La era de los cuerpos formateados
En mangas de camisa, y con un mechón de pelo cayéndole sobre la frente que evidencia que no se ha molestado en peinarlo, David Le Breton, uno de los popes de la antropología del cuerpo sonríe, como lo haría un niño pequeño, sin que eso le quite gravedad a sus afirmaciones: "Tendemos a un mundo que pierde toda su humanidad sensible"; "la extrema conexión hace que la gente esté siempre ausente, fuera del lugar en el que está su cuerpo"; "la única certeza que nos queda es que vamos a morir, de allí que el cuerpo sea lo único que nos queda, lo único verdaderamente nuestro"; "las sociedades están perdiendo sus almas y las personas también".
Formateo del cuerpo, pérdida de la humanidad sensible, abandono de la singularidad, caída de los lazos afectivos y utilización de máscaras son algunas de las problemáticas de las sociedades contemporáneas que inquietan al antropólogo francés, autor de Antropología del cuerpo y modernidad, profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Marc Bloch de Estrasburgo y miembro del Instituto Universitario de Francia, que visitó la Argentina este año para dictar el seminario de doctorado Imaginarios e Itinerarios del cuerpo, en la Facultad de Filosofía de la UBA.
¿Cuál es la concepción del cuerpo que impera en la sociedad actual?
La concepción del cuerpo ha cambiado notablemente desde hace unos veinte años. En este momento, tenemos una multitud de modelos de cuerpo que compiten y se dan simultáneamente. Hay una conducta radical de transformación del cuerpo que ha llevado a la fetichización de estereotipos de género. Hay una corriente de pensamiento norteamericana que busca aliar el cuerpo a la máquina. Están convencidos de que somos sólo la información que está en nuestro cerebro y aspiran a cargar su espíritu en la red o en una computadora. Sin embargo, creo que para centenares de millones de personas la cuestión del cuerpo no representa ningún problema. El problema es sobre todo una tendencia urbana y de sociedades muy desarrolladas, no me parece que afecte a sociedades más pobres. Pero el cuerpo que durante mucho tiempo fue como un destino que arraigaba la personalidad, la identidad de la persona, ha sido dejado de lado. Para muchos de nuestros contemporáneos el cuerpo es una especie de materia prima para fabricarse un personaje. Se reivindica una singularidad sobre el propio cuerpo. Sucede, por ejemplo, en la postura transexual que reivindica la transformación profunda del cuerpo, incluso rechazando la noción de género y la idea de masculino y femenino. Al mismo tiempo, las mujeres quieren ser más mujeres y los hombres más hombres. Hay una especie de formateo del cuerpo mediante cirugías estéticas, regímenes, uso de cosméticos y de técnicas estéticas. Hay un modelo globalizado de la mujer imperante en este momento que multiplica los problemas de anorexia y bulimia entre los más jóvenes, un modelo de tiranía de la delgadez que invade nuestra sociedad desde hace unos años. Es el mismo modelo que lleva a las mujeres japonesas a quitarse el rasgo oriental del rasgado de sus ojos o que lleva a las mujeres africanas a tratar de blanquearse la piel. Por supuesto, esto viene ligado al comercio, el marketing y el merchandising que lleva a innumerables mujeres a sentirse mal consigo mismas. Es lo que hace que prosperen las cirugías y los cuerpos formateados. Sucede también entre los hombres que tienden a la acentuación de la virilidad. Hay hombres que se sienten amenazados por el auge del feminismo y entonces acentúan todos los criterios de su virilidad.
¿Es posible afirmar que en la búsqueda de la singularidad se interviene tanto en el cuerpo que se conciben modelos seriados?
Sí, hay una suerte de clonación generalizada. Voy a responder con una anécdota: estoy en una ciudad de los Estados Unidos en un congreso. Hay un grupo de mujeres conversando entre ellas, aparece un hombre, toma del brazo a una de ellas y le dice: "Querida, es hora de que nos vayamos". En ese momento la mira a la cara y descubre que no es su mujer. Esto sucede más a menudo de lo que pensamos porque las mujeres se parecen cada vez más. El cuerpo de la mujer está comercializado y eso hace que las mujeres empiecen a parecerse en el mundo entero. La juventud también termina por parecerse en todos lados, los adolescentes viven fascinados por las marcas comerciales y terminan uniformados. Yo trabajo mucho sobre las conductas de riesgo de los adolescentes y esta es una preocupación profunda. En todas partes del mundo siento que veo exactamente los mismos adolescentes, sea en Tokio, Río de Janeiro, Buenos Aires o Estrasburgo, los chicos usan la misma ropa, los mismos cortes de pelo, los mismos tatuajes... Tengo una impresión que me aflige y es que percibo un formateo globalizado de la adolescencia.
¿Podría tratarse de una forma de perderse en un anonimato que imponen las ciudades globales?
En realidad cada uno está en la búsqueda de la singularidad, pero es un poco la sociología de la moda, cada uno trata de tomar algo para acentuar su singularidad pero, como todos toman los mismos productos, se genera lo que se llama la lógica paradójica de la moda, que en última instancia pierde la variedad. Hoy no veo mucha diferencia entre Buenos Aires y Estrasburgo. En las grandes tiendas se ve la misma ropa, se oye la misma música. En la calle todos nos vestimos igual, vamos a los mismos restaurantes de cadena mundiales, consumimos los mismos comerciales, las mismas marcas. Las culturas tienden a desdibujarse, hay una trituradora gigante generada por el consumismo. En las ciudades sólo quedan pequeños resquicios culturales singulares. Y esto es algo que ha sucedido en los últimos veinte años.
¿Cuál considera que es la principal amenaza de esta pérdida de singularidad y de este borramiento de las culturas?
Creo que las sociedades pierden su alma y las personas también, es una manera de vivir en un mundo simplificado. Creo, por ejemplo, que a Borges y a Cortázar les costaría mucho identificarse con esta Buenos Aires que yo veo hoy. Vivimos en un mundo que está bajo la égida de la mercadería y eso se hace patente en la calle. Una cosa que me emociona mucho de Buenos Aires es la cantidad de librerías, la cantidad de libros, y la cantidad de gente que hay en las librerías. Es algo que no he visto en otras partes del mundo. Buenos Aires tiene allí un encanto fuerte.
¿Cree que la crisis actual del modelo dominante puede dar lugar a la búsqueda de un nuevo sendero, más ligado a la singularidad?
Creo que es muy difícil encontrar singularidad en el mundo de hoy, en todo caso creo que es un camino muy personal. Vivimos en un mundo en el que estamos cada vez menos juntos, pero sí cada vez más pegados. El universo de la mercancía tiende a quebrar los lazos de solidaridad y también los lazos de amistad. El amor y la amistad se vuelven sentimientos difíciles, y eso se percibe en la precariedad de las relaciones afectivas. Antes se entablaban amistades que duraban toda la vida, ahora, en el contexto neoliberal, cambiamos de profesión o de trabajo, cambiamos de vecinos, de amigos, de relaciones. Las familias se ven desgarradas. En definitiva, la única certeza que nos queda es que vamos a morir, de ahí que el cuerpo sea lo único que nos queda, lo único verdaderamente nuestro. Con un cuerpo amenazado por el consumismo, es muy difícil seguir el camino propio. Cuando un hombre o una mujer están decididos a encontrar el propio camino, se enfrentan a muchas resistencias y en general son vistas como personas excéntricas, extravagantes. No tener teléfono celular, yo no lo tengo, parece una locura, nadie puede comprender que alguien viva actualmente sin celular, cuando hemos pasado millones de años sin ellos. Lo que sucede es que hoy hay que estar siempre alerta, siempre disponible, sin importar donde uno esté. Es un mundo que yo rechazo porque considero que el hombre necesita un tiempo para estar consigo mismo, necesita momentos de interioridad, de libertad, sin que eso sea una excentricidad. Me cuesta entender a millones de personas que van por la calle hablando permanentemente por teléfono, parece que estamos habitando un mundo en el que uno se pregunta si la gente está presente. La extrema conexión hace que la gente esté siempre ausente, fuera del lugar en el que está su cuerpo. Claro que es más grave entre los adolescentes, lo que indica que se tiende a un mundo que pierde su humanidad sensible.
Decía hace un momento que lo único que nos queda es el cuerpo, ¿cuál es su interpretación de lo que sucede con fenómenos como Second life, donde es posible crear un avatar, un otro yo ideal?
Es un fenómeno que responde a la fantasía de no estar encerrado en una identidad personal, sino poder multiplicarla, poniéndose fuera del cuerpo. Internet para mí es el universo de la máscara, cuando tenemos una máscara podemos ser cualquier cosa, y cualquiera. Es como un eterno carnaval, donde detrás de los disfraces las personas hacen cosas de las que se avergonzarían si no portaran una máscara. Creo que es una forma de escapar de la propia realidad, una forma de sublimar...
Una forma de liberarse de las ligaduras del cuerpo...
Sí, porque a partir del momento en el que uno se libera de la raíz corporal, se llega a la omnipotencia de pensamiento y él parece pertenecernos. Claro que es un mundo de absoluta fantasía.
*David Le Breton nació en 1953. Sociólogo y antropólogo, es profesor en la Universidad de Estrasburgo, y autor, de Corps et sociétés, Anthropologie du corps et modernité, Passions du risque, La sociologie du corps, Des visages y La Chair à vif, y ha publicado numerosos artículos en revistas y obras colectivas.
Fuente:[color=336600] Revista Ñ - 24.11.2009[/color]