Blaquier: el guardián del horror
En ese mismo instante, a 106 kilómetros de esa capital, manos anónimas hacían desaparecer el enorme cartel con el que la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación señalizó las instalaciones del polo industrial que Blaquier preside en la pequeña ciudad de Libertador General San Martín, más conocida como Ledesma. La empresa había amenazado con iniciar acciones legales contra quienes el 11 de julio lo habían colocado para marcar las instalaciones donde se cometieron crímenes de lesa humanidad.
Al día siguiente, la hija de Hugo Condori –el único dirigente gremial de la empresa que sobrevivió a la matanza– fue amenazada en Ledesma por un motociclista encapuchado que la increpó con un mensaje: “Decile a tu viejo que deje de joder al señor Blaquier, porque lo vamos hacer pelota”. Tres semanas antes, el nieto del testigo, de 16 años, había sufrido un intento de secuestro al salir del colegio.
Pero las fuerzas oscuras del lugar no sólo actúan para saldar cuestiones del pasado. Hace un mes y medio, una patota integrada por policías provinciales y matones del Ingenio Ledesma que actuaba por orden de don Carlos procedía a desalojar a 700 familias de unas tierras pertenecientes a la empresa en las afueras de la ciudad. El saldo: 30 heridos y cuatro muertos. Ello sucedió en vísperas del trigésimo quinto aniversario de la Noche del Apagón.
Entre el 20 y el 27 de julio de 1976 fue cortado el suministro eléctrico en la ciudad, mientras policías, gendarmes, militares y capataces de la empresa procedían al allanamiento y el saqueo de todas las viviendas. En vehículos de la empresa, 500 trabajadores, estudiantes y profesionales fueron llevados a los galpones del ingenio azucarero, donde permanecieron atados y encapuchados por tres meses, en medio de interrogatorios y torturas. Sólo algunos recuperaron la libertad; el resto terminó en cuarteles y cárceles. Unos 30 están desaparecidos; entre ellos, el ex intendente del pueblo, Luis Aredez, y el sindicalista Avelino Bazán.Sobre ello, Blaquier era ahora indagado.
El Estado soy yo.
Lo cierto es que don Carlos es un hombre múltiple. En algunas librerías de saldos todavía se pueden encontrar al menos tres obras ensayísticas suyas; a saber: Pensamientos para pensar, El milagro griego y Los amores de Luis XIV. El sugestivo título del primero lo dice todo. En el segundo, el autor vuelca su lúcida mirada acerca del mundo helénico, destacando que esa civilización se erigió en “la conveniencia de limitar la cantidad de ciudadanos”, y sostiene tal tesitura con un dato de suma utilidad para las sociedades contemporáneas: “En la antigua Grecia, los esclavos del Estado cumplían funciones de vigilancia y de policía”. El libro sobre el penúltimo monarca francés es, sin duda, su texto más íntimo. En parte, porque hace eje en la relación con su favorita, Françoise d'Aubigné, más conocida como Madame de Maintenon –con quien se unió en matrimonio morganático sin haberse separado de la reina María Teresa de Austria–, en una clara alusión al vínculo simultáneo que él mismo mantiene con sus esposas Nelly Arrieta y Cristina Khallouf. Lo cierto es que, desde una perspectiva más global, Blaquier se cree la reencarnación misma del Rey Sol.
De hecho, su mansión La Torcaza, sobre la Avenida Sucre, en las barrancas de San Isidro, es una versión desmejorada, casi naïf, del Palacio de Versalles. Sobrecargada con estatuas, mármoles de Carrara y un sauce llorón –obsequio del paisajista Carlos Thays–, este reyezuelo de cabotaje, amasó bajo su techo, entre visitas de embajadores, altos dignatarios de la Iglesia y generales de la industria, la ilusión de hacer propia aquella máxima acuñada por su ídolo: “El Estado soy yo”.
“En el fondo, soy muy romántico”, diría, al concluir el siglo XX, a su amigo, el marchand Nacho Gutiérrez Zaldívar, en un programa televisivo que este animaba en la ATC del menemismo. También confesó: “La filosofía me resultó de gran utilidad en mi vida empresarial”.
Los militares, también.
Beneficiado por la dictadura de Onganía con el monopolio de la industria azucarera tras el cierre compulsivo de los ingenios tucumanos, Blaquier supo anudar fructíferos lazos de intercambio con los siguientes gobiernos de facto. No sólo proporcionó listas de obreros “subversivos” y asistencia logística a las fuerzas represivas, sino que su imperio financiero fue un sostén explícito, casi obseno, del régimen que vio la luz en 1976.
Prueba de ello, es su intercambio epistolar con el entonces ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz. En una carta fechada a fines de 1978 se dirige a él con un efusivo “Querido Joe”, y no duda en expresar su “profunda admiración por la recuperación de la Argentina”. En aquella misma hoja también se refiere a sus gestiones con “el señor Harry Stenbreder” –un influyente funcionario del Departamento de Estado– para mitigar las sanciones económicas de la administración Carter a la Junta Militar debido a sus crímenes.
El resurgir de la democracia no empañó el romance de Blaquier con los uniformados. Tanto es así que convirtió nada menos que en jefe de Recursos Humanos de la empresa al hoy encarcelado brigadier Teodoro Álvarez, quien –según la causa juficial que ahora se sustancia– tuvo un papel crucial durante la dictadura en la persecución de quienes integraban la comisión interna.
Hay un hecho que pinta a Blaquier por entero. Durante un allanamiento efectuado a fines de mayo en las oficinas centrales de la empresa, junto a legajos sobre trabajadores desaparecidos, también fue hallado un escrito que da cuenta de trabajos de inteligencia efectuados por cuenta de la empresa en ¡2005! Se trata de un paper de 300 páginas sobre la marcha por la Noche del Apagón de ese año. Además de una minuta, hora por hora y día por día, sobre los preparativos de la movilización, el informe contiene una lista con nombres de decenas de dirigentes de todo el país que participaron en el recordatorio.
Es que Blaquier no fue un simple colaborador de la dictadura. Y, a diferencia del estrepitoso presente de sus antiguos jerarcas, su poder sigue intacto, tal como lo demuestra la estructura de espionaje a su servicio y las violentas presiones que aún hoy los matones de la empresa suelen ejercer en la ciudad de Ledesma y sus alrededores. A casi 28 años de haber concluido la larga noche militar, esa ciudad de 43 mil habitantes es quizás un santuario de la etapa más trágica de la Historia argentina. Un Estado dentro de otro Estado. Una republiqueta privada. O, simplemente, el único lugar en el que la dictadura todavía no terminó.
Su monarca, ahora, a los 83 años, tendrá que pagar sus crímenes.
Info News - 12 de agosto de 2012