El lector
En el cuento, el equipo visitante evitaba la tentación durante todo el partido; pero al final el delantero centro quedaba solo frente al arquero y no tenía más remedio que pasarle la pelota entre las piernas.
Diez años después, cuando Soriano llegó al aeropuerto de Neuquén, un desconocido lo estrujó en un abrazo y lo alzó con valija y todo:
–¡Gol, no! ¡Golazo! –gritó–. ¡Te estoy viendo! ¡A lo Pelé lo festejaste! –y cayó de rodillas, elevando los brazos al cielo.
Después, se cubrió la cabeza:
–¡Qué manera de llover piedras! ¡Qué biaba nos dieron!
Soriano, boquiabierto, escuchaba con la valija en la mano.
–¡Se te vinieron encima! ¡Eran un pueblo! –gritó el entusiasta. Y señalándolo con el pulgar, informó a los curiosos que se iban acercando:
–A éste, yo le salvé la vida.
Y les contó, con lujo de detalles, la tremenda gresca que se había armado al fin del partido: ese partido que el autor había jugado en soledad, una noche lejana, sentado ante una máquina de escribir, un cenicero lleno de puchos y un par de gatos dormilones.
El texto de Galeano forma parte de su último libro, Bocas del tiempo.
Fuente: Página 12