Giro radical en Tel Aviv
Si bien fue el ejército israelí el primero en violar el acuerdo de cese de fuego pactado en junio pasado, al volar un túnel por el que se contrabandeaban armamentos al interior de la Franja de Gaza, a partir de ese “incidente” Hamas intensificó los ataques contra objetivos israelíes ubicados al otro lado de la frontera y no mostró una verdadera disposición a extender la tregua. El gobierno de Israel lo dejó incrementar su apuesta y recibió numerosas críticas internas por no reaccionar luego de que las localidades lindantes con la Franja de Gaza soportaran el impacto de hasta 70 cohetes Qassam diarios.
El ministro de Defensa y máximo líder del Partido Laborista, Ehud Barak, fue el principal blanco de las impugnaciones provenientes de los partidos de derecha y de la propia líder del partido de gobierno, la canciller Tzipi Livni. Barak y el actual premier, Ehud Olmert, justificaron la línea de “contención” ante la escalada protagonizada por Hamas, asegurando que era vital para Israel darle una oportunidad a la reanudación de la tregua con la organización palestina.
Las motivaciones de los dirigentes de Hamas para tensar la cuerda de la provocación eran claras: conseguir un nuevo acuerdo en torno de un período de calma bajo condiciones más favorables. Es decir, que comprendiera también la apertura de los pasos fronterizos, el ingreso de mercancías a Gaza y la aplicación de la tregua también a Cisjordania. Israel, que implantó el cierre y el bloqueo de la franja palestina desde que Hamas fue elegido como fuerza gobernante, a principios de 2006, se niega a revertir esas medidas que actúan como castigo contra la población civil, pero no precisamente conducen al debilitamiento del movimiento considerado como su enemigo expreso. Por eso el abrupto y sorpresivo viraje de la política de “dejar que Hamas ataque” a la aplicación masiva e indiscriminada de la fuerza militar resulta mucho menos transparente.
Si la lógica que guía a la dirigencia israelí es similar a la de Hamas, esto es, también conseguir una tregua desde una posición de fuerza que asegure las mejores condiciones para los intereses israelíes (una calma prolongada sin el levantamiento del bloqueo a Gaza), son más las dudas que las certezas acerca de la posibilidad de que la actual ofensiva conduzca a esa meta. Con muy poco que perder ante el durísimo golpe que le ha asestado el ejército israelí, la reacción de los dirigentes islamistas fue el llamamiento a extremar y ampliar los frentes de lucha contra Israel. Jaled Mashal, el líder del movimiento radicado en Damasco, alentó el inicio de una tercera Intifada, mientras que otros voceros del gobierno de Gaza llamaron a multiplicar los ataques con cohetes Qassam y misiles de mayor alcance contra ciudades israelíes y a reanudar los atentados suicidas.
El contexto de la decisión israelí de realimentar el círculo del enfrentamiento cíclico con Hamas se completa con un factor que resulta sobreentendido para el público local, pero merece ser subrayado para los lectores más distantes. Todo esto ocurre en plena campaña electoral, en la que hasta ahora las figuras destacadas eran el líder del partido de derecha Likud, Benjamin Netanyahu, y la sucesora del actual premier el frente de Kadima, el partido de gobierno, Tzipi Livni. A partir del actual operativo militar en Gaza, sube al escenario de la contienda precomicial un actor que hasta ahora estaba relegado a un lugar alejado de esa posición estelar. Sí, Ehud Barak, de él se trata. La prensa local consigna que el ministro de Defensa planeó el inicio de los ataques aéreos varios días atrás, e incluso les tendió una trampa a los dirigentes de Hamas cuando, el pasado jueves, ordenó la apertura de un paso fronterizo de Gaza con la finalidad de permitir el ingreso de ayuda humanitaria. Si Barak aún hace tal gesto, habrían pensado Ismail Haniyeh y sus hombres, no hay de qué preocuparse. El factor sorpresa jugó, en efecto, a favor del dirigente laborista, que logró convertir al enfrentamiento con la dirigencia palestina de Gaza en el tema central de la agenda electoral, y a sí mismo en actor protagónico.
Pero si hay algo claro que la experiencia israelí del último tiempo demuestra es que la permanencia en la cima es sumamente inestable y su duración cada vez menor. La sola mención de Olmert, el actual premier, y “su” guerra del Líbano basta como ejemplo rotundo.
Como en el enfrentamiento contra Hezbolá de 2006, también ahora la primera fase de la contienda, la de los ataques aéreos que provocan muertes masivas del bando contrario y prácticamente nulas en el bando propio, se vive como un triunfo que concita un consenso casi monolítico. Pero si sobreviene el ingreso de tropas terrestres, los planes se pueden complicar.
*Sergio Rotbart nació en Buenos Aires en 1963. Se graduó de sociólogo en la Universidad de Buenos Aires en 1989. Actualmente reside en Israel.
Fuente: [color=336600]Página/12 – 29.12.2008[/color]