Una introducción al Islam
El islam es una religión monoteísta basada en el Corán —al-Qur''an—, libro "increado", que Alá envió a Mahoma, el último de una serie de profetas, a modo de revelación. Este se transmitió oralmente durante siglos, antes de ser fijado en una versión escrita definitiva. Las otras fuentes del islam son la tradición (sunna), que agrupa a los hadices —un conjunto de dichos y hechos del profeta, narrados por sus contemporáneos—, la biografía del poeta (sira) y el consenso de la comunidad (ijma).
El fuerte monoteísmo del islam ubica a la unidad divina (al-tawhid) en el centro de su teología. A un Dios único, dotado de 99 atributos —el Compasivo, el Misericordioso, etc.—, corresponde la idea de comunidad de los creyentes, la Umma. Según explica el antropólogo argelino Malek Chebel, "la grandeza de Alá es fuente de quietud en el musulmán. El nombre de Dios es citado 2.700 veces en el Corán. Es el ''Lugar'', es Dios, es el Dios único. Es el ''Impenetrable'' a quien ninguno puede igualar".
Pero frente a un Dios único, el islam se define también por su pluralismo. Como no distingue entre lo profano y lo sagrado, aparece tanto como un fenómeno social y cultural así como religioso. Por eso, su historia es la historia de su diversidad, entendida en clave religiosa, étnica, política y jurídica. "Desde su aparición, el islam estuvo marcado por la división", explica Dominique Urvoy, profesor de islamología en la universidad de Toulouse-Le Mirail (Francia). La fitna —la discordia— sería su característica fundamental. De acuerdo con Urvoy, "el islam se ha construido sobre una triple oposición. La oposición del profeta Mahoma a los otros profetas contemporáneos. Luego, la oposición entre los que creen y los que no. Y, finalmente, la oposición entre los herederos del Profeta y los ''usurpadores'' ", que culminó en la división entre chiítas y sunitas.
Segunda religión mundial
Con más de 1.600 millones de fieles, el islam es la segunda religión mundial. Si bien su cuna debe situarse en el mundo árabe, los árabes sólo representan un quinto de los musulmanes que hay en el mundo. En términos demográficos, Indonesia, Pakistán e India son las tres primeras naciones musulmanas. Sin embargo, el islam alcanza zonas geográficas muy variadas. Si las culturas turcas y persas han dejado huellas muy importantes en la práctica religiosa musulmana, en el Africa subsahariana, el islam viene expandiéndose desde hace siglos y ha dado origen a nuevas tradiciones jurídicas. En la actualidad, el terreno de crecimiento del islam es el mundo occidental, por vía de un doble movimiento que incluye tanto la inmigración como las conversiones.
A pesar de lo dicho, el islam sigue profundamente ligado a la cultura árabe. Dos de los tres grandes lugares de peregrinaje —La Meca y Medina— se hallan en tierras árabes; el tercero —Jerusalén—, en territorio dividido entre árabes y judíos. El idioma árabe, por ser idioma de la Revelación, es lengua sagrada. Cuando se traduce, el Corán pierde su valor divino. De Indonesia a Senegal, se aprende a salmodiar la primera azora (capítulo) del libro sagrado, la ftiha, en árabe. Como el libro sagrado no puede sufrir ninguna falta de pronunciación, lleva indicaciones extremadamente precisas de lectura y entonación. Así, gracias al Corán, el idioma árabe ha impregnado a todos los pueblos musulmanes. Lenguas tan diversas como el persa, el swahili y el malayo adoptaron el alfabeto árabe, mientras que en turco, el 20% de las palabras son de origen árabe.
Revelaciones
En el año 610 Mahoma (Muhammad), un comerciante de cuarenta años, afirmó haber recibido revelaciones del arcángel Yibril (Gabriel para los cristianos), durante un retiro en una cueva del Monte HÃra, cerca de La Meca. Los primeros en creerle fueron su mujer KhadÃja y su primo Alí. Durante años, Mahoma insistió en que recibía mensajes de Dios, lo que le valió numerosos enfrentamientos con los clanes dominantes en La Meca, que temían perder su poder. En 622, tras la muerte de su mujer, Mahoma se sintió inseguro y decidió emigrar con sus fieles a Yathrib, futura Medina —"la ciudad del Profeta"—, un oasis a 400 km de La Meca. Allá Mahoma fundó una nueva comunidad junto con los habitantes locales convertidos. Ese episodio, conocido como la héjira (al-hijra, la "huida") marca el año cero del calendario musulmán.
El triple cisma
En Medina, el islam cobró valor político. Mahoma, además de ser jefe de la comunidad de los creyentes, se convirtió en jefe de Estado. Al cabo de nueve años de poder y de numerosas conquistas militares, en el 631, con sus fieles, volvió vencedor a La Meca y convirtió a sus habitantes. En su último discurso, poco antes de morir, Mahoma dijo a sus compañeros: "Hoy, he perfeccionado su religión y he cumplido mi deber. Para ustedes, instituyo el islam como religión". El de Mahoma fue un "destino excepcional", dice Malek Chebel. "Todos los musulmanes intentan imitarlo, empezando por su aspecto físico: la barba, la camisa blanca, el perfume, e incluso su actitud y su comportamiento social."
La desaparición del profeta, en 632, desembocó en la "gran discordia", la fitna. Después de su muerte, los creyentes decidieron institucionalizar el liderazgo de la comunidad, creando un califato. Los primeros califas, literalmente los "sucesores", fueron elegidos por consenso. Pero, cuando hubo que nombrar a los siguientes califas, la comunidad pronto se dividió.
Los "legitimistas", hoy conocidos como chiítas, pensaban que el liderazgo de la comunidad debía recaer en un miembro de la familia del profeta. Los herederos debían ser en primer lugar su primo y yerno Alí, y luego los hijos de éste, Hasán y Husein. Pero la corriente que acaparó el poder desde el 661, y que dio origen a los sunitas, descartaba la descendencia biológica como criterio. La única exigencia era que el califa perteneciera a la tribu del profeta. La última corriente, compuesta por los jariyíes ("los que salen"), pensaba que el califato tenía que volver al mejor de los musulmanes, independientemente de sus orígenes. Los sunitas y los jariyíes cuestionaban por tanto la legitimidad de Alí como califa, porque su nominación obedecía a una negociación entre clanes, mientras que los tres primeros califas eran compañeros de viaje del profeta, y por ello, sucesores naturales.
Alí y sus dos hijos, Hasán y Husein, fueron los tres primeros profetas del chiísmo. La sucesión de Alí, de padre a hijo, se interrumpió en 872, con la desaparición repentina del duodécimo imán. Según la corriente duodecímana del chiísmo, este imán, el Mahdi, está vivo pero permanece "oculto". Vive en un mundo invisible y se comunica a través de "imanes hablantes" o "embajadores". Los duodecímanos creen que la era del "imán escondido" acabará cuando vuelva el Mahdi, al final de los tiempos.
La especificidad religiosa de los chiítas es una mística basada en una tradición de martirio, pasión, sufrimiento y amor a la familia del profeta. El imán tiene legitimidad como "embajador" del Mahdi para interpretar la Ley y transmitir los misterios divinos a sus sucesores. Los sunitas, por el contrario, están convencidos de que Dios no ha podido abandonar a los creyentes con la desaparición del duodécimo imán. En el sunismo no hay intermediación entre el hombre y Dios. La misión principal del califa se limita a velar por la aplicación y la observancia de la Ley, tal como fue revelada en la profecía. De hecho, los sunitas se presentan como los guardianes de la tradición del Profeta.
La ausencia de autoridad religiosa central en el sunismo favoreció el pluralismo. La teología sunita reduce el dogma a un mínimo de creencias y otorga menos importancia a la ortodoxia codificada en la Ley. Por eso, hay una coexistencia de varias escuelas jurídicas. La falta de autoridad central favoreció además la apertura del sunismo al esoterismo y a la búsqueda del sentido escondido. Así, a partir del siglo X, dentro del sunismo —y sobre todo en el mundo turco— se desarrolló una corriente mística, conocida como sufismo. Estas corrientes han sido condenadas sin paliativos por los hanbalistas, la escuela jurídica más literalista que domina hoy en Arabia Saudita.
El sunismo sigue siendo mayoritario en el mundo islámico, aunque el peso del chiísmo —15% de los fieles— es significativo. Se suele percibir el chiísmo como un fenómeno no árabe. De hecho, la mayoría de los chiítas se encuentra, por orden decreciente, en Irán, India, Pakistán y Afganistán. En el mundo árabe, hay unos 15 millones. Las excepciones son Irak y Bahrein, donde son mayoría, y Líbano, donde su proporción alcanza prácticamente la de los sunitas. Los jariyíes, en cambio, representan apenas el 1% de los musulmanes del mundo, si bien tienen una gran influencia religiosa en el sultanato de Omán y en Mozambique, y, según Malek Chebel, gozan de una "legitimidad incuestionable". "Los jariyíes —dice— han evolucionado hacia un islam refinado y no violento, que predica un igualitarismo político basado en el mérito personal."
El pluralismo del islam puede ser considerado como una riqueza. Pero ante las tensiones de las distintas confesiones en Irak o en Afganistán, cobra fuerza la tesis de que el islam unitario de los primeros tiempos ha degenerado.
Expansión política
Aunque el islam tiene vocación universalista, hubo pocas conversiones forzadas a lo largo de su historia. La fe musulmana se difundió principalmente por canales pacíficos, como el comercio y la prédica de misioneros. Las conquistas militares, como las de la Península Ibérica a partir del siglo VIII, desembocaron en una dominación política bajo la cual convivieron el islam, el cristianismo y el judaísmo.
El islam, entendido no sólo como religión, sino también como civilización, data del período del sultanato otomano. Aunque el califato otomano mantuvo la protección de algunas minorías religiosas, el islam, entendido como conjunto de normas, fue empleado en el siglo XIX para mantener la unidad ficticia de ese imperio moribundo.
Con la descolonización del siglo XX, el islam sirvió para definir la identidad de los Estados-nación recién creados. Aunque los líderes independentistas solían ser laicos, recurrieron al islam para movilizar a la opinión pública en sus discursos, viendo que el empuje nacionalista no bastaba. Así, el ex presidente tunecino Habib Bourguiba, abandonó en los años sesenta sus primeros intentos de secularizar el Estado, en favor de una "funcionarización" del islam. En 1975, Bourguiba sostuvo que "el presidente es como un imán, cuya investidura resulta del sufragio nacional. La obediencia que le es debida coincide en el Corán con la debida a Alá y al Profeta".
Hoy, existe un único Estado islámico en el mundo, el Irán chiíta, que es también el único país dotado de un clero jerarquizado. En realidad, la aplicación de la ley islámica (sharÃ''a) es muy distinta según los países. Si bien en Arabia Saudita se aplica estrictamente y allí las mujeres no pueden salir sin la compañía de un familiar varón, en Turquía la ley islámica fue abolida en 1926 y las mujeres obtuvieron el derecho de voto en 1934. Incluso dentro de un mismo país, las situaciones cambian según se trate de la élite occidentalizada, la burguesía piadosa, o los desheredados rurales.
Si hay que buscar un punto de unidad dentro de la Umma musulmana, se encuentra en la esfera privada. Las prácticas religiosas, sobre todo el respeto por los cinco pilares, reúnen a todos los musulmanes. Con el nuevo islam "emigrado" al Occidente, el componente político pierde su importancia en favor de una creencia basada en la fe interior. No sorprende entonces que la corriente mística del Islam, el sufismo, tenga tanto éxito entre los jóvenes franceses, puesto que permite una gran libertad de usos y costumbres. Con los nuevos medios de comunicación, una Umma virtual y mundializada aparece online. Si bien todavía no se sabe qué forma tomará, cambiará sin dudas la relación a la religión de los jóvenes musulmanes.
Fuente: Rebelión – 19.02.2007