Contra la destrucción de Gaza: Palestina llama
Bien contradictorio, paradójico, diferente del mal sólo porque el que lo encarna así lo dice; democracia contradictoria, paradójica, policial, militarista, genocida, diferente del totalitarismo sólo porque sus representantes nos lo aseguran; antaño había un solo tirano en Irak, ahora hay un ejército invasor y miles de tiranos de distinto tamaño, antaño había un Estado racista y genocida en Alemania, hoy los campos de concentración, la policía política, los bombardeos a civiles, la destrucción de casas y de cultivos, el desalojo y la muerte de civiles forman parte del espíritu y el repertorio de las democracias liberales de Estados Unidos a Colombia y sobre todo en esa monstruosidad llamada Israel.
Desde hace mucho tiempo el estado de excepción, el racismo y el genocidio se habían hecho parte de las democracias occidentales, pero pareciera que con su victoria sobre el nazismo se hubieran investido de sus artes y poderes. Del Cono Sur a Indonesia, innumerables pueblos vieron a las democracias occidentales perpetrar lo que aprendieron de los totalitarismos que decían combatir: Francia, la de las Luces, América, la de la Libertad, Inglaterra, la de las sabias Leyes. ¿En nombre de la Razón, de la Libertad, de la Ley no han saturado tantos sótanos de sangre y vómito, la tierra y el viento de fuego y ceniza? ¿No son nuestros dictadores tercermundistas - esos que tanto caricaturizan en películas y comedias - las joyas de su corona, las medallas de su pecho?
Pero en ningún otro lugar como en Israel esa corrupción íntima e irreversible se ha dado a tal extremo, en ningún otro lugar como Israel - nación de víctimas y refugiados, se nos dice - una democracia parlamentaria se ha imbuido tanto del racismo de Estado europeo, en ningún otro lugar la expulsión y exterminación de otro pueblo se ha confundido tan íntimamente con los fines del Estado.
Si las otras potencias representan o quieren representar valores abstractos, la encarnación de esos valores, Israel pretende encarnar el derecho a la vida, un derecho cuya forma militante y práctica es el derecho a la defensa, o mejor dicho, el viejo derecho de matar en nombre del Estado: casi un millón de refugiados palestinos tras su fundación, incontables pueblos y aldeas destruidas a lo largo de 60 años, desaparecidos, torturas legalizadas, casas destruidas es el legado de la democracia occidental más desarrollada del Medio Oriente.
Desde hace ya varios días, Israel ha aislado y bombardeado la Franja de Gaza bajo el pretexto de los ataques de Hamas a su territorio con misiles Qassam, y si bien los ataques a civiles son injustificables en cualquier caso, es notorio que Israel ha cercado y hostigado a Gaza no por ello, sino por el hecho de que Hamas ganó limpiamente las elecciones en esa zona. Así, las elecciones no son sólo válidas según quién las gane, sino que - asumiendo que Hamas es criminal - son válidas según qué criminal las gana: Sharon, un genocida reconocido, y el Likud, cuya plataforma política sería ilegal en cualquier país europeo, pudieron ganarlas repetidas veces sin ningún problema.
Lo que Israel pretende no es defenderse y ni siquiera combatir a Hamas, es destruir la población de Gaza, por eso todos los métodos y técnicas que usan no están destinados a abatir las fuerzas de Hamas, a destruir su capacidad operativa, sino a sitiar las ciudades y acribillar a sus poblaciones de forma indiferenciada. Antaño, los nazis asaltaban las ciudades y barrios judíos para asaltarlos; hoy, esos muertos reciben la última y definitiva deshonra de sus descendientes y correligionarios: la repetición por una democracia liberal de lo que hizo una dictadura, y con ello la confirmación de la verdad obvia y simple de que son las caras de la misma moneda: ¿cuándo fue más deshonrada la estrella de David? ¿Cuando se la pintaba en amarillo en la espalda de un anciano o se la pegaba en la solapa de un niño, u hoy, cuando la lucen los misiles, tanques y aviones de un poder que desde sus fines y sus medios es idéntico al de los nazis y a la tradición del racismo europeo?
En el momento en que un hombre aplasta y violenta la carne desnuda de otro, indefenso ante él, todos los genocidas y todos los asesinados son de cierta forma uno solo. Que los fantasmas, las memorias y las descendencias de los masacrados maldigan para siempre a Israel y sus homicidios, que la justicia venga - para ellos y para nosotros, para los vivos y los muertos - algún día.
El conflicto palestino-israelí no es milenario, no es religioso y no tiene nada que ver con la sobrevivencia de la población israelí: desde la diáspora, hace casi dos mil años, no hubo población judía en Palestina hasta los 1870, Palestina fue colonizada por europeos de ascendencia judía que no hablaban hebreo o árabe y que muchas veces ni siquiera practicaban la religión judía, arrebatada a una población árabe que la habitaba desde antes de que la Biblia fuese escrita.
Una tierra donde numerosas etnias y religiones coexisten y han coexistido siempre (casi la cuarta parte de los palestinos son cristianos, por ejemplo), donde sólo los colonos judíos se creyeron con el derecho de apoderarse del país y de la tierra de acuerdo a un derecho otorgado por un libro religioso, mientras esos demócratas blandengues - que condenarían a un cristiano que conquistase a un país en nombre de la Biblia - lloran por los colonos israelíes en nombre de las víctimas del holocausto a pesar de que ni los palestinos ni Palestina tuvieron nunca nada que ver con el racismo enfermizo de la cultura europea.
Los sentimentales dirán que Palestina somos todos o que todos somos palestinos. No es así. Sólo los palestinos saben de una vida que es hasta en lo más procaz y cotidiano una lucha y un acto político. Sólo ellos saben cómo se convoca y se levanta un pueblo desde esa lucha y cómo ese pueblo crea y se gana una patria. Frente a su vida y su lucha, lo que llamamos política, insurgencia, resistencia, es poco más que un simulacro. Pero precisamente por eso Palestina es lo más cercano, es la prueba de nuestra época, ella nos llama, más allá de los gestos teatrales que llamamos política, a desafiar nuestra impotencia y nuestra pasividad. ¿Podremos ser más que espectadores y declarantes, seguidores y fans? ¿Seremos capaces de moldear nuestro presente, de traer por fin la justicia?
Ciertamente, por ahora no podemos hacer mucho por detener la masacre en Palestina, pero ciertamente no tenemos por qué ser pasivos. Debemos condenar a Israel en todos los espacios, hacer de Palestina algo cercano para todos, especialmente para los que tal vez ni siquiera sepan que existe, pero en su vida cotidiana han estado tan cerca de la violencia y la indefensión como cualquier palestino. Exigir a nuestros líderes y gobernantes, grandilocuentes y discurseadores, ser consecuentes con los fantasmas que invocan. Así Venezuela no seguirá uniendo a la indignidad de su cercanía con Uribe el reconocimiento y las relaciones diplomáticas con Israel, que apoyó el golpe de Estado de 2002 y cuyos voceros ya nos acusan de antisemitas simplemente porque no suscribimos el asesinato de árabes, sea en Irak o en Palestina.
La llamada de la justicia es infinita, decía un filósofo. Igual es la de Palestina. Ella encarna ese reclamo, es la hermana que nos recuerda que más allá de nuestras luchas de cafetín, revoluciones de opereta, la lucha es posible y es necesaria, aquí y allá, para todos nosotros, que tenemos que prepararnos para ella, en nuestro propio nombre y en el de todos los muertos.
¡Palestina Vencerá!
*Jeudiel Martínez es sociólogo y Jefe de franja de Ávila TV (Venezuela)
Fuente: [color=336600] Kaos en la red - 29.12.2008[/color]