“La especulación con alimentos aumenta la pobreza”
El fuerte incremento en el precio de los alimentos profundizó los niveles de pobreza en el mundo. Sólo en América latina hay 10 millones más de pobres a raíz de la reciente suba del 15 por ciento promedio en el valor de productos de primera necesidad. En este escenario, la cumbre sobre seguridad alimentaria organizada por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) no se pronunció sobre la especulación financiera en el sector ni sobre los subsidios a los agricultores de países desarrollados. Cash dialogó con Bernardo Kliksberg, asesor principal del PNUD. En su paso por Buenos Aires, el investigador recibió varios premios y presentó su último libro Primero la gente, escrito junto al Premio Nobel de Economía Amartya Sen. Kliksberg advirtió sobre la elevada pobreza que persiste en América latina, analizó las políticas sociales impulsadas en la Argentina, criticó la inversión especulativa en el mercado de alimentos y reivindicó la necesidad de una articulación de todos los actores de la sociedad para revertir la desigualdad.
¿Qué opina sobre la crisis alimentaria que se está dando a nivel mundial?
–Amartya Sen viene previendo, desde hace 30 años, que puede haber hambruna en países productores de alimentos. Y esto ha estallado. En el último año, el precio de los alimentos a nivel internacional subió un 68 por ciento. Eso llevó a revueltas populares en 23 países en los últimos tres meses. En Haití tuvo que renunciar todo el gabinete y debieron adoptar medidas de extrema emergencia. Hubo protestas populares importantes en México por el impacto de la suba del precio del maíz. En América latina, la Cepal calcula que los alimentos subieron un 15 por ciento en los últimos meses y que eso produjo 10 millones más de pobres (se pasó de 190 millones a 200 millones). Diez millones de personas cuya dignidad humana más básica está siendo afectada.
¿Cuáles cree que son las causas de la suba mundial del precio de los alimentos?
–Hay varias. Mediciones de Estados Unidos identifican que el 20 por ciento de la responsabilidad corresponde a la especulación en los mercados. Las inversiones especulativas dejaron las bolsas y se trasladaron a los alimentos y el petróleo. A su vez, el aumento especulativo del petróleo aumentó los costos de los productos agrícolas. Un operador de la Bolsa de Chicago advertía, hace unos días por la CNN, que se está actuando sin escrúpulos y que pueden hacer subir los precios hasta el infinito si no se les pone ningún freno.
El relator de la ONU, Olivier de Shutter, criticó que en la Cumbre de la FAO no se hubiera debatido sobre la influencia de la especulación financiera y el poder de las multinacionales en la crisis alimentaria. ¿A qué responde esa ausencia?
–La Argentina tuvo una presentación muy digna y valiente en la Cumbre. Uno de los elementos centrales fue la eliminación de los subsidios de los países desarrollados, que no aparece en la resolución final. Y la Argentina, con toda razón, protestó contra eso.
Usted mencionó que son varias las razones de la suba de los precios.
–La segunda razón es la competencia que se estableció entre la producción de alimentos como fuente de calorías y proteínas o como fuente de energía. En algunos casos es dramático el impacto que está teniendo reemplazar las funciones nutritivas de los alimentos para ser fuente de energía. En Estados Unidos, los productores tienen un subsidio del Estado para producir el maíz con el fin de generar energía. Con ese subsidio, agricultores que en muchos casos son ricos pasaron a destinar el 30 por ciento de la producción de maíz para fines alimentarios a la producción de energía en un período corto. Amartya Sen escribió en el New York Times que se estableció una competencia totalmente desleal entre los tanques de los automóviles y los estómagos de los pobres. Esta tendencia está desequilibrando la dieta de los pobres en el mundo.
¿Cuál debería ser el modelo agrario que permita revertir la actual crisis?
–En Noruega, por ejemplo, a nadie se le va a ocurrir que quien quiera trabajar la tierra no tenga acceso a ella. Porque un valor ético predominante es el igualitarismo. América latina debe reforzar sus políticas de seguridad alimentaria, poner a los alimentos como tema en la región y promover activamente su agricultura, sobre todo entre los pequeños y medianos campesinos.
¿Cómo se explica que en un mundo que produce alimentos para el doble de su población haya más de 800 millones de personas con hambre?
–La obra que escribimos con el Premio Nobel de Economía Amartya Sen, Primero la gente, apunta particularmente al tema del hambre. Se trata de convocar a toda la sociedad a poner en primer lugar los problemas de la gente. Sin duda, el principal es la desnutrición. Unicef analizó que si un chico no come bien hasta los primeros tres años de edad, su cerebro no llegará a conformarse y tendrá retrasos serios en el aprendizaje y en su conducta durante toda su vida, con lo que estará en los márgenes de la sociedad. Un joven de seis a ocho años que no come bien, tendrá raquitismo. Es un escándalo ético que un planeta con posibilidades de avanzar en la producción de biotecnología, de aplicar los instrumentos más avanzados en las telecomunicaciones y los espacios virtuales, de generar una revolución en los transportes y de producir alimentos en una cantidad creciente, no haya logrado articular un mínimo de equidad en el acceso a los alimentos.
¿Cómo se desarrolla esa situación en América latina?
–La región produce alimentos por tres veces lo que necesitaría para una población de 150 millones de personas. No es que podría producir, lo produce. Una cantidad importante la exporta y, al mismo tiempo, el 16 por ciento de los chicos está desnutrido.
En este escenario, ¿cuál es la respuesta del capitalismo global?
–Hay países que producen muchísimos alimentos y sectores de la población que tienen hambre severa porque no cuentan con el mínimo de poder adquisitivo para acceder a esos alimentos. En América latina, para entender por qué el 50 por ciento de los chicos no termina la escuela –a pesar de haber escuela pública para todos– y por qué 30 de cada mil niños mueren antes de cumplir los 5 años por pobreza, hay que observar cómo funciona la desigualdad. En el libro acuñé la expresión “desigualdad latinoamericana”, en un continente donde predomina el accidente de nacimientos.
¿A qué se refiere con “accidente de nacimientos”?
–Depende de dónde se nace será lo que sucede con la vida de una persona. Si nace en una villa miseria argentina, en una favela brasileña o en una población indígena de Chiapas, tendrá mala alimentación, problemas de salud y será más endeble a cualquier enfermedad. No tendrá agua potable o un baño. Hay 120 millones de latinoamericanos (la quinta parte de la población) que no tienen baño. Y además, desde muy chico, tendrá que trabajar. Si le sumamos que las familias estarán muy golpeadas, no podrá terminar la escuela primaria o secundaria y no conseguirá un empleo en el mercado de trabajo formal, porque las empresas no toman gente que no haya terminado la secundaria, incluso para trabajos no calificados. Y va a reproducir ese destino de pobreza en la generación siguiente. A eso llamo la “trampa de la pobreza”. El 27 por ciento de la población latinoamericana está por debajo de la línea de la pobreza.
En ese marco, ¿cómo evalúa el rol de las instituciones?
–Hay políticas que empeoran la desigualdad. En la Argentina de los ’90, con políticas neoliberales ortodoxas, fue semidestruida la clase media: 7 millones de personas dejaron de ser clase media para ser nuevos pobres que perdieron sus bases productivas por medidas que aniquilaron la pequeña y mediana empresa, redujeron el mercado de consumo y concentraron la economía. Un caso distinto es el de Costa Rica, que tiene los niveles de pobreza más bajos de América latina (el 18% de la población) y niveles de desnutrición mínimos. Desde que se disolvieron las Fuerzas Armadas, el país viene apostando a educación y salud. En Costa Rica, una persona paga 20 dólares por mes y tiene el seguro público total a través desde un sistema de salud público de la mejor calidad.
¿A cuánto asciende el ingreso medio?
–Costa Rica es un país modesto, pero con clase media. El Estado cubre la salud y la educación y, para los que no tienen esos 20 dólares, hay sistemas sociales para asegurar que los tenga. Veinte dólares son 60 pesos argentinos.
Sesenta pesos es poco menos de la mitad de lo que cobra una familia indigente que percibe un Plan Jefes y Jefas de Hogar.
–Sí. En Brasil, frente a una población hambrienta de más de 50 millones de personas, el presidente Lula lanzó el programa Fome Cero (“Hambre Cero”), que se convirtió en una referencia internacional, y ahora con el plan Bolsa Familia duplicó el ingreso de 12 millones de familias pobres.
¿Cree que el perfil de las políticas sociales debería ser el de la intervención directa, o habría que pensar en estrategias diferentes en función de determinadas etapas?
–Hay etapas, efectivamente. A mí me atribuyen ser el padre de una nueva disciplina, “la gerencia social”. En una primera etapa hay que simplemente salvar la vida. En la Argentina de 2002, el 58 por ciento de la población estaba bajo la pobreza y el 75 por ciento de los jóvenes eran pobres. Una bomba de tiempo total. Se logró disminuir la pobreza a la mitad, sea cual fuere la cifra que se tome. Hay países en América latina que, mediante políticas económicas con rostro humano, demostraron que es un mito decir que si no se aplica la economía ortodoxa es el caos o que el día que se aplique con exactitud se va a derramar hacia los pobres. Nunca el mito del derrame ha sacado a los pobres de esa situación.
¿A qué países se refiere?
–La dictadura de Pinochet llevó la pobreza del 20 al 40 por ciento. La democracia dedicó muchos recursos a esa área e hizo una gran concertación con la empresa privada para subir los impuestos y para que una parte de eso se dedicara a mejorar la educación y la salud. Hoy la pobreza es del 18 por ciento. La Argentina redujo la pobreza a la mitad en un período muy corto. En Brasil, una parte importante de la sociedad pasó de una pobreza extrema a una pobreza digna. Combatir la desigualdad significa no sólo más educación y salud sino un sistema fiscal más equitativo y políticas de estímulo a la creación de pequeños empleos.
¿A qué llama “economía con rostro humano”?
–Para el pensamiento neoliberal, la economía es un tema que les compete a los tecnócratas. Y la ética, los valores, la cuestión de los niños o de los agricultores, es para las iglesias, los filósofos. Esta disociación entre la ética y la economía empobreció la ciencia económica, la convirtió en una mala economía, ineficiente. En los ’90, la Argentina demostró que puede hundir un país próspero aplicando recetas de mala economía. Frente a eso, la ética debe estar al comando de la economía y regularla.
*Investigadora del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Es Licenciada en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Doctorando en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ – Argentina), donde integra un Proyecto de Investigación + Desarrollo (I+D), dirigido por el Doctor Martín Becerra. Además de dedicarse a la investigación académica, realiza colaboraciones en el diario
Fuente: [color=336600]Página 12 - Cash – 15.06.2008[/color]