del poder por la clase trabajadora de la “estecha base capitalista” es la condición para desenvolver la potencialidad existente en las fuerzas productivas sociales, permitiendo así que estas dejen de ser “fuerzas productivas del capital” (instrumentos para aumentar la extracción de plusvalía a los trabajadores) y, por el contrario, abonen el camino para pasar del “reino de la necesidad” al “reino de la libertad”.
¿Un nuevo sujeto independiente y autónomo?
La mistificación que comparten Negri y los teóricos de la “intelectualidad de masas” se continúa si vemos lo que implican estas tesis en relación a la constitución de un sujeto antagónico al poder del capital. Según Negri y Lazzarato “veinte años de reestructuración de las grandes fábricas han llevado a una extraña paradoja. En efecto, es a la vez sobre la derrota del obrero fordista y sobre el reconocimiento de la centralidad del trabajo vivo más y más intelectualizado en la producción, que se han constituído las variantes del modelo pos-fordista. En la gran empresa reestructurada, el trabajo del obrero es un trabajo que implica más y más, a niveles diferentes, la capacidad de elegir entre diversas alternativas y, por lo tanto, la responsabilidad de algunas decisiones. El concepto de “interfaz” utilizado por los sociólogos de la comunicación da bien cuenta de esta actividad del obrero. Interfaz entre las diferentes funciones, entre los diferentes equipos, entre los niveles de jerarquías, etc. Como lo prescribe el nuevo management, hoy ‘es el alma del obrero la que debe descender en el taller’. Es su personalidad, su subjetividad la que debe ser organizada y dirigida. Cualidad y cantidad de trabajo son reorganizadas alrededor de su inmaterialidad. Esta transformación del trabajo obrero en trabajo de control, de gestión de información de capacidad de decisión que requieren la inversión de la subjetividad, toca a los obreros de manera diferente según sus funciones en la jerarquía de la fábrica, pero ella se presenta de ahora en más como un proceso irreversible (...) Podemos avanzar la tesis siguiente: el ciclo del trabajo inmaterial está preconstituído por una fuerza de trabajo social y autónoma, capaz de organizar su propio trabajo y sus propias relaciones con la empresa. Ninguna ‘organización científica del trabajo’ puede predeterminar ese saber hacer y esta creatividad productiva social que, hoy, constituyen la base de toda capacidad de emprendimiento.”16 De acuerdo a esta visión el capital se vio obligado a tomar nota de la revuelta obrera del ‘68 “contra el trabajo” debiendo modificar la organización “fordista” del trabajo en el sentido de involucrar la subjetividad del trabajador en la producción, produciendo paradójicamente un desarrollo de las facultades autónomas del trabajador. Pero la mutación sufrida no se detendría aquí. La fábrica habría perdido la hegemonía como unidad productiva social y, producto de la revolución en las comunicaciones y de un nuevo salto en las fuerzas productivas, todo sujeto podría ahora apropiarse autónomamente de los conocimientos técnicos y científicos que habrían dejado de ser patrimonio del capitalista. Viviríamos en la época de la hegemonía de la “intelectualidad de masas”. Todo miembro de la sociedad es un productor de plusvalía, independientemente de su condición de asalariado, econtrándose en su cerebro la principal fuerza productiva existente hoy día. En este sentido, al revés de otros sostenedores de la tesis del “fin del trabajo” que deducen de ella la imposibilidad de constitución de sujeto emancipador alguno, para Negri una nueva fuerza antagónica se habría desarrollado, un “proletariado” más autónomo y poderoso que la “vieja” clase obrera asalariada: la multitud, que englobaría al conjunto de las clases subalternas17. De esta potencia de la multitud devendría la fuerza para encarar un antagonismo “no dialéctico” sino “alternativo”, capaz de saltar la transición y realizar “el comunismo aquí y ahora”: “Si el trabajo tiende a devenir inmaterial, si su hegemonía social se manifiesta en la constitución del ‘general intellect’, si esta transformación es constitutiva de sujetos sociales independientes y autónomos, la contradicción que opone esta nueva subjetividad a la dominación capitalista (de cualquier manera que uno quiera llmarla en la sociedad pos-industrial) ya no será dialéctica sino alternativa. Es decir, que este tipo de trabajo que nos parece a la vez autónomo y hegemónico no necesita más del capital y del orden social del capital para existir, sino que se presenta inmediatamente como libre y constructivo. Cuando decimos que esta nueva fuerza de trabajo no puede ser definida al interior de una relación dialéctica, queremos decir que la relación que ella entabla con el capital no es sólo antagónica, ella está más allá del antagonismo, es alternativa, constituva de una realidad social diferente. El antagonismo se presenta bajo la forma de un poder constituyente que se revela como alternativo a las formas de poder existentes. La alternativa es la obra de sujetos independientes, es decir, que ella se constituye al nivel de la potencia y no solamente del poder. El antagonismo no puede ser resuelto quedando sobre el terreno de la contradicción, es necesario que pueda desembocar sobre una constitución independiente, autónoma. El viejo antagonismo de las sociedades industriales establecía una relación contínua, aunque de oposición, entre los sujetos antagonistas y, en consecuencia, imaginaba el pasaje de una situación de poder dada a la de la victoria de las fuerzas antagónicas como una ‘transición’. En la sociedad post-industrial, dónde el ‘general intellect’ es hegemónico, no hay lugar para el concepto de ‘transición’, sino solamente para el concepto de ‘poder constituyente’, como expresión radical de lo nuevo. La constitución antagónica no se determina más, por lo tanto, a partir del dato de la relación capitalista, sino desde el comienzo sobre la ruptura con ella; no más a partir del trabajo asalariado, sino desde el comienzo a partir de su disolución; no más sobre la base de la figura del trabajo sino de la del no trabajo.”18 A algunos, este reconocimiento del supuesto poder ampliado del proletariado vuelto multitud podrá resultarles gratificante en medio de tanto derrotismo que ha inundado los medios intelectuales y de la izquierda en la última década. Pero lo cierto es que es una visión tan lineal y falaz como la de todos quienes hablan de la existencia de una sociedad pos-industrial, incapaz de dar cuenta de las contradicciones reales que debe enfrentar la clase obrera en la lucha por su emancipación. Las premisas que plantea Negri para justificar el “nuevo antagonismo” son falsas. a) El trabajo “inmaterial” no es más que una muy pequeña fracción del total del trabajo social y, por ende, también son una pequeña minoría del conjunto de los trabajadores aquéllos vinculados a las industrias de la comunicación y la informática (entre los cuáles muchos hacen, además, trabajo manual liso y llano). Además sólo una pequeña fracción del proletariado es aquélla que trabaja combinando tareas manuales con las de “control” y “gestión”; b) estamos ante la presencia de “sujetos sociales independientes y autónomos”; c) No es cierto que la tendencia sea la disminución del trabajo asalariado. Desmoronando las premisas, la conclusión del razonamiento -que el trabajo se nos presenta hoy como inmediatamente libre y constructivo- se vuelve ella misma un sinsentido. Podría, sin embargo, argumentarse que si bien es cierto que no todos los trabajadores están en las mismas condiciones los trabajadores ligados a la “producción inmaterial” podrían, en virtud de su situación, estar en condiciones de ser quienes mejor tendiesen a expresar la rebelión del conjunto de los explotados de los que forman parte. Hacia allí parece encaminarse a veces Negri cuando recalca el papel jugado por los estudiantes y el nuevo papel del intelectual19, reformulando la tesis desarrollada en los ‘60 por Serge Mallet y otros que veían en los trabajadores de las fábricas más automatizadas aquéllos que, por disponer de mayor autonomía en el ámbito del trabajo, más iban a tender hacia una política anticapitalista. Pero si nada de esto se verificó durante el ascenso del ‘68 en Francia, ni a posteriori en el resto del mundo durante los años ‘70 donde en las grandes acciones de masas confluyeron los distintos estratos de la clase obrera junto con otros sectores explotados y oprimidos y el movimiento estudiantil, nada de esto se verifica tampoco en la resistencia actual de los explotados. Son sectores de lo más diversos quienes han protagonizado los eventos más importantes de la lucha de clases en los últimos años: el campesinado latinoamericano (y entre ellos principalmente los indígenas), los trabajadores de los servicios públicos europeos, los jóvenes palestinos, los desocupados y los trabajadores argentinos, los obreros de las automotrices coreanas, los estudiantes mexicanos. Presentar las condiciones de existencia de unos pocos como si fuese la del conjunto, poner un signo más donde otros ponen un signo menos, señalar pura potencia donde otros ven sólo límites puede resultar sugerente e impactante a primera vista pero muy pobre cuando se trata de comprender los verdaderos límites y potencialidades de la clase trabajadora.
Las encrucijadas reales de las masas explotadas
Ya señalamos las tendencias contradictorias que muestra el análisis estructural de las transformaciones sufridas por la clase obrera. En medio de veinte años de ofensiva imperialista sobre las conquistas de la clase obrera, no es una situación de “intelectualidad de masas” y disminución del número de asalariados lo que estamos viviendo. Con diferencias de países y regiones, la tendencia general es hacia un proceso de asalarización creciente en el cual una pequeña minoría del proletariado se vuelve más cualificada mientras la gran mayoría sufre la precarización de sus condiciones de trabajo, en medio de altos niveles de desocupación que reducen el precio de la fuerza de trabajo, con el consiguiente embrutecimiento e incluso descomposición de grandes sectores de la clase trabajadora, y donde aún aquéllos sectores de mayor cualificación se ven afectados por una tendencia a la reducción de sus ingresos20. Esta tendencia a la asalarización de las masas trabajadoras no implica, sin embargo, la desaparición de otras clases o cuasi clases también oprimidas (y explotadas en forma indirecta) por el capital que producen en condiciones pre-capitalistas, como el campesinado o la pequeña burguesía urbana. Ni tampoco deja de lado el proceso de lumpenproletarización que sufren importantes sectores del proletariado en los países donde se consolidan altos niveles de desempleo. Ninguna de estas desigualdades pueden ser comprendidas en el concepto amorfo de “multitud”21 en el que Negri disuelve la especificidad de la situación de la clase obrera y otras clases subalternas evitando el análisis concreto de la potencialidad y los límites de las luchas actuales. Límites que son en parte estructurales (hay sectores de la clase obrera que por su ubicación en la producción pueden afectan más o menos el dominio del capital; el campesinado tiende a levantar demandas, como la reforma agraria, que si no se ven acompañadas por la lucha proletaria son a su manera rearticuladas por el poder burgués) pero que también son políticas. Veamos unos ejemplos. El movimiento de desempleados en Argentina que viene luchando desde hace cinco años, con un crecimiento constante en organización y combatividad, ha desmentido a quienes sostenían que el trabajador desocupado no era más que un “excluído”, que estaba estructuralmente incapacitado para la acción colectiva. En este sentido ha mostrado su “potencia”. Más aún, los paros generales argentinos del 2000 y el 2001 mostraron que es posible sobrepasar la fragmentación del proletariado siempre que se superen los límites de la acción corporativa y se pase a la lucha política, constituyendo -con niveles de desocupación que alcanzan el 14 % y otro tanto de subocupación- el frente único de trabajadores ocupados y desocupados, y de éstos con las clases medias empobrecidas. Pero esto mismo señala no sólo “potencia” sino también los límites que hay que superar. Si la lucha contra la desocupación no es tomada por los sectores más concentrados del proletariado de la industria y el transporte es muy difícil que la heroica lucha de los desocupados pueda ir más allá de obtener “planes trabajar” o un seguro de desempleo. A su vez si los trabajadores (que nuevamente han mostrado su capacidad para derribar ministros y gabinetes) no superan la estrategia reformista de las direcciones sindicales y conquistan su independencia política, las clases dominantes encontrarán nuevos recambios. Otro ejemplo que podríamos analizar es la explosión que ha tenido el movimiento campesino latinoamericano, especialmente los sectores indígenas, que ha mostrado un enorme fortalecimiento y combatividad en Ecuador, Bolivia, México y Brasil en los últimos años. Su lucha viene siendo un elemento altamente desestabilizador de los gobiernos y los planes imperialistas en la región. Pero a su vez han mostrado los límites de las estrategias reformistas de las direcciones campesinas y puesto sobre el tapete la necesidad de que el proletariado levante un programa revolucionario y se ponga a la altura de la pelea que están dando sus aliados, acaudillando al conjunto de los oprimidos22. La negativa a identificar estas encrucijadas reales no puede llevar menos que a desarmar la acción que los explotados tienen por delante.
¿Superación de la alienación?
La descripción del nuevo sujeto antagonista como la de “sujetos sociales independientes y autónomos” plantea además la falsedad de que el capitalismo sería capaz de producir sujetos no alienados (ningún sentido tendría hablar de sujetos independientes y autónomos si la alienación persistiese). Aún sólo reduciendo la teoría marxista de la alienación a la alienación del trabajo (o alienación económica) de ninguna manera podríamos concluir que ésta ha sido eliminada. El primer factor de la alienación del trabajo, es la separación de las personas al libre acceso a los medios de producción y a los medios de subsistencia. Históricamente, este fue el elemento necesario para que se generalizase la característica principal del trabajo alienado, la obligación de las personas de vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario para poder subsistir. Esta situación no sólo continúa sino que se ha multiplicado desde que Marx lo señalara originalmente con el desarrollo de los procesos de concentración y centralización capitalista y el dominio del capitalismo monopólico, como expresa el continuo proceso de asalarización que señalamos anteriormente. Durante el período que el asalariado vende su fuerza de trabajo al patrón, éste es quien dicta las reglas de su uso. Esto no cambia porque las nuevas formas de la organización del trabajo recurran en los muy reducidos estratos altos del proletariado a involucrar más directamente al trabajador en el control de su propio proceso de trabajo y porque el capitalista recurra incluso al “saber obrero” para aumentar la productividad y acrecentar sus ganancias. Hay aquí una confusión elemental entre el hecho de que el capitalista haya recurrido en ciertos sectores de la cadena productiva a explotar conjuntamente la fuerza y el intelecto obreros (el gasto de energía de sus músculos y cerebro) con la existencia de individuos “libres y autónomos”. Obviamente, la tercer forma en que se manifiesta la alienación del trabajo, el hecho que el trabajador no dispone de los frutos de su propio trabajo, tampoco ha variado desde que Marx formuló su teoría. Por último, es otra falsedad decir que el trabajo se ha transformado en un medio de autoexpresión humana, en “libre y constructivo”. En la sociedad contemporánea el trabajo es esencialmente trabajo asalariado, y cómo tal la capacidad humana de realizar un trabajo creativo se frustra y distorsiona inevitablemente, aún cuando en esto haya divergencia de niveles entre sectores minoritarios de la clase obrera que puedan disponer de algún control del uso de su fuerza de trabajo y emplear en algo su creatividad y aquéllos mayoritarios sometidos a la actividad mecánica y brutal, que son meros apéndices de las máquinas como señalaba Marx. Pero aún en los asalariados que realizan actividades con cierto nivel de “creatividad” este no es más que, valga la contradicción, “trabajo creativo enajenado”, ya que en la empresa capitalista su fin no es otro que el de incrementar las ganancias del capitalista, es decir, un fin no fijado por el colectivo de trabajadores. No es sólo (parece ridículo de sólo pensarlo) la imposibilidad de explicarle a un trabajador de una maquiladora o un sweatshop, con jornadas de trabajo de entre 12 y 14 horas, que su situación es la de un sujeto libre y autónomo. La alienación capitalista no deja de estar presente aún entre los trabajadores más calificados que realizan actividades centradas en el control, la gestión o el diseño. Aunque se puedan controlar ciertos pasos del proceso de trabajo su contenido estará siempre determinado por las necesidades del capital. Pensemos sólo en los diseñadores gráficos (por tomar una disciplina de gran crecimiento en los últimos años), que aunque puedan decidir sobre las formas de la pieza gráfica o la página web sobre la que trabajan nada pueden decir sobre el contenido temático de las mismas, decididos por el gerente de producción o, en caso del diseñador independiente, por el “cliente” que le encargó el trabajo. O en los empleados de las empresas “punto.com”, ayer vedettes y hoy sufriendo despidos masivos ante la caída en de las mismas en desgracia, con jornadas laborales sin límite claro y ninguna protección social ni derecho a la sindicalización, obligandolos a “facturar” como trabajador “independiente”... para evitar al empleador pagar cargas sociales. Más en general, lo que tanto Negri como Gorz y los teóricos de “la revolución del tiempo elegido” dejan de lado es que mientras subsista el modo de producción capitalista no hay posibilidad de la clase trabajadora de transformarse en un “sujeto productivo autónomo, independiente y creativo”, por ende, desalienado. En el capitalismo la autonomía de la clase obrera no puede más que ser política, pasando de ser “clase en sí” (objeto de explotación) a “clase para sí” (sujeto de su propia emancipación). Es en la lucha por la organización independiente de la clase trabajadora que la estancia de diez o doce horas en el establecimiento de trabajo puede ser algo distinto que una actividad embrutecedora de la que sólo se está esperando concluir “para hacer las cosas verdaderamente humanas”. La primer y principal acción autónoma de la clase obrera en la sociedad capitalista pasa por liberarse de la influencia política de la burguesía, construir su organización política revolucionaria independiente y encaminarse a destruir el poder armado del capital y reemplazarlo por el poder autoorganizado de la clase trabajadora. Es esta la condición necesaria para realizar la “expropiación de los expropiadores” sin la cual es imposible superar las condiciones de la alienación del trabajo. La inevitabilidad de esta “mediación” a la hora que los trabajadores conquisten su emancipación es la que pretende ser evadida por Negri cuando nos da la visión de un sujeto directamente “autónomo” y “constructivo”. Lo reaccionario de las posturas de Negri (o de Gorz), entonces, no está en que planteen que día a día se acrecienta la contradicción entre la potencialidad que los desarrollos científicos y técnicos abrirían para una existencia más plena y la miseria de la existencia presente23, sino en pretender utópicamente que esta puede superarse previamente a la conquista del poder por parte de los trabajadores y la expropiación de la burguesía.
Tiempo libre y la lucha por la reducción de la jornada laboral
Podría, sin embargo, argumentarse lo siguiente: dado que en la relación salarial el trabajo es inevitablemente alienado, ¿no sería paradojalmente beneficioso para la emancipación social el proceso que arroja a miles fuera del mercado de trabajo, ya que posibilitaría que los sujetos enarbolen alternativas productivas distintas a la capitalista y pueden disponer de tiempo libre? Para quienes así razonan (Gorz, Rifkin, etc.), todo retroceso de los asalariados no sería más que un progreso hacia la liberación del trabajo. Veamos. Esta concepción parte del error original de dejar de lado “la dimensión totalizante y abarcadora del capital, que engloba desde la esfera de la producción hasta el consumo, desde el plano de la materialidad, al mundo de las ideas”24, es decir, supone falsamente que en el capitalismo podría disponerse autónomamente del “tiempo libre”, como si la diversión y el ocio no se encontrasen también hoy bajo el control y el domino del capital. A pesar de toda su fraseología “radical”, lo que aquí se termina proponiendo son una serie de medidas que podrían ser de gran utilidad para los gobiernos “neoliberales” o de “tercera vía” (como la “economía solidaria” y del “tercer sector” de Rifkin y Gorz) a la hora de atenuar los costos de sus políticas antiobreras, ya que mientras dejan el control de los principales recursos económicos a la producción de los monopolios capitalistas presentan como prototipos del “trabajo creativo y solidario” la atención de ancianos (funcional a la reducción de los presupuestos de salud pública y seguridad social) o la producción para los vecinos de “pan integral”... Aunque la visión de Negri sea un poco más sofisticada, comparte lo esencial de esta postura que busca en los “no asalariados” el “nuevo sujeto antagonista”. Las implicancias políticas negativas de este razonamiento son evidentes. Los signos de descomposición social creados por el dominio capitalista (señal de su agotamiento histórico) son presentados como producto de una evolución progresiva de las fuerzas productivas. Es decir, en vez de la incapacidad del capitalismo para resolver la “crisis de acumulación” que vive desde mediados de los ‘70 tendríamos su capacidad para mutar hacia formas “pos-capitalistas”. De esta forma, ya que serían las nuevas condiciones productivas las que llevan a una pérdida de importancia del trabajo asariado en general, y del fabril en particular, perdería sentido enfrentar el desempleo de masas reclamando el reparto de las horas de trabajo entre todas las manos disponibles (la “escala móvil de horas de trabajo”) ya que el “nuevo paradigma productivo” mismo excluiría tal posibilidad. Esta visión no sólo tiene el efecto de absolver a los gobiernos capitalistas de las políticas que provocan el desempleo de masas (ya que sería producto de condiciones “estructurales” que están más allá de su alcance) sino que naturaliza la fragmentación que el capital crea en la clase obrera (entre ocupados y desocupados, estables y precarios, etc.) y deja de lado un arma fundamental, la lucha por la reducción de la jornada laboral con salarios equivalentes a los costos de la canasta familiar25, para enfrentar las actuales políticas burguesas. Negri, en vez de sostener esta demanda conjuntamente con la de planes de obras públicas controlados por los trabajadores26, plantea como eje la reivindicación de una “renta universal ciudadana”, un ingreso mínimo que correspondería a todos los habitantes de un país por el sólo hecho de serlo, independientemente de la actividad que desempeñen. “Renta universal ciudadana” que juega el papel ideológico de ser el “caballo de Troya” de la política de instaurar un “ingreso mínimo de supervivencia” que algunos asesores de distintos gobiernos proponen buscando bajar el piso de los salarios y perpetuar la situación de existencia de desempleo de masas por un lado -con desocupados recibiendo un miserable seguro de existencia- y trabajadores empleados en las condiciones de precarización, flexibilización y jornadas extenuantes hoy existente. Estas posiciones constituyen así un monumental embellecimiento de las consecuencias causadas por la profunda ofensiva antiobrera de las últimas décadas que se conoce con el nombre de “neoliberalismo”, legitimando por “izquierda” a las políticas que producen la disminución del poder de los asalariados como fuerza antagónica al dominio capitalista. No pueden ser calificadas más que como reaccionarias, sin que esto implique embellecer la “sociedad del trabajo” hablando de las virtudes “socializadoras del trabajo” dejando de lado su carácter de trabajo asalariado (es decir, inevitablemente alienado), como han hecho los teóricos socialdemócratas que añoran el “estado de bienestar” o los stalinistas predicando el “culto al trabajo”. Por el contrario, como sostiene Marx en “El Capital”, “el reino de la libertad sólo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción de los fines externos; queda pues, dada la naturaleza de las cosas, más allá de la órbita de la verdadera producción material. (...) A medida que se desarrolla (el hombre civilizado, N de R), desarrollándose con él sus necesidades, se extiende este reino de la necesidad natural, pero al mismo tiempo se extienden también las fuerzas productivas que satisfacen aquellas necesidades. La libertad, en este terreno sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente su intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como un poder ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de fuerzas y en las condiciones más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana. Pero, con todo ello, éste será siempre un reino de la necesidad. Al otro lado de sus fronteras comienza el despliegue de las fuerzas humanas que se considera como fin en sí, el verdadero reino de la libertad, que sin embargo sólo puede florecer tomando como base aquel reino de la necesidad. La condición fundamental para ello es la reducción de la jornada de trabajo”.
2da. PARTE: MARXISMO CLASICO vs. “MARXISMO” AUTONOMISTA: DOS ESTRATEGIAS EN LA LUCHA POR EL COMUNISMO
La lucha por el poder político
A fines de los años ‘20 la controversia entre la teoría-programa de la revolución permanente y la defensa stalinista de la utopía reaccionaria del “socialismo en un solo país” marcaría una oposición que se continuaría a lo largo de todo el siglo XX. La teoría de la revolución permanente expresó un desarrollo cualitativo de la estrategia de la revolución proletaria incorporando las conclusiones de las revoluciones de las dos primeras décadas del siglo XX27. Las formulaciones stalinistas fueron, al contrario, la negación de estas lecciones. Luego de la segunda guerra, el stalinismo llegó más allá en el desempeño de su rol contrarrevolucionario de lo visto por Trotsky en los ‘30, concertando un pacto con el imperialismo norteamericano de sostenimiento del orden mundial, transformándose en un actor central del llamado “orden de Yalta”. Decenas de procesos revolucionarios fueron frenados en su desarrollo por la acción del stalinismo y aquéllas revoluciones que “fueron más allá” de lo buscado por los stalinistas (Yugoslavia, China, Cuba, Vietnam...), quedaron bloqueadas en su desarrollo revolucionario al imponerse en esos estados regímenes que copiaban la dominación burocrática del modelo stalinista y adoptaban su misma estrategia del “socialismo en un solo país”. El colapso de los regímenes stalinistas entre 1989 y 1991, con el paso de las burocracias gobernantes a impulsar abiertamente la restauración capitalista, mostró la bancarrota completa de esta política, dando por la negativa razón histórica a los señalamientos de Trotsky de que si una revolución política no devolvía el poder a los trabajadores el mantenimiento del dominio burocrático llevaría a la restauración capitalista. Tal como lo hiciera el stalinismo, aunque desde un ángulo opuesto, hoy las formulaciones de Negri sobre el “comunismo sin transición” constituyen una estrategia que enfrenta la dinámica revolucionaria planteada en la revolución permanente. En primer lugar, se plantea la desaparición de la lucha por la conquista del poder político. En Negri las supuestas mutaciones de las condiciones de la producción capitalista están acompañadas del paso de la “sociedad disciplinaria” señalada por Foucault a la “sociedad de control” que este autor sólo entrevió y que Deleuze y Guattari plantearon explícitamente. En la “sociedad de control” el ejercicio del poder está en todas partes, internalizado en la subjetividad del individuo, que reproduce el poder en cada acción: un verdadero “biopoder”. Esta misma difusión del poder en todos los aspectos de la producción de la vida se ve en el paso del “imperialismo” al “Imperio”, cuyo dominio inasible se ve en su imposibilidad de lograr plena expresión jurídica. No sería ya la lucha por el poder político la palanca para avanzar hacia la liberación de los explotados sino la lucha por transformar el sentido de la producción de la vida misma. ¿Encuentra algún justificativo en la realidad de la lucha de clases esta afirmación? No vemos ningún justificativo empírico para ello. El control del poder político de los distintos estados naciones sigue siendo un instrumento fundamental para que el capital ejerza su dominio, tanto en los países imperialistas centrales como en la periferia “semicolonial”. Por un lado, por la función insustituíble en la represión de las clases subalternas locales que los distintos estados juegan. Las funciones de “policía mundial” que han venido jugando las intervenciones de “fuerzas multinacionales”28 no sustituyen esta función de los estados a nivel local, sino que son complementarias a los mismos. El capital más concentrado continúa en una estrecha relación con los estados imperialistas más poderosos y es a través de estos que impone relaciones cada vez más subordinadas a los estados más débiles y expoliados. Basta ver para ello el papel de “lobbistas” de primera línea que juegan las embajadas norteamericana, francesa, británica, japonesa, alemana o española cuando hay procesos de privatizaciones o concesiones en algún país semicolonial. Y, en particular, cómo Estados Unidos se beneficia del control ejercido sobre el FMI o el Banco Mundial para imponer sus políticas al resto del mundo. Es decir, que la “mediación política” es cualquier cosa menos algo que se ha extinguido. Y, por ello, la estrategia de la clase trabajadora no puede menos que buscar destruir este aparato de dominación y reemplazarlo por uno que le posibilite ejercer su propio poder y tomar los primeros pasos en la construcción del socialismo. Cada gran intervención del movimiento de masas coloca en primer plano el problema del poder político. Fue precisamente la falta de acciones revolucionarias en los años ‘80 y la primera mitad de los ‘90 los que posibilitaron el auge de estrategias que eludían o diluían la centralidad de la lucha por el poder estatal, que se incrementaron acompañando la propaganda burguesa que presentó el colapso de los regímenes stalinistas como la muestra del fracaso de todo intento de los trabajadores por hacerse del poder. Nos referimos al auge de los llamados “movimientos sociales” y la “estrategia local”, que se desarrollaron sobre la derrota del embate revolucionario iniciado del ‘68. Teóricamente, esta política completamente reformista fue justificada con la existencia de “micropoderes” que debían ser combatidos particularmente, tomando como modelo los análisis de Foucault sobre la “microfísica del poder”. Negri se aparta de esta visión en cuanto critica las estrategias “localistas” de resistencia a la globalización y postula que toda lucha está en realidad unificada por “el deseo de comunismo” de la multitud y su desafío común al “Imperio”, pero que falta que esta unidad de propósitos se haga conciente y comunicable. Sin embargo, comparte la idea de un poder desterritorializado y la negativa a poner en el centro la lucha por el poder político29. Lo cierto es que desde que en 1995 la gran huelga de los trabajadores públicos en Francia marcase un verdadero punto de inflexión en la situación de la clase obrera a nivel internacional, hemos visto con mayor frecuencia que importantes acciones de masas llegasen a la desarticulación de los regímenes burgueses: Ecuador en 1997 con la huelga general que derrocó a Bucaram y de nuevo a comienzos del 2000 con el levantamiento campesino que terminó con Mahuad e instauró una efímera “Junta de Salvación Nacional” antes de que se reconstituyese el poder burgués gracias a la acción de los “militares nacionalistas”; Albania en 1997 y, en menor medida, Serbia en el 2000. En todos estos acontecimientos que la clase obrera no haya estado en el centro de las acciones y la ausencia (o el estado embrionario) del desarrollo de organismos de democracia directa de los explotados impidió que en el seno de estos procesos madurara entre los trabajadores una alternativa revolucionaria que les permitiese conquistar el poder. En ninguno de estos casos existió tampoco un partido obrero revolucionario e internacionalista capaz de aprovecharlos. Así, aunque las masas acumularon experiencia de lucha, el poder fue entregado a sus enemigos de clase. La gran lección, entonces, es que si los trabajadores y las masas explotadas no se preparan para luchar por imponer su propio poder en las situaciones de crisis, son otros quienes lo ocupan.
La sociedad de transición
Señalada la imposibilidad de evadir la lucha por el poder político, si la clase trabajadora conquistase el poder, ¿podría avanzar en la construcción del comunismo sin necesidad de transición alguna? No es éste un cuestionamiento menor sino que hace a un aspecto nodal de la estrategia marxista30. ¿Nos debe cuestionar esto, sin embargo, la experiencia de burocratización de los estados obreros ? ¿No ha sido en nombre de la dictadura del proletariado que los burócratas han justificado el ejercicio del despotismo laboral en las fábricas de la ex URSS, incluyendo formas de trabajo a destajo como el stakhanovismo? “¿Era inevitable todo esto (la burocratización de la URSS, N de R)?”, se pregunta Negri. “Responden positivamente a esta pregunta todos aquéllos que, del lado del estalinismo, pero también del de la teoría del desarrollo capitalista sostienen que únicamente una ‘revolución desde arriba’ habría podido determinar la solución del subdesarrollo, mejor la formación del modo de producir moderno en Rusia”31. Por el contrario “al mismo interrogante deben responder negativamente todos aquellos que, en un poder constituyente que reasume la regla de empresa, no ven una clausura, sino más bien una nueva y más alta apertura de la potencia. Sobre el terreno de la regla de empresa, sobre la que Marx había obligado al poder constituyente, sobre aquel mismo terreno sobre el que se había desarrollado el compromiso leninista, lo que importaba era la contradicción, su continua reapertura, la vitalidad de la función negativa y progresiva del poder constituyente. La regla de empresa no era un fetiche, sino un nuevo terreno sobre el que la praxis constitutiva podía y debía reabrirse continuamente. Y esto encuentra definitiva demostración en el hecho de que como quiera que hayan ido las cosas en Rusia, esta necesaria y contradictoria relación entre el poder consitituyente y la regla de empresa no puede ya ser evitada. Hoy en día no es imaginable un ejercicio cualquiera del poder constituyente más que si libera de la necesidad de la relación con la empresa. Este terreno descubierto por Marx es el terreno del comunismo”32. Si bien el teórico autonomista acierta en negar la inevitabilidad de la dominación burocrática, falla en creer que el “compromiso leninista”, al decir de Negri la síntesis entre “espontaneidad democrática y racionalidad instrumental” (o sea, encomendar a los soviets la dirección de la producción) podría ser eludido. Este “compromiso” no solo fue inevitable en su tiempo debido al atraso ruso33 sino que también lo sería hoy día, variando obviamente de acuerdo al papel en la economía mundial de los distintos países, al nivel de desarrollo tecnológico existente y a los ritmos de desarrollo de la revolución socialista internacional. Una revolución triunfante en los estados capitalistas más desarrollados brindará posibilidades inmensamente superiores a la clase obrera para avanzar más rápidamente al socialismo. Una revolución en un país de desarrollo “intermedio” o “atrasado” (más aún, si debe enfrentar condiciones de aislamiento económico y político) deberá hacer inevitablemente más concesiones y compromisos y el peligro de la burocratización será superior. Enfrentará mayores contradicciones internas, como le ocurrió a la Unión Soviética, pero sin que esto implique que, inevitablemente, la historia vuelva a repetirse. Dependerá de la experiencia soviética previa de las masas, su disposición a la acción y, fundamentalmente, de su relación con la lucha de clases internacional. Aunque la clase trabajadora en el poder tomaría medidas que desde el comienzo transformarían la relación en la organización del trabajo y de la vida social en su conjunto, sería inevitable reproducir por un período ciertos aspectos heredados de la sociedad anterior. Aún en las economías más desarrolladas que dominan la economía mundial, el período de la sociedad de transición es inevitable ya que, como planteaba Marx, “de lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, el moral y el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuyas entrañas procede.”34 La hipermadurez contemporánea de las fuerzas productivas, que según Negri permitirían librarse de “la necesidad de la relación con la empresa”, es una apreciación unilateral de la realidad que evita responder a las encrucijadas verdaderas que debe enfrentar el desarrollo de la sociedad socialista, en la que la liberación del tiempo libre será un proceso cuya evolución dependerá de las fuerzas productivas que tengan bajo su control los trabajadores35.
La dimensión internacional de la “apuesta leninista”
En el balance de la grandeza y la crisis de la “apuesta leninista”36 un elemento, el compromiso con la “regla de empresa”, recibe un valor sin límites y es abstraído del conjunto de las determinaciones históricas. Negri obvia así mencionar relación alguna entre la consolidación de la burocratización y los acontecimientos de la lucha de clases a nivel internacional. La inevitabilidad del período de transición no sólo es producto de las contradicciones internas de toda formación social sino del hecho de que la revolución mundial no es un acontecimiento simultáneo, lo que establece una dialéctica particular entre el “inicio” del proceso de la revolución socialista con la toma del poder a nivel de un país o serie de países y su “coronamiento” con el triunfo de la nueva sociedad a escala mundial. En el caso específico de la revolución rusa, aunque sea una cuestión elemental, recordemos que la apuesta bolchevique consistía en que el triunfo de la revolución rusa detonase la revolución alemana. Esta perspectiva no se materializó. Las derrotas de la clase obrera mundial ocurridas en la inmediata posguerra (Alemania en 1919, 1921 y 1923; Hungría 1919; Bulgaria 1923; la huelga general inglesa de 1926; la segunda revolución china de 1925-’27...) llevaron al aislamiento económico y político de la Unión Soviética favoreciendo el triunfo de la política nacionalista del “socialismo en un solo país” defendida por Stalin. La burocracia a su vez no era neutra en estas derrotas sino que practicaba una política pragmática de “zig-zags” (de la disolución en el Kuomintang al ultraizquierdismo del “tercer período”; de éste al oportunismo de los “frentes populares”) que provocaba nuevos traspiés al proletariado (el triunfo del nazismo en Alemania, la derrota de la revolución española). ¿Cómo dejar de lado que una cosa era señalar la madurez del proletariado ruso para hacerse del poder y otra distinta sostener que Rusia por sí sola, como hizo Stalin, podría llegar al comunismo? Paradójicamente, entonces, Negri, al no plantearse siquiera el problema de la dialéctica entre “construcción del socialismo” en el plano nacional y desarrollo de la revolución internacional, termina coincidiendo con los stalinistas en situar la explicación de lo acontecido con la revolución de octubre desde el plano estrictamente nacional37.
La democracia soviética
La imposibilidad de materializar un “comunismo sin transición” no torna indiferente, en manera alguna, la política que se lleve adelante durante el período de transición. Que señalemos que la lucha por la conquista del poder político debe estar en el centro de la estrategia revolucionaria y la inevitabilidad del proceso de transición no significa idenficarse con “cualquier poder” alternativo al de la burguesía, como han sido los regímenes stalinistas con sus cultos al trabajo y al líder, no sólo en su expresión prototípica de la degeneración del estado obrero soviético sino también en los procesos revolucionarios donde la burguesía fue expropiada y surgieron estados obreros “deformados”. No es inevitable repetir la tragedia de las revoluciones de posguerra donde los ejércitos guerrilleros (Yugoslavia, China, Cuba, Vietnam...) que dirigieron levantamientos de masas -esencialmente campesinas y semi-proletarias- edificaron regímenes similares al dominante en la Unión Soviética bajo Stalin y bloquearon el desarrollo de dichas revoluciones hacia el socialismo. Estos regímenes38 trasladaron la estructura vertical del “partido-ejército” al aparato de estado, impidiendo todo real ejercicio de la democracia directa de las masas