Jean Baudrillard: La hiperrealidad de su muerte
Poca o nada de ironía implicaría anunciar la muerte de Jean Baudrillard de manera opuesta, es decir, de una manera muy baudrillardiana: "La muerte de Jean Baudrillard no tuvo lugar". En cuanto un evento mediático más, el crimen perfecto de la realidad no deberá haber sido excepción y la hiperrealidad habrá tenido lugar antes de la realidad de la muerte del pensador francés, sociólogo por entrenamiento académico, pero filósofo por corazón. Pero, ¿no es precisamente la muerte el límite de la hiperrealidad posmoderna, analizada insistentemente por Baudrillard? Quizá sólo respecto a la muerte, el hecho tiene que ocurrir primeramente y sólo después su reproducción mediática. Sin embargo, en una refutación del hecho como referente fijo y determinante de la reproducción, Le Monde anuncia el martes 6 de marzo que la muerte de Baudrillard ha tenido lugar ese mismo día, pero la edición de Le Figaro la anuncia con un ‘ayer’, implicando que ocurrió el lunes 5. En apoyo virtual, una nota en un blog norteamericano -titulado La hiperrealidad ha muerto, viva la hiperrealidad- da también la fecha del deceso el lunes 5. Para los lectores virtuales de Le Monde, Baudrillard seguía vivo el lunes. Es más, su vida habría tenido mayor extensión no solamente por esas horas adicionales, sino porque habría venido al mundo 7 días antes: Le Monde señala el nacimiento el 20 de julio; Richard J. Lane, en su libro expositivo y crítico, el 27. La vida mediática de Baudrillard no coincidiría con su vida real, lo cual poco importaría, porque en las sociedades posmodernas es irrelevante tal coincidencia. De cualquier modo, la muerte, que circunscribe el tiempo de una vida, resulta la prueba para la estrategia de una escritura de alto riesgo, aquella que Baudrillard ha practicado.
Baudrillard identifica tres órdenes de simulación, en los que confía a lo largo de su obra. El primer orden es una copia que puede ser distinguida de la realidad que copia, como ocurre con el mapa de un país; la realidad es aquí el origen de la copia. El segundo trata de una simulación donde la copia es tan perfecta que borra la distinción entre ella y la realidad que copia. Baudrillard lo ilustra con el cuento de Borges que narra sobre unos cartógrafos del Impero que dibujan el mapa del territorio de modo tan detallado que llega a cubrir exactamente todo el territorio real de Imperio, el mapa convirtiéndose tan real como el territorio; la copia cuenta con igual realidad que la realidad. El tercer orden de simulación excede a ambos al producir lo hiperreal; lo real se genera después de la copia, lo cual significa que lo real no tiene origen o realidad al ser primero la copia, el mapa precediendo al territorio. En este tercer orden no se da un borrón de los límites entre lo real y la copia; tal distinción se hace irrelevante. Mientras que en el primer y segundo órdenes lo real aún existe y puede ser utilizado para medir la simulación, a Baudrillard le preocupa que, en el tercer orden, el mundo hiperreal no tenga origen real y, por esto, se halle más allá de lo verdadero y lo falso, del bien y del mal. Esta hiperrealidad corresponde a la ‘realidad’ de las sociedades posmodernas y de consumo.
Desde estas especificaciones se pueden comprender las afirmaciones que a Baudrillard le han adjudicado el lema de alguien que tiene irresponsablemente el gusto de la paradoja por el mero gusto. Por el contrario, esas afirmaciones se desprenden como consecuencias lógicas de la tipificación del tercer orden de simulación. Así, cuando Baudrillard declara que "Disneylandia se halla ahí para ocultar que todo el país 'real', todo el Estados Unidos 'real' es Disneylandia", de lo que se trata es de evitar caer en el error de creer que Disneylandia es una simulación del segundo orden, donde los castillos ficticios son tan o más reales que los castillos reales. Disneylandia, en cuanto una simulación del tercer orden, existe para convencer de que fuera de sus límites infantiles impera la racionalidad, cuando lo contrario parece haberse impuesto: la racionalidad ha sido remplazada por un infantilismo que reina en todo Estados Unidos. De esta manera, a Disneylandia se la presenta como imaginaria para generar la creencia que "el resto es real, cuando todo Los Ángeles y los Estados Unidos que la rodean ya no son reales, sino del orden de lo hiperreal y la simulación. No se trata ya de una representación falsa de la realidad (la ideología), sino de ocultar que lo real ya no es real y, entonces, de salvar el principio de realidad". El sueño americano es la hiperrealidad de Disneylandia que oculta la hiperrealidad de todo Estados Unidos, la sociedad posmoderna por excelencia, construida en base a Disneylandia.
Una de las últimas declaraciones, que a Baudrillard le ha granjeado muchas críticas negativas, se encapsula desenfadadamente así: "La guerra del Golfo no ha tenido lugar". Esto significa que dicha guerra, en el sentido convencional, nunca ocurrió realmente, sino que fue pre-programada y que sus diferentes etapas o eventos se desarrollaron de acuerdo a ese programa virtual, una representación del tercer orden, donde sólo ahí tiene sentido lo absurdo del miedo a un enemigo que era tecnológicamente muy inferior o, peor aún, que no existía. La guerra del Golfo tuvo primero un desarrollo virtual en el espacio abstracto, electrónico e informático; sólo después acaeció la guerra convencional, pero la correspondencia exacta entre ambas es irrelevante, porque lo que no aparece en los medios de comunicación no es considerado ‘real’.
¿Por qué en las sociedades posmodernas impera la hiperrealidad y el crimen perfecto de la realidad? La respuesta a esta pregunta se halla diseminada a lo largo de la obra de Baudrillard. Ya en su complemento crítico a los conceptos con que la economía marxista trata al capitalismo -conceptos que serían por sí mismos insuficientes dado que la sociedad capitalista ha devenido sociedad de consumo-, Baudrillard explora el predominio de el valor de signo (valeur / signe) de la mercancía convertido en simple objeto-signo. Al consumir un objeto devenido signo, el consumidor no sólo lo toma como un utensilio (valor de uso), como una mercancía (valor de cambio), sino también como un signo de status social (valor de signo) que lo sitúa en un lugar determinado en la jerarquía social: no es lo mismo llegar al trabajo en un Toyota que en un Rolls Royce. Los objetos-signos son "índices de la pertenencia social" y cada individuo "se sabe en el fondo -sino se siente- juzgado por sus objetos, juzgado según sus objetos, y cada uno en el fondo se somete a ese juicio". El control social se lleva a cabo ahora mediante los códigos que gobiernan el valor de signo y, a través de éste, las clases dominantes inculcan valores, gustos y privilegios a fin de lograr el dominio de clase.
En una sociedad de consumo posmoderna las nuevas tecnologías cibernéticas reemplazan a la producción industrial y a la economía política como principios organizadores de la sociedad. El trabajo ya no es una fuerza de producción, sino un signo entre otros signos, es decir, un signo de la posición social que cada individuo ocupa. "La fuerza de trabajo no se vende ni se compra violentamente; se la diseña, se la mercantiliza: la producción se añade al sistema de signos del consumo". La vida en la sociedad de consumo transcurre en la hiperrealidad de las simulaciones de tercer orden, en la cual las imágenes, los espectáculos y el juego de signos reemplazan a la lógica de la producción y al conflicto de clase como constituyentes claves de las sociedades capitalistas. Los signos y modos de representación llegan a constituir la ‘realidad’; adquieren autonomía y, al interactuar con otros signos, establecen un nuevo tipo de orden social en el que son los signos y los códigos los que determinan "lo real".
La muerte juega un papel preponderante en el establecimiento de la hiperrealidad. El miedo a la muerte y el deseo de probar la inmortalidad de uno han acelerado la era de la producción y acumulación en el capitalismo industrial, el cual ha conducido, a su vez, a la sociedad de consumo posmoderna. En ésta los individuos jóvenes se mantienen jóvenes tomando Coca-Cola y los viejos rejuvenecen tomando también Coca-Cola… "Porque ahora no es normal estar muerto… Estar muerto es una anomalía impensable". La represión de la muerte es el mecanismo fundamental que produce un inconsciente enraizado no en lo sexual, sino en el miedo a la muerte que es decretado socialmente. Debido a esta represión el individuo se halla desprovisto de una relación íntima con su muerte y, al existir perseguido por tal miedo, se somete rápidamente a las autoridades sociales (la Iglesia, el Estado, el Capital, el Signo) que le prometen la inmortalidad o la protección contra la muerte. "Todas las formas de poder tendrán algo de ese olor [el olor de haber reprimido a la muerte] alrededor de ellas, porque es en la manipulación y la administración de la muerte que el poder se funda en última instancia". El haber extraído a la muerte de la vida (la muerte en el cementerio significa su exclusión de la vida), el pensarse inmortal, provee el fundamento para toda otra abstracción y alienación.
La alineación a causa del valor de signo es la alienación de haber reprimido a la muerte, la cual genera la multiplicación del consumo a través de la necesidad de "estar a la moda". La moda sólo puede simular la l'actualité, (lo nuevo, lo último) reciclando formas y modelos pasados. Esto hace que, paradójicamente, la moda sea l'inactuel, (lo anticuado, lo ya pasado de moda). La moda representa una estética del eterno recomienzo o la frivolidad del déjà-vu en la incesante substitución de unas formas recicladas por otras, el espectáculo de la incesante abolición o la muerte de las formas para la existencia de otras, de modo que "el deseo de la muerte se recicla en la moda".
Desde este contexto, la muerte real de Baudrillard resulta irrelevante. Lo que interesa y se privilegia en el orden de las simulaciones es la hiperrealidad de su muerte, la mediática programación cibernética que hace que su muerte esté de moda: el consumo de esta noticia y el prestigio social que uno gana escribiendo sobre la muerte de Baudrillard en un periódico tan prestigioso como EL DEBER.
Bibliografía
* Baudrillard, Jean
1972 Pour une critique de l'économie politique du signe. (Paris: Gallimard)
1976 L'échange symbolique et la mort. (Paris: Gallimard)
1981 Simulacres et simulation. (Paris: Galilée).
1995 The Gulf War Did Not Take Place. (Sydney: Power)
* .Lane, Richard J.
2000 Jean Baudrillard. London: Routledge.
Fuente: El Deber / Bolivia - 10.03.07