La monstruosa agresión a Japón fue innecesaria
El problema ético en torno al lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre Japón aún sigue en debate y al acercarse el 60º aniversario de la masacre impiadosa e innecesaria aún se discute si podía haberse ahorrado a la humanidad aquella sangría horrorosa.
La razón principal aducida es que Truman se enfrentaba a la pérdida de un millón de soldados en una invasión directa a Japón. El Estado Mayor en el Pentágono estaba muy impresionado por la pérdida de cuarenta mil de sus soldados en el asalto contra la isla de Okinawa. La obstinada resistencia de los nipones, su fiera actitud combativa, su negativa a la rendición, les caracterizaba como guerreros combativos y eficientes.
El código del Bushido, que impartía una fanática creencia en el honor y la ignominia de la derrota, en la fervorosa defensa del territorio patrio, les infundía energías excepcionales para continuar combatiendo. Sin embargo, hay historiadores que desmienten ese aserto. La flota japonesa estaba destruida así como su fuerza aérea. El emperador Hiroito estaba ya dispuesto a ordenar a su casta militar que depusiese las armas para evitar mayores destrucciones al imperio.
Otra razón que se aduce para la drástica medida es el temor a que la Unión Soviética se lanzase sobre un Japón desfalleciente y ocupase una parte de las islas con lo que se hubiese producido una situación similar a la de Corea, dividida en una parte adicta al comunismo tipo soviético y otra al capitalismo estadounidense. Algunos políticos y militares eran partidarios de usar primero la bomba en un blanco absolutamente militar, para ahorrar vidas civiles. Sin embargo se decidió por la variante más inhumana, más mortífera.
La primera prueba exitosa se realizó el 10 de julio de 1945. Robert Oppenheimer, el director del proyecto Manhattan, que construyó el artefacto atómico, estaba opuesto a su uso sobre la población civil. Leo Szilard, uno de los físicos destacados que intervinieron en el proceso, junto a otros 69 científicos, suscribieron una petición a Truman en la cual le solicitaban que no usara la bomba atómica antes de emitir una clara advertencia al gobierno japonés sobre las condiciones que se ofrecerían en la paz, qué sistema de vida les aguardaba, la promesa de respetar al emperador. Eso, estimaban, precipitaría un acatamiento a su destino y terminaría la guerra en un breve plazo. La posesión de esa fuerza extraordinaria de la fisión nuclear, estimaban Szilard y sus colegas, le daría a Estados Unidos una fuerza de tal magnitud que entrañaba, a la vez, la obligación moral de no usarla de manera irresponsable.
Truman sabía perfectamente el infierno que estaba por desencadenar. Escribió en su diario: “hemos descubierto la más horrible bomba en la historia del mundo, provocará una destrucción similar a la profetizada en la Biblia en el valle del Eufrates después de Noé y el arca. Hemos descubierto la manera de desintegrar el átomo en un experimento en el desierto de Nuevo México.” Sin embargo, el 25 de julio de 1945 Truman dio la orden de que se usase la bomba atómica sobre seres humanos.
Otra razón aducida para aquél acto terrorista es que había que adelantarse a los soviéticos en el empleo del poder atómico. En la Conferencia de Potsdam, en julio de 1945 Truman informó a Stalin de su posesión de la bomba y la reacción del dictador ruso fue de absoluta indiferencia. Felicitó a Truman y le dijo que deseaba que hicieran el mejor uso posible de ese armamento. Churchill, que estaba a pocos metros, observando atentamente la escena, también advirtió la absoluta imperturbabilidad de Stalin. Pero el mariscal Zhukov escribió en sus memorias que esa noche Stalin comentó el asunto con Molotov e impartió una directiva ordenando al científico Kurchatov y su equipo que aceleraran los trabajos de la fisión nuclear. O sea que Estados Unidos ignoraba completamente que en la Unión Soviética se estuviesen realizando experimentos con el mismo fin. Ese no pudo haber sido uno de los móviles de la monstruosa agresión.
Existieron alternativas de negociación y de intimidación más racionales, menos crueles, que la destrucción de dos ciudades civiles y la muerte de doscientas mil personas. Muchos científicos y dirigentes políticos estadounidenses se sintieron responsabilizados con la arbitrariedad innecesaria, con el abuso de poder, con el enorme crimen moral que significó aquél atentado.
El verdadero móvil del acto terrorista fue establecer la supremacía militar de Estados Unidos en el período de tensiones con la Unión Soviética y el campo socialista que todos sabían sobrevendría tras el término de la guerra. El presidente Harry Truman quedará como uno de los grandes criminales de la historia por aquella masacre innecesaria.