La sinuosa herencia política en Argentina
Ninguna Constitución americana permite la reelección indefinida. Argentina tiene cinco de las 24 provincias con ese régimen. El debate va más allá de una candidatura: la historia argentina lo demuestra. Roca, Yrigoyen, Perón y Menem. La tentación reeleccionista.
Es sin duda un sistema político "sin retirada" aquel donde un gobierno pretende sucederse a sí mismo indefinidamente. La definición la impusieron los politólogos europeos, pero la tentación reeleccionista viene del fondo de la historia. La tensión, también: porque el poder tiende a perpetuarse y a enfrentar la resistencia— como ocurrió en Misiones— a esa perpetuación. La tentación fue permanente: lo mostró la moral revolucionaria de Mayo, que quedó expresada en el Decreto sobre supresión de honores al Presidente de la Junta y otros funcionarios públicos, el 6 de diciembre de 1810 y del "ni ebrio ni dormido" que estampó Moreno al fundamentarlo.
En 1811, Manuel Belgrano, al mando del Ejército del Alto Perú, estaba tan preocupado por los manejos del poder luego de la muerte de Moreno que tradujo un discurso de George Washington, el padre de la independencia norteamericana, en el que se negaba a aceptar el cargo a presidir la república por tercera vez.
Belgrano tenía razón. Porque tuvieron que pasar la guerra de la Independencia, la anarquía, la guerra civil, los alzamientos provinciales y el reino del caudillaje hasta que Juan Bautista Alberdi plasmara en la Constitución de 1853 la interdicción republicana máxima en un régimen presidencialista: evitar que derivara en una dictadura limitando la reelección no sólo indefinida sino sucesiva. Sólo permitía la reelección alternada por seis años, salteando un turno presidencial.
El constitucionalista Daniel Sabsay atribuye esa decisión de los fundadores de la nación de combatir las marcas coloniales en el sistema político. "La actitud reeleccionista es la resultante de una cultura de tipo caudillista que tiende a la personalización del poder y que existe en gran medida como consecuencia de la influencia de la época colonial que luego se proyectó con mayor o menor vigor en diferentes momentos de nuestra historia institucional. "La primera proyección ocurrió en el siglo XX, y de manera atenuada, con Julio A. Roca. Por supuesto, no se hablaba hacia 1880— con la sangre fresca de la Batalla de Pavón (1861)— de la reforma de la Constitución del 53. Roca gobernó entre 1896-1892, por los seis años constitucionales. Volvió al poder en 1898, reclamado por la elite terrateniente. Gobernó en medio de la primera gran crisis económica del siglo XX y del surgimiento de la Unión Cívica que reflejaba los cambios sociales ocurridos por la inmigración y el desarrollo industrial incipiente.
Roca culminó su mandato en 1904, es cierto, pero los últimos meses de su gestión y los cuatro que sucedieron al final de su presidencia estuvieron tapizados por denuncias de abusos institucionales. Estas denuncias, sumadas a la represión fiera del anarquismo con la ley de residencia, dieron leña al fuego que derivó en la revolución radical de 1905, que catapultó el liderazgo de Alem y de Yrigoyen. El caudillismo no estuvo ajeno a estas fulguraciones radicales.
El "Peludo" repitió el periplo de Roca. Gobernó de 1916-1922 y luego entre 1928 hasta el primer golpe militar de la historia en setiembre de 1930. La maldición del segundo mandato se arrastraría desde Roca. Pero sólo será Juan Perón el primero en tener una reelección consecutiva, y quien primero impondrá la reforma de la Constitución nacional en 1949 para modificar la alternancia y ser reelecto sucesivamente por dos períodos de seis años, entre 1945-1952 y 1952-1955, cuando otro golpe militar sangriento lo derrocara.
Se volvió entonces a la Constitución de 1853. Recién en 1957, se reformó nuevamente bajo la presión de los radicales intransigentes (UCRI)— entre los cuales estaba el futuro presidente Arturo Frondizi— y las buenas gestiones del jefe de los del Pueblo (UCRP), Crisólogo Larralde, introduciendo el artículo 14 bis— derechos del trabajo— pero sin alterar el mandato presidencial.
Perón tuvo en el siglo un sólo émulo en este tema: Carlos Menem, que gobernó entre 1989-1995 y 1995 hasta 1999. También Menem forzó la reforma de la Constitución y encontró a un radicalismo permisivo en el Pacto de Olivos que permitió la reelección sucesiva por cuatro años. No se sabe qué hubiera hecho Perón de no haber sido derrocado en 1955. Sí se sabe lo que quiso hacer Menem: buscar una nueva re-reelección. Debió renunciar a ella en medio de las denuncias por escándalos de corrupción, el comienzo de la debacle económica, el desempleo y la pobreza crecientes. Y la crispación política que siempre impone la violación del régimen republicano en estas tierras.
Es cierto que la elite conservadora no intentó búsquedas reeleccionistas directas. Para el historiador Felipe Pigna, la razón parece clara: "se expresaron a través de los golpes de Estado", o, en el caso del general Agustín P. Justo en 1931-1937, "a través del fraude electoral", o en el caso de los golpe de Estado, como el del general Juan Carlos Onganía (1966-1971) que anunciaba que el gobierno de la llamada Revolución Argentina "no tiene plazos sino objetivos", se ejercía a través de "la exclusión brutal de las mayorías". Pigna asegura que "la tentación reeleccionista estuvo limitada durante buena parte de nuestra historia, con una salvedad: los llamados liberales argentinos se jactan de que sus prohombres no caían en esa tentación, lo cual es cierto, pero también lo es el hecho de que el fraude electoral y la exclusión política de las mayorías, garantizaban sus políticas independientemente de la permanencia en el poder."
¿Esto justificaría, acaso, las pretenciones reeleccionistas? Pigna asegura que no: "Este argumento, generalmente omitido, no justifica el afán personalista ni la tentación reeleccionista que llevó a dos presidentes, Perón y Menem, a impulsar la reforma de la Constitución para seguir en sus cargos con el argumento, discutible, de que debían concluir su obra. Era una confesión de parte de que habían construido un poder demasiado personal y que no confiaban en sus colaboradores para ampliar y continuar ese proyecto. Esta falta de construcción que privilegie proyectos por encima de personas, la ha hecho y le hace mucho mal al país."
Según un estudio del analista Rosendo Fraga, la Argentina tiene sus excepciones: sólo cinco de las veinticuatro provincias— Santa Cruz, La Rioja, San Luis, Catamarca y Formosa— mantienen un sistema político sin retirada. La politóloga Ana María Mustapic concuerda con Sabsay y Pigna en el sentido de que la tentación reeleccionista es crispante por donde se la mire. "Por dos razones: acentúa la desigualdad política. El tema de la reelección se plantea en regímenes políticos— me refiero a las provincias— poco competitivos. Es decir, donde el derecho a elegir y ser elegido no está igualmente distribuido. Se debe tener en cuenta que a partir de la década de 1990 cambiaron las reglas electorales y las constituciones provinciales. Esas reglas en las provincias— hay estudios que lo prueban— se modificaron para favorecer a las mayorías en el poder. Así, la mayoría de turno sancionó reglas que reforzaron sus probabilidades de perpetuarse. Si se suman los resortes que se controlan, los opositores terminan en una clara situación de inferioridad".
Moreno, Belgrano, Alberdi, desde el fondo de la historia, lo supieron siempre: el huevo de la serpiente de todo gobierno es intentar reproducirse ilimitadamente a sí mismo.
Fuente: Clarín