La obsesión del complot islámico mundial
Hace un año que una misteriosa casa productora está tratando de difundir mundialmente un «documental» dedicado al «islam radical». Hasta hoy, el film ha sido objeto de numerosas proyecciones privadas, incluso en el Congreso de Estados Unidos, pero sin obtener una audiencia masiva, aparte del momento en que fue incluido en la programación de la cadena [TV] neoconservadora Fox News, a finales de octubre y principios de noviembre de 2006. Una decena de millones de personas lo vieron entonces. Se han preparado versiones subtituladas en diferentes idiomas, incluyendo el francés. Es poco probable que alguna cadena francesa proyecte este «documental», por lo menos mientras que las leyes republicanas sigan siendo respetadas, pero es posible que tenga cierto público mediante su difusión en formato DVD o mediante Internet.
Bajo el título de Obsession: Radical Islam’s War Against the West (Obsesión: la guerra del islam extremista contra Occidente), el documental intenta demostrar en 78 minutos que el mundo musulmán contemporáneo está todavía más enfermo que la Alemania nazi y que un odio obsesivo lo posee y lo conduce inevitablemente hacia una «guerra de civilizaciones», especie de guerra civil global cuyo síntoma es el terrorismo.
Se trata, en realidad, de una hasbarah (en hebreo, obra de propaganda). En ella se recurre, de forma clásica, a la emoción, a la disimulación, la confusión y la repetición hasta suscitar una fuerte angustia incluso en el espectador más avezado.
El mensaje de este film puede resumirse de la siguiente manera: «El complot yihadista mundial es la punta de lanza del Islam que es una civilización nazi». Este eslogan concentra los principales argumentos favorables al «choque de civilizaciones», además de desarrollarlos de forma extrema. Pero también ofrece una buena oportunidad de reflexionar sobre la realidad de dichos argumentos y de hacerles frente.
- En primer lugar, el film plantea la existencia de un movimiento secreto. Afirma que ese movimiento, al que define por las diversas acciones que el propio film le atribuye, se manifiesta mediante esas mismas acciones. Se trata de un razonamiento perfectamente circular. Se nutre de la yuxtaposición de imágenes similares entre sí y de comentarios de expertos. De entrada, se saca al espectador del plano de lo racional y se le sumerge en un horror repulsivo.
- En una segunda etapa, el film plantea que ese movimiento secreto no es un grupúsculo sino la punta de lanza de una civilización de mil millones de hombres. Afirma que los miembros de ese movimiento son productos ejemplares de una educación de masas, que constituyen la élite de una civilización. Para ello, el film descontextualiza las imágenes haciendo abstracción de situaciones políticas específicas y de la significación cultural de determinados gestos y expresiones.
- Finalmente, en un tercer tiempo, el film plantea que esa civilización es nazi. Recuerda entonces la alianza entre el gran muftí de Jerusalén, al que presenta como si fuese el representante de todos los musulmanes, y el Reich nazi. Pero descontextualiza completamente esa alianza de forma que el objetivo de esta no es ya la liberación de la Palestina británica, sino el exterminio de los judíos europeos.
1. El complot yihadista mundial
Desde los primeros minutos, el film pone al espectador ante imágenes de atentados ocurridos en diferentes partes del mundo durante los 10 últimos años. El presidente Bush declara gravemente que se trata de actos de guerra. Se muestra un planisferio con la localización geográfica de los atentados, para demostrar que lo sucedido en Nueva York el 11 de septiembre de 2001 no fue un acto aislado, sino una de las tantas batallas del «islam extremista».
Paralizado ante la vista de las sangrientas imágenes, el espectador es incapaz de poner en tela juicio la afirmación según la cual todos esos crímenes tienen una causa única; lo que los sociólogos llaman clásicamente la «teoría del complot». Me resulta incómodo emplear este último concepto, del que tanto se ha abusado desde hace 6 años para estigmatizar a todo el que se atrevió –entre ellos yo mismo–a plantearse interrogantes sobre la versión gubernamental de los atentados del 11 de septiembre. En todo caso, se trata, en este film, de la «teoría del complot» en el más estricto de los sentidos. Los autores mezclan, por ejemplo, el atentado cometido en 1996 en el metro Saint-Michel [En París, Francia. Nota del Traductor.] (generalmente atribuido a una facción del gobierno argelino) y los atentados perpetrados en Tailandia en 2006 (cuya autoría fue reclamada por los separatistas de Patán). Para ellos, sólo hay una causa única: «el islam extremista». Para reforzar la presión, los subtítulos indican el día de la semana en que ocurrió cada uno de los atentados: el martes, los de Nueva York; el jueves, los de Madrid; también jueves, los de Londres; el viernes, el de Beslan, cuando en realidad estos hechos se desarrollaron a lo largo de una década.
Una elegante politóloga de un think tank (centro o instituto que bajo esa fachada ejerce una función política propagandista) neoconservador, Caroline Glick, explica que no se debe considerar que existen diferencias entra la lucha de los palestinos y la de los iraquíes: unos y otros forman parte de la yihad global. Los subtítulos omiten indicar que la capitana Caroline Glick fue miembro del departamento de operaciones sicológicas de Tsahal y consejera del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. Esta información hubiera puesto en guardia al espectador permitiéndole darse cuenta con más facilidad del móvil de su intervención: si los palestinos, y otros, participan en la Yihad global, eso quiere decir que no luchan por el respeto de sus derechos y que no hay entonces nada que negociar con ellos.
Un «periodista palestino», Khaled Abu Toameh, asegura que todo forma parte de una «campaña de yihad para derrocar a Occidente y minar los cimientos mismos de la cristiandad y del judaísmo». Las referencias religiosas mencionadas mientras que vemos cadáveres destrozados y víctimas llorosas son lo suficientemente poderosas como para paralizar toda reflexión. Uno quisiera saber, sin embargo, qué Occidente judeocristiano es éste que abarca, según nos dicen, países como Marruecos, Turquía, Rusia y Tailandia, entre otros. Uno quisiera comprender cuál puede ser el significado de expresiones como «derrocar a Occidente» o «minar los cimientos de la cristiandad». Los subtítulos omiten precisar que Khaled Abu Toameh es periodista en el diario neoconservador The Jerusalem Post.
El profesor Robert Wistricht, presidente del Sasson Center, subraya que una parte del islam «rechaza un pilar central de la civilización humana: el carácter sagrado de la vida». Aparece entonces Hassan Nasrallah, secretario general del Hezbollah [catalogado como grupo terrorista por los EEUU pero no por la Unión Europea], glorificando a aquellos que están muriendo en nombre de su fe. El montaje tergiversa la declaración del jeque Nasrallah: la mayoría de las religiones –al igual que numerosas ideologías seculares– hacen la apología del martirio (o sea, del sacrificio de sí mismo), lo cual no quiere decir que desprecien la vida, sino que le atribuyen un sentido. Los subtítulos omiten indicar que el Sasson Center es un centro de estudios del antisemitismo y que el profesor Wistricht es un consejero del ministerio de Relaciones Exteriores de Israel.
El narrador precisa cuidadosamente que el film no está dirigido contra los musulmanes en su conjunto, precisión que no tiene sentido cuando se analiza la terminología utilizada: si existe un Islam extremista, tiene que ser por oposición a un Islam moderado; y si el Islam extremista se manifiesta mediante un alto grado de violencia –el terrorismo–, ello implica que el Islam moderado es portador de un grado menor de violencia: el odio. Mientras vemos imágenes del peregrinaje a la Meca, el narrador se pregunta cuál es el porcentaje de musulmanes que ha pasado ya del odio al terrorismo. Respuesta: entre el 10 y el 15%, lo que representaría, según nos dicen, una cantidad de personas equivalente a la población de Estados Unidos (Aquí, la aritmética se fue al diablo: si tenemos en cuenta que hay 1 200 millones de musulmanes, el 10 o 15% son entre 120 y 180 millones de personas y Estados Unidos cuenta con 300 millones de habitantes). En cierto sentido, esto debería tranquilizarnos: el enorme poderío estadounidense no se arredra ante unos pocos grupúsculos, pero tiene que enfrentarse a un adversario a su medida.
2. Es la punta de lanza del islam
Después, el documental presenta la «cultura de la yihad». Los musulmanes están convencidos, erróneamente, de que Estados Unidos quiere dominar el mundo e imponerle su modo de vida. Como se creen amenazados, su respuesta es tratar de ser ellos los que dominen el mundo y le impongan su propio modo de vida: el Islam. Este razonamiento recurre a un eficaz juego de espejos en el que el espectador mide el error de los demás en función de su propia verdad.
En ese contexto, el espectador piensa de manera etnocéntrica e interpreta cada citación que le es presentada sin tener en cuenta el contexto cultural de la misma. En realidad, la yihad es el equivalente de lo que los cristianos llaman el «deber de estado». Se trata de una ascesis, o sea es a la vez algo que el creyente tiene que cumplir, allí donde se encuentre (según su estado), y que, cuando lo cumple, transforma al propio creyente. La yihad puede ser tanto el hecho de practicar la caridad hacia los pobres como el de asumir la defensa de la patria, con tal de que la acción se realice acercándose a Dios.
En el caso del espectador que vive en una sociedad de consumo, el documental le lleva a tener la impresión de que la cultura del sacrificio que permite a alguien sobrepasarse a sí mismo es une cultura hecha de nihilismo, de destrucción y de autodestrucción.
Un ex «terrorista de la OLP», Walid Shoebar, explica que la traducción correcta de la expresión «mi yihad» al alemán es Mein Kampf (alusión al libro programático de Adolf Hitler). Inmediatamente después de esta referencia al antisemitismo nazi viene un fragmento de una prédica en la que un exaltado jeque exhorta, espada en mano, a cortar cabezas de judíos, ante el clamor de los fanáticos fieles.
El espectador se estremece. Se trata de un efecto del montaje de las imágenes. En realidad, es poco probable que Walid Shoebat haya participado alguna vez en atentados de la OLP: en ese caso podría ser condenado a muerte en Estados Unidos, país donde vive libremente. Shoebat ni siquiera es musulmán, sino cristiano sionista. El jeque exaltado es un ulema filmado en una mezquita de Bagdad un mes antes de la invasión anglo-estadounidense. Y no está llamando a «matar judíos», sino a resistir con las armas en la mano frente a los invasores sionistas.
El documental se concentra en la «cultura del odio», presentando imágenes de multitudes que corean «¡Muerte a los Estados Unidos!». Luego de los atentados del 11 de septiembre, los estadounidenses se equivocaban al preguntarse por qué los árabes los odian, ya que ese odio no proviene de la actitud de los propios estadounidenses sino que se le inculca a los árabes a lo largo de su educación. Ningún elemento preciso viene a corroborar esta afirmación del documental, varios personajes intervienen para explicar que los dictadores árabes alimentan esa cultura del odio para desviar la cólera de sus pueblos. Como prueba, nos presentan un video en el que Hassan Nasrallah denuncia la responsabilidad de Estados Unidos en las desgracias que sufre el Medio Oriente. Las imágenes se encadenan con bastante rapidez para que el espectador no tenga tiempo de preguntarse qué país vive bajo la dictadura del líder de la oposición libanesa.
El odio musulmán se ilustra mediante escenas de jolgorio filmadas en Jerusalén y Karachi luego de los atentados del 11 de septiembre.
Sin embargo, las imágenes captadas en Jerusalén el 11 de septiembre sólo presentan a una veintena de exaltados y no tienen ninguna representatividad.
En cuanto a la manifestación de Karachi, la realidad es que los manifestantes no están celebrando la destrucción del World Trade Center sino protestando por el ataque contra Afganistán.
Después vienen imágenes en las que la chusma arrastra los cuerpos de varios estadounidenses muertos en emboscadas, en Irak (en 2004) y en Somalia (en 1991). Una vez más las imágenes son presentadas fuera de su contexto, como si no hubiera la menor injerencia estadounidense en esos Estados y se tratara de crímenes gratuitos.
El documental denuncia «la infiltración del islam extremista» en «Occidente». El discurso se torna aquí más sutil: el Islam es portador de valores diferentes a los de «Occidente», los musulmanes moderados podrían llegar a integrarse adoptando poco a poco los valores occidentales, mientras que los musulmanes radicales serían inasimilables y tratarían de derrocar las instituciones occidentales. Esta forma de presentar las cosas, teniendo mucho cuidado de no acusar a todos los musulmanes, busca en realidad hacerlos sospechosos a todos. Sobre todo porque éstos mantienen un discurso cuando se dirigen al público occidental y otro diferente cuando hablan entre sí. En apoyo a esta última afirmación, vemos imágenes de Yasser Arafat que lo muestran sucesivamente hablando de paz en la Casa Blanca y predicando la yihad en Palestina.
No importa que Arafat haya sido un laico. Sacadas de su contexto, sus palabras apoyan la demostración.
Imágenes de Abu Hamza al-Masri sirven para probar la presencia de fanáticos en Occidente. El célebre predicador de Finsbury Park y sus acólitos celebran los atentados del 11 de septiembre y llaman a matar a los no musulmanes. Glenn Jenvey, el agente de inteligencia que se infiltró en su grupo y que lo llevó ante los tribunales, comenta estas imágenes.
No se dice aquí que Abu Hamza está purgando una pena de prisión por incitación al odio racial y que su grupo se componía sólo de unos pocos chiflados. Por el contrario, el montaje de las imágenes nos hace pensar que Hamza sigue en actividad y que dispone de batallones de seguidores, como si representara un peligro real e inminente.
Ellos están por todas partes. Como prueba, Brigitte Gabriel, periodista en cruzada contra el pensamiento políticamente correcto que restringe la libertad de expresión, asegura que Hamas desplegó una amplia organización terrorista en Estados Unidos. La situación es aún más grave en Europa, donde la minoría musulmana está en pleno crecimiento. Esta última se sublevó en Francia, en noviembre de 2005, como expresión de su rechazo de los valores occidentales.
(¡Caramba! Para conservar un poco de credibilidad, no va a quedar más remedio que cortar esta parte antes de poner el film en Francia).
No nos dicen que la señora Gabriel huyó de su Líbano natal cuando se retiraron las tropas israelíes, con las cuales ella colaboraba.
3. Qué es una civilización nazi
Imágenes de archivo muestran al canciller Hitler llamando a la destrucción de la raza judía en Europa. El historiador Sir Martin Gilbert denuncia la pasividad política ante el Reich y los acuerdos de Munich que, al tratar de preservar la paz, hicieron que la guerra fuera más larga y atroz. De la misma manera, según nos dicen, el hecho de minimizar el peligro islámico, cuando la voluntad de los yihadistas de destruir a los judíos está demostrada, es una locura que llevará a una confrontación general. El anciano Alfons Heck, ciudadano estadounidense de origen alemán, presta testimonio sobre su infancia en las filas de la Juventud Hitleriana y compara el proselitismo del que él mismo fue víctima con el de los jóvenes musulmanes. La historia se repite.
Para dar crédito a este paralelo, el montaje de las imágenes mezcla discursos antisemitas nazis con discursos antiisraelíes árabes y persas. También alterna imágenes de jóvenes combatientes árabes con imágenes de jóvenes hitlerianos. Unos y otros extienden el brazo, haciendo el saludo romano. El espectador, si no conoce la cultura mediterránea, es inducido así a confundir automáticamente esta forma de juramento solemne con el ritual nazi.
John Loftus, el fiscal que dirigió la búsqueda de criminales nazis en Estados Unidos, explica doctoralmente que la cultura musulmana considera a los judíos como no humanos y enseña que Alá exhorta a matarlos. Itamar Marcus, director de un centro de estudios sobre los medios palestinos, subraya que la propaganda musulmana se hace eco de los clichés medievales que acusan a los judíos de alimentarse con sangre de niños cristianos. Es por eso que en la serie Diáspora se presenta una escena con ese mito del sacrificio ritual como si éste último fuera parte de la ideología judía. Lo más grave no sería sin embargo la escena en sí, sino el momento en que se puso en pantalla: durante el Ramadán, momento en que se mira la televisión en familia.
Se trata de una escena repulsiva.
Desgraciadamente, ello no quiere decir gran cosa ya que no sería difícil encontrar escenas comparables en numeras «series americanas» que imputan toda clase de crímenes imaginarios a los musulmanes.
El documental prosigue subrayando el prejuicio según el cual los judíos manipulan a Estados Unidos y comparándolo con la teoría del complot judío mundial desarrollada por los nazis. El choque que ocasionan las imágenes es tan fuerte que el espectador no puede darse cuenta de que el propio documental está tratando, desde el principio, de convencerle de la existencia de… un imaginario complot islámico mundial.
Volviendo al paralelo histórico, varios personajes intervienen para recordar que el gran muftí de Jerusalén (quien fuera en su época el líder del nacionalismo musulmán) se alió con Adolf Hitler en 1941 para exterminar a los judíos y que creó una división SS musulmana.
De nuevo, las imágenes son convincentes, pero lo son porque no mencionan la complejidad del período histórico al que se refieren y parten de la errónea suposición según la cual la «cuestión judía» fue el centro de la Segunda Guerra mundial. El reproche que el documental hace a los palestinos podría aplicarse también a todos los pueblos colonizados del Imperio británico que trataron de unirse al Reich con la esperanza de obtener su propia libertad. Así sucedió en el caso de la India, el Mahatma Gandhi no pudo ir a Alemania, pero le escribió a Adolf Hitler pidiéndole ayuda, mientras que Chandra Bose creó una división SS hindú. O sea, nada de esto tiene que ver con el antisemitismo nazi, pero las secuencias anteriores tratan de hacer creer lo contrario.
Vienen después imágenes de profanaciones de sinagogas cometidas por los nazis, de profanaciones de iglesias en Bosnia, en Nigeria y en Irak, y de la profanación de un templo hindú en Indonesia, atribuidas todas a los musulmanes. Incluso se ve la quema de una cruz en público, en Londres. ¿Qué quieren entonces? John Loftus responde: «Es muy simple. Quieren matar a los judíos, derrocar la democracia y destruir la civilización occidental».
El documental termina con un mensaje de esperanza acompañado de una música reconfortante después de tan duras imágenes. Al igual que Roosevelt cuando dirigió la guerra contra los nazis, Estados Unidos tiene que cerrarle hoy el paso al fascislamismo con el apoyo de los musulmanes moderados. Ante el Mal, la peor que se puede hacer es no hacer nada. The End.
[b]4. Los productores[/b]
Obsession: Radical Islam’s War Against the West fue producido por Aish HaTorah, una yeshiva (escuela talmúdica), generosamente financiada por las autoridades israelíes. Esta organización dispone de una asociación de relaciones públicas, la Hasbara Fellowship, que se dio a conocer recientemente al organizar campañas de protesta contra el ex presidente estadounidense James Carter, cuando éste último calificó el trato que reciben los palestinos de apartheid. También dispone de una asociación de monitoreo y de producción audiovisual, Honest Reporting, que dice contar con 140 000 miembros en Israel. El conjunto se encuentra bajo la dirección del rabino Ephraim Shore, y de su segundo, Yarden Frankl, un cabildero del AIPAC.
*Periodista y escritor, presidente de la Red Voltaire con sede en París, Francia.
Fuente:Voltaire – 17.08.2007