Hace 80 años, una genialidad cinematográfica - El acorazado Potemkin
Para celebrar el vigésimo aniversario de la fallida revolución de 1905 (a la que Lenin calificó en su tiempo de "ensayo general"), a la Comisión soviética estatal encargada de las conmemoraciones se le ocurrió la idea de producir una película. Sus integrantes acudieron al joven realizador ruso Serguei M. Eisenstein, que acababa de dirigir el año anterior La Huelga, un largometraje que concitó mucha atención. Eisenstein tenía sólo cuatro meses para escribir, rodar y editar la película. Abrevió entonces su guión de partida, una profusa "monografía de una época" escrita en colaboración con Nina Agadjanova, y centró la atención en un único episodio: el amotinamiento de los tripulantes de un navio de guerra en el Mar Negro, cerca del puerto de Odessa, el 27 de junio de 1905.
En 1945, evocando sus recuerdos del rodaje, Eisenstein explicó que como el acorazado auténtico ya no existía, tuvo que utilizar una "panza de hierro" inmovilizada en la bahía de Sebastopol, el barco Los Doce Apóstoles. Eisenstein dijo entonces que pese a todo, la ilusión de la rebelión fue tan perfecta que esa "revolución en lo más recóndito de la estética del cine" le sacó "canas verdes a la censura, las policías y los servicios del orden de muchos países".
"Expresión de la colectividad"
En efecto, los mejores críticos occidentales de los años '20 y '30, desde Siegfried Kracauer en Alemania hasta Léon Moussinac, Georges Charensol o Georges Altmann en Francia, detectaron inmediatamente en su película un toque de genio artístico. Según Altmann, confería al cine soviético "su verdadero rostro", es decir, "la expresión poderosa del grupo, de la colectividad, del movimiento masivo". Por otro lado, la recepción de El acorazado Potemkin fuera de la URSS permitió medir el antisovietismo de los gobernantes de entonces. O bien se prohibió su difusión, o bien la proyección de la película fue permitida exclusivamente en versiones amputadas.
El premio se lo llevó la Alemania de la República de Weimar, donde las dilaciones de la comisión de censura entre la prohibición y la autorización se extendieron durante ocho meses, entre marzo y octubre de 1926. El estreno de la película en Berlín tuvo lugar el 29 de abril de 1926 y su proyección fue de inmediato cuestionada, lo que obligó a los censores a sesionar otras tres veces. Finalmente, la película se prohibió a la juventud a causa de su contenido "capaz de ejercer una influencia perniciosa sobre el desarrollo intelectual de los jóvenes". Por si esto fuese poco, se ordenaron cortes.
En Francia, por iniciativa de Léon Moussinac, la película se proyectó por primera vez en París el 18 de noviembre de 1926, en la sala del Artistic, alquilada por una tarde por el Cine Club de Francia. Después circuló gracias a la asociación Amis de Spartacus (Amigos de Espartaco), que organizaba proyecciones privadas por invitación. En octubre de 1928, la justicia francesa obligó a los Amis de Spartacus a disolverse. De ahí en más, hubo un boicot casi total a El acorazado Potemkin y su difusión fue prohibida en el circuito de salas tradicionales. Los gobiernos franceses de la época mantuvieron la censura durante mucho tiempo: la prohibición se levantó recién en 1953. Seis años antes que en Japón, por cierto, y siete antes que en Italia.
No es menos cierto que tras el éxito de su primera proyección en el Teatro Bolshoi, en Moscú, el 21 de diciembre de 1925, El acorazado Potemkin tuvo un éxito inmediato en todo el mundo (siempre, curiosamente, a través de copias mutiladas). En 1958, durante la Exposición Universal de Bruselas, un centenar de historiadores del cine llegó a consagrarla como "la mejor película de todos los tiempos". ¿Pero avala esta distinción la visión que ella propone de las jornadas revolucionarias de Odessa, de fines de junio de 1905? Evidentemente no.
¿Qué pasó en Rusia en ese 1905?
Todo comenzó en San Petersburgo, el domingo 9 de enero. Ese día, una multitud acudió en silencio al centro de la ciudad, portando imágenes santas y retratos del zar Nicolás II. Hacía un mes que la huelga se había difundido en las fábricas, en solidaridad con dos obreros despedidos. Los huelguistas llevaban una petición al "padrecito" para que reconsiderara sus condiciones de vida. Pero apenas la procesión llegó frente al Palacio de Invierno, los cosacos de la Guardia Imperial dispararon. Al terminar el día, había más de 1.000 muertos y 2.000 heridos.
Al dar la orden de ahogar toda manifestación en un baño de sangre, el zar y su entorno lograrían lo contrario de lo que pretendían. Desde el otoño de 1904, los dirigentes del movimiento obrero aprovechaban los reveses que sufrían las tropas rusas contra Japón en Extremo Oriente (derrota de Port Arthur, el 8 de febrero de 1904), para intensificar sus reivindicaciones. Pero las masas seguían confiando mayoritariamente en la posibilidad de enmendar la sociedad mediante reformas. Su confrontación con una represión despiadada echó por tierra sus ilusiones patriarcales.
El "domingo sangriento" de enero de 1905 abrió la puerta, en todo el territorio ruso, a una ola de huelgas en las fábricas, levantamientos en el campo y actos de sedición en el ejército. En la primera quincena de febrero, un "comité de ferroviarios" paralizó las principales vías de tren del sur de Rusia. Para restaurar el prestigio del zar y aplacar los disturbios, el gobierno aceptó formar comisiones de representantes obreros: se había iniciado el proceso. Pero los 400 delegados elegidos exigieron, antes de cualquier participación en conversaciones, la promulgación de las libertades de reunión y de expresión. Negativa del poder, fracaso de sus planes, aumento de la tensión.
En octubre, los ferroviarios de Moscú y San Petersburgo declararon la huelga. Los empleados del correo y otros servicios públicos siguieron sus pasos. No más electricidad, no más tranvías ni periódicos. Esta vez los huelguistas no se limitaron a reclamar una mejora de su situación, sino que apuntaron a la transformación del sistema autocrático. ¿Sus objetivos? El otorgamiento de los derechos civiles, la amnistía para los presos políticos, la elección de una Asamblea Constituyente por sufragio universal directo. Superando sus rivalidades, los representantes de las organizaciones y los partidos que preconizaban la revolución redactaron un manifiesto conjunto para exigir una Constitución.
A fines de noviembre de 1905 el gobierno zarista, acorralado, decidió acometer una batalla decisiva. Los delegados de los "comités de huelga" o "consejos obreros", denominados "soviets", fueron sistemáticamente detenidos. Los obreros que se negaban a volver al trabajo fueron despedidos de las fábricas. La estrategia resultó eficaz: el movimiento huelguista se desmoronó.
Sin embargo... gran inquietud en Moscú en los primeros días de diciembre.
El 21 de noviembre se había instituido allí un soviet, apoyado por las dos alas del Partido Socialdemócrata -los moderados mencheviques y los radicales bolcheviques-, que habían organizado un Comité Federativo de Lucha. El 6 de diciembre se proclamó la huelga general. Rápidamente se desencadenó una insurrección armada. Ocho mil obreros se lanzaron a la lucha. En los barrios se levantaron barricadas.
El gobierno zarista no modificó su táctica. En la noche del 8 de diciembre, todos los miembros del Comité Federativo de los social demócratas fueron detenidos. El centro de operaciones del soviet fue aniquilado. A continuación, como la guarnición de Moscú no era suficientemente segura, fueron enviados de San Petersburgo regimientos de la Guardia Imperial. Estas tropas recibieron la orden de atacar las barricadas. Durante nueve días, los grupos de obreros armados resistieron. El 18 de diciembre fueron aplastados.
El año 1905 concluyó pues con la victoria del régimen zarista. Llegó entonces para el gobierno el tiempo de las represalias. Los conductores de las fuerzas revolucionarias se vieron obligados a volver a la clandestinidad. Hubo un repliegue de toda forma de oposición. Pero no por mucho tiempo. En vísperas del inicio de la Primera Guerra Mundial, en agosto de 1914, los bolcheviques eran mayoritarios en la mayor parte de los sindicatos de San Petersburgo y Moscú. Los huelguistas eran tan numerosos como en 1905. Una vez más, despuntaba la revolución.
¿Ficción o reconstrucción?
El estallido de octubre de 1917 rectificó los fracasos de 1905, cuyas enseñanzas tuvieron indudablemente mucho que ver con el cambio de bando de la victoria. El movimiento de oposición al zarismo aprendió a coordinar el levantamiento armado con la huelga masiva y la formación de soviets. La experiencia de esos Consejos, que se habían multiplicado para defender en el nivel local los intereses obreros, enriqueció la estrategia revolucionaria. Trotsky, único dirigente marxista que se involucró activamente en San Petersburgo, debe a ellos su popularidad. Tergiversando algunas cosas, Lenin acabó admitiendo que los soviets podían considerarse los "embriones" de las instancias que sustituirían al aparato del Estado. Pero si el recuerdo del año 1905 se ha mantenido en alguna medida en el mundo, mucho se debe a Serguei Eisenstein y su Acorazado Potemkin. La película no es una reconstrucción histórica. Basándose en un "episodio aislado" y apoyándose en la técnica de "la parte por el todo", Eisenstein intentó "materializar afectivamente toda la epopeya de 1905". Como "línea directriz" adoptó la victoria de octubre de 1917. La última y simbólica imagen de la película es la del navio que abandona el puerto de Odessa y se adentra gloriosamente en el mar. Tras él, la represión zarista: entre 5.000 y 6.000 muertos.
A partir del 19 de enero de 1926, fecha de su puesta en circulación en las salas, no faltaron en la Unión Soviética espectadores que encontraron en la película errores e inverosimilitudes. Eisenstein las admitía, más aun en la medida en que los planos que más se destacan habían brotado de su imaginación. En especial, la célebre secuencia del cochecito de bebé que cae por la escalinata Richelieu en Odessa "rebotando de escalón en escalón". O la del toldo que se deja caer sobre los marineros que se resistían a comer su sopa de carne en mal estado, origen del motín.
La intervención fue tan creíble que un marinero que decía ser uno de los ex amotinados tapados por el toldo reclamó ante un tribunal su parte de derechos de autor. Por supuesto, el demandante quedó en ridiculo en el juicio, en el que Eisenstein demostró cómo había inventado todo. Eisenstein no ignoraba tampoco que el año 1905 había desembocado en la derrota de los movimientos huelguistas, ni que los marineros del verdadero Potemkin habían terminado su odisea en una fúnebre retirada hasta el puerto rumano de Constantza. Los más afortunados habían conseguido escapar de la policía zarista permaneciendo en Rumania. Pero a ojos del director, lo que contaba era que el espíritu revolucionario no había sido aplastado. Y mientras el cine mundial se enredaba en películas pretendidamente históricas que exaltaban a los personajes célebres en una acumulación de anécdotas, Eisenstein mostraba cómo, incluso en fracasos patéticos, la masa anónima podía ser el motor de la historia.
Fuente: Le Monde Diplomatique, año VII, Nº 80, 02/2006
*Historiador. Autor, entre otros, de LE NAZISME ET LA CULTURE (COMPLEXE, Bruxelles, 1992) Y L 'ART ET LA GUERRE (FLAMMARION, París, 1995).