Las casamatas del trabajo: la única respuesta a la crisis de la política
La política, después de haberle sido substancialmente sustraída al proletariado, es objeto de una nueva y sofisticada agresión: precisamente la burguesía, que en Italia está emergiendo de una larga crisis, piensa en una sociedad sin política. Más que a un plan, se parece al acompañamiento de una tendencia a su éxito esperado: la realización de una revolución pasiva, es decir de una modernización sin reforma y sin la modificación del statu quo de las clases dirigentes (...) Esta nueva burguesía italiana persigue de hecho la desaparición de la política y su sustitución por un paradigma fuerte e invasor (la base ideológica del capitalismo totalitario): el paradigma del mercado y de la competencia. Lo que se persigue es la irrelevancia de la elección de partido, o al menos, el dominio, en toda la política que se propone para gobernar al país, de la adhesión a dicho paradigma (...) No es una tendencia solo italiana. Su viento sopla con gran fuerza en Europa. Incluso algunas fuerzas de derecha se están dando cuenta de ello.
La repuesta de Sarkozy no es extraña a la percepción del peligro para cualquier política que se quiera fuerte. Uno de sus consejeros con más audiencia ha escrito: “La derecha que cuenta en Francia es ante todo una derecha gaullista-bonapartista, más que una derecha del dinero o una derecha reaccionaria.” Es evidente la búsqueda de la base para la autonomía de la política frente a la economía. Pero también en Italia, y no por casualidad, cuando los sectores más informados de la derecha intentan alzar la cabeza, cosa bastante rara, sitúan la búsqueda de identidad sobre los valores, incluso a costa de descubrirse tradicionalistas. Sin embargo, incluso en estos casos, dejando su búsqueda suspendida en el cielo, en una especie de contrareforma de las costumbres, mientras que la tierra se deja a los señores del buque que intenta socorrer, tanto por lo que respecta a la producción, como al mercado o al consumo.
Pero lo que precisamente no se ve en Italia es una reflexión crítica sobre la relación entre política y economía en el campo reformista. El Partido democrático parece tener, sobre esta cuestión esencial, el mismo programa que Cándido. Y sin embargo estamos en un punto crucial y dramático, para la política y para la izquierda. Cuando se considera la situación de esta forma, y no veo que pueda evitarse hacerlo así, es cuando empieza a entreverse también el fondo de la cuestión (..)
Lo que ha sucedido es impresionante: una verdadera inversión de la relación entre trabajo y sociedad con respecto al ciclo precedente, el de la ascensión del proletariado. En éste, el trabajo había sido central, fue el fundamento del conflicto de clase que caracterizó a la política en Europa. Incluso el pensamiento liberal le ha reconocido su carácter progresista. Toda una literatura sociológica ha estudiado el conflicto como un acicate a la innovación del proceso productivo y de las relaciones sociales, así como de estímulo de la economía.
En concreto, dicho conflicto ha sido la comadrona del compromiso social y democrático, ha marcado a las instituciones, al derecho y la política. Después de haber influido sobre el proceso constitucional democrático (basta pensar en los artículos 1 a 3 de la Constitución italiana), ha influenciado, en sus puntos principales, a la legislación ( piénsese, en Italia, en el Estatuto de los derechos de los trabajadores, y en la legislación social en general). Si se compara con este ciclo, el de la ascensión, no se puede por menos que llegar a la conclusión a la cual hemos llegado, o sea, que la relación entre el trabajo, la empresa y la sociedad ha sido invertida. El trabajo se ha convertido en la variable dependiente del sistema económico. La tendencia a reducirlo a una sola dimensión, la de mercancía, y ha subsumirlo totalmente dentro de la acumulación; es la base material (pero también el fundamento cultural) de la construcción de un capitalismo totalitario que se propone la colonización de la mente y del cuerpo así como de cualquier aspecto de la vida. Es esto lo que se asume y también lo que se niega, la socialización del trabajo, la cultura y la experiencia vital. La máquina trabaja en profundidad para reducir la civilización a lo que queda de compatible con la globalización capitalista, para diluir la historia y el tiempo en el instante, para canalizar la vida entera en el circuito producción-consumo, del que el mercado se convierte en soberano.
Ciertamente la crisis económica no ha sido suprimida del capitalismo totalitario, pero éste ya no la necesita para poder regular el conflicto. Si todavía, en el ciclo precedente, deflación e inflación se usaban, si bien de forma diferente, para reconstruir el cuadro de la compatibilidad, hoy en día, ya sea en la crisis o en el crecimiento competitivo, los factores sociales tienden a ser privados de cualquier tipo de autonomía. La denuncia del viejo minero que sobrevivió a Marcinelle (“mis compañeros no han muerto por un accidente técnico, sino porque el carbón valía más que la vida de los mineros”) se convierte en orgánica y se esconde en el sistema: nada puede poner en entredicho la “ley” superior de la competitividad de las mercancías. Es el gran retorno de la ley mercantil, a nivel superior, y del “mercado” de trabajo, a nivel inferior. Las muertes por accidente laboral se convierten en un accidente y el retorno a formas de esclavitud ya no está excluido.
Pero el resultado más general de la condición moderna del trabajo es la precariedad. El resultado de la gran contrareforma. Una fuerte opacidad, una oscuridad profunda envuelve al trabajo; las trabajadoras y los trabajadores se vuelven socialmente y culturalmente invisibles, a la vez como consecuencia y a causa de la irrelevancia a que debe ser condenado el conflicto de trabajo. (...)
El trabajo en la sociedad capitalista es siempre, al mismo tiempo y de forma contradictoria, lugar de explotación y de alineación (y, por lo tanto, de fatiga y de malestar) y lugar de construcción de identidad, de formación de conciencia colectiva y terreno de lucha para la emancipación y la liberación. Cuando se reducen los segundos, los primeros se vuelven preponderantes. El sufrimiento y el malestar han pasado a ser, de este modo, la principal característica del trabajo. Han pasado a serlo tanto por la difusión de la precariedad como por el empeoramiento de las prestaciones laborales. Al principio excedente, después objeto de usura. El lenguaje con el que se define a los trabajadores traiciona la expoliación, incluso de humanidad, a la que están sujetos, su reducción a presencias pasivas, inertes, excepto por la contribución requerida en el proceso de trabajo. Los muertos en el trabajo son la consecuencia extrema de este proceso. Una intolerable cadena de homicidios blancos, a los que se añaden los muchos, con frecuencia ni siquiera reconocidos, muertos por enfermedad contraída en el trabajo. Y actualmente aparece otro fenómeno preocupante precisamente en los puntos más elevados e innovadores alcanzados por la reorganización del trabajo: el suicido de trabajadores en la fábrica.
El fenómeno se ha conocido y se ha extendido en los últimos diez años En Japón incluso se ha definido, se le ha dado un nombre: “karoshi”. Ultimamente, ha impresionado la serie de suicidios en la Renault de Guyancourt, un centro de investigación y desarrollo de nuevos modelos que comprende 9.000 ingenieros y técnicos, de los cuales el 46% son cuadros dirigentes. Se ha escrito que hay que buscar sus orígenes en la división del trabajo llevada al extremo, en la responsabilidad extremadamente individualizada, en la falta de elementos de sociabilidad en los lugares de trabajo. Una encuesta entre los trabajadores de la Peugeot de Mulhouse, realizada después de los cinco suicidios ocurridos en pocos meses en la fábrica alsaciana del grupo Psa, concentra la identificación de las causas en la intensificación del trabajo, en el aislamiento, en las represiones y en el ambiente de la fábrica.
En general aumentan las patologías ligadas al trabajo, especialmente las condiciones de estrés. Aunque el sufrimiento en el trabajo no es ciertamente una novedad, sí lo es su agravamiento, relacionado no solo con la organización del trabajo y las características de su realización sino también con la soledad producida por la destrucción actual de los sistemas de solidaridad que actuaban como contrapeso de las dificultades y de las injusticias laborales.
Actualmente los vínculos sociales en el trabajo, con frecuencia se han disuelto ya que la organización informal de la relación entre trabajadores y la convivialidad han sido consideradas como un coste que hay que eliminar (con lo que la comunidad laboral ha sido dividida y desestructurada) y nadie puede contar con los demás. Incluso la informatización se ha utilizado para hacer de la individualización de las actuaciones un sistema de organización de la producción, destruyendo relaciones sociales que hasta ahora habían resistido constituyendo un humus de sociedad civil en los lugares de producción. El trabajo ha pasado a ser predominantemente malestar (...)
El análisis de un proceso de valorización del capital (que pasa por una creciente subsunción en él del trabajo y por una expoliación de la subjetividad que, en base al mismo, se había construido a través de las luchas y de la producción de una cultura autónoma en el ciclo precedente) revela la razón última de la doble crisis que ha invadido a la política (especialmente la política de la izquierda) y a la democracia. Por otra parte, en esta postguerra europea, la política y la democracia habían constituido precisamente la aportación singular del ingreso de las masas trabajadoras en la escena pública. Lo que se pone de manifiesto investigando la inversión producida en la relación entre trabajo y sociedad es precisamente la raíz de la crisis de la modernidad. En consecuencia se puede considerar que el renacimiento de la política está ligado indisolublemente a la reconstrucción del aspecto político de la cuestión laboral. Retomar este cabo de la madeja, si bien sin ninguna intención totalitaria, es la única posibilidad de dar vida a un trabajo político para resquebrajar el carácter, éste sí totalitario, del capitalismo de la globalización (...)
Como habría dicho Claudio Napoleoni, es a partir del “residuo”, de lo que queda, en el trabajo y en la vida, fuera de la subsunción dentro del proceso de valorización del capital, que se reabre la política. Pero ¿existe todavía este residuo? Existe siempre, por potente que sea la propensión del capital a anexionárselo todo y por recurrente que sea, en distintas fases, su más grande ambición. Hay siempre en la humanidad y, en el caso en cuestión, en el trabajo vivo, un algo que queda fuera. Todavía hoy puede confirmarse experimentalmente a través de la investigación, especialmente con el tipo original de investigación que considera protagonistas, con los investigadores, a las trabajadoras y los trabajadores, la investigación participativa. Hay que partir, sin embargo, de una hipótesis interpretativa, no simplemente descriptiva.
La fase descriptiva ha sido una fase útil para la acumulación de conocimientos, después de la derrota y durante la descomposición del tejido conector de la historia de la clase. El análisis diferenciado ha justificado, e incluso hecho necesaria, la aproximación dirigida a investigar “los trabajos”. Pero hoy, en el punto maduro de la gran reestructuración, ha vuelto el tiempo “del trabajo”, es decir, de una interpretación unitaria del trabajo asalariado en este ciclo capitalista, el de la globalización y financiarización de la economía y el de la reorganización interna en la dirección de lo que los apologistas llaman la economía del conocimiento.
Las categorías marxistas de la explotación y de la alienación se hacen, si cabe, aún más imprescindibles.
La idea de Marx, que basa la sociedad en la valorización de la riqueza abstracta por parte de un capital que tiende a asimilar y organizar, según sus leyes internas, todo el campo de la producción y reproducción social, presuponiendo una capacidad de acumulación tendencialmente infinita, no ha sido nunca tan pertinente. Pero es la investigación concreta la que verifica en la realidad la abstracción determinada y puede identificar más activamente las formas específicas que adquieren actualmente la explotación y la alienación. Dicha investigación puede situar estratégicamente la precarización del trabajo y de la vida de las personas en el nuevo ciclo capitalista y sacar a la luz las razones de una posible crítica de conjunto que, a partir de las consecuencias sociales, reconstruya el hilo que conduce a la crítica de sus causas estructurales y culturales, el modo de producción capitalista.
Con ella se pueden desvelar las razones concretas, los determinantes específicos, incluso en la organización del trabajo, y no solamente en la organización de la economía, que hacen que a la máxima socialización del trabajo conocida hasta ahora, corresponde el máximo de su negación y de la negación de su reconocimiento en términos de una mayor profesionalidad y de retribución de las prestaciones del trabajo. Puede revelar las razones que hacen que mientras que la innovación técnica penetra extensivamente en el tejido productivo y laboral con una intensidad, una extensión y una velocidad sin precedentes, la organización del trabajo y la estructura de la empresa (formas de propiedad, modalidades de gestión, formas de control, participación de los ejecutivos en los procesos de toma de decisiones) se excluyen de cualquier hipótesis de reforma y son vetadas tanto de la esfera legislativa como contractual (...)
Pero ¿es posible recomenzar a partir del trabajo? Para ir al centro de la cuestión hay que evitar malentendidos. Una respuesta afirmativa a la pregunta, tal como creo necesario aportar, en realidad no prevé que a la vocación totalizadora del nuevo capitalismo se oponga un carácter exhaustivo y tendencialmente totalizador del conflicto de trabajo. Por el contrario, precisamente éste carácter requiere una nueva alianza para la construcción de la subjetividad crítico alternativa. La cultura del género, el ecologismo, el pacifismo (la no violencia) no son instancias críticas complementarias, al contrario, nacen y se redefinen como demandas de reconocimiento de necesidades negadas y son, a su vez, constitutivas del proceso de construcción de la subjetividad crítica de la transformación. El problema, sin embargo, no plantea de ningún modo una cuestión sectorial ya que, por el contrario, reúne la condición necesaria para poder hablar de una opción anticapitalista y, en política, de una izquierda alternativa, de una izquierda que en el siglo XXI sepa plantear el tema de la alternativa de sociedad, del socialismo.
*Fausto Bertinotti es el principal dirigente de Rinfondazione Comunista y es presidente de la Cámara de diputados de la República italiana. Es el director de la revista Alternative per il socialismo, de cuyo número 3 (noviembre 2007) está extractado el texto aquí publicado.
Fuente: Sin Permiso - 25.11.2007