1914: El fin de la Belle Epoque
Entrevista de Le Nouvel Observateur a Michel Winock
¿Existió la Belle Epoque? ¿O es un mito, una ilusión retrospectiva?
Michel Winock – Un mito, si se quiere, porque esta época no fue bella para todo el mundo. La protección social era débil, las desigualdades considerables, la esperanza de vida al nacer no superaba los 50 años…Buen número de índices nos sugieren que esta “bella época” fue sobre todo la de una burguesía triunfante cuya felicidad no era muy compartida por los mineros de Carmaux o los obreros del textil de Roubaix.
¿De cuándo data la expresión misma?
Nace tras la gran matanza del 14-18. La Belle Epoque era, en primer lugar, la preguerra: los años de vida, por oposición a los años de muerte. Las viudas, los huérfanos, los mutilados, los supervivientes de la catástrofe, en resumen, todos los franceses tenían alguna razón para pensar que había un “antes” del gran drama asesino. Y luego, los años que siguen a la paz de Versalles son años difíciles, el franco se hunde y con él los ahorros, la inflación es galopante, el aparato productivo ha quedado devastado, las privaciones se imponen…Entonces sí, ¡fueron hermosos los años de la preguerra! Sin embargo, más allá de esta explicación, mecánica en suma, la expresión se justifica por los hechos, las creaciones, las invenciones, una cierta situación de las costumbres que debemos tener en cuenta: está el mito, pero también una quincena de años excepcionales. En eso es en lo que la leyenda de laBelle Epoque tiene un fondo histórico
Sigamos por un momento en el mito: una sociedad desigual, dice usted…
Francia sigue siendo entonces un país enormemente rural. Hace falta esperar al censo de 1931 para que la población urbana supere numéricamente a la población rural. ¡Y tanto! Se llamaba ciudad a una aglomeración de más de 2.000 habitantes. La preponderancia del campesinado no debe enmascarar su naturaleza jerárquica: 150.000 propietarios poseen el 45% de la superficie agrícola. El mayor número lo constituyen los pequeños propietarios, cuya situación es a menudo mediocre y precaria, dependiendo de la coyuntura. La revuelta de los viticultores del Midi en 1907 muestra la fragilidad de las economías agrícolas. En lo más bajo de la escala, los parias: asalariados agrícolas, jornaleros, sirvientes. Paralelamente, no ha dejado de crecer el número de obreros industriales. Son cerca de 5 millones en 1914, o sea, un tercio de la población activa. Pero su concentración es todavía débil: sólo el 10% trabaja en fábricas de más de 500 asalariados. La evolución va, con todo, en el sentido de esta concentración: Renault, que daba empleo a 110 personas en 1900 cuenta con 4.400 en 1914. Como media, el salario real anda a la baja a partir de 1905, lo que explica en parte los movimientos sociales violentos a partir del año siguiente. El paro sigue siendo consubstancial a la condición obrera: paro endémico, estacional, coyuntural, ¡y sin ninguna garantía contra el mismo! Sin duda, el conjunto del mundo obrero ha salido de la miseria, pero sigue careciendo de seguridad, aunque se voten algunas leyes sociales en el curso de este periodo: la ley de descanso dominical en 1907, la ley sobre retiro obrero en 1910…¡Estamos todavía lejos del Estado del Bienestar
En resumen, una bonita época para los que tienen…
Lo que en efecto llama la atención de esta sociedad es el reinado no compartido de la burguesía. Compuesta aproximadamente de un millón de personas, no sólo posee las palancas de la producción económica sino que impone también su modelo de civilización, monopoliza la cultura letrada, domina los medios de comunicación –los periódicos-, fija las reglas de la condición femenina y de la vida familiar. El aspecto positivo es que constituye lo que Veblen ha llamado la “clase ociosa”. Al disponer de capital, al contrario que los campesinos y obreros, fomenta el desarrollo de los deportes, el auge del automóvil, las artes y las letras. Pero, en su totalidad, insisto, la sociedad de esta época es una sociedad vivamente en contraste, jerarquizada, desigual, nada como para estar contento como no sea echando la vista atrás a lo que la precedió: los franceses viven a buen seguro mejor bajo M. [Armand] Fallières [presidente de la República entre 1906 y 1913] que bajo Luis Felipe
Es también la época de los grandes inventos: los que anuncian el nuevo siglo…
Sí, ¡una profusión triunfal de creaciones! La Exposición Universal de París, en 1900, parece dar el impulso de arranque a los inventos y desarrollos técnicos. La primera línea de metro atraviesa la capital. El "hada Electricidad" está llamada a transformar la industria y la vida cotidiana. El cine, que nació en 1895, se convierte en el gran arte popular, en el que Louis Feuillade se impone a Georges Méliès. Los automóviles surcan las carreteras de Francia. Enseguida la aeronáutica apasiona a las multitudes; Blériot realiza la primera travesía del Canal de la Mancha en 1909 y Roland Garros, la del Mediterráneo en 1913
Y París, capital de las artes y las letras: ¿otro mito?
¡Claro está que no! París se convierte en la Ciudad-Luz, la que atrae a escritores y artistas del mundo entero: Picasso, Chagall, Stravinsky y los ballets rusos…En París es donde se libra la gran batalla entre el arte académico, que ocupa todavía las instituciones, y las vanguardias: el fauvismo, el cubismo, el futurismo…
Los cafés de Montparnasse son los cuarteles generales de artistas y escritores de todas las nacionalidades. La vida teatral es intensa. En los bulevares se aplauden la puesta en escena de [André] Antoine, las piezas de Claudel, [Jacques] Copeau crea el Vieux Colombier. Pensemos asimismo en el gran florecimiento musical que conoce Francia, con Debussy, Satie, Ravel…En el Collége de France, hay codazos por escuchar a Bergson. La literatura vive uno de sus momentos más fastuosos: fundación de la Nouvelle Revue Française, en torno a André Gide, creación del Premio Goncourt, rivalidad entre Maurice Barrès y Anatole France, resplandores de Charles Péguy y Leon Bloy, aparición de Guillaume Apollinaire, descubrimiento de Alain-Fournier y de Marcel Proust…Se puede hablar de una luz cegadora de la Belle Epoque.
En el terreno político es también una época de debates intensos. ¿La Belle Epoque supone a la vez el apogeo de la burguesía y el poderoso ascenso del socialismo?
De hecho, el movimiento socialista conoce un auge considerable. El año 1905 ha sido testigo de la creación de la SFIO [Sección Francesa de la Internacional Obrera, el socialismo francés], sobre la base de las tesis guesdistas [de Jules Guesde] que, en nombre de la lucha de clases, prohibían a un socialista participar en un gobierno burgués. Pero Jaurès, aparentemente derrotado por Guesde, no deja por ello de ser menos la gran figura de un partido socialista al que convence de la "evolución revolucionaria": conservar la revolución en la cabeza, pero aceptar y promover todas las reformas sociales, que, lejos de debilitar el dinamismo revolucionario, no pueden más que aguijonearlo.
Sin embargo, el socialismo de partido debe contar con su rival, el sindicalismo revolucionario de la CGT, que es otra forma de socialismo, pero separada de prácticas partidistas, parlamentarias y electorales. Este sindicalismo de acción directa, cuyos principios se reafirman en el congreso de Amiens de 1906, contempla la revolución por medio de la huelga general. La separación entre partido y sindicato impide la formación de una socialdemocracia a la alemana. Jaurès no cejará en su búsqueda de una alianza entre los dos movimientos; lo logra parcialmente en la gran campaña contra la ley del servicio militar de tres años, que es también una campaña contra la guerra. En las elecciones de 1914, la SFIO consigue un centenar de diputados elegidos para la Cámara, y es una fuerza con la cual han de contar las demás formaciones de izquierda, empezando por los
Sin embargo, la pasión nacionalista está viva
Es incontestable que el nacionalismo no es una pasión extinguida a comienzos del siglo XX. Pero el nacionalismo exacerbado xenófobo y antisemita del asunto Dreyfus ha perdido mucho de su vigor. Desde luego, la Acción Francesa se mantiene en esta filiación, pero en la derecha se afirma otra forma de nacionalismo, encarnada por una nueva generación intelectual que ilustra la encuesta aparecida en 1912 bajo el pseudónimo de Agathon y titulada “Los jóvenes de hoy en día”. Dicha encuesta nada tiene de científica, pero la corroboran en parte otras encuestas del mismo género en la prensa. En ellas se expresa un nacionalismo belicista, el gusto por el deporte, por la disciplina y el mando, un retorno al catolicismo…Hay periplos individuales que completan estos testimonios, sobre todo los de los antiguos dreyfusards [Charles] Péguy y [Ernest] Psichari, vueltos a la fe cristiana y que hacen apología de la guerra.
Más que nacionalismo, Francia está henchida de patriotismo. La batalla en torno a la ley de tres años de servicio militar no debe ocultar la de un Jaurés que predica contra sus adversarios no el antipatriotismo, como ciertos anarquistas, sino una reforma militar destinada a crear un ejército de ciudadanos, organizado en función de la defensiva. En L´Armée Nouvelle [El nuevo ejército], expone esta idea y hace apología, contra Marx, de la idea de patria, incluyendo a los proletarios. Concurren la unificación del territorio gracias a los transportes modernos, la escuela obligatoria, el servicio militar, los grandes diarios y la literatura popular para formar una consciencia nacional. Julien Benda escribirá que nunca se sintieron los franceses pertenecer a una misma nación como en 1914
Así pues, es el ¡Viva Déroulède y “abajo los boches”! ¿No está obsesionada la Francia de entonces con la cuestión de Alsacia-Lorena?
Es más complejo. El recuerdo de Alsacia-Lorena, desde luego, sigue estando vivo. En enero de 1913, [Gabrielle] Réjane pone en escena en su teatro una pieza mediocre de Gaston Leroux, Alsace, que obtiene un gran éxito. Los hechos de Saverne, en 1913, cuando un oficial alemán la emprende con reclutas alsacianos e insulta a la bandera francesa, suscitan una gran oleada de emoción. Y sin embargo, en un clima electrizado por las crisis franco-alemanas de 1905 (Tánger) y de 1911 (Agadir), la voluntad de una guerra de revancha contra la Alemania victoriosa de 1871 no es perceptible más que en grado muy débil. De hecho, nadie o casi nadie cree en la guerra. La muerte, a principios de 1914, de Paul Déroulède, profeta de la revancha, es como un símbolo. Cuando sucede el atentado de Sarajevo, los diarios en absoluto pronostican un conflicto armado: consagran sus portadas del mes de julio al proceso de la señora Caillaux, asesina del director de Le Figaro.
Desde hace cuarenta años, Francia se dedica a escuchar a las sirenas de la paz: ha superado sucesivas crisis internacionales, primero con los ingleses, luego con los alemanes; ni siquiera las guerras balcánicas, en 1913, han hecho estallar Europa. Únicamente el ultimátum de Austria-Hungría a Serbia, el 23 de julio de 1914, es el que, de un solo golpe, hace sonar las alarmas. Cinco días más tarde, Austria-Hungría declara la guerra a Serbia. Se desencadena el engranaje infernal de las alianzas. La Belle Epoque se termina.
Sin Permiso - 19 de enero de 2014