Evolución de la concentración industrial en la Argentina durante los años noventa*
Principales transformaciones estructurales del último cuarto del siglo XX y sus impactos sobre el sector manufacturero local
Durante el último cuarto de siglo se produjeron en la Argentina muy significativos cambios estructurales que alteraron decisivamente el funcionamiento de la industria manufacturera local, tanto en su interior como en su relación con el resto de los sectores de actividad. Al respecto, cabe destacar, en primer lugar, que la política económica de la dictadura militar, cuyos pilares centrales fueron la apertura de la economía -tras varias décadas de protección- y la reforma financiera de 1977 -que dio lugar a un proceso de endeudamiento externo sin precedentes-, produjo como resultado principal la interrupción del proceso de industrialización por sustitución de importaciones que tuvo lugar en el país -con sus diferentes etapas, alcances y limitaciones- desde mediados de los años treinta.
En este marco, el sector manufacturero local se contrajo significativamente de modo tal que, en los años posteriores al golpe de estado de marzo de 1976, se registró el cierre de más de 20 mil establecimientos fabriles, el producto bruto del sector cayó cerca de un 20% entre 1976 y 1983, la ocupación disminuyó un 40% en ese mismo período y se redujo el peso relativo de la producción manufacturera en el conjunto de la economía (pasó del 28% al 22%). Más aún, la industria dejó de ser el núcleo ordenador y dinamizador de las relaciones económicas y sociales en la Argentina, así como la actividad de mayor tasa de retorno de toda la economía1. Sin embargo, el impacto de semejante transformación no fue homogéneo, pudiéndose apreciar desempeños diferenciales, tanto en nivel intersectorial como intrasectorial. Así, algunas ramas pudieron escapar a la tendencia general y, lo que ha sido más notorio e importante aún, ciertas fracciones concentradas del empresariado se ubicaron exitosamente ante el nuevo esquema, recayendo la mayor carga de la profunda crisis sectorial2 sobre las empresas más pequeñas y las grandes asociadas al anterior patrón de acumulación (en especial, aquellas vinculadas con el complejo metalmecánico con eje en la producción automotriz)3.
Así, un conjunto acotado de grupos económicos locales y ciertos conglomerados extranjeros y empresas transnacionales, lejos de sentir el impacto de la crisis y la reestructuración del sector, accedieron a una posición de privilegio que devino -entre otros factores- de una estrategia de integración y diversificación productiva (estrechando fuertes lazos con un sector financiero en expansión gracias a la reforma de 1977), el acceso a diversos beneficios extraidos del aparato estatal (entre los que cabe destacar la promoción industrial, la política de compras estatales, los procesos de privatizaciones periféricas y, desde 1981, la estatización de la deuda externa privada) y, más ampliamente, la consolidación de un proceso de transición desde una estrategia de valorización productiva con base industrial y de realización en el mercado interno, hacia otra orientada desde la valorización financiera y con fuerte orientación hacia el sector externo (tanto desde el punto de vista de la cuenta corriente como de la cuenta de capital del balance de pagos).
En los años ochenta, el mencionado proceso se profundizó. Mientras el PIB total del país (medido a precios constantes) disminuyó a una tasa anual acumulativa del 1%, la industria fue, junto con la construcción, uno de los sectores que exhibió la mayor contracción en la generación de valor agregado (equivalente a una caída promedio anual del 1,9%). Si bien la política económica se modificó en ciertos aspectos (se retomó un esquema de economía cerrada y se restringió la disponibilidad de divisas y la liberalización del sector financiero ante la crisis de la deuda externa) no se alteró -sino que, por lo contrario, se tendió a consolidar- la estructura de poder económico heredada del período militar. En este sentido, las fracciones más concentradas prosiguieron acumulando en torno al aparato estatal ante la continuidad de las políticas de compras y contrataciones del estado, y las medidas de promoción industrial y regional, las cuales, en la generalidad de los casos, beneficiaron a un núcleo acotado de grupos económicos locales. Con respecto a estos últimos mecanismos de subsidio al capital oligopólico interno, cabe destacar que éstos financiaron prácticamente la totalidad de las escasas inversiones que realizó el sector privado en la industria manufacturera durante la década, a la vez que promovieron un muy importante proceso de concentración económica y centralización del capital en diversas ramas productoras de bienes de uso intermedio (celulosa y papel, cemento, petroquímica y siderurgia)4.
A pesar de la ingente transferencia de recursos que supusieron tales mecanismos de subsidio al capital más concentrado, hacia fines de la década la inversión neta fue negativa, lo que equivale a decir que las inversiones realizadas no alcanzaron siquiera para reponer la amortización del stock de capital existente (o, en otras palabras, que se produjo un proceso de descapitalización del sector), y la contracción de la industria se agudizó. Pero, nuevamente, el panorama presentó un alto grado de heterogeneidad por cuanto -en este contexto de continuidad en las políticas de succión del aparato estatal por parte de la elite económica- ciertas fracciones empresarias lograron profundizar su crecimiento, al punto que algunos conglomerados comenzaron a vender productos industriales al exterior al amparo de las diversas políticas de promoción a las exportaciones manufactureras que se instrumentaron en este período.
Los años noventa trajeron aparejadas nuevas y decisivas transformaciones estructurales derivadas de los cambios registrados en la orientación de las políticas públicas, aunque con el mismo sesgo que las vigentes durante los ochenta. En este sentido, cabe destacar el desarrollo de un muy abarcativo programa de privatización de activos públicos (cuyos principales beneficiarios fueron los mismos segmentos empresarios antes señalados, junto con nuevos operadores transnacionales y bancos extranjeros que lograron capitalizar sus títulos de deuda)5, la desregulación de vastos sectores de actividad y la apertura de la economía (que, al igual que la implementada durante la dictadura militar, resultó profundamente asimétrica y castigó a un amplio espectro de empresas, en especial a las de pequeño y mediano porte). En dicho contexto, el PIB a valores constantes se expandió, entre 1993 y 1998, a un ritmo promedio anual del 4% mientras que el valor agregado industrial se incrementó a una tasa del 2,8% anual acumulativo6. Tal peor performance del sector manufacturero conllevó una nueva disminución en su peso relativo en el total del producto bruto del país (descendió, siempre a precios constantes, del 18,2% en 1993 al 17,1% en 1998). Atento a la importancia que asume dicha situación, cabe indagar acerca de los posibles factores que permitirían explicar este muy reducido dinamismo relativo del sector en materia de generación de valor agregado.
Al respecto, la profundización en los años noventa del proceso de "desindustrialización" iniciado en el país como producto de la política económica de la última dictadura militar, y consolidado a lo largo de las sucesivas administraciones democráticas, ha estado directamente relacionado con las principales características estructurales de las grandes firmas oligopólicas del sector y de sus ramas de mayor dinamismo e incidencia. En efecto, durante el decenio pasado se tendió a consolidar una estructura manufacturera crecientemente asociada con la explotación de ventajas comparativas naturales (como la producción de alimentos y bebidas y, en menor medida, la refinación de petróleo) y/o "institucionales" de privilegio (tal el caso de la industria automotriz, cuyo notable crecimiento estuvo íntimamente asociado al régimen especial de promoción y protección con el que fue favorecida), así como a la fabricación de ciertos commodities industriales (en particular, acero y derivados, y productos y sustancias químicas). En estos mercados, una parte considerable de la producción está controlada por un número muy reducido de grandes empresas.
Como producto de ello, las ramas de mayor crecimiento e importancia relativa del espectro fabril local -y de la cúpula empresaria del sector- se caracterizan por presentar un reducido dinamismo en materia de generación de cadenas de valor agregado y un muy bajo aporte a la creación de eslabonamientos productivos y puestos de trabajo. De tal manera, la consolidación de este tipo de perfil sectorial en aquellas grandes firmas que, dado su poder oligopólico sobre las distintas ramas en las que actúan, pueden definir el sendero por el que transitan tales actividades y, más en general, el conjunto de la industria argentina, es uno de los principales factores para explicar las causas por las que, a pesar de que la producción manufacturera creció en términos absolutos durante el decenio pasado, el sector continuó perdiendo peso relativo en el PIB global.
El magro desempeño sectorial en materia de generación de valor agregado durante los noventa es explicado, también, por la significativa desintegración de la producción fabril local derivada de la creciente importancia que ha asumido, en el marco del proceso de apertura de la economía instrumentado durante la década pasada, la compra en el exterior de insumos y/o productos finales por parte de las empresas industriales. Ello trajo aparejado el cierre de numerosas firmas, o su corrimiento hacia actividades vinculadas con el armado y/o ensamblado de partes, si no directamente con la venta de productos finales importados, a partir del aprovechamiento de sus canales de distribución y comercialización.
En definitiva, durante las dos últimas décadas la industria local atravesó por una crisis inédita -aunque profundamente heterogénea y asimétrica, en términos de sus impactos sobre los distintos agentes manufactureros-, a la vez que ha perdido uno de los principales atributos que la caracterizaron durante la sustitución de importaciones: el de ser la actividad de mayor dinamismo en la economía, dotada con la capacidad de "arrastrar" en su crecimiento a buena parte de los restantes sectores económicos. En este sentido, basta comparar el magro desempeño manufacturero de los años ochenta y noventa con los registrados durante la etapa sustitutiva: en el decenio de los cincuenta la producción industrial se expandió a un promedio anual del 4,1% y en el de los sesenta lo hizo al 5,6% anual acumulativo (es decir, al doble de los años noventa). Asimismo, en ambos períodos los ritmos de crecimiento del producto bruto manufacturero superaron significativamente al que registró el conjunto del PIB del país (que se incrementó a tasas del 3% y 4,3%, respectivamente), lo cual determinó, a diferencia de lo que ha venido ocurriendo durante el último cuarto de siglo, una creciente participación de la actividad industrial en el PIB total.
Finalmente, cabe señalar que, a pesar de las muy significativas mutaciones operadas en el sector durante el último cuarto de siglo, no se ha alterado -sino que más bien se ha tendido a acentuar- uno de sus principales rasgos estructurales: el elevado grado de concentración que presentan las distintas ramas que lo conforman. En efecto, de la información censal se desprende que tanto en 1973, como en 1984 y 1993, casi la mitad de la producción industrial realizada en el ámbito nacional provenía de mercados altamente concentrados, y sólo un quinto era generada en aquellos caracterizados por estructuras de tipo "competitivas". Tal grado de concentración queda igualmente reflejado cuando se analiza, para dichos años, la participación relativa de los distintos tipos de establecimiento fabril en el conjunto de la producción manufacturera local. Al respecto, cabe destacar que las plantas más grandes (aquellas con más de 100 personas ocupadas), que representaron apenas el 2% de la totalidad de locales relevados por los censos mencionados, dieron cuenta de algo más del 60% del valor bruto de la producción industrial del país.
Características e implicancias del proceso de concentración de la producción industrial argentina durante los años noventa
Medidas para determinar la concentración de la producción fabril: principales criterios metodológicos para la realización del presente trabajo
A pesar de que la utilización de los términos "concentración" y "centralización" revisten cierta asiduidad en el análisis económico (particularmente el primero de ellos), no parecen existir definiciones uniformes respecto de sus significados ni, por ende, de los parámetros adecuados para medir dichos fenómenos. En El Capital, de Karl Marx, dichos conceptos aparecen estrechamente vinculados con el proceso general de acumulación de capital7. El proceso de concentración aparece como un resultado "natural" de tal acumulación, ante el incremento de los medios de producción que los capitalistas invierten con el objetivo de aumentar la productividad y los procesos de competencia que derivan en el ascenso de algunos y la quiebra de otros. Por su parte, la centralización no es el resultado de la acumulación de capital sino de la concentración de la propiedad de capitales ya existentes.
Si bien los conceptos de concentración y centralización hacen referencia al capital, el eje del análisis empírico vinculado con el tema no gira en torno a dicha variable sino a la producción y otros indicadores de mayor grado de mensurabilidad. En otras palabras, en tanto resulta sumamente complejo valorizar el capital de las empresas y, sobre esa base, medir los índices de concentración sectoriales, se entiende que el estudio de la participación de las firmas en la producción de una rama de actividad, o su cuota de mercado, constituye una buena aproximación al concepto de concentración del capital.
La concentración de la producción manufacturera suele ser analizada a partir de dos categorías: la concentración técnica y la económica. La primera de ellas tiene al establecimiento productivo como unidad de análisis mientras que la segunda se centra sobre la empresa. En tal sentido, cabe señalar que "el grado de concentración económica es el que mejor refleja la morfología real del mercado, en tanto las posibilidades de ejercicio de prácticas oligopólicas y el abuso de posiciones dominantes están asociadas con las decisiones adoptadas en nivel de empresa y no del local" (Azpiazu, 1998). Generalmente, la variable a partir de la cual se evalúa el grado de concentración industrial es el valor bruto de producción. En efecto, en ambas formas de medición se busca determinar el peso relativo que los mayores establecimientos o empresas de una rama manufacturera (generalmente cuatro u ocho) tienen sobre el conjunto de la producción generada en éstas.
Este tipo de análisis aporta elementos sumamente valiosos para evaluar el grado de concentración que presentan las diversas ramas que componen el espectro manufacturero del país, no obstante, cabe señalar que su aplicación sólo resulta factible a partir de información censal8. Asimismo, a partir de la información de los censos nacionales económicos se puede medir la concentración de la producción industrial de una manera diferente de aquella que surge de analizar la incidencia de los establecimientos o empresas más grandes de cada rama en el total del valor bruto de producción generado en éstas. Dicho indicador, frecuentemente utilizado para reflejar el grado de concentración del conjunto de la industria, surge de medir el peso relativo que tienen los establecimientos de mayor tamaño sobre el conjunto de la producción sectorial9.
A pesar de la riqueza analítica de tales formas de medir la concentración de la producción fabril, los criterios mencionados presentan la limitación -insalvable, dada la naturaleza de la información básica empleada- de que sólo brindan una visión estática de la problemática de la configuración estructural de las distintas actividades manufactureras. De allí que para períodos intercensales pueda recurrirse a indicadores indirectos que brindan la posibilidad de acceder a una visión dinámica de la concentración industrial, lo cual permite complementar a la que surge de los enfoques mencionados precedentemente. En tal sentido, el análisis que se propone en este trabajo no se basa sobre el estudio de las características de cada rama fabril sino de la concentración económica existente en el sector manufacturero local en su conjunto.
El indicador a utilizar ha sido elaborado a partir de la comparación entre las ventas realizadas por las cien firmas manufactureras más grandes del país (cúpula industrial) y el valor bruto de la producción fabril (VBP) para un mismo período. La primera de las variables mencionadas ha sido tomada de la información publicada en los balances de las empresas10, mientras que la segunda resulta de estimaciones indirectas a partir del valor censal correspondiente al año 1993, ajustada en función de la evolución del índice del volumen físico de la producción y de los índices de precios de cada rama industrial. De este modo, puede obtenerse una medida aproximada respecto de la proporción de la producción industrial del país generada por las principales empresas oligopólicas que operan en el mercado local, accediendo, en consecuencia, a un indicador del grado de concentración global existente en el sector manufacturero argentino11.
Si bien no permite determinar el grado de concentración que prevalece en cada rama de actividad, la medida empleada constituye una muy adecuada herramienta analítica para captar, en forma dinámica, las tendencias a la oligopolización de la producción fabril en un período determinado, así como los cambios asociados con fenómenos de carácter coyuntural. Se denomina Indice de Concentración Industrial Global (ICIG). Para la realización del presente estudio se ha estimado la evolución del ICIG entre 1991 y 1998. Asimismo, y con el objeto de aportar una mirada de largo plazo que permita comprender más cabalmente la especificidad de lo ocurrido en el transcurso de los años noventa, se han adicionado estimaciones análogas realizadas en distintos trabajos que comprenden el período 1956-196912 y estimaciones propias para los años 1976 y 1984.
Adicionalmente, caben aclarar los criterios analíticos utilizados para recortar el universo de la elite empresaria manufacturera según los distintos tipos de firma que la conforman. El enfoque empleado supone, además de la distinción básica entre empresa pública y privada, la integración de dos ejes de análisis: el origen de su capital (nacional o extranjero) y el tipo de estructura empresaria del cual forman parte (integrantes de complejos empresarios o firmas independientes no integradas a conglomerados). De la conjunción de ambos ejes surgen cuatro tipologías: las firmas pertenecientes a grupos o conglomerados empresarios nacionales (GGEE), aquellas que pertenecen a los grupos o conglomerados extranjeros que actúan en el ámbito local (CE), las empresas locales independientes (ELI), y las firmas extranjeras independientes o empresas transnacionales (ET). Además, dada la creciente importancia que han ido asumiendo en el último tiempo, se ha incluido una última tipología empresaria correspondiente a las asociaciones entre los distintos tipos de firma mencionados.
La principal diferencia entre las firmas denominadas independientes y aquellas integradas a estructuras de tipo conglomeral remite al hecho de que mientras las primeras circunscriben su ámbito operativo a un único sector (no obstante lo cual, pueden presentar cierto grado de integración vertical y/u horizontal de sus actividades), las segundas integran complejos empresarios conformados por una gran cantidad de firmas que operan en muy diversas actividades económicas, no sólo industriales (de ahí que uno de los rasgos que caracteriza a este tipo de actor económico sea una inserción estructural en la economía que presenta un alto grado de diversificación y/o de integración tanto vertical como horizontal). Estas diferencias estructurales entre ambos tipos de grandes firmas oligopólicas supone, a su vez, la existencia de distintas estrategias empresarias y disímiles patrones de acumulación y reproducción del capital. Así, por ejemplo, aquellas firmas pertenecientes a un conglomerado económico (sea de origen nacional o extranjero) actúan sobre la base de una estrategia empresarial que necesariamente debe tomar en cuenta al conjunto de la economía argentina y no únicamente a un sector de actividad, como es el caso de la estrategia de una firma industrial (tanto nacional como extranjera) no integrada a estructuras empresarias de tipo conglomeral. En consecuencia, existen mayores semejanzas -tanto estructurales como de comportamiento- entre los grupos económicos nacionales y los conglomerados extranjeros, que entre los primeros y las firmas locales independientes, o que entre los segundos y las empresas transnacionales.
La concentración de la producción manufacturera en los noventa En el cuadro Nº 1 queda reflejada la estimación del ICIG para el período 1991-1998, la cual fue elaborada siguiendo los criterios metodológicos y utilizando las fuentes de información reseñadas en la sección anterior. Como se puede apreciar, en un contexto de recuperación de los niveles de actividad industrial -el valor de producción crece un 52% entre 1991 y 1998, equivalente a una tasa promedio anual del 6%- las ventas de las empresas de la cúpula manufacturera local se incrementan casi un 97% en el mismo período (que equivale a una tasa del 10% anual acumulativo). Tales ritmos diferenciales de crecimiento entre la facturación agregada de la elite fabril y la producción sectorial determinaron que las grandes firmas oligopólicas que actúan en el mercado local intensificaran significativamente su predominio en el conjunto de la actividad. En efecto, en el período bajo análisis el ICIG se incrementó a un promedio anual de casi el 4% (pasando del 36,4% en 1991 al 47,1% en 1998). De este modo, se puede apreciar que, en un contexto signado por el crecimiento del conjunto del sector fabril, las porciones adicionales de mercado creadas por la mencionada expansión no han sido distribuidas de manera proporcional entre los diferentes actores manufactureros sino que fueron crecientemente apropiadas por los grandes oligopolios de la actividad. Como producto de dicho proceso, hacia fines de los años noventa el sector industrial argentino presentó un muy elevado grado de concentración, que se refleja en el hecho de que tan sólo cien empresas dan cuenta de casi la mitad de toda la producción fabril del país.
En esta primera aproximación, que contempla la evolución del peso relativo de la elite industrial en su conjunto en el total de la producción fabril del país, es decir, sin diferenciar entre las distintas fracciones empresarias existentes en su interior, cabe destacar el hecho de que las ventas de la cúpula no presentan un comportamiento cíclico como sí lo hace el conjunto de la producción sectorial. En efecto, tal como se desprende de la información presentada, durante el decenio de los noventa las ventas agregadas de las cien empresas manufactureras más grandes del país se expandieron ininterrumpidamente, mientras que el valor bruto de la producción industrial registró dos caídas de importancia en 1995 y 1998. Dicha situación refleja la capacidad que presentan los grandes oligopolios del sector de desempeñarse con relativa autonomía con respecto al ciclo económico fabril interno. Atento a la importancia de dicho fenómeno, cabe indagar acerca de los posibles factores que podrían explicar esta estratégica capacidad que poseen los principales oligopolios industriales de independizar su desempeño de la evolución del conjunto del sector.
Este fenómeno puede explicarse, en buena medida, por la conjunción de dos de los principales rasgos estructurales que caracterizan a la economía argentina desde la quiebra de la sustitución de importaciones: un patrón de distribución del ingreso regresivo y una creciente incidencia de los mercados externos como destino de la producción manufacturera, muy especialmente en el caso de las grandes firmas. En efecto, el proceso que se inicia a partir de la interrupción del proceso sustitutivo trajo aparejada la conformación de un nuevo patrón de distribución del ingreso que se consolida sobre la base de la disminución de los salarios reales y la concentración de la riqueza, procesos que operan como condición de posibilidad del incremento de las exportaciones (básicamente de productos agroindustriales) y de la producción -y el consumo- de bienes demandados por los sectores de más altos ingresos (Basualdo, 2000a). De este modo, crecientemente asociadas con el consumo de los sectores de altos ingresos de la población (cuyos niveles de consumo están muy poco asociados con las fases del ciclo económico local), así como con los mercados externos (lo cual permite, en un contexto recesivo, contar con una importante capacidad de respuesta contracíclica por el lado de las exportaciones), las empresas que forman parte de la cúpula manufacturera local cuentan con la posibilidad de crecer muy por encima del promedio sectorial y de desempeñarse con un importante grado de autonomía con respecto al ciclo económico interno. Dada la creciente importancia que han asumido los mercados externos como destino de una parte significativa de las ventas totales de los oligopolios industriales que actúan en el país, un análisis integral del desempeño de la elite manufacturera en los años noventa no puede dejar de indagar acerca de las principales características que presentó el comercio exterior de las grandes firmas a lo largo de la década pasada, más aún cuando se trata de uno de los principales factores que permiten dar cuenta del ostensible incremento que se registró en la participación de tales empresas en el conjunto de la producción industrial. Al respecto, durante la década pasada las ventas al exterior realizadas por las grandes firmas industriales se incrementaron a un ritmo promedio anual de casi el 18%, mientras que las compras de insumos y/o bienes finales importados lo hicieron a una tasa del 10% anual acumulativo. Como producto de tales comportamientos diferenciales, el conjunto de la elite registró saldos comerciales crecientemente superavitarios (mientras que en 1993 el balance comercial agregado de las firmas del panel era de 2.179 millones de dólares, en 1998 alcanzó los 7.148 millones de dólares)13. Esto último es particularmente importante por cuanto contrasta notablemente con lo que sucede en el nivel del conjunto del sector industrial, donde se han verificado saldos comerciales negativos a lo largo de casi todo el decenio de los noventa. En otras palabras, ello refleja el carácter profundamente asimétrico que presentó el proceso de apertura instrumentado en el país durante la década pasada. Cabe señalar que este comportamiento diferencial de la cúpula sectorial respecto del resto del espectro manufacturero local en términos de comercio exterior refuerza las evidencias analizadas precedentemente que indicaban la existencia de un importante grado de independencia de la elite fabril en relación con el ciclo económico interno.
El creciente peso de las ventas externas en los ingresos totales de las empresas de la cúpula les brinda la posibilidad de contar, en un contexto de retracción del nivel de actividad interna, con una significativa capacidad de respuesta contracíclica por el lado de las exportaciones. En tal sentido, resulta sumamente ilustrativo observar la forma en que impactó la crisis de 1995 sobre la performance de la elite en materia de comercio exterior. Así, por ejemplo, mientras que entre 1994 y 1995 el valor bruto de la producción industrial disminuyó un 1% (cuadro Nº 1), el superávit comercial agregado de la cúpula se incrementó casi un 115% (en un contexto en el que las ventas de dichas firmas crecieron apenas un 3%). Por otra parte, la crisis que se inicia en 1998 trae aparejada una caída de la producción sectorial del 2%, mientras que el saldo comercial positivo de la elite crece un 2% y la facturación casi un 1%. Esta capacidad estructural que poseen los grandes oligopolios fabriles de ubicar una parte importante de su producción en los mercados externos (salida exportadora), es particularmente importante por cuanto les permite a estos actores, a diferencia del resto de las firmas del sector, aumentar sus ingresos totales en contextos de disminución en los niveles de actividad interna y, derivado de ello, incrementar su participación en el conjunto de lo producido por el agregado manufacturero (en los períodos mencionados el ICIG creció un 4% y un 3%, respectivamente).
Una primera conclusión que emerge del gráfico de referencia es que el importante incremento en el grado de oligopolización de la producción manufacturera local que tuvo lugar en el transcurso de la década pasada profundizó una tendencia de largo plazo que se venía manifestando desde, por lo menos, mediados de los años sesenta. En efecto, en el transcurso del período analizado se ha registrado un muy importante incremento en la concentración global de la producción manufacturera local: mientras que a mediados de los años cincuenta las cien empresas más grandes del país daban cuenta de algo más del 18% de la producción del sector, hacia fines de la década pasada las principales firmas oligopólicas representaban más del 45% del conjunto de la producción manufacturera realizada en el mercado local. En tal sentido, cabe destacar que dicha participación prácticamente duplica a la registrada durante los años sesenta, cuando el sector industrial local registró sus mayores tasas de crecimiento, a la vez que constituye la más elevada de los últimos cincuenta años de la historia argentina.
Otro fenómeno a resaltar es que el peso relativo de los grandes oligopolios fabriles en la totalidad de lo producido por el agregado sectorial se ha incrementado en forma sistemática, a pesar de los múltiples cambios registrados a lo largo del período bajo análisis tanto en la economía argentina, como, en particular, en el sector industrial. Entre tales transformaciones cabe destacar, por ejemplo, la nueva estructura manufacturera que se configuró desde fines de los años cincuenta a partir de la segunda etapa de la sustitución de importaciones, o el proceso de "desindustrialización" y reestructuración regresiva de la actividad que se inicia a mediados de los setenta y se consolida durante los noventa.
Asimismo, de la información presentada se desprende la existencia de tres aumentos de significación en la participación relativa de las empresas integrantes de la elite manufacturera local en el conjunto de lo producido por el agregado industrial. Tales incrementos se registraron en tres momentos de profundos cambios estructurales: entre fines de los años cincuenta (en consonancia con la política económica implementada durante el gobierno de Frondizi) y la primera mitad del decenio de los setenta, desde entonces hasta mediados de los ochenta, y durante los años noventa (en especial, en la primera mitad de la década).
Respecto del primero de dichos incrementos en el peso de los grandes oligopolios en el total de la producción fabril (estas firmas pasan de explicar el 18% del valor bruto de la producción industrial en el período 1956-1959 a más del 30% en 1976), cabe señalar que tal incremento en la concentración industrial se dio a la par de un muy importante proceso de sustitución en el interior del sector, tanto entre ramas como entre empresas, lo cual determinó la emergencia de un nuevo perfil sectorial. En efecto, en dicho período se verificó un desplazamiento de las ramas tradicionales (alimentos y bebidas, textil, etc.), y la paulatina consolidación de ciertas actividades vinculadas con los complejos metalmecánico y químico-petroquímico. Asimismo, y en directa relación con lo anterior, dentro del espectro fabril local comenzaron a predominar aquellas actividades caracterizadas por estructuras de mercado altamente concentradas que desplazan a aquellas en las que prevalecen los mercados "competitivos". En el nivel de los liderazgos empresariales, el proceso mencionado se manifestó en un importante reemplazo de firmas nacionales por extranjeras.
Como se desprende del gráfico Nº 1, el segundo incremento relevante en el ICIG se registró entre los años 1976 y 1984, y trajo aparejada una suba de más de seis puntos porcentuales en la participación de las empresas más grandes del sector en el conjunto de la producción fabril del país. Como fue mencionado, dicho proceso tuvo lugar en el marco de uno de los períodos más críticos por los que atravesó el sector (basta con señalar, en este sentido, que el producto bruto industrial, medido a precios constantes de 1970, descendió entre dichos años casi un 7%). Si bien este incremento en la concentración de la producción industrial en un contexto de profunda crisis sectorial era, en cierto sentido, esperable (no así su magnitud), la principal conclusión que se desprende de tal patrón de comportamiento es el sentido -marcadamente asimétrico- que tuvieron las distintas medidas de política económica implementadas por el gobierno militar. Estas agredieron estructuralmente al conjunto del sector (especialmente, a aquellos mercados en los que predominaban las pequeñas y medianas firmas), beneficiando a un núcleo sumamente acotado de grandes firmas oligopólicas. En tal sentido, el desempeño de las grandes empresas industriales durante el período analizado no parece estar disociado de los múltiples mecanismos por los cuales, sobre la base de una ingente transferencia de recursos desde el conjunto de la sociedad hacia un núcleo acotado de grandes conglomerados nacionales y extranjeros, se subsidió a tales firmas (promoción industrial, estatización de la deuda externa privada, política de compras estatales, privatizaciones periféricas, subsidio a las exportaciones de productos fabriles, etc.).
Finalmente, el último incremento de importancia en el peso de la cúpula sectorial en el conjunto de lo producido por el agregado manufacturero local tuvo lugar durante la década de los noventa (entre mediados de los años ochenta y principios de los noventa el ICIG se mantuvo prácticamente en el mismo nivel). En efecto, entre 1991 y 1998 dicho indicador se incrementó un 25% y, como producto de tal patrón evolutivo, al final del período apenas cien empresas explicaban casi la mitad de toda la producción industrial realizada en el ámbito local. Tal proceso se registró en un contexto en el que la orientación adoptada por las diferentes políticas públicas instrumentadas impactaron en forma heterogénea y asimétrica sobre los diversos agentes manufactureros, aunque con un denominador común con respecto a lo ocurrido durante los años ochenta: la creciente subordinación del aparato estatal -y de las distintas medidas de política- a los intereses de los grandes grupos oligopólicos de capital nacional y extranjero. Ello se refleja, entre otros aspectos, en las principales implicancias estructurales de la política de privatización de empresas estatales encarada a lo largo del decenio (que, como fue señalado, conllevó un importante incremento en la concentración de un conjunto de ramas manufactureras), o en el sentido -marcadamente asimétrico- adoptado por la apertura comercial de la economía en general, y del sector industrial en particular (proceso que tendió a perjudicar fundamentalmente a aquellas actividades en las que predominaban firmas de pequeño y mediano tamaño).
Este significativo incremento en la participación de los grandes oligopolios fabriles del país en el conjunto de la producción sectorial estuvo directamente relacionado con la capacidad que poseen de funcionar con un importante grado de autonomía respecto del ciclo económico manufacturero interno. Por otro lado, cabe destacar que esta mayor concentración industrial vino acompañada por una importante reconfiguración de los liderazgos empresarios (que se refleja, fundamentalmente, en una creciente "extranjerización" de la producción sectorial) y la consolidación de un perfil productivo muy asociado con la explotación de ventajas comparativas de carácter estático, en el que las ramas de mayor dinamismo e incidencia relativa presentan una muy reducida capacidad para "arrastrar" en su crecimiento a los restantes mercados manufactureros (tanto en términos productivos como en lo que respecta a la generación de puestos de trabajo)29.
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