Falsos argumentos y debates necesarios
Al negar su importancia, en realidad se la estaba admitiendo. Ocurrió en el pasado y ocurre ahora. Y también afuera de la función pública se podrían recoger dichos célebres y pronósticos alarmistas hasta el absurdo, de quienes reclaman interpretar en una fuga de divisas o en la presión alcista de un puñado de especuladores, las señales del descalabro, el derrumbe de un modelo y el grito urgente, de una supuesta racionalidad, que demanda volver a las reglas vigentes en un pasado no tan lejano. Un pasado en el que los sectores dominantes del sector financiero tenían todo el poder de decisión y no había un gobierno que entorpeciera “su tarea”.
Pero admitir la importancia que tiene el valor del dólar en la economía exige también hacer un esfuerzo por comprender por qué es importante y hasta dónde. Sobre todo en una etapa –una larga etapa, que abarca ya más de una década– en la que se exageró la atención al tema del tipo de cambio en el debate económico y se soslayó la consideración de otros aspectos que tienen mucho más que ver con las limitaciones al crecimiento y el desarrollo de un modelo económico más justo. Por ahora, atendamos principalmente a la cuestión del tipo de cambio, y a las críticas que se formulan contra una política oficial que busca determinar su valor en función de las necesidades del crecimiento y la evolución de la economía, y no se entrega pasivamente a que “otros” (los que genéricamente se denomina con el eufemismo de “mercado”) se adueñen de la herramienta.
Un argumento muy reiterado en este singular debate es que “el tipo de cambio está atrasado”. Suena bien a los oídos de quienes reclaman una devaluación y, además, parece una formulación con fundamento técnico. El problema empieza cuando se le pregunta a quien hace tal formulación “¿retrasado con respecto a qué?”. Aquí, la mayoría de los comentarios “técnicos” que apuntalan el reclamo de una devaluación tienden a identificarse en una vertiente principal: la que sostiene que el retraso se mide comparando el aumento del tipo de cambio con los aumentos de precios en un determinado período. Si los precios en pesos aumentaron en Argentina más que los precios en dólares en Estados Unidos (país emisor de la divisa), entonces Argentina debería devaluar su moneda (aumentar el tipo de cambio) en la misma proporción para mantener la paridad anterior.
Suena tan lógico que pareciera increíble que el Gobierno no lo acepte. Roberto Lavagna, ex ministro del kirchnerismo y funcionario en varios gobiernos anteriores, se ha convertido en un referente de varios sectores de la oposición con argumentos como éste. Pero a quien acepte sus argumentos de “atraso cambiario” como tan lógicos y evidentes, le resultará más increíble aun que ese criterio no se aplica en otros países de la región. Lejos está la evolución de sus respectivos tipos de cambio de seguir esa regla. Incluso países a los que muchos de los críticos del Gobierno dicen admirar y proponen imitar. Aunque echando una mirada a lo que estos países hacen con su tipo de cambio, lo que en principio resulta lógico termine pareciendo absurdo.
Sigamos la regla tal cual se la formula. Se habla de un “brutal atraso cambiario” en los últimos diez años, ya que de haber mantenido la paridad según la evolución de precios locales, el dólar ya debería estar en torno de los ocho pesos. Esto justificaría el reclamo de un aumento del valor de la divisa de más del 50 por ciento y la presión sobre el marginal en los valores actuales.
Observemos qué pasa, por ejemplo, en el resto de la región. En un cuadro adjunto a esta nota, se puede ver el valor que tenía el dólar en Brasil, Chile, Perú y Uruguay en diciembre de 2002, hace diez años, en cada caso en sus respectivas monedas locales. Siguiendo la regla propuesta, ajustemos el valor de paridad en cada caso por la inflación acumulada en los diez años siguientes (hasta diciembre de 2012) por cada país. Los valores resultantes serían que Brasil, por ejemplo, debería llevar el dólar a 6,30 reales, menos una pequeña corrección por la inflación de Estados Unidos de estos años. Uruguay, otro caso, debería tener un valor de paridad para el dólar de 56,80 pesos. Frente a los valores realmente vigentes, en torno de los 2,05 reales en el caso de Brasil y 19 pesos en el caso de Uruguay, el ajuste propuesto resultaría en una corrección cambiaria cercana al 200 por ciento tanto en Brasil como en Uruguay. El mismo ejercicio hecho para Chile, da un ajuste cambiario del 100 por ciento y, en Perú, del 80 por ciento. Es decir, siguiendo la regla, cualquiera de estos países (también ocurre cuando la comparación se hace con México y Colombia) estarían virtualmente en situaciones de “atraso cambiario” mucho más graves que la Argentina.
El otro argumento habitual es que el tipo de cambio en Argentina está retrasado con respecto a la “relación técnica” entre reservas internacionales y base monetaria, que hoy daría como resultado un dólar a 7 pesos. Más que un argumento técnico, es una rémora de la convertibilidad, según la cual debía haber una relación fija entre dinero circulante y las reservas en divisas y metales, que eran las que le daban respaldo. También en este caso, aplicando la regla a otros países (que no la tienen en cuenta) resultarían paridades cambiarias mucho más elevadas que las presentes.
Hay quienes, indudablemente, denuncian la existencia de “atraso cambiario” pero con argumentos un poco más sofisticados que los anteriores. Pero, en estos casos, admitiendo que el nivel del tipo de cambio deriva de una decisión de política económica y no de cuestiones técnicas a las que el Banco Central deba atarse renunciando al ejercicio de uso de instrumentos en busca de objetivos. En ese plano, se enriquece la discusión. El debate, entonces, atenderá menos a intentar dotar de algún grado de realismo a la cotización en el marginal, y entenderse más con las características que hoy reviste “la restricción externa” para la economía argentina.
Una restricción externa que acompañó a la Argentina durante muchas décadas, pero con condiciones cambiantes. Durante un cuarto de siglo, desde 1976 hasta 2001, Argentina estuvo sometida a la restricción externa ligada a la deuda, con el clásico ciclo de renegociación de vencimientos, ajuste interno y recesión, para volver a empezar. En la última década se sacó de encima este cepo, pero arrastra grados muy altos de vulnerabilidad por una estructura económica mal desarrollada y muy dependiente. En el último año, la cuenta de entrada y salida de divisas fue muy castigada por una mala cosecha, el debilitamiento de la economía brasileña y el desbalance energético. Para este año, las dos primeras dificultades pueden desaparecer, la tercera no. Pero si se recupera la actividad industrial aumentarán las importaciones de insumos. Y otra vez surgirá el problema de la restricción de divisas, en un país que no recibe prácticamente crédito externo aunque demande recursos para fuertes inversiones, justamente para transformar una estructura dependiente.
Es un debate interesante, atractivo y necesario. Pero requiere de otros interlocutores que aquellos que hoy se reiteran en acusar a la política económica de “hacer todo mal” y reclaman a gritos una devaluación, además del regreso de la “libertad total” de movimientos para grupos financieros y corporaciones monopólicas.
Página/12 - 30 de marzo de 2013