“La mejor alternativa es un Estado creando puestos de trabajo”
¿Cuál es su opinión sobre los diferentes planes que anunció el gobierno de Estados Unidos?
–Han sido bastante descoordinados. El plan anunciado por el gobierno de Bush fue un salvavidas para los bancos que no fue nada exitoso. Ni siquiera se sabe qué es lo que hicieron con el dinero. Y los bancos no se volvieron más solventes. Está claro que, en este escenario, si la gente tiene más dinero no lo va a gastar. La alternativa que veo es la creación directa de empleos. Todos estos planes buscan estimular la creación de puestos de trabajo a través del gasto privado, el de las empresas. Lo mejor sería que el Estado creara puestos de trabajo, como creo que muchos países, como la Argentina, están intentando. Es la mejor forma de enfrentar una crisis que puede llegar a durar de 5 a 10 años.
¿Los crecientes déficit de la economía norteamericana son un problema?
–No pienso que los déficit sean un problema en sí mismos porque no creo que estemos en una situación donde exista una limitación hacia dónde ir en cuanto a la demanda efectiva. No digo que no pueda haber un problema, pero ahora no existe. Si algo está pasando es que los déficit no apuntan lo suficiente a crear trabajos, sino que están dirigidos a catapultar el gasto de las empresas.
Usted propone la creación directa de puestos de trabajo, pero ese tipo de políticas despiertan una importante oposición política por la expansión en el gasto que generan.
–La posición contra los déficit presupuestarios proviene de la misma teoría que nos condujo a esta crisis. Las personas que argumentan esto se basan esencialmente en una teoría que está intelectualmente en quiebra. Deberíamos tener una discusión más seria sobre qué han sido históricamente los déficit. Es muy interesante cuando uno lee la historia sobre la recuperación en el mundo avanzado en 1930. Nadie parece acordarse de que muchos países aumentaron dramáticamente el empleo a través de la guerra. ¿Qué es la guerra? Una poderosa movilización social que puede ser muy efectiva para sacar a una economía de la recesión. Se direccionan los recursos hacia la producción, se concentran los esfuerzos sociales en ciertos tipos de producción y se crean muchos empleos. El mismo tipo de movilización se puede construir sobre la base de la restauración de la confianza y la fortaleza de un país construyendo lo que sea necesario.
¿Es posible que el mundo vuelva al proteccionismo? ¿Las medidas tomadas por muchos países en esta dirección son efectivas para frenar la crisis?
–No creo que sea una forma para terminar con la crisis, pero políticamente es un camino que tomarán algunos países. Todos los países van a enfrentar un incremento en el desempleo y el mercado mundial no va a jugar un rol importante en la solución. El comercio internacional puede dañar a las industrias locales y, cuando eso sucede, la pregunta deriva en si protegerse o no del daño de las importaciones ayudará al empleo. Es una cuestión sobre teoría de comercio internacional. La teoría ortodoxa dice que en el final se va a beneficiar más porque se vuelve a un estado de pleno empleo. Pero eso es sólo una teoría. Mi argumento es que conduce a una decisión social entre bienes más baratos para los consumidores y menos empleos. Precios más bajos no son necesariamente mejores para las personas que perdieron sus empleos.
Entonces, ¿el proteccionismo es una solución posible?
–No propongo ir hacia alguna clase de proteccionismo per se, pero todos los países avanzados practican el proteccionismo y siempre lo han hecho, a lo largo de la historia, siguiendo sus propios intereses. Tal vez no sea la primera opción, pero no es un pecado. Tenemos que permitir que el Estado intervenga aunque pueda ir contra el libre comercio y los principios del capitalismo. Aunque queramos o no va a haber una presión enorme sobre la demanda por la magnitud de la crisis. Y no nos va a ayudar quedarnos charlando sobre lo lindo que es el mercado.
En los últimos 6 años, la Argentina creció a tasas muy altas con un tipo de cambio depreciado en términos históricos. ¿Le parece que una política cambiaria que apunte a la competitividad puede tener una influencia positiva sobre el crecimiento?
–Ser competitivo en el mercado mundial puede ser bueno para las exportaciones. Puede ser bueno para el crecimiento de países como la Argentina si el mercado mundial se está expandiendo. Pero si uno es competitivo en un mercado mundial que se contrae, entonces el costo de ser competitivo, –que es bajar el costo por unidad de trabajo– puede no funcionar. Aunque es importante ser competitivo, no creo que sea algo que vaya a salvar a un país.
Si bien no existe una receta universal para salir de la crisis, usted ha estudiado los ciclos económicos. ¿Qué se puede aprender de las crisis pasadas?
–Lo que ha sucedido históricamente, y sucede ahora, es que se acelera el proceso de concentración y centralización, donde las compañías más poderosas se apoderan de los negocios más pequeños al comprarlos baratos. Es una consecuencia natural. En las economías avanzadas el Estado está actuando como un agente relevante para este proceso. Sube el desempleo y caen los salarios. Esto es bueno para los empresarios, que prefieren tener a los trabajadores en una situación más controlable. Si el Estado funciona como proveedor de empleos en última instancia, la fuerza de trabajo se vuelve menos manejable. Cuanto más trabajo crea, más se demora el otro proceso y se reduce el daño de este “proceso natural”.
¿Se puede poner un piso a la crisis con políticas domésticas o la coordinación global es esencial?
–La coordinación mundial sería una buena idea pero la pregunta es a qué intereses responderá. No confío en el FMI o el Banco Mundial para decir qué es lo correcto. Sus antecedentes son terribles. Si la coordinación va a ir en ese camino prefiero no tenerla, porque no necesitamos volver a las políticas que aplicó el neoliberalismo durante las últimas dos décadas. El FMI y el BM tienen que ser totalmente transformados, pero es muy difícil que eso suceda.
El G-20 está analizando realizar cambios “significativos” en el FMI.
–Aun cuando cambien algunas cosas, o se dupliquen los fondos como proponen algunos, los mismos responsables seguirán allí. No es que no sean personas inteligentes. Pero adhieren a una forma particular de entender el mundo que ha demostrado ser desastrosamente inadecuada. Que ellos les digan a los países qué hacer, cuando no tienen ni la menor idea de cómo se llegó a esta situación, no tiene sentido. Es pedirle a un doctor que realizó muchísimas operaciones mal que se quede a conducir el show. Necesitamos gente que entienda por qué las cosas resultaron de esta manera y que tengan alguna idea de qué se puede hacer.
¿Es necesario un nuevo marco regulatorio?
–A menos que exista un cambio en el capitalismo, los agentes especuladores van a seguir encontrando grietas en el sistema. Ese es su trabajo. Pero eso no significa que no pueda existir un piso que sea mantenible. Al final de la Gran Depresión el gobierno norteamericano impuso un piso en cuanto a los estándares de vida y de políticas de empleo. El gobierno era responsable por eso. Se promovió el acceso al empleo, a la salud y a la educación.
¿Piensa que pueda ser posible algún cambio ideológico en las corrientes económicas dominantes?
–La teoría económica ha estado dominada por un grupo de adoradores del mercado en los últimos cuarenta años. Esta adoración no solo afectó a los hacedores de política sino también a las universidades y los medios. Todos los modelos sobre los que los programas están construidos se basan en un cuerpo teórico que nunca fue correcto. La teoría propone mercados con mecanismos automáticos de ajuste. Yo no creo en eso. Las políticas que se construyeron en ese sentido proponían recortar déficit porque la teoría abstracta señala que los déficit crean problemas, entonces hay que eliminarlos. Pero ésa es una rama particular de la teoría que se volvió dominante en los ’80. Eso debe ser dejado a un lado. Necesitamos un diálogo más abierto que va más allá de si dicen “sí nos equivocamos, pedimos perdón por todo lo que hicimos durante nuestras vidas”. Yo espero que el mundo en desarrollo lidere este cambio.
¿El capitalismo va a continuar expandiéndose?
–Bueno, tengo que reconocer que soy un pesimista por naturaleza, entonces la respuesta es sí. Pero eso no quiere decir que saldrá sin cambios, sino todo lo contrario. Pero estos cambios no serán progresivos. En los ’30 existió una lucha entre más apoyo social y la fuerza de los sindicatos contra la otra alternativa militar-nacionalista. Se necesitaron millones de muertes para terminar con la competencia entre dos modelos. Me gustaría creer que esos días no regresarán, pero es muy posible que muchos países avanzados se muevan considerablemente hacia la derecha y no habrá una lucha sobre cómo cambiar al capitalismo. No veo ninguna fuerza que ofrezca alguna alternativa viable en el mundo avanzado. Tal vez tenemos que aprender la lección de nueva formas capitalistas del mundo en desarrollo. Cuba sufrió terriblemente por su pecado de rechazar al capitalismo. Pero algunos países han intentado una síntesis entre el capitalismo y otras formas de producción socialmente orientadas. De todas formas, ningún intento se puede considerar exitoso por ahora, en parte por los conflictos dentro de las naciones pero también por el enorme contrapeso de los países avanzados y los organismos como el FMI y la OMC. Espero que existan nuevas iniciativas. Sueño con la posibilidad de que surjan nuevas formas de producción. Pero como pesimista tengo que ser cauto con las probabilidades de que esto pase.
*Entrevista realizada por Tomás Lukin (Página/12)
Anwar Shaikh actualmente es profesor de Economía del Departamento de Economía de Graduate Faculty of Political and Social Science de The New School for Social Research of New York de la New School University.
Fuente: [color=336600]Página/12 - 15.03.2009[/color]