“Mi arquitectura va contra toda regla, sólo respeto el entorno”
Oscar Niemeyer tiene una voz frágil, un rostro alargado, una mirada fuerte y un alma de lúcido poeta. El padre de la ciudad de Brasilia, hito de la arquitectura moderna, sigue yendo todos los días a su estudio, “llego a las 10 de la mañana, incluídos sábados y domingos, como si tuviera veinte años”, dice. Niemeyer trabaja en un edifico art decó frente a la playa de Copacabana, con unas maravillosas vistas a la montaña. Preside su mesa, en un despacho lleno de libros, una bellísima foto de mujeres desnudas al sol. Las mujeres y las montañas han sido sus grandes musas. “Así convierto el hormigón en algo sensual”, bromea, “así ‘liberé’ al mundo de la tiranía artificial del ángulo recto en favor de la generosa línea curva, la verdadera línea de la vida”.
Con una profunda conciencia solidaria, el arquitecto, defensor de la libertad a ultranza, creó un modernismo flexible, curvilineo, de formas inspiradas en lo biológico con un ritmo y una composición de libre fantasía. Un modernismo que fue más allá de sus propias reglas. Y sólo él fue capaz de crear una ciudad entera: en 1956 Juscelino Kubitschek, presidente de Brasil, anunció la construcción de Brasilia, la nueva capital. El arquitecto fue Oscar Niemeyer y el urbanista, Lucio Costa.
–Usted representa el salto a la modernidad en América del Sur, pero a la vez todo en usted es puro Brasil.
–Siempre he hecho lo que me apetecía pero ligado a mis raíces, a mi país. Amo Brasil, su filosofía de disfrutar de la vida y su confusión. Soy un clásico-anticlásico, un tradicional modernizado. La mía es una nueva arquitectura pero con reminiscencias barrocas: mi empeño era “brasilizar” el modernismo. Siempre me interesé por lo orgánico, lo sensual, e incluso por la imagen sexual de Brasil y sus mujeres.
–Hablando de mujeres, ésta ha sido una de sus grandes inspiraciones. ¿Cómo han influido en su obra?
–La mujer es fundamental. Cada vez que sueño con una curva, inmediatamente pienso en una mujer. La mujer es sin duda la más grande de las arquitecturas.
–Y su arquitectura es la curva.
–La línea recta, dura, inflexible, creada artificialmente por el hombre no me atrae. Lo que me fascina es la sensualidad y libertad que ofrece la curva y no es fácil dibujarla, darle espontaneidad. El ángulo recto es simple, separa, divide. Cuando empecé, la arquitectura no hacía justicia al hormigón. Todo era rígido y el ángulo recto predominaba. Pensé que debía ser todo lo contrario, porque este país está lleno de curvas. En las montañas, en la sinuosidad de los ríos, en las nubes del cielo, en las olas del mar, en las mujeres...
Conocer a Le Corbusier
–Le Corbusier fue uno de sus tutores; imagino que su encuentro con él le cambio. ¿Cómo le conoció?
–Yo trabajaba en el equipo de Lucio Costa, entonces director de la Escuela de Bellas Artes de Río. Un día, en 1936, me pidió que fuera a recibir a Le Corbusier al aeropuerto; venía de visita interesado por un proyecto que hacíamos. Todos los de mi generación en Brasil sentíamos una admiración sin límites por ese hombre que llegaba del viejo continente cargado de cultura y de ideas nuevas. Nuestra arquitectura era muy clásica y Le Corbusier introdujo un cambio total. Luego trabaje con él.
–¿Cómo fue su relación?
–Era un arquitecto genial, formidable, muy creativo, pero su arquitectura era muy diferente a la mía, menos radical y menos libre. Hablábamos mucho y al final creo que nos influenciamos mutuamente. Él, que había proclamado siempre las virtudes del ángulo recto, comenzó por despreciarlo. Por otra parte, yo amaba su arquitectura más humana.
–Para muchos la construcción de Brasilia ha sido su obra más destacada, ¿cómo transcurrió ese tiempo?
–Viví en Brasilia mientras construíamos la ciudad, en un piso de una sola habitación: una cama, una mesa, dos sillas y un armario. Todo el mundo vivía igual, en los mismos lugares, con los mismos problemas, la misma ropa. Comíamos en el mismo bar. Por las noches tocábamos la guitarra y cantábamos para distraernos. Estaba prohibido hablar de trabajo. Así es como debería ser la existencia, una convivencia feliz. Formábamos una familia con los obreros, las prostitutas de las barracas de madera, los perros ladrando el día entero..., un verdadero lejano oeste. Nunca he encontrado un ambiente mejor. Creíamos que el mundo iba a cambiar, que un día todo sería mejor. Para miles de trabajadores, Brasilia representaba la esperanza...
–...Que acabó pronto...
–El mismo día que se inauguró la nueva capital todo dió un gran vuelco. Los trabajadores se encontraron más pobres que antes. Fue el fin de una ilusión.
–Hace un año se celebró el cuarenta aniversario del nacimiento de Brasilia, ¿en qué se parece la ciudad a su sueño?
–Sigue siendo un punto de referencia arquitectónico pero es un fracaso social. Como decía, nada más inaugurarse empezaron a llegar los hombres de negocios, los políticos, y se erigió una barrera de prejuicios, hasta el punto de que el gobierno prohibió vivir allí a los trabajadores que la habían construido, así que ellos se hicieron sus barrios en los arrabales. Uno de mis objetivos era la eliminación de clases sociales y por ello diseñé apartamentos iguales; no es culpa mía que se haya convertido en víctima de las injusticias de la sociedad capitalista.
–Brasilia fue una aventura del presidente Juscelino Kubitschek.
–Así es. En cuatro años terminamos una ciudad con forma de avión, con residencias, tiendas y oficinas en zonas separadas. Era la primera vez que se construía una ciudad de la nada. Kubitschek era amigo mio. Pasó por mi casa, me hizo montar en su coche y nos fuimos a la ciudad. En el camino, me dijo que quería construir Brasilia y añadió: “no quiero una capital provinciana sino algo muy moderno para aportar progreso al interior del país”. Tener un mecenas así, fue una oportunidad única.
El milagro de Brasilia
–En cualquier caso, Brasilia creó toda una escuela internacional como modelo de urbanismo.
–El tiempo hizo lo que hizo, pero Brasilia no sirve de modelo de ninguna ciudad porque es una capital administrativa. Sin embargo, creo que Brasilia ha sido útil en varios ordenes. Fue construida como símbolo de progreso y como resultado, surgieron otras ciudades alrededor y ayudó a progresar al interior del país. Fue un milagro.
–Usted proviene de una familia rica y en alguna ocasión ha dicho que se avergüenza de ello. ¿Por qué?
–Mi madre procedía de una de esas familias de terratenientes, conservadoras y muy católicas. Era un mundo lleno de contradicciones. Cuando sales de él puedes optar por quedarte en tu cómodo rincón o revelarte contra la miseria, y eso hice.
–Uno de su mejores amigos, todavía hoy, es Fidel Castro. ¿Qué admira de él?
–Castro realizó la revolución cubana y logró acabar con la imagen que los americanos habían creado de Cuba, convirtiéndola en un burdel. Siempre ha luchado; es un hombre inteligente, que sabe hacerse oir. Es el gran líder de América Latina y eso nos basta. La revolución cubana es un ejemplo para toda América Latina. Cuando la vida se degrada y desaparece la esperanza, sólo queda la revolución.
–Hablando de revolución, poco después de terminar Brasilia hubo un golpe militar que le llevó al exilio durante quince años.
–Había problemas y falta de dinero, algo normal. A mí me intentaron callar pero no lo lograron y además muchos gobiernos, desde el francés, al ruso o el italiano, me apoyaron y me ofrecieron trabajo.
–¿Como vivió esos años?
–Enseñando mi arquitectura al mundo y mostrando la importancia de la ingeniería y la técnica de mi país. Trabajé en África y en Europa y gracias a eso me conocieron. En Italia, por ejemplo construí la sede de Mondadori en Milán, en París la sede del Partido Comunista...
–Estuvo mucho tiempo en París, donde conoció a Malraux y a otros.
–De Gaulle me apoyó desde el principio y por eso me fui a París. Efectivamente, conocí a Malraux; un hombre formidable, siempre muy cordial que también me ayudó mucho. A pesar de su edad y de que tenía muchos tics, continuaba siendo un intelectual notable, un hombre que sabía estar al lado de los que sufren y luchar por los oprimidos. También conocí a Sartre, con él fui a muchas manifestaciones.
Las ciudades pequeñas
–¿Qué tipo de ciudades prefiere?
–Me encantan las ciudades pequeñas como las de la Toscana italiana; son ciudades cómodas y humanas, como Florencia, Bolonia...
–El mundo se ha urbanizado a ritmo vertiginoso, demasiado, ¿no cree?
–Las ciudades modernas han perdido la identidad; ya no tienen la unidad de las antiguas. Pero el problema del fenómeno de la urbanización es que las ciudades que se planificaron para un cierto numero de habitantes han crecido de manera desmesurada. Una ciudad prevista para dos millones no puede alojar a diez sin desfigurarse. Esa concentración demográfica ha anulado la belleza. Las ciudades grandes están llenas de contrastes, de miseria. No pueden ser acogedoras.
–¿Cómo se construye la ciudad perfecta?
–La ciudad perfecta se construye sobre bases humanas. Sólo se conseguirá cuando logremos una sociedad mejor y los hombres sean más solidarios; sólo entonces las ciudades adoptarán una arquitectura bella y serán acogedoras.
–Usted afirma que la arquitectura es una expresión de la idea social. ¿Hay que escoger entre realidad y sueño?
–Nunca. La arquitectura debe atender los problemas de los hombres, pero cuando asume el nivel superior de obra de arte, el sueño, la fantasía y, sobre todo, la sorpresa deben ser su esencia. La arquitectura es la búsqueda de la belleza.
–¿Y qué es lo bello en arquitectura?
–La arquitectura debe conducir a la belleza y a la libertad. Uno de los conceptos fundamentales es el sentido estético de la vida; todo arquitecto debe poseerlo y en su favor he llegado a modificar muchos proyectos en el último momento. No creo ser un arquitecto hermético y siempre he estado dispuesto a realizar cualquier concesión o fantasía si se obtiene una mayor belleza plástica. Es más, gracias a la belleza, todas mis soluciones son en el fondo sencillas, directas y visualmente poéticas. Cada uno clasifica la belleza de una forma y para mí es todo lo que me asombra y me conmueve.
–Usted es también el gran defensor de la libertad como principio. ¿La arquitectura no tiene reglas?
–Siempre hice lo que quise porque la arquitectura es ante todo una cuestión de curiosidad. Cuando se vuelve monótona, se repite, como pasa en la actualidad. Mi arquitectura es muy personal, diferente. Yo necesito grandes espacios y mucha técnica e ingeniería. Estoy contra toda regla; lo único que respeto es el entorno, la armonía del conjunto. Mi única regla es resaltar lo especifico y conservar lo que es bello en cada área; ésa es la clave de la arquitectura. Por lo demás, la arquitectura está hecha de sueños, de fantasía, de curvas y de grandes espacios libres. ¿Por qué someterse a las reglas? La libertad es lo que más admiro en un arquitecto. Gaudí es un arquitecto confuso pero tuvo el valor de transgredir los cánones establecidos y por ello ocupa un lugar único en la arquitectura moderna.
–Otro punto de búsqueda en su arquitectura, como decía cuando hablábamos de Le Corbusier, es la fantasía, la invención.
–La imaginación es el punto de partida de la arquitectura. Fue suficiente oir una vez a Le Corbusier decir: “aquí hay una invención”, para continuar siempre superándome y saltándome esquemas rígidos. Heidegger decía que la razón es la enemiga del pensamiento y, por ende, de la imaginación; todo va unido porque en arquitectura la belleza exige libertad y sorpresa. Odio el funcionalismo y el estilo internacional que crea un mundo dominado por la repetición y la rigidez geométrica. La arquitectura debe renovar las formas y espacios.
–Pero cuando empezó con sus teorías se le criticó ferozmente.
–Se me atacó porque puse en tela de juicio los dogmas tradicionales, el clasicismo y el racionalismo. Lo curioso es que mi arquitectura seguía los viejos modelos en los que la belleza prevalecía sobre las limitaciones de la construcción lógica.
Un futuro vertical
–¿Hacia donde se dirige la arquitectura?
–Creo que se encamina hacia algo más social. Le Corbusier preconizaba una arquitectura más humana, creativa y estética con una construcción vertical para despejar el suelo para el hombre, el peatón, la circulación y creo que así será el futuro: hacia arriba para evitar el desorden y la confusión visual. Por otra parte, paralelamente al monótono estilo internacional, están surgiendo juegos y especulaciones con las formas y creo que ahí esta la mejor arquitectura actual.
–Dice que en la arquitectura actual predomina la monotonía, ¿es ese el gran fracaso de nuestra época?
–Hoy en día todo el mundo utiliza las mismas técnicas, los mismos materiales, se copia mucho y se olvida lo especifico; así que el talento se disipa. Sin embargo, muchos países requieren una arquitectura mas característica pero para ello se necesita talento y sensibilidad y no se puede responder con cánones universales. Además, la arquitectura ha perdido la unidad de otro tiempo; no hay armonía de conjunto. Para ver un inmueble excepcional en cualquier ciudad hace falta buscar mucho.
–¿Todavía cree en el destino?
–Creo en las oportunidades, Afortunadamente, para mí han sido numerosas.
Oscar Niemeyer (Río de Janeiro, 1907) comenzó su carrera en el estudio de Lucio Costa. En 1936 conoció a Le Corbusier, cuya influencia se nota en proyectos como el del Ministerio de Educación y Salud. Entre 1940 y 1954 su trabajo se concentró en tres ciudades: Río, São Paulo y Belo Horizonte. Pero es en 1956 cuando el presidente Kubitschek le encarga la construcción de una nueva capital: Brasilia, donde trabajará hasta 1965. Forzado al exilio, se trasladó a París donde permaneció hasta que se restableció la democracia en Brasil. Vive y trabaja en Río de Janeiro.
Fuente: [color=336600]EL CULTURAL – 30.01.2002[/color]
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Oscar Niemeyer: un soplo de vida