¿Del bipartidismo al “bi-aliancismo”?
Naturalmente, una de esas alianzas es “la” Alianza que llevó a la presidencia a Fernando de la Rúa junto a Chacho Alvarez. Si bien se cuenta que la unificación se formalizó; el 2 de agosto de 1997, en realidad, la Alianza nació mucho antes; nació desde el llano y de la mano de Raúl Alfonsín en los fluidos años de la transición democrática, cuando el líder radical logró amalgamar la confianza de un votante republicano, moderado y vagamente socialdemócrata. Desde entonces hasta hoy, el “alfonsinismo” ha sido uno de los dos discursos políticos prevalecientes en la sociedad argentina, con capacidad de constituir, y de expresar una coalición electoral significativa. Que a veces; se haya mantenido unida en el nivel de sus dirigentes, y haya saboreado de tanto en tanto el gusto de la victoria (como en el ’83, el ’85, el ’97 o el ’99), o que haya discurrido por caminos separados rumbo al fracaso, es un dato más bien secundario.
La “otra” alianza, en cambio, la que le permitió a Carlos Ruckauf derrotar a Graciela Fernández Meijide en la provincia de Buenos Aires por casi 7 puntos, la que le dio el triunfo a José Manuel de la Sota en Córdoba, o la que podría haber terminado en un infartante ballotage (los votos de la formula de Duhalde más los de Cavallo totalizaron el 48,19% contra el 48,49% de De la Rúa), nació también mucho antes; nació desde el poder presidencial y de la mano de Carlos Menem, que la fue forjando en los incendiarios tiempos de la hiperinflación, la hizo debutar con la “Plaza del Sí”, en abril de 1990, la soldó con el lanzamiento de la convertibilidad y la estrenó electoralmente en las elecciones generales intermedias de 1991, que fue el primer triunfo autentico del "menemismo".
También esta coalición ha sabido lo que es triunfar, cuando se mueve unida, y ahora sabrá lo que es caminar por el llano, después del distanciamiento y la derrota. Como en un juego de espejos, puestas frente a frente hay entre las “dos alianzas” un listado aleccionador de parecidos y diferencias que nos advierte tanto sobre el posible comportamiento de sus bases políticas de apoyo, como sobre el margen de maniobras que tienen sus respectivas dirigencias. Para empezar por las coincidencias, hay que decir que ambas coaliciones comenzaron siendo unipersonales y en la actualidad se han vuelto “bicéfalas”. Las dos fueron gestadas por un fuerte liderazgo personal, y desde el seno de un solo partido, pero hoy abarcan al menos cuatro fuerzas políticas claramente reconocibles y un conjunto de dirigentes de primer nivel, ninguno de los cuales – ni siquiera el presidente electo (!) Cuenta con una fuerte dosis de liderazgo personal para convertirse claramente en el primus inter pares. En tal sentido, las recientes elecciones no sólo distribuyeron el poder institucionalmente, sino que también lo despersonalizaron, fragmentándolo en un conjunto heterogéneo de poder con capacidad de veto reciproco, y que llevará a los tomadores de decisiones a moverse en un espectro de situaciones con dos escenarios extremos: o bien los obligara a la negociación permanente y al consenso, o bien quedaran embretados en el empate decisional y la parálisis. La Alianza es una especie de “alfonsinismo bicéfalo” porque ha terminado ubicando, en dos formaciones diferentes, los hilos políticos conservadores y progresistas que Alfonsín supo unir de manera inteligente pero inestable en un solo tejido partidario, programático y electoral.
Ciertamente, a este esquema habrá que agregarle las diferencias de circunstancias, estilos de gobierno o dotes personales que separan al presidente del ’83 respecto del escenario político y la formula presidencial del ’99, pero por debajo de ellos pueden reconocerse los ánimos de similares bases electorales, y quizás también las mismas tensiones a la hora de las decisiones políticas de fondo.La “otra” alianza, por su parte, no deja de ser “menemista” en lo que se refiere a la ligazón estructural entre un compacto piso electoral formado, sobre todo, por los sectores más pobres y menos favorecidos del país, junto con un sector de la ciudadanía que vota de manera consistente a los representantes del liberalismo y que el nivel nacional no baja del 10% de los votos. Esta alianza también se ha vuelto “bicéfala” a partir de la ruidosa salida de Cavallo del gobierno de Menem, en 1996, y del delirio re-reeleccionista del caudillo riojano.
Como en la alianza alfonsinista, de este lado del espectro se repite el esquema de un parejo puñado de dirigentes que se disputan cada uno de los dos caudales electorales en que termino dividiéndose la “Plaza del Sí”, con la salvedad de que ninguno de ellos se identifica, un poco por convicción y otro poco por oportunidad, con los componentes farandulescos y descarriadamente corruptos del menemismo de hueso colorado.Una coincidencia adicional entre las dos coaliciones es que si bien el aparato organizativo y el mayor volumen de votos lo ofrecen los dos grandes partidos que las integran (UCR y PJ), la mayor consistencia ideológica se la ofrecen las dos alas minoritarias. Como es claro de ver, el FREPASO es, esencialmente, la centroizquierda de la Alianza, mientras que el cavalismo (como antes la Ucedé) otorga la mayor cuota de compromiso ideológico con las ideas promercado que supo animar al menemismo durante la última década.Ciertamente, las dos alianzas tienen también sus puntos oscuros y sus requiebres: la coalición menemista no puede desmentir la impronta autoritaria que jalona su ejercicio del poder, y algunas oscuras compañías que la configuran, se le acercan o la entornan; la coalición alfonsinista de su lado no puede tampoco desmentir un duro corazón antiperonista que sigue latiendo por debajo de su discurso progresista y ecuménico en importantes contingentes de su base electoral, de su militancia y en algunos encumbrados dirigentes.
Pero quizás el dato más interesante entre ambas coaliciones se encuentre por el lado de las diferencias. En particular por la diferente dinámica de acumulación electoral de cada una de ellas. La paradoja básica a la que se enfrentan ambas alianzas es la siguiente: mientras el peronismo no le cuesta mucho (o al menos no le costaba hasta ahora) llegar a un piso electoral de 30-35%, se le hace muy difícil “agregar” votos distintos a esa base; Por lo contrario, al “alfonsinismo” no se le hace tan difícil “agregar” sectores dispersos, pero le cuesta (y le costará más siendo gobierno) mantenerlos unidos.
De ahí también el secreto a voces del éxito electoral del menemismo: Complementar esa compacta base de apoyo propia con los “préstamos” electorales (a tasa alta y variable, por cierto) del liberalismo.
A pocos días de las elecciones las preguntas son muchas y las respuestas apenas tentativas: ¿ se mantendrán estas dos alianzas? ¿ O empezaremos a ver cruces significativos entre ambas? ¿ Los partidos más sólidos desde el punto de vista institucional comenzaran a fagocitarse a sus aliados? Por de pronto, algo parece ir quedando claro: para un sistema político como el argentino, que por largas décadas estuvo acostumbrado a que los ganadores ganaban todo y que a los perdedores no les quedaba nada, esta nueva política de coaliciones parece ofrecernos un futuro algo menos tormentoso.
* Doctor en Ciencia Política (FLACSO - México. Profesor del Depto. De Sociología de la Universidad Nacional de La Plata y del Depto. De Planificación y Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Lanús.
1 Aunque; no son exactamente lo mismo voy a hablar de “coalición” y de “alianza” como si fueran sinónimos.