La irritación de Occidente contra la expedición rusa al Ártico
El despertar de Rusia y el de China, por poner un ejemplo, tienen naturaleza diferente a los ojos de Occidente. El consecuente avance chino hacia el poderío económico y geopolítico genera escaso entusiasmo en las naciones industrializadas. Más bien, suscita preocupación y hasta miedo. Tampoco suscita simpatías el modelo político y social que existe allí. Sin embargo, nadie podría reprocharle a China que su exitosa evolución sea una casualidad o algo logrado a expensas de los demás.
La percepción de Rusia es distinta. El país va cobrando vigor gracias a una demanda sin precedentes en los mercados de materias primas, pero esta coyuntura favorable no es un mérito del Kremlin. Para la opinión pública occidental, Rusia es el híbrido entre un nuevo rico de carácter agresivo, de la época de acumulación primaria del capital, y un rentista que vive gracias a los dividendos de la herencia.
En la expedición ártica han coincidido todos los elementos que irritan tanto a Occidente. El Kremlin ha convertido un estudio científico en un retumbante evento propagandístico de sabor nacionalista, y encima ha conseguido elevar el prestigio propio dentro del país.
Además, Rusia ha demostrado tener ingentes recursos financieros. No hay naciones pobres en la cuenca del Ártico pero no todas son capaces de organizar una expedición tan costosa. Por último, ha sido un recordatorio de que Moscú, a pesar de un largo período del declive, dispone de gran potencial tecnológico, inasequible para algunos. En resumidas cuentas, hay cada vez más razones para tomar en cuenta a los rusos pero también resistencia cada vez mayor a la hora de hacerlo. La faena del Ártico ha vuelto a recordar que habrá competencia feroz por los recursos en el siglo XXI. Parece inútil esperar concesiones recíprocas, pues incluso las naciones más próximas se vuelven inflexibles en estos temas.
Los expertos constatan, sin embargo, que algo parecido tuvo lugar hace cinco décadas, cuando estaba en juego el Polo Sur. Siete Estados reivindicaban en aquellas fechas el Antártico, así que las expediciones científicas iban acompañadas de gestos políticos similares a los que vemos actualmente en relación con Rusia. No obstante, todas las partes lograron definir más tarde un marco legal único en este terreno y evitar mucho tiempo la competencia geopolítica en el Antártico, escribe Gaceta.Ru.
El científico ruso Leopold Lobkovski, subdirector del Instituto de Oceanología, está convencido de que la reciente expedición al Polo Norte no aporta
Para demostrar que la cordillera Lomonósov tiene una corteza de tipo continental, y no oceánico, y así reivindicarla como una extensión de la plataforma rusa, es necesario investigar su estructura a una profundidad de 5-7 o, mejor incluso, 10 kilómetros, afirma el estudioso, citado por Nezavisimaya Gaceta.
Las muestras del terreno obtenidas durante la inmersión de batiscafos son de poca ayuda, y no hay ninguna posibilidad de que la nueva petición rusa, a presentar dentro de seis meses aproximadamente, tenga aceptación internacional.
Fuente: [color=336600]RIA Novosti - 10.08.2007[/color]