¿De quién es el siglo XXI?
No obstante, fue el siglo americano. Estados Unidos se convirtió en la potencia hegemónica incuestionable en el periodo 1945-1970 y modeló el sistema-mundo a su parecer. Estados Unidos se tornó el productor económico principal, la fuerza política dominante, el centro cultural del sistema-mundo. En resumen, Estados Unidos fue el dominador del escenario, por lo menos durante un tiempo.
Ahora, Estados Unidos está en visible decadencia. Más y más analistas comienzan a decirlo abiertamente, pese a que la línea oficial del establishment estadunidense lo niegue vigorosamente, al igual que cierta porción de la izquierda mundial que insiste en que la hegemonía de esa nación continúa. Pero los realistas con claridad de pensamiento, en todas partes, reconocen que la estrella estadunidense va atenuando su luz. La cuestión que subyace a todos los pronósticos serios es entonces, ¿de quién es el siglo XXI?
Por supuesto, estamos apenas en 2006, y tal vez es pronto para responder a esta cuestión con algún sentido de certeza. No obstante, los líderes políticos de todas partes hacen cálculos en torno a dicha respuesta y formulan sus políticas en concordancia. Si replanteamos la cuestión y simplemente nos preguntamos cómo podría verse el mundo, digamos en 2025, podremos quizá ser capaces, por lo menos, de decir algo inteligente.
Básicamente hay tres series de respuestas a la cuestión de cómo se verá el mundo en 2025. La primera es que Estados Unidos gozará de un último vigor, un resurgimiento de su poder, y continuará dominando el gallinero en ausencia de algún contendiente militar serio. La segunda es que China desplazará a Estados Unidos como la superpotencia mundial. La tercera es que el mundo se tornará la arena de un desorden multipolar anárquico y relativamente impredecible. Examinemos la plausibilidad de cada una de estas tres predicciones.
¿Estados Unidos a la cabeza? Hay tres razones para dudarlo. La primera es una razón económica. La fragilidad del dólar estadunidense como única reserva cambiaria en la economía-mundo. El dólar se sostiene ahora por las masivas infusiones de compra de bonos que hacen Japón, China, Corea y otros países. Es muy poco probable que esto continúe. Cuando el dólar se desplome dramáticamente, incrementará momentáneamente la venta de bienes manufacturados, pero Estados Unidos perderá su control de la riqueza del mundo y su habilidad para expandir el déficit sin una seria sanción inmediata. Los niveles de vida caerán y habrá un influjo de nuevas monedas de reserva, incluidos el euro y el yen.
La segunda razón es militar. Afganistán y especialmente Irak han demostrado en los últimos pocos años que no es suficiente contar con aviones, barcos y bombas. Una nación debe también contar con una gran fuerza terrestre que venza la resistencia local. Estados Unidos no cuenta con una fuerza así, y no tendrá ninguna, debido a razones políticas internas. Como tal, está condenado a perder tales guerras.
La tercera razón es política. Las naciones por todo el mundo están llegando a la conclusión lógica de que ahora pueden desafiar políticamente a Estados Unidos. Tomemos el ejemplo más reciente: la Organización de Cooperación de Shangai, que reúne a Rusia, China y a cuatro repúblicas del Asia central, está por expandirse para incluir a India, Paquistán, Mongolia e Irán. Este último país fue invitado en el mismo momento en que Estados Unidos intentaba organizar una campaña mundial contra el régimen iraní. El Boston Globe llamó a esto, correctamente, "una alianza anti Bush" y un "viraje tectónico en la geopolítica".
¿Surgirá China como cabeza hacia 2025? Es muy cierto que China lo está haciendo muy bien en lo económico, expande su fuerza militar considerablemente, y comienza a jugar un serio papel político en la región, más allá de sus fronteras. China sin duda será más fuerte en 2025; sin embargo enfrenta tres problemas que debe remontar.
El primer problema es interno. China no es estable políticamente. La estructura de un solo partido tiene a su favor la fuerza del éxito económico y el sentimiento nacionalista. Pero enfrenta el descontento de alrededor de la mitad de la población, que se siente relegada, y el descontento de la otra mitad por los límites de su libertad política interna.
El segundo problema se refiere a la economía-mundo. La increíble expansión del consumo en China (junto con el de India) cobrará su cuota en la ecología mundial y en las posibilidades de acumulación de capital. Muchos consumidores y muchos productores tendrán severas repercusiones en los niveles de ganancia mundiales.
El tercer problema yace en los vecinos de China. Si éste lograra la reintegración de Taiwán, ayudara a arreglar la reunificación de las Coreas y llegara a conciliarse (sicológica y políticamente) con Japón; tal vez habría una estructura geopolítica unificada en Asia oriental que podría asumir una posición hegemónica.
Los tres problemas pueden remontarse, pero no será fácil hacerlo. Y las probabilidades de que China pueda remontar estas dificultades para 2025 son inciertas.
El último escenario es aquel de anarquía multipolar y de fluctuaciones económicas desordenadas. Dada la incapacidad de mantener un viejo poder hegemónico, la dificultad de establecer uno nuevo y la crisis mundial de la acumulación de capital, este tercer escenario parece ser el más probable.