El tigre acorralado
Luego, en la presidencia de Bush, subieron al poder los neoconservadores e instrumentaron su política unilateral de militarismo macho, diseñada (decían ellos) para restaurar la indisputable hegemonía estadounidense, amedrentando a sus enemigos e intimidando a sus amigos para que obedecieran, sin cuestionar, las políticas de Estados Unidos en el ámbito mundial.
Los neoconservadores tuvieron su oportunidad y sus guerras han fracasado espectacularmente: no han logrado atemorizar a quienes son considerados enemigos ni intimidar a sus antiguos aliados a que obedezcan sin chistar. La posición estadounidense en el sistema–mundo es hoy mucho más débil de lo que era en 2000, y esto es resultado, precisamente, de las muy erradas políticas neoconservadoras adoptadas durante la presidencia de Bush. Hoy, mucha gente está dispuesta a hablar abiertamente de la decadencia estadounidense.
Así que, ¿ahora qué pasa? Hay dos sitios a los cuales debemos mirar: al interior de Estados Unidos, y el resto del mundo. En el resto del mundo, los gobiernos de todas las tendencias le prestan cada vez menos atención a cualquier cosa que Estados Unidos diga o quiera. Cuando era secretaria de Estado Madeleine Albright dijo que Estados Unidos era "la nación indispensable". Esto pudo haber sido cierto alguna vez, pero ciertamente no es verdad ahora. Hoy, el tigre está acorralado.
No es todavía plenamente el "tigre de papel" del que hablara Mao Tse Tung, pero es cierto que va en camino de ser exhibido como un tigre agazapado, a la defensiva.
¿Cómo tratan otras naciones a un tigre acorralado? Con una gran dosis de prudencia, podría decirse. Aunque Estados Unidos ya no puede imponer sus modos en casi ninguna parte, sigue siendo capaz de infligir grandes daños si decide dar un coletazo. Irán puede desafiar a Estados Unidos con aplomo, pero intenta ser cauteloso para no humillarlo. China puede sentirse plena de vigor, segura de que se fortalecerá más en las décadas venideras, pero maneja con tiento a Estados Unidos. Hugo Chávez puede torcerle la nariz al tigre abiertamente, pero Fidel Castro, más viejo y sabio, habla en un tono menos provocador. Y el primer ministro italiano, Romano Prodi, toma de las manos a Condoleezza Rice mientras emprende una política exterior encaminada a fortalecer el papel mundial de Europa, independiente de Estados Unidos.
¿Por qué son todos tan prudentes? Para responder, debemos indagar lo que ocurre en Estados Unidos. Dick Cheney, jefe del Ejecutivo, de facto, sabe lo que se requiere hacer desde el punto de vista de los militaristas machos, de los cuales él es el líder. Estados Unidos debe "mantener el rumbo" y de hecho escalar la violencia. La alternativa sería admitir su derrota, y Cheney no es alguien que vaya a hacer eso.
Sin embargo, Cheney tiene un agudo problema político en casa. Sus políticas (y él mismo) pierden respaldo, masivamente, dentro de Estados Unidos. Los discursos amedrentadores acerca de los terroristas y las acusaciones de traición que lanza contra sus críticos ya no parecen ser tan efectivos como antes lo fueran. La reciente victoria del crítico de la guerra Ned Lamont sobre el defensor de la guerra Joe Lieberman, en los comicios de Connecticut para elegir candidato del Partido Demócrata al Senado, ha sacudido al establishment político estadounidense de ambos partidos. En pocos días, un gran número de políticos parece haber avanzado mucho hacia el cierre de la operación Irak.
Si, como parece bastante posible ahora, los demócratas obtienen el control de ambas cámaras del Congreso en las elecciones de noviembre de 2006, hay el riesgo de una estampida en favor de la retirada, pese a la renuencia del liderazgo demócrata en el Congreso. Esto será más seguro si, en varias elecciones locales, ganan prominentes candidatos que se oponen a la guerra.
¿Qué hará el bando de Cheney entonces? Uno no puede esperar que graciosamente reconozca el advenimiento de un presidente demócrata en las elecciones de 2008. Sabe que tal vez cuenta con sólo dos años más para crear situaciones de las cuales sea casi imposible que Estados Unidos pueda retirarse. Y dado que, con un Congreso controlado por los demócratas, no podrá lograr que pase ninguna legislación importante, se concentrará (todavía más que ahora) en intentar utilizar los poderes ejecutivos de la presidencia, en manos de su dócil testaferro, George W. Bush, para agitar estragos militares por todo el mundo y así reducir radicalmente el rango de libertades civiles dentro de Estados Unidos.
Sin embargo, en muchos frentes habrá resistencia contra la camarilla de Cheney. Sin duda, el más importante sitio de resistencia será el de los líderes de las fuerzas armadas estadounidenses (con la excepción de la Fuerza Aérea), que claramente piensan que las actuales aventuras militares han extralimitado en gran medida la capacidad militar estadounidense. Este liderazgo está muy preocupado de que la opinión pública estadounidense culpe a los militares cuando Rumsfeld y Cheney desaparezcan de los titulares de los periódicos. Resistirán también contra la camarilla de Cheney las grandes empresas, que consideran que las actuales políticas tienen consecuencias muy negativas para la economía estadounidense.
Por supuesto, los de izquierda y centro–izquierda en Estados Unidos impulsarán una resistencia contra esta camarilla, ahora que se sienten revigorizados, enojados y ansiosos por el rumbo de la política estadounidense. Hay una lenta pero clara radicalización de la izquierda y aun de la centro–izquierda.
Cuando eso ocurra, la derecha militarista emprenderá represalias muy agresivamente. Cuando Lamont ganó las elecciones internas en su estado, un lector del Wall Street Journal escribió una carta que decía: "hemos llegado al punto de inflexión en este país; si permitimos que la izquierda gobierne como mayoría, nuestro país está acabado". Este lector llama "ineptos" a los líderes republicanos. El, como muchos otros, buscará líderes más fieros.
Todo mundo se preocupa por la guerra civil en Irak. ¿Y qué pasará en Estados Unidos?
Alarmantes tiempos se avecinan.