La crisis brasileña era una estrategia golpista
Ese es el objetivo de la derecha brasileña, compartido con las derechas de los otros países con gobiernos progresistas de la región: cerrar el ciclo de gobiernos populares, sacar a esas fuerzas del gobierno, de la forma que sea posible, y restablecer el modelo neoliberal. Es lo que ha pasado y está pasando en Brasil ahora.
Hubo quienes creyeron que las manifestaciones de 2013 eran democráticas, que criticaban al gobierno y al PT desde un punto de vista de izquierda. No fue más que un error bien intencionado: era el comienzo de la onda de descalificacion de la política, primer paso para la ofensiva de la derecha.
Hubo quienes, desde la ultraizquierda, saludaban el final de los gobiernos del PT, su fracaso, el final del ciclo de gobiernos progresistas en América latina, como si hubiera llegado la oportunidad para la ultraizquierda. Enorme engaño: la alternativa al PT y a los gobiernos progresistas está en la derecha. La misma crisis demostró que el único gran liderazgo popular en Brasil es el de Lula. Que las grandes manifestaciones populares tienen en la CUT –Central Unica de Trabajadores, cercana al PT– su más importante puntal.
Hubo quienes se dejaron llevar por los medios brasileños y creyeron que el tema central de la crisis era la “corrupción del PT”. Cuando la crisis se profundizó y los medios internacionales mandaron sus corresponsales, todos, unánimemente, se dieron cuenta que los corruptos están del otro lado, son exactamente los golpistas. Que no hay ninguna prueba concreta en contra de Dilma o de Lula, mientras los dirigentes del golpe y más de 200 parlamentarios que lo han votado son reos de procesos de corrupción en el Supremo Tribunal Federal.
La larga y profunda crisis brasileña no es otra cosa que la estrategia de la derecha para recuperar el gobierno y, desde ahí, atacar los avances de los últimos trece años en Brasil. Atacar la adjudicación constitucional de recursos para la educación y la salud, atacar los derechos de los trabajadores, atacar los patrimonios públicos, imponer un durísimo ajuste fiscal, desatar la represión en contra de los movimientos populares, establecer una política internacional de subordinación a los intereses de los Estados Unidos. Ese es el objetivo del golpe blanco que se fue gestando a lo largo de los últimos años en Brasil.
Sacar al PT y restablecer el modelo neoliberal, el Estado mínimo y la política externa subordinada a los EE.UU., en contraposición a los gobiernos del PT, donde fueron prioridad la lucha en contra de la desigualdad, el rescate del rol activo del Estado y la política externa soberana. Ese es el objetivo de la larga crisis de desestabilización en Brasil.
La izquierda en su conjunto y todos los movimientos sociales lo comprendieron muy bien y se unieron en defensa de la democracia y contra el golpe, a sabiendas de que lo que viene, como en Argentina, es una venganza en contra del pueblo y de sus derechos.
Pero, a diferencia de un golpe militar o de una victoria electoral, la derecha brasileña tendrá que enfrentarse al más grande movimiento de masas que el país haya conocido con una falta absoluta de propuestas que pudieran darle legitimidad y apoyo popular, frente al liderazgo de Lula, el único con enorme respaldo popular.
Son tiempos de lucha, de disputa, de inestabilidad, de crisis hegemónica profunda. El juego no ha terminado, al contrario, se ha profundizado. Los enfrentamientos de clase han quedado mucho más visibles; Brasil ya no será el mismo después de esta crisis. La derecha ya no se disfrazará de civilizada, de democrática, de reformista, para aparecer como es: neoliberal, corrupta, golpista (el gobierno de Temer, por primera vez desde la dictadura, estará formado solo por hombres –blancos, desde luego– adultos, reaccionarios y corruptos).
Mientras, la izquierda está comprometida con volver al gobierno para desatar los nudos que han bloqueado sus gobiernos y terminaron llevando al golpe, principalmente la democratización de los medios, el quiebre de la hegemonía del capital especulativo, la reforma del sistema electoral, entre tantas otras reformas. Esa disputa es la que caracterizará al nuevo periodo político abierto ayer en Brasil.
Página/12 - 13 de mayo de 2016