La crisis estructural necesita de una transformación estructural
El problema para nosotros es que, sin una evaluación adecuada de la naturaleza de la crisis económica y social de nuestros días –que ya no puede ser negada por los defensores del orden capitalista, aun cuando ellos rechazan la necesidad de una transformación mayor–, la probabilidad de éxito a este respecto es insignificante. El fin del “Welfare State”, en el pequeño número de países privilegiados donde una vez fue instituido, ofrece una lección que nos hace reflexionar sobre ello.
Voy a comenzar citando un artículo reciente de los editores del más completo diario de la burguesía internacional, The Financial Times (“US budget impasse”, The Financial Times, 2 June 2011). Hablando de la peligrosa crisis financiera, reconocida por los propios Editores como peligrosa, ellos terminan el artículo con estas palabras: “Ambos lados [Demócratas y Republicanos] son culpados por un vacío de liderazgo y deliberación responsable. Es una grave falta de gobierno y más peligrosa de lo que Washington cree ser”. Eso es todo lo que tenemos como sensatez editorial sobre la pertinente cuestión de la “deuda soberana” y los crecientes déficits económicos. Lo que torna el editorial del Financial Times aún más vacío que el vacío de liderazgo deplorado por el diario es el ruidoso subtítulo de ese mismo artículo: “Washington debe dejar de posar y comenzar a gobernar”.
Como si editoriales como ese pudiesen significar algo más que asumir determinada actitud en nombre de “gobernar”; pues la grave cuestión en juego es la deuda catastrófica de la “casa todo-poderosa” del capitalismo global, los Estados Unidos de América, donde tan sólo la deuda del gobierno (o sea, sin agregar deuda privada individual y Corporativa) ya se cuenta muy por arriba de 14 billones de dólares, conforme lo proyectado en grandes números iluminados en la fachada de un edificio público de Nueva York, indicando la incontenible tendencia creciente de la deuda.
El punto que yo deseo enfatizar es que la crisis que tenemos que enfrentar es una crisis estructural profunda y cada veza más grave, que necesita la adopción de cambios estructurales de gran alcance, con el objetivo de alcanzar una solución sustentable. Se debe también enfatizar que la crisis estructural de nuestro tiempo no se originó en 2007 con la “explosión de la burbuja inmobiliaria de los Estados Unidos”, sino que, por lo menos, cuatro décadas antes. Yo hablé sobre ello, en estos mismos términos, en los años de 1967 (en “As tarefas a nossa frente”), mucho antes de la explosión de Mayo de 1968 en Francia; y escribí en 1971, en el Prefacio a la Tercera Edición de la “Teoría de la enajenación en Marx” [Editorial Era, 1ª edición 1978, México], que los acontecimientos que se estaban desenvolviendo “caracterizaban dramáticamente la intensificación de la crisis estructural global del capital”.
A este respecto, es necesario aclarar las diferencias relevantes entre tipos o modalidades de crisis. No es indiferente si una crisis en la esfera social puede ser considerada una crisis periódica/coyuntural o algo mucho más fundamental que eso. Pues obviamente, la manera de lidiar con una crisis estructural fundamental no puede ser conceptualizada en términos de las categorías de crisis periódica o coyuntural. La diferencia crucial entre esos dos tipos de crisis, marcadamente contrastantes, es que la crisis periódica o coyuntural se desenvuelve y es más o menos solucionada con éxito dentro de la estructura establecida, en cuanto la crisis fundamental afecta a la propia estructura en su totalidad. En términos generales, esa distinción no es simplemente una cuestión acerca de la aparente gravedad de esos tipos contrastantes de crisis. Una crisis periódica o coyuntural puede ser dramáticamente severa, como fue la “Gran Crisis Económica Mundial de 1929-1933” habiendo sido con todo capaz de una solución dentro de los parámetros del sistema dado. Y del mismo modo, pero en el sentido opuesto, el carácter “no-explosivo” de una crisis estructural prolongada, en contraste con las “grandes tempestades” (en palabras de Marx) a través de las cuales las crisis coyunturales y periódicas pueden ellas mismas librarse y solucionarse, puede conducir a estrategias fundamentalmente mal concebidas, como resultado de la interpretación errónea de la ausencia de “tempestades”, como si tal ausencia fuese una evidencia impresionante de la estabilidad indefinida del “capitalismo organizado” y de la “integración de la clase obrera”.
Se debe enfatizar bien: la crisis en nuestros días no es comprensible sin que sea referida a la omnipresente estructura social global. Eso significa que, con el fin de aclarar la naturaleza persistente y cada vez más grave crisis en todo el mundo de hoy, debemos enfocar nuestra atención en la crisis del sistema del capital en su integralidad, pues la crisis del capital que ahora estamos experimentando es una crisis estructural omniabarcante. Veamos, pues, resumiendo cuanto sea posible, las características que definen la estructura que definen la crisis estructural que nos preocupa.
“La novedad histórica de la crisis de hoy se torna manifiesta en cuatro aspectos principales:
1 – su carácter es universal, en lugar de ser restringido a una esfera particular (por ejemplo, financiera o comercial, o afectando éste o aquél rubro particular de la producción, aplicándose a éste o aquél tipo de trabajo, con su gama específica de habilidades o grados de productividad, etc.);
2 – su objetivo es verdaderamente global (en el sentido más literal y amenazador del término), en lugar de estar limitado a un conjunto particular de países (como fueron todas las principales crisis del pasado);
3 – su escala de tiempo es extensa, continua -o si se prefiere, permanente- en lugar de limitada y cíclica, como fueron todas las crisis anteriores del capital;
4 – en contraste con las erupciones y colapsos más espectaculares y dramáticos del pasado, su modo de desenvolvimiento podría denominarse como reptante, con la condición de que de cara al futuro, no se puede excluir que haya las convulsiones más fuertes o violentas: es decir, cuando se le acabe la gasolina a la compleja maquinaria ahora activamente anclada en la “administración de la crisis” y en el “desplazamiento” más o menos temporal en que las crecientes contradicciones pierdan su fuerza...
[En este punto], se vuelve necesario tejer algunas consideraciones generales sobre los criterios de una crisis estructural, así como sobre las formas en que puede ser prevista su solución.
En términos más simples y generales, una crisis estructural afecta a la totalidad de un complejo social, en todas las relaciones entre sus partes constituyentes o subcomplejas, así como con otros complejos a los cuales está vinculada. Al contrario, una crisis no-estructural afecta sólo algunas partes del complejo en cuestión y, así, no importando qué tan grave puede ser en lo que se refiere a las partes afectadas, en tanto no puede poner en riesgo la sobrevivencia continua de la estructura global. Consecuentemente, el desplazamiento de las contradicciones sólo es posible cuando la crisis fuese parcial, relativa o internamente administrable por el sistema, requiriendo solamente alteraciones -por muy importantes- dentro del propio sistema relativamente autónomo. Justamente por eso, una crisis estructural pone en cuestión la propia existencia del complejo global involucrado, postulando su trascendencia y sustitución por un complejo alternativo.
El mismo contraste se puede expresar en términos de los límites que todo complejo social específico resulta tener en su inmediatez, en determinado momento, cuando son comparados a aquéllos más allá de los cuales no puede ir.
De este modo, una crisis estructural no se refiere a los límites inmediatos, sino a los límites últimos de una estructura global...” [Cita de la Sección 18.2.1 de Beyond Capital. Edición en español Más allá del capital. Editorial, Hermanos Vadell, Venezuela, 2001.)
De este modo, en un sentido bastante obvio, nada puede ser más serio que la crisis estructural del modo de reproducción sociometabólico del capital, que define los límites últimos del orden establecido. Sin embargo, aunque profundamente grave en sus parámetros generales de gran importancia, a juzgar por la apariencia, la crisis estructural puede no parecer de importancia tan decisiva cuando es comparada a las vicisitudes dramáticas de una crisis coyuntural mayor. Las “tempestades” a través de las cuales las crisis coyunturales se descargan son bastante paradójicas, en el sentido de que, en su modo de desdoblamiento, ellas no sólo se descargan (y se imponen), sino también se solucionan, dadas las circunstancias, hasta donde sea viable. Ellas pueden hacer eso precisamente por ser de carácter parcial, lo que no pone en cuestión, los límites máximos de la estructura global establecida. Al mismo tiempo, sin embargo, y por la misma razón, sólo pueden “resolver” los problemas estructurales subyacentes hondamente arraigados —que necesariamente tienen que hacerse valer una y otra vez en forma de las crisis coyunturales específicas— de una manera estrictamente parcial y, en lo temporal, también sumamente limitada. Es decir, hasta que sobre el horizonte de la sociedad se aparezca la siguiente crisis coyuntural.
Por el contrario, en vista de la naturaleza inevitablemente compleja y prolongada de la crisis estructural, que se desenvuelve en el tiempo histórico en un sentido epocal y no episódico/instantáneo, lo que decide el punto es la interrelación acumulativa de la totalidad, aun bajo la falsa apariencia de “normalidad”. Es así porque en la crisis estructural todo está en juego, incluidos los últimos límites omniabarcantes del orden establecido, del cual ya no es posible que exista una instancia en particular “simbólica/paradigmática”. Si no comprendemos las conexiones e implicaciones sistémicas generales de los eventos y desarrollos específicos, perderemos de vista los cambios realmente significativos y las correspondientes palancas para una potencial intervención estratégica que los afecte de manera positiva, en pro de la necesaria transformación sistémica. Nuestra responsabilidad social, por consiguiente, exige tener una conciencia incondicionalmente crítica de la interrelación acumulativa que va surgiendo, en lugar de andar buscando garantías reconfortantes en el mundo de la normalidad ilusoria hasta que la casa se nos derrumbe sobre nuestras cabezas.
Es necesario enfatizar aquí que, por casi tres décadas después de la segunda guerra mundial, la expansión económica desarrollada en los países capitalistas dominantes generaron la ilusión, incluso hasta en algunos intelectuales de izquierda, de que la fase histórica de “capitalismo en crisis” había sido superada, dando lugar a lo que ellos llamaron “capitalismo organizado avanzado”. Quiero ilustrar este problema citando algunos pasajes del trabajo de uno de los mayores intelectuales del siglo XX, Jean-Paul Sartre, por quien, como ustedes saben por mi libro sobre Sartre, tengo la más elevada consideración. Sin embargo, el hecho es que la adopción de la noción de que, superando el “capitalismo en crisis” y convirtiéndose en “capitalismo avanzado” el orden establecido creó grandes dilemas para Sartre. Eso es aun más significativo, porque nadie puede negar la búsqueda completamente comprometida de Sartre por una solución emancipatoria viable, ni su gran integridad personal. En relación a nuestro problema, tenemos que recordar que, en la importante entrevista dada al grupo Manifiesto Italiano –después de esbozar su concepción de las implicaciones insuperablemente negativas de su propia categoría explicativa de la institucionalización inevitablemente perjudicial de lo que él llamaba el “grupo en fusión”, en su Crítica de la Razón Dialéctica–, él tuvo que llegar a la penosa conclusión de que: “en cuanto reconozco la necesidad de una organización, debo confesar que no veo cómo los problemas que confrontan cualquier estructura estabilizada puedan ser resueltos” (Entrevista publicada en The Socialist Register, 1970: 245).
Aquí la dificultad reside en que los términos del análisis social de Sartre son establecidos de tal modo que los distintos factores y correlaciones que en la realidad forman parte del todo, constituyendo diferentes facetas fundamentalmente del mismo complejo societario, son descritos por él en la forma de dicotomías y oposiciones de lo más problemáticas, generando así dilemas insolubles y una derrota inevitable para las fuerzas sociales emancipatorias.
Esto se muestra claramente en el diálogo entre el grupo Manifiesto y Sartre:
Manifiesto: ¿en qué bases precisas se puede preparar una alternativa revolucionaria?
Sartre: Repito, más en la base de la “alienación” que la de “necesidades”. En resumen, en la reconstrucción de lo individual y de la libertad – la necesidad de ella es tan urgente que hasta las técnicas de integración más refinadas no pueden permitirse no tomarlas en cuenta.
Así, Sartre, en su evaluación estratégica de cómo superar el carácter opresor de la realidad capitalista, construye una oposición totalmente insustentable entre la “alienación” de los trabajadores y sus “necesidades” supuestamente satisfechas, tornando, por tanto, más difícil de prever un resultado positivo prácticamente viable. Y aquí el problema no reside simplemente en darle credibilidad en exceso a la explicación sociológica extremadamente superficial, entonces en boga, de las llamadas “técnicas refinadas de integración”, en lo que se refiere a los trabajadores. Por desgracia, es mucho más grave que eso. En verdad, el problema realmente perturbador en juego es la evaluación de la viabilidad del propio “capitalismo avanzado” y el postulado asociado de “integración” de la clase trabajadora, que Sartre comparte en esta ocasión, en gran medida, con Herbert Marcuse.
En la actualidad, la verdadera cuestión es que, al contrario de la cuestión indudablemente viable de algunos trabajadores específicos en el orden capitalista, la clase obrera –la antagonista estructural del capital– representando la única alternativa hegemónica históricamente sustentable al sistema del capital – no puede ser integrada a la estructura explotadora y alienante de reproducción societaria del capital. Lo que torna eso imposible es el antagonismo estructural subyacente entre capital y trabajo, que emana, como una necesidad inevitable, de la realidad de clase de dominación y subordinación antagónicas.
En este discurso, ni siquiera una mínima plausibilidad del tipo de una alternativa falsa, a la manera de Marcuse/Sartre, entre alienación continua y “necesidad satisfecha” es “establecida” con base en la compartimentación descarrilante de indeterminaciones estructurales globalmente arraigadas e insustentables del capital – sobre la cual se basa necesariamente la viabilidad sistémica elemental del único orden sociometabólico reinante del capital – en la forma de separación extremadamente problemática del “capitalismo avanzado” de las llamadas “zonas marginales” y del “tercer mundo”. Como si el orden reproductivo del postulado “capitalismo avanzado” pudiese sustentarse por algún periodo de tiempo, e incluso indefinidamente en el futuro, sin la explotación existente de las mal comprendidas “zonas marginales” y del “tercer mundo” dominado por el imperialismo.
Se hace necesario citar aquí, de modo íntegro, el pasaje relevante en que esos problemas son explicados detalladamente por Sartre. La parte en cuestión de esa esclarecedora entrevista es la siguiente:
“El capitalismo avanzado, en lo que se refiere a la conciencia de su propia condición, y a pesar de las enormes desigualdades en la distribución de la renta, consigue satisfacer las necesidades elementales de la mayoría de la clase trabajadora –faltando, naturalmente, las zonas marginales, 15 por ciento de trabajadores en los Estados Unidos, los negros y los inmigrantes; faltando los viejos, faltando, en escala global, el tercer mundo. Sin embargo, el capitalismo satisface ciertas necesidades primarias y también satisface ciertas necesidades que creó artificialmente: por ejemplo, la necesidad de un carro. Fue esa situación lo que me llevó a revisar mi “teoría de las necesidades”, una vez que esas necesidades no están más, en una situación de capitalismo avanzado, en oposición sistemática al sistema. Al contrario, se tornan, parcialmente, bajo el control del sistema, un instrumento de integración del proletariado en ciertos procesos producidos y dirigidos por la ganancia. El trabajador se agota para producir un carro y para ganar lo suficiente para adquirir uno; esa adquisición le da la impresión de haber satisfecho una necesidad. El sistema que lo explota le impone al mismo tiempo una meta y la posibilidad de alcanzarla. La conciencia del carácter intolerable al sistema no debe más, por tanto, ser buscada en la imposibilidad de satisfacer necesidades elementales, sino, sobretodo, en la conciencia de la alienación – en otras palabras, en el hecho de que esta vida no vale la pena ser vivida y no tiene sentido, que ese mecanismo es un mecanismo engañoso, que esas necesidades son artificialmente creadas, que ellas son falsas, que ellas son extenuantes, y sólo sirven a la ganancia. Pero unir la clase con base en esto es aun más difícil”.
Si aceptamos esa caracterización del orden “capitalista avanzado” al pie de la letra, en este caso, la tarea de producir una conciencia emancipatoria no es sólo “más difícil”, sino casi imposible. Pero el fundamento dudoso a través del cual podemos llegar a una conclusión apriorística, imperativa y tan pesimista – prescribiendo de lo alto de esa “nueva teoría de las necesidades” el abandono por los trabajadores de sus “necesidades artificiales adquisitivas”, ejemplificadas por el automóvil, y su sustitución por el postulado completamente abstracto que pone para ellos que “esta vida no vale la pena ser vivida y no tiene sentido” (un postulado noble, pero antes abstracto e imperativo, y efectivamente negado, en la realidad, por la evidente necesidad de los miembros de la clase trabajadora de asegurar las condiciones de su existencia económicamente sustentable) –es tanto la aceptación de un conjunto de afirmaciones totalmente insustentables como la omisión igualmente insustentable de algunas partes vitales determinantes del sistema del capital realmente existente en su crisis estructural históricamente irreversible.
Para empezar, es extremadamente problemático hablar sobre “capitalismo avanzado” –cuando el sistema del capital como modo de reproducción sociometabólica se encuentra en su fase declinante de desarrollo histórico y, por tanto, es sólo avanzado en un sentido capitalista, mas no en ningún otro sentido, siendo, entonces, capaz de sustentarse sólo de un modo más destructivo y, por tanto, en último análisis, autodestructivo. Otra afirmación: la caracterización de la aplastante mayoría de la humanidad– en la categoría de pobreza, incluyendo los “negros y los inmigrantes”, los “viejos” y, “en escala global, el tercer mundo” – como pertenecientes a las “zonas marginales” (en afinidad con los “excluidos” de Marcuse), no es menos insustentable. En realidad, es el “mundo capitalista avanzado” que constituye el margen privilegiado totalmente insustentable del sistema global desde hace mucho tiempo, con su inhumana “negativa elemental de la necesidad” para la mayor parte del mundo, y no lo que hace mucho tiempo, es descrito por Sartre en su entrevista al Manifiesto como las “zonas marginales”. Lo que dice respecto a los Estados Unidos de América, el margen de pobreza es muy disminuido, como si fuera un mero 15 por ciento. Además de ello, la caracterización de los automóviles de los trabajadores solamente como simples “necesidades artificiales”, que sólo sirven a la ganancia, no puede ser más unilateral. Al contrario de muchos intelectuales, ni siquiera aquellos trabajadores relativamente ricos, sin hablar de los miembros de la clase trabajadora como un todo, tienen el lujo de encontrar su local de trabajo al lado de su cuarto.
Al mismo tiempo, al lado de las omisiones espantosas, algunas de las contradicciones y fracasos estructurales más graves están faltando en la descripción sartreana del “capitalismo avanzado”, virtualmente vaciando el significado de todo el concepto. En este sentido, una de las necesidades más importantes sin la cual ninguna sociedad -pasada, presente o futura- podría sobrevivir, es la necesidad de trabajo. Tanto para los individuos productivamente activos – incluyendo todos ellos en un orden social completamente emancipado – como para la sociedad en general, en su relación históricamente sustentable con la naturaleza. El necesario fracaso en solucionar ese problema estructural fundamental, que afecta todas las categorías de trabajo, no solo en el “tercer mundo”, sino hasta en los países más privilegiados del capitalismo avanzado, con su desempleo peligrosamente creciente, constituye uno de los límites absolutos del sistema del capital en su integralidad. Otro grave problema que enfatiza la inviabilidad histórica presente y futura del capital es su transformación desastrosa en dirección a los sectores parásitos de la economía -como la especulación aventurera productora de crisis que incomoda (como una cuestión de necesidad objetiva a menudo erróneamente como fracaso personal irrelevante) al sector financiero y la fraudulencia institucionalizada, íntimamente asociada a él– en contraposición a las ramas productivas de la vida socioeconómica requeridos para la satisfacción de la genuina satisfacción de la necesidad humana. Esa es una transformación que sobresale en nítido contraste amenazador con la fase creciente del desarrollo histórico del capital, cuando el prodigioso dinamismo expansionista sistémico (inclusive la revolución industrial) se debía predominantemente a las realizaciones productivas socialmente viables y mucho más intensas. Tenemos que añadir a todo ello las cargas económicas masivamente despilfarradoras impuestas a la sociedad de manera autoritaria por el Estado y por el complejo militar/industrial – con la industria de armas permanente y las guerras correspondientes–, como parte integral del perverso “crecimiento económico” del “capitalismo organizado avanzado”. Y para mencionar solo una más de las implicaciones catastróficas del desarrollo sistémico del capital “avanzado”, debemos tener en mente la transgresión ecológica global devastadora de nuestro modo de reproducción sociometabólico no mas sustentable en el mundo planetario finito, con la explotación voraz de los recursos materiales no renovables y la destrucción cada vez más peligrosa de la naturaleza. Decir todo ello, no es “ser prudente después del acontecimiento”. En la misma ocasión en que Sartre dio la entrevista al Manifiesto, yo escribí que otra contradicción básica del sistema capitalista de control es que él no puede separar ´avance´ de destrucción, ni ´progreso´ de desperdicio – por más catastróficos que sean los resultados. Cuanto más descubre la fuerza productiva, más desencadena el poder de destrucción; y cuanto más amplía el volumen de producción, más debe enterrar las montañas de basura sofocante. El concepto de economía es radicalmente incompatible con la ´economía´ de producción de capital, que, por necesidad, empeora aun más las cosas, primero agotando con desperdicio voraz los recursos limitados de nuestro planeta, y agravando aun más el resultado contaminando y envenenando el medio ambiente humano con sus residuos y efluentes producidos en masa (Isaac Deutscher Memorial Lecture, The Necessity of Social Control, delivered at the London School of Economics on January 26, 1971.)
De ese modo, las afirmaciones problemáticas y las omisiones de importancia seminal de la caracterización de Sartre del “capitalismo avanzado” debilitan mucho el poder de negación de su discurso libertario. Su principio dicotómico que repetidamente defiende con la “irreductibilidad del orden cultural al orden natural” se encuentra siempre a la búsqueda de soluciones del “orden cultural”, en el nivel de la conciencia de los individuos, a través del trabajo de “conciencia sobre conciencia” del intelectual comprometido. Él recorre la idea de que la solución exigida estaría en aumentar la “conciencia de la alienación” –esto es, en términos de su “orden cultural”– al mismo tiempo descartando la viabilidad de basar la estrategia revolucionaria en necesidad perteneciente al “orden natural”. Necesidad material, esto es, la que se dice que ya cumplen la mayoría de los trabajadores, y de cualquier manera constituyendo un “mecanismo falso y engañoso” y un “instrumento de integración del proletariado”.
Para estar seguro, Sartre se involucra profundamente con el desafío de tornarse hacia la cuestión de cómo aumentar “la conciencia del carácter intolerable del sistema”. Pero, como tema de consideración inevitable, la propia primacía indicada como condición vital del éxito –el poder de la “conciencia de la alienación” precisado por Sartre, necesitaría ella misma de algún amparo objetivo. En caso contrario, más allá de la debilidad de circularidad autorreferencial de la primacía indicada, la naturaleza imperativa de sus palabras “puede prevalecer contra el carácter intolerable del sistema” permanece predominante como una defensa cultural noble, pero ineficaz. En verdad, ello es problemático hasta en los propios términos de referencia de Sartre, cuando, en sus palabras bastante pesimistas, la necesidad es de derrotar la realidad tanto material y culturalmente destructiva, como estructuralmente atrincherada “de este miserable conjunto que es nuestro planeta”, con sus “determinaciones horribles, feas y ruines, sin esperanza”.
Así, la cuestión primaria se refiere respecto a la demostrabilidad o no del carácter objetivamente intolerable del propio sistema. Pues, si la intolerabilidad demostrable del sistema falta en términos sustantivos, como proclamado por la noción de habilidad del “capitalismo avanzado” para satisfacer las necesidades materiales excepto en las “zonas marginales”, el “largo y paciente trabajo en la construcción de la conciencia” abogado por Sartre permanece casi imposible. Es ese conocimiento básico objetivo que requiere ser (y, en verdad, puede ser) establecido en sus propios términos integrales de referencia, requiriendo la desmistificación radical de la creciente destructividad del “capitalismo avanzado”. De modo que para ser capaz de superar la dicotomía postulada entre orden cultural y orden natural, la “conciencia del carácter intolerable del sistema” sólo puede ser construida en esa base objetiva – que incluye el sufrimiento causado por el fracaso del capital “avanzado” de satisfacer hasta las necesidades elementales de alimentación, no sólo en las “zonas marginales”, sino para incontables millones, como claramente ha sido evidenciado en los motines por alimento en muchos países.
En su fase ascendente, afirmaba con éxito sus realizaciones productivas con base en su dinamismo expansionista interno hasta ahora sin el imperativo de un esfuerzo monopolista/imperialista de los países más avanzados en un sentido capitalista para la dominación mundial militarmente asegurada. Con todo, por la circunstancia históricamente irreversible de entrar en la fase productivamente descendente, el sistema del capital se torna inseparable de la necesidad de un aumento constante de expansión militarista/monopolista y la ampliación de su base estructural, cuidando en el tiempo debido del plano productivo interno, el establecimiento y la operación criminalmente destructiva/devastadora de una “industria de armas permanente”, conjuntamente con las guerras necesariamente a ella asociadas.
De hecho, mucho antes de la deflagración de la primera guerra mundial, Rosa Luxemburgo identifico claramente la naturaleza de este desarrollo monopolista/imperialista en el plano destructivamente productivo, escribiendo en su libro La Acumulación de Capital sobre el papel de la producción militarista masiva que: “El propio capital, en el fondo, controla este movimiento automático y rítmico de producción militarista a través de la legislatura y de la imprenta, cuya función es moldear a la llamada ´opinión pública´”. Es por eso que esta rama específica de acumulación capitalista parece, en principio, capaz de una expansión infinita”.
En otro respecto, el creciente despilfarro de energía y recursos estratégicos de material vital trajo consigo no sólo la siempre y más destructiva articulación de las autoafirmativas determinaciones estructurales del capital en el plano militar (por la “opinión pública” legislativamente manipulada y nunca siquiera investigada, cuanto más propiamente regulada), pero también en lo que se refiere a la creciente invasión destructiva en la naturaleza por la expansión del capital. Irónicamente, pero de ningún modo sorprendentemente, esa vuelta del desarrollo histórico regresivo del sistema del capital en cuanto tal, trajo consigo algunas consecuencias amargamente negativas para la organización internacional del trabajo.
En verdad, esa nueva articulación del sistema del capital en el último tercio del siglo diecinueve, con su fase imperialista monopolista inseparable de su ascendencia global plenamente ampliada, abrió una nueva modalidad de dinamismo expansionista (demasiado antagónico y fundamentalmente insustentable) con el aplastante beneficio de sólo algunos países imperialistas privilegiados, aplazando así “el momento de la verdad” que acompaña a la crisis estructural inevitable de nuestro propio tiempo. Este tipo de desarrollo imperialista monopolista dio un impulso importante hacia la posibilidad de expansión del capital y acumulación militaristas, cualquiera que fuese el precio a pagarse en su debido tiempo por la destructividad cada vez más intensa de este nuevo dinamismo expansionista. En verdad, el dinamismo monopolista militarmente estructurado, tuvo que asumir la forma de las dos devastadoras guerras mundiales, bien como de la aniquilación total de la humanidad implícita en una potencial tercera guerra mundial, además de la peligrosa destrucción actual de la naturaleza que se torno evidente en la segunda mitad del siglo veinte.
En nuestros días, estamos experimentando la profunda crisis estructural del sistema del capital. Su destructividad es visible en todas partes, y no da señales de disminución. En relación al futuro, es crucial saber cómo conceptualizar la naturaleza de la crisis con el fin de prever su solución. Por el mismo motivo, se hace necesario reexaminar algunas de las principales soluciones pensadas en el pasado. Aquí no es posible hacer más que mencionar, con una concisión estenográfica, los abordajes contrastantes que fueron ofrecidos, indicando al mismo tiempo, lo que en los hechos les aconteció.
Primero, tenemos que recordar que fue mérito del filósofo liberal John Stuart Mill tejer consideraciones sobre qué tan problemático sería el interminable crecimiento capitalista sugiriendo como solución para ese problema “el estado estacionario de la economía”. Naturalmente, tal estado estacionario, bajo la égida del sistema del capital, no pasaría de una ilusión, porque es enteramente incompatible con el imperativo de expansión de capital y acumulación. Hasta hoy mismo, cuando tamaña destrucción es causada por el crecimiento inadecuado y por la más despilfarradora distribución de nuestra energía vital y recursos materiales estratégicos, la mitología del crecimiento es constantemente reafirmada, siendo asociada al plan engañoso de “reducir nuestra nivel de carbono” hasta el año 2050, cuando en realidad se está moviendo en la dirección opuesta. Así, la realidad del liberalismo vino a ser la agresiva destructividad del neoliberalismo.
Suerte semejante afectó a la perspectiva social demócrata. Marx formuló claramente sus advertencias sobre este peligro en su Crítica del Programa de Gotha, pero ellas fueron totalmente ignoradas. Aquí, también, la contradicción entre el prometido “socialismo evolutivo” bernsteniano y su realización en todas partes se tornó flagrante. No sólo en virtud de la capitulación de los partidos social demócratas y de los gobiernos al cebo de las guerras imperialistas, sino también por la transformación de la social democracia en general – incluso el “Nuevo laborismo” británico – en versiones más o menos abiertas del neoliberalismo, abandonando no sólo la “vía del socialismo evolutivo”, sino hasta la otrora prometida implementación de la reforma social significativa.
Además de ello, una solución muy prometida para las repulsivas desigualdades del sistema del capital fue la prometida difusión en el mundo entero del “Welfare State”, después de la segunda guerra mundial. Entre tanto, la prosaica realidad de esa pretendida conquista histórica se tornó no sólo fracaso absoluto en la institución del Welfare State en cualquier parte del llamado “Tercer Mundo”, si no aun liquidación actual de las relativas conquistas del Welfare State –en la esfera de la seguridad social, servicio de salud y educación–, hasta en el pequeño papel de países capitalistas privilegiados en que ellas fueron instituidas. Y, es claro, no podemos desconsiderar la promesa de realizar la fase más elevada del socialismo (por Stalin y otros) a través de la derrota y abolición del capitalismo. Trágicamente, siete décadas después de la Revolución de Octubre, la realidad se convirtió en la restauración del capitalismo de una forma neoliberal regresiva en los países de la antigua Unión Soviética y del Este europeo.
El denominador común de todas esas tentativas fracasadas –a pesar de sus diferencias principales– es que todas ellas intentaron alcanzar sus objetivos dentro de la base estructural del orden sociometabólico establecido. No obstante, como penosas experiencias históricas nos enseñan, nuestro problema no es simplemente “la derrota del capitalismo”. Así, a medida que ese objetivo pueda ser alcanzado, con certeza será apenas una realización inestable, porque todo lo que puede ser destruido puede también ser restaurado. La verdadera –y mucho más difícil–cuestión es la necesidad de transformación estructural radical.
El sentido palpable de tal transformación estructural es la completa erradicación del propio capital del proceso sociometabólico. En otras palabras, la erradicación del capital del proceso metabólico de la reproducción societaria.
El capital en sí mismo es un modo general de control; lo que significa que él lo controla todo y lo implosiona como un sistema de control reproductivo de la sociedad. Consecuentemente, el capital en cuanto tal no puede ser controlado en ninguno de sus aspectos. Todas las tentativas de medidas y modalidades para “controlar” las distintas funciones del capital en una base duradera fallaron en el pasado. Teniendo en cuenta su incontrolabilidad estructuralmente arraigada –lo que significa que no hay poder concebible dentro de la base estructural del propio sistema del capital por medio del cual el propio sistema pueda ser sometido a un control duradero. El capital debe ser completamente erradicado. Este es el significado central del trabajo de toda la vida de Marx.
En nuestros días, la cuestión del control –por medio de la institución de transformación estructural en respuesta a la profundización de nuestra crisis estructural– se está tornando urgente no sólo en el sector financiero, debido al desperdicio de billones de dólares, sino en todo lugar. Las principales revistas financieras capitalistas se quejan de que “China está sentada en tres billones de dinero en efectivo”, idealizando una vez más soluciones para “el mejor uso de aquel dinero”. Pero lo que verdaderamente hace pensar seriamente es que la agravante deuda total del capitalismo llega a diez veces más que la cantidad de dólares no utilizados de China. Además de ello, aunque la inmensa deuda actual pudiese ser, de algún modo, eliminada, aunque nadie sepa cómo, la verdadera pregunta sería: cómo fue generada, en primer lugar, y ¿cómo se puede asegurar que no será nuevamente generada en el fututo? Es por eso que la dimensión productiva del sistema – a saber, la propia relación del capital – es que debe ser fundamentalmente transformada con el fin de superar la crisis estructural a través de la transformación estructural adecuada.
La dramática crisis financiera que experimentamos en los últimos tres años es sólo un aspecto de la trifurcada destructibilidad del sistema del capital.
1. en la esfera militar, con las interminables guerras del capital desde el inicio del imperialismo monopolista en las décadas finales del siglo diecinueve, y sus más devastadoras armas de destrucción masiva en los últimos sesenta años;
2. la intensificación, a través del evidente impacto destructivo del capital en la ecología, afectando directamente y colocando en riesgo el fundamento natural elemental de la propia existencia humana, y
3. en el dominio de la producción material y de desperdicio cada vez mayor, debido al avance de la “producción destructiva”, en lugar de la otrora alabada “destrucción creativa” o “productiva”.
Estos son los graves problemas sistémicos de nuestra crisis estructural que sólo pueden ser solucionados por una completa transformación estructural.
Conferencia impartida por István Mészáros en la apertura del II Encuentro de Sao Lázaro, el 13 de Junio de 2011, fecha del Aniversario 70 de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad Federal de Bahía, Brasil. La traducción al español de la versión portuguesa del texto es un aporte de Centro de Estudios y Análisis Materialista Ernesto Che Guevara, de México, en octubre de 2012.