Conviene tener un chivo expiatorio
¿Sirven para algo las Naciones Unidas? ¿Podríamos, tal como dijo alguna vez el embajador de Estados Unidos John Bolton, hacer un corte transversal a 10 pisos del edificio de Naciones Unidas en Nueva York y aún así no notar la diferencia? ¿Qué hacen las Naciones Unidas para ayudar a la humanidad?
El camino más sencillo para responder sería mencionar los muchos casos en los que les fue bien a representantes de Naciones Unidas. La negociación de los acuerdos de paz centroamericanos de principios a mediados de los 90; la supervisión de elecciones en países que se recuperaban de la guerra; las tareas de reconstrucción de infraestructura; el avance de la agenda internacional de derechos humanos; la creación de derechos a la propiedad intelectual, la ley del mar y los acuerdos climáticos; la promoción de la cooperación cultural; la recopilación de estadísticas y cuestiones por el estilo.
Pero esto le podrá parecer una evasiva a los muchos observadores que se centran en las demoledoras luchas a lo largo de las fronteras israelíes o la guerra contra el terrorismo. Para ellos, la pregunta del millón es ¿qué es lo puede hacer Naciones Unidas de una vez y para siempre para resolver la crisis en el Líbano y colaborar con el paralelo proceso de paz palestino-israelí? Y si la respuesta es "no mucho", entonces los críticos se sentirán justificados en su opinión sobre la falta de utilidad de las organizaciones internacionales.
Es por ello que toda defensa de las Naciones Unidas debe ser muy cuidadosa a la hora de explicar qué es lo que puede hacer la organización y lo que no. Es inútil (e ignorante), por ejemplo, culpar a la fuerza de observación de la UNIFIL por no desarmar a Hezbollah cuando su mandato del Consejo de Seguridad le prohibía de forma expresa tomar este tipo de acciones militares. Y resulta tonto culpar al secretario general por no aplicar poderes que no posee, él es, después de todo, el "servidor" de esos difíciles dueños, la Asamblea General y el Consejo de Seguridad. La performance de Naciones Unidas sólo puede determinarse en función de su autoridad y capacidad existentes, no de algún poder mítico, inexistente.
Reflexionemos entonces sobre dos axiomas básicos sobre esta organización. El primero de ellos es que las Naciones Unidas no son, y nunca fueron, un actor importante y centralizado de los asuntos mundiales. A pesar de que su carta constitucional está basada en líneas generales en partes de la constitución estadounidense, y a pesar de toda la retórica fundadora sobre "el Parlamento del hombre", sus creadores insistieron en que consistiera nada más que en una asamblea de estados soberanos.
Es, si lo desea, una suerte de empresa en la que los gobiernos son los accionistas y en la que algunos de éstos —los cinco permanentes, los miembros con derecho a veto del Consejo de Seguridad— tienen más poder que el resto. Es cierto, algunos signatarios de la Carta de las Naciones Unidas aceptan renunciar a parte de la soberanía pero siempre con reservas. No existe un ejército de las Naciones Unidas ni ningún Departamento del Tesoro de Naciones Unidas.
Y a pesar de los propósitos declarados de la carta de frenar la agresión y detener los abusos masivos a los derechos humanos, el lenguaje que habla de usar la fuerza es muy cauteloso y medido. En realidad, es muy poco lo que tiene que ver con las fuerzas de paz de las Naciones Unidas que está bien definido. Por ello es que fue y será tan difícil para el organismo mundial llevar una paz duradera al Líbano.
¿Y el otro axioma? Les aclaro que es sutil y cínico. Naciones Unidas es un chivo expiatorio para los fracasos de los gobiernos cuando no se ponen de acuerdo o no actúan. Después de todo, no fue Naciones Unidas las que le falló al pueblo de los Balcanes a principios de los 90. Fueron las discusiones entre Estados Unidos por un lado y Gran Bretaña y Francia por el otro, sobre bombardear como alternativa a un compromiso fuerte de tropas, así como las amenazas de veto de Rusia en nombre de Serbia. No fueron las Naciones Unidas las que echaron a perder el operativo "atrapen al general Aidid" en Mogadishu, Somalia, en 1993, sino el Comando Central de EE.UU., que siguió adelante con esa aventura condenada al fracaso sin informar siquiera a las autoridades locales de la ONU.
No fueron las Naciones Unidas las que impidieron que se mandara una misión de paz a Darfur sino las objeciones de estados africanos y la posibilidad de un veto chino. Con todo, tal como notaron todos los secretarios generales, sigue siendo conveniente que las grandes potencias culpen al organismo internacional por su propia incapacidad para cooperar. Y éste, tal como sugieren algunos funcionarios de Naciones Unidas, sería uno de los papeles más importantes de la organización —porque si no existiera una ONU a la que culpar por su inacción frente al desastre, entones el dedo apuntaría de forma directa a los propios gobiernos. ¡Horror!—.
Realmente es bastante conveniente que tengamos un chivo expiatorio de este tipo. Si no lo tuviéramos, tendríamos que inventar uno.