Entrevista con JOAN BAEZ: "¿Cuándo fue que envejecimos?"
Las luces del escenario le impedían ver, pero luego le dijeron a Joan Baez que unas doscientas personas se habían ido. Aquéllos que resistieron los temas de protesta, renunciaron con los chistes sobre Bush. "Eran chistes feroces -dice Baez. Hice a un lado a Gandhi por un rato.".
Fue cuando acababa de empezar la segunda guerra de Irak. La vi en Cambridge, Massachusetts en octubre del año pasado, y su público se había vuelto más audaz -sólo perdía cuatro o cinco personas por noche para ese entonces-, pero los asistentes al teatro Somerville eran suyos. Fue ahí donde empezó, cantando en los cafés de Harvard, y la gente cantó con ella. Baez conservó una expresión sardónica que daba cuenta de las ironías históricas de la noche.
"¿Cuándo fue que envejecimos?" gritó en medio de los aplausos. Les entregó todo su repertorio: los temas de Bob Dylan, la versión sin acompañamiento de Amazing Grace, los temas antibélicos. Lo único que no cantó fue We Shall Overcome (Venceremos), demasiado sagrado para interpretar por capricho, me dice cuando me reúno con ella más tarde. Por otra parte, agrega: "Lo más probable es que no venzamos. Estamos en problemas."
En la industria del espectáculo no hay muchos como Baez. Hace cuarenta años era una cantante folk de voz pura y expresión severa cuya sinceridad le permitió imponerse a rivales más sofisticados y la convirtió en símbolo de su generación. En su opinión, sólo tiene dos éxitos, The Night They Drove Old Dixie Down y Diamonds and Rust, pero la música siempre tuvo para ella menos importancia que el mensaje, y el mensaje era menos importante que otra cosa, algo vago que en los años 60 probablemente ella habría llamado amor. Baez proporcionó a los hijos de los años 60 un modelo de rebelión accesible: ciudadanía responsable sin belicismo. Tenía apenas 18 años cuando apareció en el festival folk de Newport, en 1959, pero su serenidad resultaba asombrosa. Ahora lo recuerda y se ríe, pero debe admitir que tenía mucho estilo.
Pasaron tres meses desde el recital, y cuatro generaciones de la familia de Baez se encuentran en su casa de las afueras de San Francisco: Joan, su madre, a la que le dicen Big Joan; su hijo Gabriel, que tiene 36; y la hija de éste, una beba. Baez vive ahí desde hace 30 años. La casa, ubicada tras una verja sin llave, está rodeada de árboles. En la entrada, un auto lleva un autoadhesivo que dice Irak es Vietnam en árabe. La madre de Baez también vive en la casa, así como una persona que la cuida, Scott, y alguien llamado Suzie. Es una pequeña comunidad de la que Baez es la líder indiscutida.
"¿Me voy?" dice la madre. "No, quedate", contesta Baez. Alguna vez le dolió admitirlo, pero le encanta tener público.
Dylan, su ex protegido, ex novio y el hombre con el que siempre se la vinculará, se parece cada vez más a un duende malévolo, pero Baez, que tiene 65, está radiante. No se vendió ni se quebró. Pasó de los lácteos a la soja y hace terapia pero, fuera de eso, cambió muy poco en sus cuarenta años de fama. Ni siquiera perdió el sentido del humor, como les pasa a muchos activistas. De hecho, se la ve mucho más tranquila.
Y todo ello a pesar de los inevitables reveses. Las cosas no le fueron muy bien a Baez en la época de Reagan. Para entonces, muchos de sus contemporáneos, Dylan entre ellos, habían abandonado la política por considerarla algo anticuado. Para horror de su ex novia, Dylan dijo que había demostrado interés por el movimiento pacifista sólo para congraciarse con su público. Baez, en cambio, nunca vaciló.
Una vez más se solicita su presencia como activista. A fines del año pasado, Baez viajó a Crawford, Texas, para protestar ante Camp Casey con Cindy Sheehan, cuyo hijo había muerto en Irak. En diciembre del año pasado cantó Swing Low Sweet Chariot frente a la cárcel de San Quintín mientras ejecutaban a Tookie Williams. Lanzó un álbum en vivo, Bowery Songs, que comprende viejos temas de protesta como Christmas in Washington, de Steve Earle, y en marzo saldrá de gira por Gran Bretaña. "Es lo más cerca que me he sentido de los primeros años del movimiento."
La gente suele preguntarle a Baez por qué sigue protestando si es tan poco lo que se pudo avanzar. "Ni siquiera es falta de avance -señala en su tono bajo e irónico-. Es una pendiente hacia el apocalipsis. La gente me dice: Ah, Srta. Baez, ¿cómo hace para seguir siendo optimista? Y yo contesto: Nunca lo fui. Era demasiado inteligente. Soy realista. Se sorprenden y se sienten heridos, porque dependen de que yo les diga algo que los haga sentirse mejor." Vuelve a reírse. "Confío en la gente, en las personas. Una no sabe qué es lo que va a surgir de las ruinas. Michael Moore, por ejemplo, ¿de dónde salió? Ese hombre extraño, gordo, hace películas increíbles que muestran cómo son las cosas. Al verlas, una piensa cómo es posible que alguien vote a Bush, ese bastardo mentiroso e hipócrita."
De adolescente era una chica nerviosa. Los nervios la llevaban a vomitar antes de ir a la escuela. Más adelante, cuando empezó a cantar, en ocasiones tenía que abandonar el escenario debido a ataques de pánico. Había un conflicto entre su costado hippie y su lado serio. Cuando empezó a cantar era muy severa con el público, pero también bromeaba. "Era como una domadora de leones. En el Club 47, donde cantaba, si alguien estaba leyendo un libro y daba vuelta una página, yo dejaba de cantar y guardaba silencio hasta que se daba cuenta para qué estaba ahí. Para escuchar a la reina, por supuesto."
Baez todavía no se había iniciado en la política. Irónicamente, fue Dylan, al que conoció en Nueva York años después, el que le hizo conocer el movimiento pacifista, al que ella adhirió al instante. Le permitió concentrar su rebeldía y dar fuerza a sus temas folk. En 1962 fue tapa de la revista Time -la foto era "horrible", dice- y tres años después se retiró al Carmel Valley de California, donde creó el Instituto para el Estudio de la No Violencia.
Baez no es seria en el mismo sentido que lo era antes. Luego de años de terapia, se deshizo de la ansiedad que fue la causa de tantas malas relaciones. A pesar de su estridencia general, podía ser una suerte de felpudo con los hombres. Afirma que su cambio de actitud fue "saludable". Ya no se considera poco atractiva. Sin embargo, su nueva calma tiene sus límites: durante la tarde hay un par de ocasiones en las que alcanza ese límite, y comprenden, como suele pasar, a su madre.
Big Joan tiene la mirada serena y el buen carácter de todos los padres que dependen de sus hijos adultos. Se limita a quedarse sentada en una silla y a levantar las cejas alguna que otra vez. "Tengo 93 años", dice en un momento. "Tenés 94", replica Baez. Hablamos de la infancia de Baez. Los viajes, dice, le abrieron la cabeza. "En el mismo sentido, creo que Gabe también debe estar contento de que su madre haya sido una vagabunda en lugar de haber estado encima de él. Tuvo la posibilidad de ir a muchos lugares raros que luego son enriquecedores." Gabriel frunce el ceño. Baez se casó con su padre, David Harris, en 1968. Se divorciaron en 1973, y casi la mitad de ese tiempo Harris estuvo en la cárcel por resistirse al reclutamiento.
Sólo su relación con Dylan reviste interés ahora, algo que Baez soporta con ecuanimidad. Luego de conocerse en Greenwich Village en 1961, Baez le permitió compartir el escenario con ella, que ya era una gran estrella, a pesar de que él era muy poco conocido. Unos años después, cuando las cosas se invirtieron, Dylan, la gran estrella, se disponía a realizar una gira por Gran Bretaña. Baez le preguntó si podía compartir el escenario con él. Dylan se negó.
¿Se disculpó? Baez hace referencia a la reciente película de Martin Scorsese sobre Dylan, durante la cual le preguntaron si quería pedirle disculpas a Baez. Dylan se debatió. "Bueno, él se debate con todo. Contestó: Ella ya superó eso. Y agregó: Supongo que las personas no siempre toman las mejores decisiones cuando están enamoradas.. Sonríe. "Es algo."
Imagino que estar en compañía de Dylan y los Beatles debe haber sido como entrar a un club masculino. "Sí, así fue. Por eso yo preparaba el té." Se ríe. "Y secaba la ropa transpirada de Dylan. En serio. Como dije, hacer una vida saludable me llevó unos años." ¿Se regocija con el hecho de que envejeció mil veces mejor que él? "Sólo me regocija el hecho de que yo envejezco bien."
Baez nunca consumió drogas. Tendía a rebelarse con cosas que, en lugar de reducir, aumentaban su control sobre su propia vida, tales como vivir con un novio cuando eso aún se consideraba escandaloso. Pero nunca le interesaron las drogas. "No tenía nada que ver con la virtud. Simplemente me daban mucho miedo." Mientras todos los demás se drogaban, Baez se dedicaba a "lavar platos o a alguna otra cosa por el estilo." No necesitaba las drogas, dice, porque "tenía mi propia forma de abordar la vida."
Y su vida en ese momento era extraordinaria. Martin Luther King la invitó a acompañarlo en los actos. El la cargaba por su imagen anticuada y ella hacía lo propio con él. "Creo que su trabajo era tan serio que no podía divertirse. Todo lo que hacían él y sus amigos era sentarse a contar chistes racistas. Era muy divertido."
Todavía surgen recordatorios de la influencia que ejerció la chica nerviosa de aspecto austero. La mañana que nos encontramos, The New York Times publicó un artículo sobre Michele Bachelet, la primera mujer que llega a la presidencia en Chile. En su adolescencia era una cantante folk, dice el artículo, que aspiraba a ser como Joan Baez.
Traducción: Joaquín Ibarburu
THE GUARDIAN ESPECIAL PARA CLARIN