Rusia 1917. La revolución rusa y su significado hoy
Este mes marca el 90 aniversario de la Revolución Rusa. David Karvala habla de cómo se llevó a cabo y de su relevancia para las luchas de hoy. Existía una oposición política dividida. Los socialrevolucionarios, o “eseristas”, defendían un modelo de socialismo campesino, aunque enfatizaban las acciones individuales de los intelectuales: primero atentando contra los zares y sus ministros, más adelante participando en el parlamento. Existían varias facciones marxistas, más o menos radicales, que intentaban organizar a los trabajadores. Incluso muchos burgueses querían la democracia parlamentaria.
Estas visiones fueron puestas a prueba en la Revolución de 1905, cuando estallaron huelgas de masas y luchas campesinas a lo largo del imperio. Fue en 1905 cuando aparecieron por primera vez los soviets, órganos de democracia directa de los trabajadores, campesinos y soldados.
Tras la derrota de esta revolución, el zarismo aprovechó para empeorar aún más la vida de todos, desde los trabajadores en las fábricas hasta los pueblos oprimidos de Asia central. El movimiento obrero tan sólo empezaba a recuperarse de estos asaltos, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, en 1914.
Fue otra prueba, y gran parte de la oposición la suspendió. La burguesía empezó a recibir enormes beneficios de la guerra, así que incluso los supuestos demócratas respaldaron incondicionalmente la carnicería.
Los partidos reformistas —los eseristas, que pocos años antes habían tirado bombas a los zares, junto a gran parte de los mencheviques, la facción marxista más moderada— apoyaron a la Rusia zarista en su guerra contra el “imperialismo alemán”. Por toda Europa, dirigentes reformistas utilizaron excusas parecidas para apoyar a sus propios gobiernos. Algunos socialistas moderados mantuvieron que la guerra era un error y que los capitalistas debían ver que sus intereses reales residían en acordar la paz.
La gran excepción fueron los bolcheviques, el partido dirigido por Lenin. Éste se opuso totalmente a la guerra, denunciándola como un producto del capitalismo y argumentando que la única solución real era una revolución.
Los acontecimientos confirmarían su análisis.
[i]La revolución sitiada[/i]
A pesar de sus esfuerzos, sin una revolución internacional, estaban perdidos. Dentro de sus fronteras, Rusia simplemente no tuvo los recursos necesarios para crear una nueva sociedad.
Durante un tiempo, casi toda Europa se vio envuelta en luchas insurreccionales —desde huelgas de masas y consejos de fábrica en Italia, hasta breves experiencias del poder de los soviets en Hungría y Baviera—, pero todas fracasaron.
El motivo del fracaso fue específico en cada caso, pero el problema fundamental fue que los partidos reformistas eran más fuertes que los grupos pequeños y poco organizados de revolucionarios.
Los dirigentes socialdemócratas consiguieron contener la explosión radical y devolver todo a los cauces constitucionales. Un arreglo que duró poco porque las burguesías se mostraron mucho menos respetuosas con la democracia. A lo largo de la década siguiente, casi todos los países que habían vivido estas convulsiones cayeron bajo dictaduras.
En ausencia de una revolución internacional, la crisis económica de Rusia, así como los intentos de invasión militar sufridos por el nuevo Estado obrero, diezmaron a la clase trabajadora. De los 3 millones de trabajadores industriales que había antes de la revolución, en 1922 sólo quedaba un millón; los demás habían ido a luchar contra la invasión, a trabajar en el nuevo Estado o sus fábricas simplemente habían dejado de funcionar. La desaparición de la base vital de la revolución dejó la puerta abierta para que una capa de burócratas, liderada por Stalin, se hiciese con el poder.
En sus últimos meses de vida, Lenin señaló este peligro de burocratización y recomendó que se apartase a Stalin del poder. No lo consiguió y murió en enero de 1924.
Entorno a 1928, la transformación se completó con el primer plan quinquenal y la expropiación de los mismos campesinos que habían tomado las tierras 11 años antes. Rusia, ahora con su imperio reconstruido bajo el nombre de la URSS, se había convertido en una sociedad regida por el capitalismo de Estado.
Pero este destino no resta importancia a lo que intentaron hacer millones de trabajadores, soldados y campesinos en 1917.
[i]La revolución hoy[/i]
Muchos activistas radicales hoy en día ven la idea de revolución socialista como algo trasnochado, fuera de lugar en el mundo de Internet. Prefieren buscar cambios más graduales y parciales, o bien intentan crear espacios liberados de espaldas al sistema.
Estas opciones tienen validez en muchos momentos, pero sería un error pensar que se puede olvidar la revolución. No es una cuestión de gustos; las revoluciones ocurren, queramos o no los y las activistas. Los últimos años vividos en América Latina son una muestra de ello.
La cuestión es otra. Cuando estalla una revolución, o incluso cualquier lucha importante, ¿serán las fuerzas que quieren venderlo todo, a cambio de una posición ministerial, las que consigan dominar la situación?
¿O existirá una organización de activistas capaz de impulsar las movilizaciones —resistiendo los ataques y confusiones sembrados por la derecha y por parte de la izquierda moderada— para que la promesa de un nuevo mundo no sea traicionada, como ha ocurrido tantas veces?
Una organización así no se creará con historias acerca de 1917, sólo mediante la participación de activistas en las luchas inmediatas y parciales de cada día, codo con codo con otra gente que tiene ideas diferentes.
Pero la historia de 1917 —y todo lo ocurrido desde entonces— nos muestra que estas luchas parciales dan paso, en un momento u otro, a luchas masivas e insurreccionales. Son estos momentos los que hacen posibles todos los proyectos que tenemos los que mantenemos que otro mundo es posible.
La gran revolucionaria Rosa Luxemburgo dijo que las opciones eran socialismo o barbarie. En los momentos de crisis es algo más específico: revolución socialista o barbarie fascista bajo el nombre de Kornílov, Franco, Pinochet o el que sea. Éste último es el peligro.
Las luchas inspiradoras de 1917 nos muestran que existe otra salida, si sabemos prepararnos para ella.
[i]*Miembro del colectivo Plataforma Aturem la Guerra, de Barcelona, España. davidxx@teleline.es[/i]
Fuente: [color=336600]Altercom – 07.11.2007[/color]