El internacionalismo millonario
El tema ha sido tratado recientemente en estas páginas por Gonzalo Perera e ilustrado con el elocuente ejemplo del actor Gérard Depardieu, que no sólo se vio tentado por la nacionalidad belga sino también por la rusa, efectivizándola. Vale la pena dedicar unas breves líneas a este caso que no sólo desnuda concepciones sobre la solidaridad e igualdad social, sino también sobre la siempre candente cuestión nacional europea y sus tensiones. En una carta pública el propio actor asevera: “yo pedí el pasaporte y estoy encantado de que se me haya concedido. Adoro Rusia, sus hombres, su historia, sus escritores".
Es una noticia que abre un sinnúmero de posibilidades a varios de mis amigos amantes de la historia y la literatura. Con este criterio, un admirador de Thomas Jefferson y los padres fundadores de la democracia norteamericana podría con idéntico derecho que los seguidores de Hemmingway o Elliot, por ejemplo, solicitar la green card estadounidense como antesala para la posterior ciudadanía plena y así sucedería con cualquier nación que haya dado próceres y exponentes intelectuales. Al “ius soli” e “ius sanguinis” que rigen jurídicamente los principios nacionales de ciudadanía, se le añadiría un “ius historicis et intellectualis recognitionem” que iría minando las abyectas limitaciones y violencias de las fronteras nacionales, liberando de tal modo al mundo del aherrojamiento en sus confines y de las restricciones a la libertad migratoria. Es sólo una casual coincidencia que el refinado gusto literario de Depardieu le depare una nacionalidad cuyo Estado aplica un “Impuesto a la Renta de las Personas Físicas” (IRPF) de sólo el 13%, cualquiera sea la magnitud de tal renta. Muchísimos de los “artistas independientes” del mundo entero ya habían manifestado una gran admiración por la historia y el arte de principados y pequeños reinos, paraísos fiscales y Estados precarios en general pero con grandes figuras. Es que su independencia se limita a las relaciones de dependencia laboral formal, a la concreta forma salarial, pero no respecto al mercado con el que conviven en armónica comunión, que hasta logra constituirse en su musa. Algunos empresarios franceses también cultivan esta suerte de “espíritu internacional-bohemio” de Depardieu, como las familias Mulliez (propietaria de la cadena Auchan) o Peugeot. Pero el caso más resonante es el de Bernard Arnault, propietario del imperio suntuario LVMH (que controla las empresas Louis Vuitton, Givenchy o Moët & Chandon), reciente exilado fiscal en Bélgica.
El impuesto especial (por dos años) francés de un 75% sobre las rentas anuales superiores al millón de euros, fue uno de los pilares de la campaña del actual mandatario francés, mucho más por razones ideológicas y simbólicas que efectivas. En el mejor de los casos, recaudaría cerca de cuatrocientos millones que resulta una ínfima proporción del recorte fiscal de treinta mil millones actualmente pergeñado como respuesta a la crisis. En términos poblacionales, no superaría los dos mil ciudadanos comprendidos en la medida. Pero ni siquiera pudo aplicarse, al menos momentáneamente, ya que un fallo del “Consejo Constitucional” lo ha frenado junto a otras medidas fiscales, aunque la principal dificultad consiste en la competencia europea por la captura fiscal de una proporción de esas rentas. Por ejemplo, en el Reino Unido, David Cameron propuso una reducción impositiva a las altas rentas además de desarrollar un plan de atracción de empresas (y empresarios) con sensibilidad fiscalmente fugitiva de Francia. Una reedición contemporánea de la era Thatcher-Reagan. La Unión Europea tiene una nueva oportunidad para responder a la pregunta acerca de su utilidad concreta y la solidez de sus lazos, inclusive ahora que se encuentra prácticamente hegemonizada por las derechas. Las crisis son también oportunidades. Pero peor aún resultó la licuación actual de la primigenia propuesta de campaña de Hollande de intervención sobre el sistema financiero, ya que no fue frenada por instancia externa alguna, sino por su propia voluntad o ausencia de audacia.
Es indudable que el IRPF representa un recurso redistributivo de ingresos en cualquier contexto, región, momento y circunstancia que puede y debe ser aprovechado y ejecutado por los reformismos o progresismos. Tanto como exhibe sus límites, particularmente cuando de altas rentas se trata, por las tantas variantes evasivas disponibles. La fuga del contribuyente, como la que comentamos, es sólo una de ellas (disponible con exclusividad para una élite que puede elegir nacionalidad y residencia a voluntad, sin depender de las decisiones del capital, salvo el propio). Por un lado porque una proporción significativa de las economías capitalistas se desarrolla en la informalidad y hasta la clandestinidad, impidiendo siquiera el registro de las rentas devengadas. A los ejemplos extremos del tráfico de armas o drogas ilegales, le sigue una ristra de arcanas actividades comerciales, financieras, industriales y agrícolas. También porque en el capitalismo no existen sólo personas físicas sino también jurídicas. Pero la causa última de la opacidad reside en la pervivencia del arcaico papel moneda que permite la invisibilización plena de las operaciones económicas concretas. En pleno auge del capitalismo cognitivo y de la masificación y potenciación de las tecnologías informáticas, su pervivencia se explica sólo por la aquiescencia y hasta la complicidad de los Bancos Centrales nacionales (o regionalizados como el europeo) para con la evasión, la marginalidad y la ilegalidad. La eliminación del papel moneda y su sustitución por el dinero nominal carece de obstáculos prácticos y es además una antesala de la posibilidad de la unificación monetaria internacional. ¿Potenciaría esto las características de una “sociedad de control” delleuziana? Sin duda, pero éstas también se autopotencian conviviendo con los medios de intercambio actuales.
No faltará quién sostenga que la informatización del conjunto de la actividad económica constituye una invasión a la privacidad. Considero lo contrario, como acérrimo defensor de la vida privada y su más plena libertad y diversidad. Generalmente quienes se oponen son además quienes no tienen reparos en que el Estado se meta en sus camas, como con el instituto matrimonial o con la negación represiva a la plena disposición de los cuerpos de las mujeres frente a la fecundidad. Entiendo la intangible esfera privada, sintéticamente, como aquella en la que tiene lugar la intimidad afectiva y los asuntos de conciencia. Inversamente, la economía, aún con plena vigencia de la propiedad privada, pertenece a la esfera pública y en consecuencia es pasible de publicidad e intervención. El registro de la totalidad de la actividad económica y su individualización precisa, antecede a la posibilidad de ejecución de políticas efectivas de carácter redistributivo.
En cualquier caso, mucho más que sobre las rentas, el patrimonio (no sólo inmobiliario, automotriz, suntuario, sino también financiero) constituye una fuente mucho más precisa, inmediatamente mensurable e ineludiblemente tributable. Allí se encuentra la riqueza menos perecedera, la más independiente de la nacionalidad, el origen o cualquier particularidad del propietario, la fuente y razón de la contribución, a la par que la garantía de su efectivización. El argumento según el cual la intervención sobre la riqueza actual conspira contra la generación de riqueza futura, no sólo se ve desmentido en la realidad del estancamiento del capitalismo más desarrollado, sino también por el sinuoso camino inverso emprendido en Sudamérica.
No creo que los trabajadores, ya estén registrados o en negro, los excluidos y marginados, los pequeños y medianos propietarios deban temer por sus intereses, aun los más egoístas y conservadores, si un reformismo más consecuente o menos timorato aplicara una batería de medidas de deslumbramiento, publicidad y posterior proporcionalidad recaudatoria con propósitos redistributivos, solidarios o niveladores. Los defensores de velos económicos, secretos y anonimatos no se cuentan, salvo excepciones, entre los productores de la riqueza que tímidamente los progresismos intentan redistribuir. Incluso movimientos como el estadounidense Occupy Wall Street (cuya lucha dice ser contra ese 1% de la población pendiente del Dow Jones y del Nasdaq), los españoles de Puerta del Sol, los huelguistas griegos, italianos y hasta los propios franceses que confiaron en el discurso crítico de la socialdemocracia, tendrán que construir alternativas políticas hoy inexistentes hacia un reformismo algo más consistente y efectivo.
Al “laissez faire” internacionalista de los poderosos, faranduleros, nobles y rentistas también puede oponérsele el “laissez payer n'importe où” de progresismos nacionales aún si no se coordinaran internacionalmente. En algún lado, se localiza su patrimonio. Posiblemente donde abandonaron el pudor.
ALAI, América Latina en Movimiento - 6 de enero de 2013