El capitalismo desatado. Entrevista.
Andrew Glyn, destacado economista de izquierda que lleva más de 35 en la palestra, habla con Rob Hoveman de su último libro, Capitalism Unleashed, publicado por Oxford University Press.
Los anteriores libros de Andrew Glyn trataban de analizar los factores que llevaron a la economía mundial de su "edad de oro", marcada por un fuerte crecimiento que no cesó hasta 1973, hasta una posterior etapa de desempleo masivo, menor crecimiento y gran inestabilidad.
Cuando me reuní con Glyn en el Corpus Christi College de Oxford, donde ha impartido clases desde 1969, destacó que, en su nuevo libro, "he querido dar una explicación clarificadora del modo en que la economía mundial ha cambiado a lo largo de los últimos 30 años. Entre la década de 1960 y la de 1980, el problema principal de la clase capitalista fue la fuerza del factor trabajo. Ahora esta amenaza se ha desvanecido. Lo que he pretendido en este libro es estudiar por qué ha ocurrido esto y dónde se hallan los problemas fundamentales a los que se enfrenta hoy la economía mundial".
Capitalism Unleashed analiza el auge de las privatizaciones y de las desregulaciones, la explosión del sector financiero, el fenómeno de la globalización y el crecimiento económico de China. También aborda la cuestión de las condiciones de trabajo y de las remuneraciones de los trabajadores, así como el declive de la fuerza de las centrales sindicales y, en definitiva, las contradicciones del crecimiento económico durante las últimas tres décadas.
"En libros anteriores, como British Capitalism. Workers and the Profits Squeeze (1972), mi coautor y yo pusimos especial énfasis en las relaciones entre capital y trabajo. Todavía hoy sigo pensando que, durante el largo boom, los sindicatos lograron negociar salarios más elevados y mayores niveles de gasto público en materia de bienestar social. Aun donde los sindicatos se mostraban menos fuertes, la propia intensidad del boom económico hizo que los salarios subieran significativamente. Asimismo, la creciente competencia a escala internacional impidió que las compañías elevaran sus precios como respuesta a este mayor coste del factor trabajo. Con todo, la fuerza de los trabajadores propició un incremento de los salarios reales a expensas de los beneficios. Creo que ésta fue la causa más importante de la transición de la edad de oro a una era de inestabilidad".
"De hecho, la necesidad, por parte de la clase capitalista, de debilitar el factor trabajo para recuperar sus niveles de beneficios explica por qué presionaron a favor de las políticas que, en determinados espacios geográficos, se impusieron durante la década de 1980. Cuando Thatcher fue elegida, mucha gente de izquierdas sostenía que el monetarismo era irracional. Yo no estaba de acuerdo con ellos. El componente racional del monetarismo en tanto que corriente económica amplia capaz de sustituir el keynesianismo, era, primero, su afán por reestablecer el mercado -no el activismo sindical- como instancia encargada de determinar los salarios; y, segundo, su insistencia en que el desempleo masivo era el precio que se tenía que pagar para restaurar la rentabilidad de los capitales y sentar las bases de un capitalismo más sano".
"De hecho, países que habían mostrado elevados niveles de activismo sindical en la década de 1960 se encontraban, más tarde, con los mayores niveles de desempleo. En otras palabras: a mayor malestar en el ámbito productivo en la década de 1960, mayor necesidad, años después, de recurrir al desempleo para forzar una bajada de los salarios que pudiera hacer subir la productividad. Por supuesto, hubo muchos apretones de manos ante la subida del desempleo por parte de aquellos para los que el debilitamiento del factor trabajo era una realidad que debía ser bienvenida".
"Pero los gobiernos distaron de adoptar medidas consistentes con la lógica del monetarismo definido en sentido estricto que decían abrazar. Sin ir más lejos, en los Estados Unidos de la década de 1980 el gobierno incurrió en enormes déficit presupuestarios como consecuencia del incremento del gasto público en el terreno militar, incremento que no se vio acompañado ni por una subida de los impuestos, ni por niveles relevantes de crecimiento económico. Resulta irónico constatar que esta realidad contrastaba con la que, durante las décadas de 1950 y 1960, caracterizó el auge del keynesianismo, cuando los gobiernos lograban equilibrar sus presupuestos pese al incremento del gasto correspondiente a la puesta en marcha del Estado del Bienestar".
"Déficit presupuestarios de grandes proporciones no son garantía de que una economía se reanime. Sin ir más lejos, el Japón de los últimos 15 años constituye un ejemplo de cómo los déficit pueden no funcionar como herramienta para reavivar una economía estancada. Lo que ocurrió en Japón fue que tales déficit no se emplearon en el incremento de la inversión de la que el crecimiento económico depende de un modo crucial. En cambio, los déficit presupuestarios de los Estados Unidos, tanto en la década de 1980 como más recientemente, sí lograron espolear la economía de forma clara".
"Asimismo, observamos en el incremento de la deuda del sector privado, que se ha disparado tras la liberalización del sistema financiero, una segundo estímulo de la economía estadounidense. Si la década de 1980 vivió un keynesianismo militar de derechas, el nuevo siglo está viviendo un crecimiento económico que descansa en un keynesianismo basado en el consumo del sector privado. No obstante, la filosofía predominante ha sido la que insta a reducir las expectativas con respecto a lo que el Estado puede hacer para favorecer el trabajo y a asumir que el mercado en ningún caso puede verse cuestionado".
A partir del análisis de los bajos niveles de activismo sindical durante los tres o cuatro últimos lustros, Glyn asegura que las condiciones económicas y políticas imperantes durante estos años han ocasionado un derrumbe del poder del factor trabajo. "En Gran Bretaña, el punto de inflexión decisivo lo constituyó la derrota de los mineros en su gran huelga de 1984 y 1985. En aquel momento no quise admitirlo, pero creo que este acontecimiento dejó a los sindicatos replegados, aturdidos por la derrota, lo que hizo posible que gobiernos sucesivos prosiguieran con sus políticas de privatización y de desregulación hasta niveles mayores que en otros países como Alemania, en los que no se había producido una derrota tan clara de una de las principales ramas del movimiento obrero".
"También ciertos cambios estructurales en la economía han generado condiciones adversas que han contribuido a minar la fuerza de los sindicatos. Mientras que los sectores industriales más altamente sindicalizados han perdido peso específico en la economía, el sector de los servicios, mucho menos sindicalizado, ha ido tomando cada vez mayor importancia. Cierto es que la sindicalización ha aumentado en el seno del sector público, lo que, hasta cierto punto, ha permitido compensar la pérdida de poder de los sindicatos en otros sectores. Pero estos índices de sindicalización en el sector público se explican, bajo mi punto de vista, por la continuada tendencia a privatizarlo. Y esta tendencia es la causa de que hayamos visto presiones para que, también en el sector público, se tienda, precisamente, a disminuir los salarios y a debilitar las organizaciones sindicales".
"Ciertos aspectos de la globalización han tenido efectos también sobre la militancia en los sindicatos. El capital se ha internacionalizado y presenta ahora mayor movilidad, lo que hace que la posición de los trabajadores sea más insegura. En la actualidad, la inversión de empresas de los países industrializados en nuevas factorías abiertas en economías de bajos salarios del Sur constituye sólo un cuatro por ciento de sus inversiones en los países del Norte. Pero el goteo es imparable. La imagen de los nuevos propietarios desmantelando la maquinaria en Longbridge y trasladándola a China es realmente impactante. Y la amenaza que supone la globalización no se reduce al fenómeno de la deslocalización de la inversión. Sin ir más lejos, la compra de productos intermedios a través de la subcontratación de productores del Sur tiene el mismo efecto: en ambos casos, las ocupaciones de los trabajadores del Norte se ven amenazadas".
"El goteo de la inversión del Norte en el Sur puede estar convirtiéndose ya en una auténtica inundación. Y lo que hace de ello una cuestión de alto interés es el hecho de que el mismo proceso esté empujando ya a regiones especialmente pobres del mundo hacia un rápido proceso de desarrollo de tipo capitalista. Así, al mismo tiempo que ha contribuido a debilitar el movimiento obrero, la globalización conlleva profundos y profundamente perjudiciales efectos para el conjunto de la economía mundial".
"En este sentido, una de las novedades más importantes que han marcado el capitalismo durante estos últimos años es el acceso, por parte de los propietarios, a ingentes fuentes de trabajo barato en Rusia, en el Este de Europa y, sobre todo, en China. Yo no dejé de insistir en que los cambios reivindicados por los teóricos de la globalización descansaban en grandes exageraciones con respecto tanto al comercio como a la inversión. En efecto, estas reivindicaciones estaban siendo utilizadas por ciertos políticos para sostener, equivocadamente, que las aspiraciones tradicionales de la izquierda ya no iban a ser realizables. Y lo que ocurre es que si las tendencias actuales se consolidan, nos hallaremos ante el reto político de tener que hacer frente a una situación verdaderamente nueva".
"La novedad realmente significativa es el extraordinario crecimiento de China. Durante los últimos 50 años hemos contemplado el ascenso económico de Japón y, después, de los Tigres del Sureste asiático. El crecimiento de tales países no ha quedado exento de problemas, tanto para Europa como para los Estados Unidos. De hecho, los propios países citados, Japón y los Tigres asiáticos, han tenido que hacer frente a serias tensiones económicas. Por un lado, Japón ha vivido 15 años de estancamiento una vez que, en 1990, su burbuja reventó. Por el otro, los Tigres sufrieron un severo choque a finales de la década de 1990. Sin embargo, puede afirmarse en términos generales que la emergencia de tales países ha sido absorbida por Europa y los Estados Unidos".
Cambio económico
"El crecimiento chino supone un fenómeno económico de naturaleza completamente distinta. Su fuerza de trabajo equivale a casi diez veces la de Japón y Corea juntos. China goza ya de un importante superávit en su balanza de pagos y, en su área de influencia, el valor del dólar depende de las decisiones de las autoridades monetarias chinas relativas a la compra de dólares. Si se produjera un eventual cambio en la línea de la política monetaria del gobierno chino, el dólar podría desplomarse, con lo que los Estados Unidos se verían obligados a subir las tasas de interés para frenar la caída del dólar y evitar un aumento de la inflación".
"Se hace difícil prever con claridad el impacto potencial del estelar crecimiento de la economía china. En la actualidad, los salarios están empezando a subir, lo que reducirá la competitividad de China pero, al mismo tiempo, aminorará también las ventajas de las que, hasta ahora, gozaban los consumidores del Norte como consecuencia de los reducidos precios de los bienes chinos. Realmente se hace difícil entrever cómo Europa y los Estados Unidos tratarán de absorber la competencia proveniente de China. Si el atractivo que suponen los bajos salarios convierte el actual goteo de la inversión de los países ricos en una auténtica inundación, el estancamiento de las economías del Norte se convertirá en un hecho difícil de evitar".
"Una segunda gran fuente de problemas para la economía mundial es el crecimiento explosivo del sector financiero, que pone en jaque la estabilidad de aquélla. El Banco de Pagos Internacionales (Bank for International Settlements), que se supone que debe regular y gestionar el sistema financiero internacional, ha sacado a la luz un buen número de informes mostrando su preocupación ante la situación actual. No obstante, quienes justifican la desregulación del sector financiero aseguran que el riesgo se halla tan diversificado a lo largo y ancho del sistema, que dicha desregulación favorece la inversión real en el resto de ámbitos de la economía. La realidad, sin embargo, es que la inversión real ha sufrido un relativo estancamiento en el mundo industrializado, con la transitoria excepción del boom de las empresas de Internet en los Estados Unidos de finales de la década de 1990".
"La fragilidad del sistema financiero es el factor que, con mayor probabilidad, puede dar pie a una importante crisis económica. Sin ir más lejos, recientemente pudimos observar cómo el sistema financiero se tamaleaba cuando el fondo de garantías "Long Term Capital Management" (LTCM), de cuyo consejo forman parte dos premios Nóbel, se fue a pique como consecuencia del colapso de las monedas de los Tigres".
"Algo debe fallar cuando el famoso inversor estadounidense Warren Buffet habla de los derivados financieros como de "armas financieras de destrucción masiva"; o cuando una persona encuestada por el Financial Times califica como "cocaína de primera del sistema financiero" los préstamos que los bancos hacen a los fondos de garantías; o cuando el Banco Central Europeo hace la chocante comparación entre un eventual colapso de tales fondos de garantías y una pandemia de gripe aviar".
Pregunté a Glyn si creía que los Estados conservaban todavía el poder para intervenir e intentar hacer frente a estos potenciales embates del sistema financiero. "En Capitalism Unleashed -dijo- explico cómo la Reserva Federal estadounidense puso en circulación enormes cantidades de dinero para evitar que la crisis del LTCM tuviera consecuencias catastróficas". Sin embargo, no tenemos garantías de que tales intervenciones vayan a resultar siempre tan exitosas. Las fluctuaciones financieras se han reducido, lo que puede ayudar a absorber choques de menor importancia, pero la cuerda ya se ha estirado demasiado. ¿Quién puede garantizar que no se romperá?
"Durante los últimos 20 años la fuerza de trabajo se ha batido en retirada de forma muy significativa. Los salarios se han congelado y los niveles de beneficios se han recuperado. Desde el punto de vista de la ortodoxia económica, el resultado de tal situación debería ser un aumento de la inversión, así como el logro de un crecimiento rápido y de unos niveles de empleo superiores. Pero la realidad para nada ha sido esta. Una causa de todo ello quizás deba imputarse a los temores ante la inestabilidad del sistema financiero que muestran los agentes económicos".
"Se está dando una auténtica paradoja, pues, en términos de crecimiento económico, la década de 1990 fue, de hecho, la más estable después de 1945, tanto en los países ricos como en lo que respecta a la economía mundial en su conjunto. Sin embargo, las decisiones de las compañías acerca del cuándo, del dónde y del cuánto invertir parecen tener que enfrentarse a grados de incertidumbre cada vez mayores. Los tipos de cambio han fluctuado de modo salvaje y gigantes industriales con una larga historia tras de sí han perdido cuotas de mercado. En este contexto, invertir para expandir la producción no es una cuestión que tenga que ver solamente con el nivel actual de los beneficios empresariales, sino también con la confianza, por parte de los capitalistas, en las expectativas para con el futuro. Los 'animal spirits' de los que hablaba Keynes se encuentran de capa caída".
Andrew Glyn no cree que los Estados se hallen en condiciones de imponer controles sobre los flujos de capital financiero de forma exitosa, pero sí considera factible que impongan impuestos más elevados para financiar el bienestar de sus ciudadanos. Glyn rechaza el argumento preferido de los políticos del New Labour, según el cual más impuestos en Gran Bretaña desalentarían la inversión y la "empresa". "De hecho, en Suecia existe ya un régimen impositivo más fuerte que el de Gran Bretaña, lo que no ha sido óbice para que se logren niveles altos de crecimiento económico, todo ello con el apoyo aparente de buena parte de una población que, además, puede gozar de niveles de gasto en bienestar social mucho mayores que los que se contemplan en Gran Bretaña".
Glyn se muestra reticente a la hora de hacer predicciones de futuro. "La economía mundial es demasiado complicada y coexisten demasiados factores causales de diversa índole. No creo, como antes, que los conceptos de Marx deban ser aplicados de un modo excesivamente literal para analizar la realidad económica. Prefiero acercarme a los postulados de la Escuela Uno japonesa, según la cual el análisis de Marx debería coadyuvar a definir nuestra propia forma de analizar el mundo y de verter preguntas sobre el mismo. El primer volumen del Capital, por ejemplo, proporciona un marco conceptual y analítico brillante para entender qué está ocurriendo hoy en China".
Pese a que el futuro es, en efecto, incierto y las predicciones no pueden más que ser tentativas, Glyn afirma, sin embargo, que ciertos resultados son más probables que otros. En cualquier caso, tal y como plantea en su Capitalism Unleashed, "aun habiendo hecho frente a los retos de la década de 1970, el sistema capitalista, también en el Norte, dista de haber alcanzado un 'fin de la historia' en el que el crecimiento y la estabilidad se hallen garantizados".
Andrew Glyn señala tres problemas fundamentales para el crecimiento económico a escala mundial durante los próximos años. En primer lugar, es probable que el crecimiento de la productividad se ralentice como consecuencia del auge permanente del sector servicios, en el que la innovación es siempre más difícil. El envejecimiento de la población no hace más que contribuir a que dicha tendencia se consolide. En segundo lugar, es probable también que constricciones de tipo medioambiental se ciernan sobre la economía mundial de un modo cada vez más apremiante. En tercer lugar, los beneficios que suponen para el Norte los bajos salarios de la economía china irán reduciéndose a medida que, inevitablemente, los salarios vayan subiendo en dicho país. De hecho, la historia muestra que, cuando las reservas de trabajo se agotan, dicho fenómeno se manifiesta siempre del mismo modo. Estos tres factores presagian crecimientos muy lentos de los niveles de vida medios. Además, la combinación de un crecimiento económico lento con crecientes desigualdades en el acceso a la renta no puede sino generar mayores dosis de conflicto en lo que respecta a la cuestión de la distribución del producto social.
"Antaño, trabajadores poco cualificados podían obtener empleos relativamente bien pagados en el sector manufacturero. Hoy, los escasos empleos disponibles se encuentran escasamente remunerados en un sector, el de los servicios, que ha sido dispuesto para satisfacer las necesidades de consumo de los ricos, quienes han visto cómo sus propias rentas han crecido enormemente. Ello obligará a poner de nuevo sobre el tapete los problemas relacionados con la desigualdad y la redistribución. ¿Haremos frente a una distopia en la que cantidades ingentes de personas poco cualificadas y escasamente remuneradas deberán hacerse cargo de las necesidades de consumo de los ricos? ¿O lograremos obtener el apoyo de la mayoría para luchar en favor de niveles mayores de imposición sobre los más favorecidos para redistribuir la renta y desarrollar programas de bienestar social y, así, mitigar los problemas vinculados a la creciente desigualdad y al lento incremento de los niveles de vida?"
Capitalism Unleashed, de Andrew Glyn, contiene una gran cantidad de argumentos, análisis y datos acerca del funcionamiento de la economía mundial durante los últimos 30 años. Además, es muy accesible para el lector no especializado. Uno puede no estar de acuerdo con todo lo que Glyn sostiene, pero la lectura de este libro y la reflexión acerca de lo que en él se plantea resultará altamente beneficiosa para todos aquellos que se sientan próximos al ideario socialista.