El desastre militar en Irak
El Estado Mayor de Estados Unidos considera a Donald Rumsfeld responsable del desastre militar en Irak. No porque el secretario de Defensa sea responsable de la guerra sino por no haber puesto a la disposición de las fuerzas armadas todos los medios que pedían. La protesta de los generales alimentó el descontento de una opinión pública militarizada que castigó a la administración Bush en las urnas.
Autor: Arthur Lepic
Fuente: Voltairenet.org
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Los electores estadounidenses utilizaron las elecciones de medio término para castigar a la administración Bush por su política en Irak. La sanción no tiene que ver con la decisión de desencadenar la guerra, que tuvo el apoyo masivo de demócratas y republicanos y que sirve de pedestal al «bipartidismo renovado». Tampoco tiene que ver con el costo humano para el pueblo iraquí. La prensa estadounidense no se ha hecho eco de los estudios demográficos que estiman en 650 000 el número de muertos civiles (iraquíes) desde el comienzo de la invasión anglosajona. El castigo tiene que ver exclusivamente con el costo, financiero y humano, que esta operación está teniendo para Estados Unidos. Aunque los medios de difusión dominantes minimizan los hechos y se abstienen de ofrecer un panorama de la situación, los testimonios de veteranos siguen circulando y, sobre todo, el descontento de los oficiales superiores constituye para los electores una fuente indirecta de información, que no tiene nada en común con un llamado a la paz.
Las operaciones de la Resistencia iraquí aumentan en número y en precisión. Una nueva fase de la lucha se perfila con el abandono de provincias enteras en manos de la insurrección y con las derrotas estratégicas sin precedentes que ha sufrido la coalición ocupante. ¿Augura todo esto una inminente debacle «al estilo vietnamita»?
Un hostigamiento constante y omnipresente contra las fuerzas de la coalición se desarrolla prácticamente a través de todo el territorio iraquí. No hay un rincón en el que los ocupantes puedan sentirse a salvo. El ritmo cotidiano de los ataques ha alcanzado actualmente su nivel más elevado, 90 como mínimo, con un total oficial de 103 soldados estadounidenses muertos en octubre de 2006, muy cercano a la cifra más alta registrada hasta ahora, que fue de 134, en noviembre de 2004. Cuando se agregan los muertos que no entran en las estadísticas oficiales (soldados extranjeros que se enrolan con la esperanza de obtener la ciudadanía estadounidense, mercenarios y otros «contratados civiles»), la proporción se sitúa en un promedio de 7 hombres muertos cada día en el bando estadounidense, como en el momento más duro de la guerra de Vietnam, en 1968.
La parte visible del iceberg que encontramos en los medios de la prensa dominante, como los atentados contra los civiles atribuibles principalmente a escuadrones de la muerte y ajustes de cuentas entre bandas mafiosas, representa sólo un 30% del total de los ataques, según los informes autorizados, incluyendo los del Pentágono.
En ciertas provincias, como la de al-Anbar, donde la Resistencia ocupa la parte esencial del terreno, equipos de francotiradores abiertamente reclutados y generosamente remunerados cazan a los elementos aislados de la infantería estadounidense, fuera de los combates abiertos, mientras que las emboscadas con uso de explosivos siguen destruyendo vehículos militares día a día en las carreteras.
El «Estado paralelo» se ha impuesto en al menos cuatro provincias; las tropas estadounidenses y el ejército de los colaboradores iraquíes no pueden hacer otra cosa que comprobar que no han logrado conquistar los corazones y las mentes y que están en terreno enemigo.
En otros lugares, indicio evidente de la evolución de la situación militar, se asiste a una verdadera guerra de posiciones en la que son atacados blancos precisos en el seno de las fuerzas de ocupación y sus colaboradores. Las afueras de Bagdad son escenario de combates con armas ligeras, combates en que las patrullas de la coalición y sus colaboradores tienen vérselas con batallones de miembros de la Resistencia y que a menudo dan lugar a balances oficiales contradictorios. Gracias a datos y coordenadas revelados por miembros de la Resistencia infiltrados en el corazón mismo de la maquinaria establecida por los ocupantes, elementos claves del arsenal de la coalición son objeto de ataques masivos y extraordinariamente precisos.
Es así que, durante la noche del 10 de octubre de 2006, una importante base situada cerca del distrito de Dora, en el sur de Bagdad, Forward Operating Base Falcon, fue atacada con fuego de morteros y de cohetes. Dicha base albergaba no sólo un importante contingente de tropas participantes en la Operación Together Forward, sino también el más importante almacén de municiones de la coalición en Irak. Bombas, obuses para tanques, ojivas de artillería y municiones para armas ligeras ardieron y explotaron durante toda la noche, iluminando el cielo de Bagdad y provocando un estruendo infernal que podía oírse más allá de la ciudad. Varias cadenas de televisión recogieron el hecho en imágenes, al igual que militares equipados con cámaras de aficionados. Resulta por cierto muy revelador oír a un periodista de la BBC decirle a los televidentes que, oficialmente, el incendio estaba controlado , mientras que se ven nuevas explosiones en pantalla. En días posteriores, la prensa en lengua árabe reveló que la investigación estaba tras la pista de traductores iraquíes al servicio de la coalición que podrían haber entregado a la Resistencia las coordenadas de los almacenes de munición de la coalición para facilitar la realización de acciones similares, y que el fuego continuo de la Resistencia impidió que las fuerzas de la coalición lograran controlar el incendio más rápidamente. El volumen de las explosiones no deja lugar a dudas sobre la envergadura de los daños materiales y humanos. Al día siguiente, los comunicados oficiales solamente hablaban, sin embargo, de algunas personas heridas, sin mencionar ningún fallecimiento. Por el contrario, los comunicados de la Resistencia afirmaban que se habían contado 9 aviones de transporte en funciones de evacuación de las víctimas, que la misma fuente estimaba en más de 300. En todo caso, lo que sí es seguro es que esta victoria estratégica de la Resistencia representó un golpe para las finanzas del ocupante (posiblemente del orden de un millar de millones de dólares, según el Ministerio del Interior iraquí) así como en el plano moral para sus tropas.
La reacción de las instituciones estadounidenses ante estos reveses estratégicos no se hizo esperar y nuevas protestas tuvieron lugar en los últimos días. El lunes 6 de de 2006, o sea en vísperas de las elecciones parlamentarios de medio término presidencial, 4 periódicos militares que cubren gran parte de las fuerzas armadas estadounidenses pedían la partida del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.
En el bando de los demócratas, un cambio de 180 grados se produjo sin demora. Hillary Clinton que antes prometía hacer las cosas mejor que Bush mediante el envío de más tropas al campo de batalla, propone ahora la retirada de las tropas estadounidenses en función de un calendario preciso.
Según la lógica que ya habíamos enunciado hace cerca de 2 años, las fuerzas ocupantes luchan contra un sector creciente de la población, ya que esta última apoya a la Resistencia en la medida en que es víctima de represalias indiscriminadas. Esto permite el desarrollo progresivo de un «contra-Estado», lo cual incita a la Resistencia a pasar a la fase III de la teoría guerrilla maoísta, o sea a la guerra de posiciones. Esta evolución de la situación ya había sido prevista hace mucho, inclusive por el propio gobierno estadounidense. En efecto, documentos recientemente desclasificados demuestran que varias simulaciones realizadas en 1999 estimaban en 400 000 el número de soldados que sería necesario desplegar en Irak para controlar el país –¡sin eliminar por ello toda posibilidad de caos!.
¿Hasta qué punto puede la coalición ocupante sostener la situación en Irak? Una retirada rápida y metódica dejaría sin protección a un gobierno títere extremadamente vulnerable y haría inútiles los enormes gastos que se hicieron hasta ahora para instalar bases militares permanentes y garantizar el control de la segunda reserva mundial de petróleo.
Lejos de poner fin a esta situación, la renuncia del secretario de Defensa Donald Rumsfeld constituye una etapa más, ahora irreversible, del empantanamiento. Al contrario de lo que corrientemente se da por sentado, el conflicto entre Rumsfeld y su Estado Mayor no tenía que ver con la elección entre mantener o retirar las tropas sino con la importancia de los medios utilizados. El secretario de Defensa, ex jefe de una empresa transnacional, fue la última persona razonable en preocuparse por el crecimiento del presupuesto militar. Su sucesor no tendrá más remedio que ceder ante la presión del personal de la Defensa y de la opinión pública para que se le dé carta blanca a las fuerzas armadas. El llamado a un «bipartidismo renovado», o sea a una acción de unión nacional, expresa en definitiva la voluntad consensual de la clase dirigente de mantenerse unida en el error. Asistiremos entonces probablemente a la aplicación de la misma estrategia que marcó el final de la aventura vietnamita: un complejo militaro-industrial que exige la utilización de «todos los medios», un Departamento de Estado que trata de «dejarle la papa caliente» a las fuerzas aliadas (como ya se está haciendo con éxito en Afganistán) y de «iraquizar» el conflicto, y un Departamento del Tesoro que trata de evitar la bancarrota. En suma, una fuga hacia adelanto que no garantiza otra cosa que un desenlace trágico.