La pelea por los dólares
- Particulares que desean dolarizar sus ahorros, y dentro de ese grupo quienes también piden billetes para viajar al exterior.
- Empresas importadoras que requieren de dólares para comprar bienes y servicios.
- Multinacionales que quieren dólares para girar utilidades a sus casas matrices.
- El Estado, nacional y provincial, que necesita dólares para cancelar obligaciones externas.
- Empresas privadas que precisan divisas para abonar vencimiento de intereses y capital de deuda externa.
- El Estado nacional también busca dólares para acumular reservas internacionales con el objetivo de garantizar mayores grados de autonomía frente a corridas cambiarias y a crisis externas que pueden provocar situaciones de inestabilidad financiera.
¿Se puede satisfacer al mismo tiempo toda la demanda de dólares que pretende cada uno de esos sectores? El recorrido histórico de la economía argentina muestra que se trata de un objetivo muy ambicioso desde el comienzo de la industrialización por sustitución de importaciones en la década del ’40 e integración financiera al mercado mundial en la década del ‘70, y sólo por cortos períodos se pudo cumplir con esa exigencia.
El factor determinante de las restricciones para acceder a las divisas es la estructura productiva y financiera desequilibrada de la economía argentina. El régimen de administración y control de acceso a la moneda extranjera, resumido en el espacio público con cuatro letras de un aparato de tortura, no es el problema, sino una consecuencia. Por eso las críticas indignadas a ese sistema cambiario, y las opiniones livianas de candidatos a presidentes y sus economistas sobre su futura relajación en caso de ser gobierno, no apuntan al centro de la cuestión ni a encontrar las vías para superar esos límites.
A lo largo de décadas de inestabilidad cambiaria, en algunos momentos el superávit de la balanza comercial acercaba los dólares necesarios para satisfacer esa diversificada demanda de divisas; en otros, el endeudamiento externo y, en menos medida, la inversión extranjera directa, aportaban los billetes verdes. Pero en ningún caso se logró el salto cualitativo en la estructura productiva y financiera para aliviar la escasez relativa de divisas o, en otros términos, contar con todos los dólares necesarios para responder a los pedidos de todos esos sectores.
No será fácil abandonar la actual administración de los dólares si se pretende a la vez no acumular tensiones para un posterior estallido. La promesa de que con el cambio de gobierno cada uno de los grupos demandantes de divisas podrá satisfacer plenamente sus deseos puede generar desilusiones. Más aún por los costos asociados si el intento es evaluando que se trata solamente de una cuestión de “confianza” en la gestión económica o de “amigarse” con el mercado financiero.
Una brusca devaluación para cerrar la brecha cambiaria, como plantean cada vez en forma más abierta referentes del área económica de postulantes a las elecciones presidenciales, o iniciar un nuevo ciclo de endeudamiento, como se entusiasman en el mercado financiero y sus referentes políticos, sólo atacarán los síntomas del desequilibrio de las cuentas externas sin abordar los factores básicos de la escasez de dólares. Es probable que esas vías ortodoxas provoquen cierto alivio en los grupos privados demandantes de dólares, e incluso un estado de satisfacción inmediato de grupos sociales acostumbrados a la dolarización de su riqueza financiera. Pero esa medida interrumpirá el costoso –por sus falencias y vaivenes iniciales en la implementación, y también en la comunicación pública– reordenamiento del régimen de acceso a los dólares.
Si el objetivo es mantener una estrategia de desarrollo superadora de una economía primaria integrada en forma pasiva a la división internacional del trabajo como proveedora de materias primas, la administración de divisas resultará indispensable.
El debate central transcurrirá sobre qué grupo debería subordinar o limitar su demanda de dólares. No hay billetes para todos durante todo el tiempo. Es una restricción que políticamente debe aceptarse para luego saber explicarla. La heterodoxia en la gestión, no la conservadora de congresos académicos, está en condiciones de transmitir que es conveniente adaptar continuamente los instrumentos económicos disponibles y graduar las respuestas posibles de política cambiaria, dado el conjunto de restricciones internacionales y locales.
Un esquema de restauración ortodoxa, con predominio de la valorización financiera vía endeudamiento externo, privilegiará el atesoramiento de dólares, recibiendo el apoyo de sectores medios y altos que tienen al billete verde como el principal canal de acumulación financiera. Es una elección que no está motivada en la especulación de corto plazo, sino que la compra de dólares actúa como refugio. En la investigación del Cefid-Ar “Una mirada crítica al paradigma teórico del MULC (Mercado Unico Libre de Cambio)”, Estanislao Malic menciona que es notable observar el rendimiento de diferentes activos a lo largo de las últimas dos décadas, período que incluye la salida de la hiperinflación, la convertibilidad, y el inicio de bajos niveles de tasa de interés. El resultado de esa observación es que la inversión en plazo fijo a 30 días durante dos décadas se ubica en los mismos niveles de rendimiento que el índice de acciones líderes Merval, y supera levemente al dólar. Malic explica que “durante largos períodos el dólar no es la mejor inversión. Para que realmente sirva como tal hay que comprarlo en el momento previo a la devaluación, o esperar plazos inciertos. Pero en caso de acertar en el momento de la compra, la ganancia es excepcional. Todos los compradores de dólares estarían jugando esta ruleta”.
Malic señala que “parecería difícil concebir un funcionamiento aceitado de la economía argentina mientras exista libre acceso a la liquidez en dólares”, y que, si bien es materia de discusión la influencia de la brecha cambiaria en la economía, “el único camino para contener la demanda a corto y mediano plazo sería a través de los controles cuantitativos o la división del mercado de divisas, definiendo una paridad más alta para el caso financiero, limitando así la capacidad de compra de los agentes locales”.
Los controles cambiarios –y el dólar financiero denominado “ahorro”– son bastante más flexibles que los que alarman cuestionando el régimen publicitado como cepo, según se desprende del movimiento de divisas: en 2014, el volumen operado en todo concepto en el mercado de cambios totalizó 325.652 millones de dólares (1346 millones en promedio diario), monto informado en el balance cambiario del BCRA. En el sensible rubro dólar ahorro, según las notificaciones de la AFIP, en 2014 la suma alcanzó los 2967 millones, y en lo que va del año (hasta el viernes), unos 1150 millones.
Quienes atesoran billetes verdes desde fines de enero del año pasado (4117 millones) han estando ganando posiciones en esa pelea por los dólares.
Página/12 - 7 de marzo de 2015