Claves para entender el conflicto abierto en Myanmar

Sujeewa Amaranath*
Ante el aumento del precio del transporte y de otros bienes de consumo básico, se produjo en Birmania una escalada de protestas que ponen en jaque la estabilidad de la Junta Militar. Los medios internacionales han destacado el papel de los monjes budistas en las actuales protestas, evidenciando la necesidad de un cambio político en el país. [size=xx-small][b]Artículos relacionados:[/b] . La tragedia de Myanmar . Budismo y protesta en Birmania. Entrevista a Gustaaf Houtman . El oleoducto de Chevron mantiene vivo al régimen de Birmania [/size]

La represión de la Junta Militar birmana desatada contra las manifestaciones pacíficas de monjes budistas y población civil se cobró nueve vidas ayer, a sumar a las ocho del miércoles, así como decenas de heridos que fueron detenidos y trasladados a centros militares de arresto.

Al mismo tiempo, las fuerzas policiales asaltaron dos monasterios budistas en Rangún (Yangón) y detuvieron a 300 monjes acusados de liderar las manifestaciones. Los enfrentamientos comenzaron en el exterior de la Pagoda de Shwedagon pero la policía no pudo evitar que los 10 mil monjes y jóvenes estudiantes marcharan hacia la Pagoda de Sule en la capital. Cientos de soldados abrieron fuego contra los manifestantes y trataron de disolverlos haciendo uso también de gases lacrimógenos y otro material antidisturbios.

Las movilizaciones y enfrentamientos que desde hace días se viven en la capital han puesto a los militares contra las cuerdas. El martes, la Junta impuso el toque de queda en Rangún y en Mandalay, la segundo ciudad del país, y prohibió las asambleas de más de cinco personas. Colocaron tropas blindadas en puntos clave incluyendo el exterior de importantes monasterios importantes, desde los que dicen que se organizan las protestas.

Sobre ese escenario de malestar social, los preponderancia de los monjes budistas en las calles se bautizó como «revolución azafrán». Pero lo ocurrido con otras protestas a las que desde medios occidentales se denominó «revoluciones» -la «revolución naranja» en Ucrania, sin ir más lejos- aconseja conducirse con prudencia a la hora de catalogar la rebelión opositora en Myanmar. Sin duda, la visualización del apoyo de la LND (Liga Nacional para la Democracia) a la ola de protestas vuelve a situar en el primer plano la demanda de un cambio político en el país asiático. Sin embargo, y trascurridos diecisiete años desde la decisión de la junta militar de no aceptar la victoria electoral opositora, cabe albergar algunas dudas sobre los pronunciamientos por la democracia de algunos actores exteriores de esta crisis.

Durante casi dos décadas, la perspectiva de la LND ha estado limitada al uso de las sanciones impuestas por las principales potencias para tratar de alcanzar un compromiso con la Junta. En cuanto a lo referente a la población birmana, la LND apoya las políticas de libre mercado del FMI y del Banco Mundial y la apertura de la economía del país a los inversores extranjeros. En línea con esta agenda, las consecuencias sociales se han hecho evidentes tras la radical reducción, por parte de la Junta, de los subsidios sobre los combustibles del mes pasado.

Incluso antes de que aumentaran los precios, la inflación se hallaba por encima del 30% y más del 90% de la población vivían por debajo del umbral de la pobreza, con menos de 1 dólar al día. El ejército, con 450 mil efectivos, acapara el 40% del presupuesto público anual. Un economista en paro declaró al Sydney Morning Herald que “Muchas personas no pueden permitirse enviar a sus hijos a la escuela. Están por debajo de una comida diaria, eso es malo. Por eso muchos están malnutridos y caen enfermos. Pero entonces tampoco disponen de dinero para pagar un médico. Ciertamente que antes teníamos dificultades, pero las subidas de los precios han sido el remate. El nivel de vida ha ido cayendo. La clase media se ha empobrecido y los pobres se han hecho indigentes".

[i]Rivalidades internacionales[/i]

La dura respuesta de los militares ha generado una corriente de hipocresía entre los líderes del mundo, encabezados por el presidente Bush y los grandes medios internacionales. En su discurso ante la Asamblea General de la ONU el pasado martes, Bush condenó a junta birmana y anunció nuevas sanciones contra sus líderes. El primer ministro británico, Gordon Brown, denunció el régimen como "ilegítimo y represivo", mientras que el presidente francés Nicolas Sarkozy urgió a la UE a imponer penas más duras contra la junta. El Consejo de Seguridad de la ONU convocó una reunión de emergencia el miércoles, para considerar la situación.

Nada de ésto puede ayudar a los birmanos y sus libertades. En otras zonas del sureste asiático la administración Bush mantiene estrechas relaciones con el dictador paquistaní, general Pervez Musharraf, al tiempo que prolonga un silencio diplomático en los medios sobre la política estatal y policial de India en Cachemira, las medidas represivas del régimen militar-títere de Bangladesh y los métodos autocráticos del gobierno de Sri Lanka como premio a la cruel guerra civil.

La objeción de Washington a la junta birmana no se debe a sus métodos represivos, sino a su acercamiento a China. Birmania se encuentra en un punto estratégico entre China y la India, cercana al sudeste asiático y próxima a importantes enclaves marítimos como los estrechos de Malaca. El país también tiene recursos naturales destacables, incluyendo unas reservas estimadas de 3 billones metros cúbicos de gas natural y 3 mil millones barriles de petróleo.

Para Pekín, Birmania es un socio estratégico y económico importante. China le proporciona armas y ayuda diplomática a los militares y está inmersa en el desarrollo de infraestructuras en el país. A cambio, Pekín persigue los derechos sobre el petróleo y el gas del país así como el acceso estratégico a los puertos birmanos y a sus bases militares. Durante los primeros siete meses de este año, China y Birmania mantuvieron un volumen de intercambios de 1.100 millones de dólares, un 39.4% más que durante el mismo período en el pasado año.

Al mismo tiempo, está creciendo el rivalidad entre China e India movida por el ámbito de influencia en Birmania. Las visitas de alto nivel de los funcionarios indios aumentaron, el comercio en ambos sentidos se incrementa y la India a concedido préstamos y ayuda a la Junta para tratar de ganarse su favor. En 2004, el líder de la Junta Than Shwe fue recibido con una alfombra roja al realizar la primera visita en 24 años de un jefe de estado birmano a la India. Este año la compañía petrolera india ONGC hizo una oferta para comprar gas birmano, pero la perdió el mes pasado a manos de Petro-China. Tailandia también está invirtiendo 6 mil millones de dólares en un enorme proyecto hidroeléctrico.

La avalancha de artículos, particularmente en los EEUU, que insinúan que China es la responsable de la Junta birmana y demandan una respuesta de Pekín, no encuentra reflejo en comentarios similares sobre India, un aliado cada vez más cercano de los EEUU, o sobre Tailandia, otra dictadura militar que goza del respaldo tácito de Washington. Las llamadas a la “democracia” en Birmania de la Administración Bush son un pretexto para presionar e instalar un régimen proestadounidense.

La administración norteamericana no está más preocupada con los derechos democráticos y las necesidades de la población en Birmania, de lo que lo está en Iraq. Tan lejana es su preocupación, que la expulsión de la Junta birmana es sólo un elemento más en la estrategia, más amplia, que trata de cercar a China. País que está emergiendo como competidor estratégico y económico de los EEUU, y ganando la partida a las corporaciones norteamericanas en el acceso a los recursos naturales y a la barata mano de obra de Birmania.

[i]*Periodista. Ha publicado artículos sobre el proceso que se vive en Birmania (Myanmar) en diversos sitios web.[/i]

Fuente: [color=336600]World Socialist Web Site / Rebelión – Traducido por Daniel Fierro[/color]

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