Expertos en socializar las pérdidas
Quienes creemos que es necesario acceder a una sociedad más justa, contamos con un flanco débil en relación con quienes construyen y disfrutan la inequidad. Estos últimos no necesitan esforzarse para ser coherentes. Les basta poner en un altar al “dios dinero” y considerar como fin supremo la búsqueda del lucro, reclamando que nadie se interponga, tampoco el Estado. En cambio, nosotros tendemos a redefinir el camino a partir de cada crisis, asignando a los problemas causas distintas, lo que muestra que no tenemos claras las razones fundamentales.
La evolución natural del capitalismo tiene incorporada ciclos y crisis, que confirman y consolidan hasta el hartazgo una característica que afecta nuestras vidas: la concentración de poder económico como un hecho inexorable.
El actual vendaval financiero mundial nos da una nueva oportunidad para reflexionar y entender dos efectos igualmente graves que se derivan de esa concentración:
- Genera una desigualdad distributiva y de oportunidades, donde los perdedores no solo tienen menos. Muchas veces no tienen nada.
- Concentra excedentes en pocas manos, que en lugar de aplicarse a la producción se derivan a casinos financieros más y más sofisticados.
Me parece importante entender que todas las crisis financieras globales tienen el mismo origen: la disponibilidad de enormes masas de dinero que se tratan como mercancía, en lugar de ser un simple medio de pago. Esas masas voladoras especulan contra la paridad cambiaria en el mundo desarrollado (la libra esterlina lo sufrió varias veces); con préstamos fáciles y caros a la periferia (México, Argentina, Indonesia y tantos otros países); con el petróleo, los metales y ahora los granos; con las fusiones y cierres de corporaciones del Norte, con las hipotecas inmobiliarias. La lógica es siempre la misma: armar el casino y ser banca, mientras se pueda, para después pedir ayuda a los Estados del mundo central.
No debemos engañarnos: las crisis siempre vienen del mundo central, donde la hegemonía del capital financiero ha aumentado sin pausa, imponiéndose a los propios gobiernos nacionales. Allí no se discute el riesgo moral del salvataje de los especuladores con el uso de fondos públicos, se practica. El gobierno de Estados Unidos privatizó su seguridad nacional después del atentado a las Torres Gemelas; facilitó enormes negocios a un puñado de corporaciones para la “reconstrucción” de Irak, y busca ahora hacerse cargo del gigantesco muerto de las hipotecas impagables.
Todos los contribuyentes norteamericanos financian el casino y son pocos los que pueden jugar. La situación, como en una cascada, se arrastra al resto del mundo, sea por contagio financiero, especulación sobre la economía real (en los precios del petróleo o de los granos) o fluctuación en la demanda de esos bienes.
Es una pésima noticia que los gobiernos de los países más fuertes no controlen la especulación sino que se sometan a ella o hasta la promuevan. Sin embargo, es un dato a considerar seriamente para diseñar nuestra política nacional, ya que es imperativo tomar distancia de ese escenario.
Para minimizar los vínculos con el casino global y sus efectos, se requieren dos grandes ejes de acción:
a) Fortalecer un sistema bancario nacional y otro regional, de fomento de la producción y el consumo.
b) Reducir la brecha entre las pocas empresas productoras de bienes y servicios y muchos consumidores (todos los habitantes). Aumentar mucho la fracción de la población que interviene directamente en la producción tiene efectos claros, ya que aumenta la posibilidad que los ahorros se dirijan a la economía real y no a la especulación.
Varios proyectos posibles –algunos en marcha– ayudarían a consolidar nuestra independencia de la locura del capitalismo central. A saber:
- El Banco del Sur y un importante banco nacional de promoción productiva, como se intenta que sea el BICE (Banco de Inversión y Comercio Exterior).
- La aplicación de impuestos importantes a las transacciones financieras.
- El bloqueo de la expansión de los fondos de siembra, expresión criolla de la hegemonía del capital financiero y de su concentración.
- Llevar a todo rincón de la Argentina la idea del desarrollo local, asociada a la satisfacción de las necesidades sociales y básicas mediante la articulación entre la promoción tecnológica y la política municipal.
- La industrialización a ultranza de la producción primaria, sea agropecuaria o minera, en el marco de un plan definido y conducido desde el Estado.
- La ejecución de planes de colaboración plurinacionales para el desarrollo productivo de las regiones más postergadas de Sudamérica, incluyendo en esta categoría al norte argentino.
Debemos fortalecer un capitalismo de Estado, como alternativa al “Estado de los capitalistas”. El escenario actual no lleva a la socialización del capitalismo, como cuasi jocosamente se ha comentado luego de las iniciativas de George W. Bush. Solo a la socialización de las pérdidas, que es lo que han hecho toda la vida.
[i]*Ing. Enrique M. Martínez - Presidente del Instituto Nacional de Tecnología Industrial[/i]
Fuente: [color=336600]Página 12 -29.08.2008[/color]