Las crisis recientes de la periferia
Seis características
Las cinco grandes crisis que se registraron desde mitad de los '90 tuvieron como epicentro los "mercados emergentes", es decir las regiones periféricas más conectadas con el flujo internacional del capital. La conmoción comenzó en México en 1994, prosiguió en el Sudeste asiático en 1997, se extendió a Rusia al año siguiente, afectó al Brasil posteriormente y se localizó últimamente en la Argentina y Turquía. Estos colapsos presentaron seis características comunes.
En primer lugar, el contagio fue muy acelerado. La debacle mexicana puso en jaque el sistema bancario argentino, el shock asiático frenó la reactivación latinoamericana, la turbulencia rusa se trasladó al Brasil y el desmoronamiento de Turquía incidió sobre la Argentina. Estas vertiginosas repercusiones obedecieron al pánico de los inversores externos, que al percibir la proximidad de la crisis abandonaron indiscriminadamente los mercados periféricos buscando refugio en los países desarrollados.
En segundo lugar, las crisis culminaron en devaluaciones descontroladas (México, el Brasil, Corea, Tailandia, Turquía) o en su forzada contención con medidas hiperrecesivas (la Argentina). Estas conmociones deterioraron las formas intermedias de regulación del tipo de cambio y sólo dejaron en pie la flotación libre o el anclaje total a una divisa fuerte. Mientras que en 1991 el 62% de los países integrados al FMI mantenía políticas cambiarias mixtas, en 1999 apenas el 34% preservaba estas orientaciones1.
Pero, además, como lo demuestra el caso del Ecuador, un extremo no excluye al otro y una mega-devaluación puede derivar en dolarización. Ambas opciones implican la renuncia total a la soberanía monetaria. México, Corea o el Brasil devaluaron para frenar la fuga de capital y no -como Estados Unidos o el Japón- para apuntalar una estrategia exportadora. La revaluación de la moneda argentina pretende asegurar el pago de la deuda externa y no sostener -como Alemania- la creación de una moneda mundial.
En tercer lugar, las crisis recientes incluyeron grandes quiebras bancarias que desembocaron en rescates estatales de las entidades. Estos salvatajes fueron más onerosos que sus equivalentes en las naciones avanzadas, ya que insumieron el 15% del PIB mexicano en 1995 y el 25% del PIB de Turquía el año pasado2. Como estos auxilios no beneficiaron a los países afectados sino a los acreedores, una vez superada la emergencia los auditores del FMI se encargaron de pasarle la cuenta a los trabajadores. Los 50.000 millones de dólares que la "comunidad internacional le otorgó" a México durante 1995 o los 100.000 millones que le asignó a Corea fueron costeados por la población de estos países.
El descalabro fiscal es la cuarta característica de las crisis que soportaron países subdesarrollados, cuyos niveles de deuda pública son semejantes a las naciones avanzadas. Ese pasivo promedia en Rusia o el Ecuador el 115-120% del PIB, es decir un porcentaje no muy diferente al 110-130% del Japón, Italia o Estados Unidos. También Canadá (90%) supera al Brasil (70%), Turquía (59%), la Argentina (50%), el Perú (43%) o México (22%)3. Pero el grueso de la deuda de la periferia no está nominada en moneda local, depende de su refinanciación externa y carga con el costo creciente de los intereses. El pasivo externo del tercer mundo saltó de 1,4 a 2,4 billones de dólares entre 1990 y 1998 y a pesar de su total reembolso se multiplicó por cuatro desde 1982.
Semejante asfixia condujo, en quinto lugar, a la virtual desaparición de las políticas económicas anticíclicas definidas localmente. A diferencia de Estados Unidos, Europa o el Japón, los países periféricos no enfrentaron las situaciones recesivas con medidas monetarias o fiscales reactivantes. Por lo contrario, debieron asegurar la continuidad del crédito externo mediante recortes del gasto público, aumentos de impuestos indirectos y subas de tasas de interés.
El sexto rasgo de los colapsos recientes fue la convergencia de los desequilibrios cambiarios, bancarios y fiscales en una crisis general. Como en todos los casos el desplome de la moneda provocó quiebras financieras que a su vez pulverizaron las finanzas públicas, resultó imposible aislar un trastorno del otro. Los desmoronamientos fueron acumulativos e incontrolables4.
Dependencia comercial y desarticulación industrial
Las crisis periféricas fueron precedidas en diversos países subdesarrollados por caídas de los precios de sus materias primas exportables, especialmente agrícolas. Frecuentemente esta pérdida de ingresos fue el origen de los desequilibrios financieros.
Pero también la oscilación de un recurso estratégico como es el petróleo golpeó la periferia. La cotización del crudo cayó durante la segunda mitad de los '90 a 10 dólares el barril para trepar a 35 dólares a mediados de 2000, porque las inversiones se redujeron augurando una caída de la demanda que finalmente no se concretó. Pero mientras la reconversión energética atemperó el efecto de estas fluctuaciones en los países centrales, la periferia importadora soportó el encarecimiento del crudo y la periferia exportadora debió canalizar los ingresos adicionales al pago de la deuda externa (México, Venezuela) o a la recuperación de guerras devastadoras (Irak, Irán)5.
Desequilibrios semejantes afectan las economías altamente dependientes de las ventas de insumos industriales, cuando la caída del nivel de actividad en las metrópolis retrae la demanda de estos bienes. La difícil situación que actualmente atraviesan los proveedores asiáticos de commodities tecnológicas es un nítido ejemplo de este problema.
En general, todos los cambios registrados en la división internacional del trabajo durante la última década acentuaron la especialización de la periferia en exportaciones agrícolas, minerales o industriales básicas. Por ejemplo, Rusia está más atada a sus ventas de petróleo y gas, y las exportaciones de Malasia están más sujetas a la demanda informática. Además, la liberalización del comercio impulsada por la OMC forzó una apertura importadora en las naciones periféricas, que no tiene contrapartida en mayores facilidades para las exportaciones al centro. Esta asimetría redujo la capacidad negociadora de las naciones subdesarrolladas.
Este ahogo comercial agravó, por otra parte, todas las deformaciones de la industria periférica, porque la especialización productiva en insumos exportables deterioró la estructura de la fabricación integrada destinada al mercado interno. El modelo de la "maquila" mexicana tiende a convertirse en el patrón general de inversión de las corporaciones, que fracturan el proceso productivo para lucrar con la baratura de la mano de obra de los países dependientes.
Esta desarticulación industrial explica por qué es tan diferente la integración regional en los dos polos de la economía mundial. Las corporaciones del viejo continente centralizan su actividad en torno de la Unión Europea para disputar la hegemonía mundial, utilizan el Mercosur sólo como punto de apoyo en esta batalla. Estados Unidos directamente apuesta a liquidar esta asociación latinoamericana, para subordinar a sus necesidades toda la actividad productiva regional a través del ALCA. Esta misma adaptación de las economías subdesarrolladas a los proyectos de liderazgo mundial tiende a consumarse en el Sudeste asiático por medio del ASEAN.
Dos procesos adicionales acentuaron dramáticamente la brecha industrial entre las economías avanzadas y atrasadas: la revolución tecnológica y la polarización del trabajo en segmentos calificados y degradados. En el primer caso se consolidó una "fractura digital" entre las regiones que usufructúan de los beneficios generados por el uso productivo de las innovaciones microelectrónicas y los países que afrontan el costo de mayores importaciones de productos informáticos. Esta asimetría refuerza la concentración de actividades taylorizadas en la periferia y "cerebro-intensivas" en el centro.
El aumento de la desigualdad entre los países ha reforzado el encadenamiento del ciclo productivo de la periferia al nivel de actividad de las metrópolis y por eso, las exportaciones e ingresos de capital gravitan más que los mercados internos en la marcha de sus economías. Como la vulnerabilidad es mayor y la acumulación tiene menor autosustento, los países periféricos han perdido capacidad de reacción frente a las crisis.
El desmembramiento de América latina
En América latina se localizan los principales focos de las crisis periféricas. La tasa de crecimiento languideció en los '90 luego de una traumática "década perdida", mientras la pobreza absoluta se extendió al 36% de la población y la tasa de desempleo superó todos los records anteriores6. El eje de la crisis se localiza en las tres principales economías de la región.
En México, la debacle de 1994 coronó el déficit comercial generado por la apertura importadora financiada con flujos de capital. El estallido cambiario del tequila provocó el derrumbe del 15 % del PIB industrial, la acentuada extranjerización de la propiedad y la creciente dependencia del nivel de actividad de las exportaciones hacia Estados Unidos.
En el Brasil, la crisis de 1998 estalló con la devaluación del real que siguió al espectacular aumento del déficit fiscal. Pero esta desvalorización acentuó aún más el desequilibrio fiscal, creando una situación de sistemática depreciación de la moneda brasileña frente a cada turbulencia internacional.
En la Argentina, la vigencia de un régimen monetario de convertibilidad transformó la presión devaluatoria de cada crisis en un proceso deflacionario. La regresión sostenida del PIB ha generando un desmoronamiento sin precedentes de la inversión, el consumo y el ingreso7. La depresión estructural de los últimos tres años desplomó la recaudación impositiva y empujó al país a un virtual default de su deuda externa. Como la Argentina posee el 25% de los títulos de los países "emergentes" (junto al Brasil suman el 40%), este incumplimiento amenaza con precipitar otra oleada de crisis periféricas.
Las turbulencias de América latina retrajeron la afluencia de capital externo, tornando más difícil la refinanciación de la deuda externa. El monto de este pasivo saltó de 435.000 millones de dólares en 1990 a 750.000 millones en 2000, demostrando la total inutilidad de las privatizaciones como mecanismo de reducción del pasivo. Algunas estimaciones evalúan que toda la recaudación obtenida con estas ventas equivale apenas a un año de pago de intereses8. Pero el efecto general de las privatizaciones ha sido aún más negativo, porque la transferencia de empresas estratégicas al capital extranjero incrementó la salida de divisas (remisión de utilidades) y deterioró la competitividad (encarecimiento de los servicios). En el caso de los bancos mexicanos este despilfarro se multiplicó por una secuencia de privatizaciones, reestatizaciones y nuevas privatizaciones, cuyo costo se estima en 100.000 millones de dólares.
América latina perdió posiciones en el mercado mundial. El viejo modelo de exportaciones primarias e importaciones manufactureras se ha reactualizado a una escala de bienes más elaborados, pero manteniendo el deterioro de los términos de intercambio. El impacto de esta regresión es tremendo en los países más pobres como el Ecuador, que luego de soportar la quiebra general del sistema bancario y un pico hiperinflacionario que empujó al 60% de la población a la pobreza absoluta, han quedado a merced de los acreedores. En esta nación se canaliza actualmente el 45% del presupuesto al pago de la deuda frente a un insignificante 3% destinado a la salud pública.
Un importante sector de las clases dominantes de la región participa del festín de las privatizaciones, es acreedora de la deuda y lucra con la flexibilización laboral. Pero el principal ganador de esta crisis ha sido el imperialismo estadounidense, que usufructuó de una enorme transferencia de ingresos a su favor. Los bancos de EUA afectados por la crisis del 82 se recompusieron con los pagos de la deuda externa, las "maquilas" mejoraron las ganancias de las corporaciones y la apertura importadora afianzó la penetración comercial estadounidense9.
Sobreproducción en el Sudeste asiático
La crisis del Sudeste asiático fue más inesperada que las debacles latinoamericanas. Mientras que un estallido cambiario en México y el Brasil siempre figuró en los cálculos de los banqueros, el desplome de la moneda coreana no estaba previsto. Por eso este derrumbe transformó el clima de triunfalismo capitalista en la actual sensación de generalizada incertidumbre.
La crisis comenzó con la corrida contra el bath tailandés y se extendió al conjunto de la región a fines del '97. La gran afluencia de capitales atraídos por el crecimiento industrial y la valorización de activos regionales terminó generando sobreinversión y consiguientes fugas de capital, cuando el beneficio real no se correspondió con el esperado. En Corea el ajuste fue severo, pero en Indonesia sobrevino una catástrofe porque la devaluación del 70 % provocó la quiebra de 17 bancos.
El impacto social de esta conmoción ha sido terrible en la periferia media e inferior de la región (Malasia, Tailandia, Indonesia). Especialmente en este último país la caída del 50% de los ingresos de la población agravó la pobreza absoluta de 55 millones de personas y expandió el desempleo del 5% (1996) al 20% (1999). En la periferia superior (Corea, Taiwán) se multiplicaron los despidos y la desregulación laboral. La empresa de contratos flexibles Manpower, por ejemplo, ya gestiona el trabajo corriente de 2,6 millones de obreros en la zona10.
La crisis estuvo precedida por una oleada de devaluaciones competitivas que es muy característica de los modelos exportadores sustentados sobre la baratura salarial. En estos esquemas los concurrentes se disputan el mismo mercado y deben recurrir a la devaluación cuando la reducción del costo de la mano de obra alcanza un límite. En estas situaciones es tautológico afirmar que la presión desvalorizante de las monedas proviene de su "excesiva apreciación previa". La sobrevaluación monetaria constituye aquí un síntoma de sobreproducción y las crisis cambiarias expresan la intención de preservar las posiciones exportadoras en mercados saturados.
Estos descalabros confirman que el "modelo de Corea" no es generalizable ni siquiera al grueso del sudeste asiático, porque en el mercado no hay lugar para todos. Cuando el mismo tipo de productos se fabrica en Indonesia, Tailandia y Malasia, el crack tiende a estallar en las economías con menor capacidad de financiamiento de sus desequilibrios comerciales.
Pero si la competencia por "inversiones mano de obra intensiva" entre los países del Sudeste asiático explica la irradiación de la crisis desde Tailandia, los trastornos específicos de Corea obedecen a la barrera que enfrenta una economía periférica cuando debe rivalizar con las potencias dominantes. Esta dificultad es una paradójica consecuencia del éxito económico, porque al prosperar por encima de la media de los subdesarrollados el país aventajado es empujado a una escala de concurrencia que no puede sostener. Cuando en 1990 Corea comenzó a desregular su economía para ingresar a la OCDE se lanzó a una batalla perdida de antemano, porque ningún "chaebol" puede enfrentar a los gigantes de Estados Unidos, Europa o el Japón. La primera evidencia de este fracaso fue la quiebra del segundo productor de acero coreano (Hanbo Iron and Stell) y la mayor prueba de esta derrota ha sido el desplome de la automotriz Daewoo. Su aventurado intento de convertirse en una corporación internacional construyendo plantas en Polonia, Ucrania, Rumania, India y Vietnam no pudo pasar la prueba de la competencia con las grandes corporaciones.
Estos fracasos confirman que Corea acortó, pero no eliminó, el retraso histórico de la industrialización periférica, como lo demuestra el limitado avance de la productividad que acompañó el salto registrado en la producción. Esta limitación ha sido invisible tanto para los neoliberales que elogian el aprovechamiento de las ventajas comparativas comerciales, como para los institucionalistas que ponderan el intervencionismo estatal. Ambas vertientes desconocen que el carácter dependiente de la economía coreana se mantiene, a pesar del acelerado crecimiento y tiende a reforzarse con el ajuste fondomonetarista en curso. La reducción de gastos públicos, la apertura importadora y la remodelación de los "chaebols" apunta a forzar la extranjerización de los sectores estratégicos de las finanzas y las telecomunicaciones11.
La nueva periferia rusa
Aunque la economía rusa tiene un grado de apertura bajo, ya experimenta las típicas crisis de las economías dependientes. Su creciente nivel de exposición frente a las tormentas financieras internacionales se verificó en 1998, cuando el fondo de inversión LCTM apostó a que el rublo resistiría el desplome de todos los indicadores productivos y financieros. Cuando sobrevino la devaluación, el LCTM quebró y el rescate del tesoro de EUA no pudo evitar la irradiación mundial de este descalabro.
Rusia se ha incorporado al pelotón de naciones protagónicas de las crisis recientes porque la elite gobernante de burócratas-empresarios saquea los recursos del país y los transfiere sistemáticamente al exterior en operaciones especulativas. Estos estallidos acentúan la vulnerabilidad del sistema financiero, cambiario e impositivo ruso construido improvisadamente por el grupo dominante para asegurar la reimplantación irreversible del capitalismo en la ex Unión Soviética. En una economía desmonetizada y en gran medida dependiente del trueque (50-70% de total de las transacciones en 1998), los bancos no cumplen ninguna función redistributiva del crédito. Las entidades se dedican primordialmente al reciclaje usurario de la deuda pública y al manejo de los títulos creados por la nueva burguesía para apropiarse de las empresas públicas12.
La inestabilidad de semejante circuito bancario se acentúa con cada oleada de inflación, desvalorización monetaria y desplome fiscal. Además, como el 50% de la economía opera en negro, la capacidad recaudatoria del estado es muy baja y declina con la extendida criminalización, que ha convertido el cobro de impuestos en una actividad riesgosa.
La dependencia de las exportaciones primarias de petróleo y gas confirma el nuevo perfil periférico de la economía rusa. El precio y el volumen extraido de estos recursos determina el nivel de cumplimiento de la deuda y la propia marcha del ciclo, que se desplomó en 1998-1999 y tuvo cierta recuperación durante 2000.
Pero a diferencia de cualquier país dependiente, Rusia no careció de una industria autónoma capaz de sostener la dinámica interna de la economía. Tenía una base industrial anticuada, pero más eficiente que los desarticulados sistemas de las naciones periféricas. Este cimiento fue destruido en pocos años, a través de un suicidio productivo que es la causa principal del desastre económico actual. El nuevo capitalismo ruso no aporta inversiones y se nutre de la capacidad productiva creada durante el régimen precedente. La reposición del capital industrial es nula y las inversiones extranjeras brillan por su ausencia (50 dólares por habitante en promedio entre 1992 y 1996). Cuando en 1992 comenzó la reintroducción del capitalismo en gran escala, el PIB se desplomó un 26% y esta caída alcanzó el 46% entre 1991y 1996. No existe ningún otro ejemplo de autodevastación tan extendido en la historia contemporánea. Semejante destrucción de fuerzas productivas no tiene parangón en los países centrales y supera todo lo ocurrido en la periferia.
Pero lo más aterrador es el genocidio social. Los salarios reales alcanzaron en 1998 sólo el 49% del nivel prevaleciente en 1991, la pobreza absoluta afecta al 24% de los habitantes y la diferencia en la distribución del ingreso entre el decil más alto y el más bajo de la población pasó de 4 veces en 1990 a 23 veces en 1993. En menos de una década se produjo una inédita caída de la expectativa de vida de 64 a 57 años, en un marco de incontenible expansión del alcoholismo y drogadicción. Además, el 40% de las embarazadas son anémicas y sólo el 12% de los escolares están clínicamente sanos.
La crisis rusa tiene dimensiones de catástrofe porque combina una inserción periférica con la típica depredación de la acumulación primitiva. La formación de un mercado laboral se apoya sobre la destrucción de las redes de protección social y la readaptación del viejo mercado negro. Al combinar la subproducción heredada del régimen anterior con la sobreproducción propia del capitalismo, la economía ha sido empujada al peor de los mundos posibles.
La tragedia de África
Las crisis recientes golpean violentamente los países pobres de la periferia inferior de África, Asia y América latina, que al carecer de "mercados emergentes" ejercen poca atracción sobre los flujos internacionales de capital. Pero aunque no reciben grandes inversiones extranjeras, estas naciones sufren los colapsos financieros, porque están integradas a la dinámica del capitalismo. No conforman un mundo aparte, ni están "excluidas de la globalización", sino que soportan las consecuencias de la inserción dependiente sin participar del desarrollo económico.
La crisis se transmite a estos países a través del desplome de los precios de las materias primas. Este derrumbe golpeó particularmente en la última década los productos más afectados por la competencia ruinosa de las plantaciones modernizadas de Asia y América latina (café, cacao, algodón, té, azúcar, tabaco). La arcaica dependencia del ciclo agrícola de las condiciones climáticas y las guerras étnicas desataron hambrunas colectivas en el continente negro, especialmente en África Subsahariana (Sudáfrica y el norte del continente excluidos). Esta región alberga al 10% de la población mundial, pero con un PIB per capita de 460 dólares sólo participa actualmente del 3% del comercio y del 1% de la producción internacional13.
Como en los países más pobres ya no queda nada por cobrar, el pago de la deuda externa se ha vuelto impracticable y por eso periódicamente la OCDE anuncia alguna condonación. Pero el último "perdón" sólo alcanzó a 22 de las 41 naciones más pauperizadas y excluyó las acreencias privadas. La irrisoria cifra de este "beneficio" y las draconianas condiciones para obtenerlos incluso empujaron a dos naciones (Ghana y Laos) a renunciar a su utilización14.
La dimensión de la tragedia social que soportan los países más atrasados es conmocionante. En África subsahariana, la pobreza absoluta afecta al 50% de la población y en el conjunto del continente el ingreso per cápita en 2001 es inferior al vigente en 1971. Cómo esta situación se extiende a las naciones más pobres de Asia y América latina, se estima que en la actualidad existen 1200 millones de personas que viven con menos de 1 dólar por día y otros 1800 millones subsisten con dos dólares, lo que ocasiona 40 millones de muertes al año por hambre15.
Frente a la tragedia en curso en el continente negro han reaparecido viejas teorías climáticas, culturales, raciales y demográficas "afro-pesimistas", para explicar el actual desastre. Pero el misterio no es tan irresoluble. Las guerras, la criminalización de los estados y la dislocación de las comunidades campesinas están directamente conectadas con el robo descarado de algún recurso (especialmente mineral) por parte de las grandes corporaciones norteamericanas y europeas. África padece una nueva escalada del saqueo colonialista que ha devastado la región desde el siglo XVI. El látigo de la dominación imperialista continúa frustrando su desenvolvimiento.
Dualización y fractura
Las cinco conmociones financieras de los últimos diez años profundizaron la crisis de la periferia que inició el crac de la deuda latinoamericana en 1982. Pero esta segunda oleada de estallidos fue más extendida, ya que afectó a todos los países subdesarrollados. Si la primera insolvencia fue precipitada por el aumento de las tasas de interés, esta nueva crisis fue un producto del avance de la mundialización. La creciente gravitación de las empresas transnacionales, la expansión de las inversiones extranjeras y la interconexión global de los mercados acentuó la vulnerabilidad de las naciones dependientes. Por un lado, el avance de la internacionalización productiva reforzó la segmentación regional de los procesos de fabricación y por otra parte, la liberalización financiera multiplicó las transferencias de recursos hacia los centros. El resultado de este proceso fue un apabullante aumento de la brecha de ingresos entre el centro y la periferia (de 30 a 60 veces en las últimas tres décadas) y la concentración del 86% del consumo total en el 20% de la población mundial.
Esta polarización explica la gravedad de las crisis periféricas recientes en comparación con las padecidas en los países centrales. Ninguna economía desarrollada sufrió en la última década un colapso equiparable al de la Argentina o Rusia, ni una reestructuración fabril comparable a Corea, ni tampoco un zig-zag del ciclo económico semejante a México o el Brasil.
Mientras los países subdesarrollados se desplomaban, la economía estadounidense registró una década de crecimiento prolongado con mejoras en la productividad y repunte de la inversión. En Europa persistió el bajo incremento del PIB, pero no hubo una regresión significativa del patrón de consumo. Sólo el Japón padeció un estancamiento agudo, pero tampoco este retroceso modificó su estatus de potencia comercial y financiera. En síntesis: el declive catastrófico de los países periféricos no se extendió a la tríada de las naciones imperialistas.
Esta misma diferencia se observa en el campo social. El crecimiento de EUA se apoyó en la duplicación del número de trabajadores flexibilizados, la ampliación de la jornada laboral y el congelamiento de los salarios. Pero estos atropellos están muy lejos de la pobreza que irrumpió en las naciones dependientes. Es cierto que en Europa la desregulación laboral y el desempleo acumulativo deterioraron las condiciones de vida de la población, pero tampoco aquí se consumó un desastre. Y ni siquiera la erosión del sistema de protección sociolaboral del Japón empujó a sus trabajadores a una situación tercermundista. Estos contrastes expresan el impacto divergente que tuvieron las conmociones financieras. Mientras que en el centro fueron absorbidas, pospuestas o transferidas, en la periferia el impacto fue brutal.
La causa de estas asimetrías no radica en la "seriedad" de la gestión económica en los países centrales frente a la "irresponsabilidad" prevaleciente en la periferia, porque es evidente que los negocios se desarrollan en ambas regiones siguiendo los mismos principios capitalistas. La diferencia estriba en que la apropiación de ingresos sufrida por los países subdesarrollados operó como un factor de alivio de las economías avanzadas.
Los mecanismos de expoliación imperialista polarizaron el impacto de la crisis, creando un efecto fracturado del mismo desequilibrio capitalista. En lugar de una depresión mundial, uniforme, generalizada y sincronizada, en la década de los '90 prevaleció una secuencia dualizada de derrumbes periféricos que contribuyeron a contrarrestar la caída del centro. El avance de la mundialización expandió los desequilibrios del capital en escala planetaria, pero también polarizó sus efectos y reforzó la transferencia de contradicciones desde el centro hacia la periferia del sistema.
Sorpresas y decepciones neoliberales
Los economistas neoliberales quedaron sorprendidos cuando la crisis estalló en los países que habían seguido sus recomendaciones. Al constatar que no eran acontecimientos pasajeros comenzaron a presentar a cada colapso como una simple "corrección del mercado", encubriendo la secuela de miseria que acompaña a estos ajustes. Prometen que la acción espontánea de la oferta y la demanda resolverá estos desequilibrios, ocultando que el estado interviene activamente frente a estas turbulencias, que fueron además potenciadas por los procesos de privatización y desregulación.
Los teóricos neoliberales elaboraron sofisticados modelos para ilustrar cómo operan los mecanismos de propagación de los descalabros recientes. Pero estas descripciones sólo abundan en tecnicismos y carecen de explicaciones. Los estudios que enumeran los 158 episodios de crisis cambiarias y los 54 derrumbes bancarios que entre 1979 y 1987 precedieron a las conmociones posteriores, tampoco clarifican el origen de estos desequilibrios. Y un nuevo "indicador de vulnerabilidad" de 38 economías emergentes sobre la base de 12 variables que elaboró el semanario The Economist sólo constata magnitudes de los colapsos ya ocurridos o previsibles16. En general, los argumentos neoliberales giran en torno de cuatro ejes.
El primero destaca el componente psicológico de la crisis remarcando el papel de las expectativas negativas, aunque sin analizar a qué obedece el malhumor de los capitalistas. Se toma la "desconfianza" como un dato y no como una variable a explicar en función de la caída de la tasa de beneficio esperada. Todas las elucubraciones sobre las "expectativas adaptativas" y "racionales" se reducen a postular que finalmente ocurrirá lo que se espera que suceda, o que las señales del mercado proporcionarán anticipaciones de estos hechos. Pero si los capitalistas pudieran adelantarse a esos acontecimientos habría menos quiebras industriales y descalabros bancarios. Estos desplomes no se pueden controlar, ni atemperar, porque bajo las reglas de la competencia la dinámica del mercado es imprevisible.
La segunda interpretación neoliberal es de tipo institucional. Atribuye la crisis al "estado mafioso" de Rusia, al "modelo clientelista" del Sudeste asiático y a la "corrupción del populismo" latinoamericano. Pero estas críticas siempre aparecen luego del colapso de las "políticas antiestatistas" promovidas por el FMI, cuando los instrumentadores de estos fracasos pierden el estatus de próceres y comienzan a ser tratados en lenguaje colonialista como "funcionarios ineptos" del tercer mundo. En estas circunstancias también se descubre que la "ausencia del riesgo moral" (por la existencia de garantía estatal a las aventuras financieras) y la "falta de transparencia" (subsidios a los grupo más vinculados con el manejo estatal) son intolerables.
Los desaciertos de la política económica son la tercera justificación. Una vez que estalló la crisis, los genios del neoliberalismo critican la demora o rapidez de cierta devaluación, el abaratamiento o encarecimiento del crédito, la tardanza o anticipación de los auxilios a los bancos. Todos se atribuyen el conocimiento de una medicina que habría evitado el colapso, aunque nunca se entiende por qué no la aplicaron antes del desastre.
En esta subasta de soluciones hipotéticas prevalece la convergencia de ortodoxos y heterodoxos en la "nueva síntesis neoclásica", basada sobre la reivindicación común del neoliberalismo. Las únicas divergencias de opinión derivan más de los intereses empresarios en juego, que del choque en torno a cierto principio walrasiano o keynesiano. Pero al buscar las causas de las crisis financieras en la política económica, el "mainstream" olvida que los desplomes recientes afectan tanto a las variantes devaluacionistas, inflacionarias y expansivas (Turquía) como a las vertientes revaluacionistas, deflacionarias y contractivas (Argentina).
El cuarto argumento neoliberal es la "insuficiencia de las reformas". Aquí los razonamientos son reemplazados por actos de fe y se postula que algo falló por no ser aplicado en plenitud. Las dificultades de las "economías emergentes" son atribuidas a la ausencia de "medidas desreguladoras más audaces". Pero el experimento neoliberal no empezó ayer y el tiempo transcurrido es suficiente para balancear sus resultados. Se puede argumentar que el "verdadero neoliberalismo" aún no se implementó, pero si después de tantas versiones su fisonomía real todavía permanece oculta es porque se trata de una fantasía inaplicable.
Los resultados de la última década han deteriorado el prestigio de los economistas ortodoxos. Ya no pueden ensalzar descaradamente al capitalismo, sino que deben justificarlo como "el mejor de los sistemas posibles". Pero también esta modesta reivindicación comienza a perder terreno frente a las voces que proponen construir sistemas más eficientes y equitativos de organización de la economía.
Declinación y resurgimiento del keynesianismo
La escalada de crisis periféricas ha reavivado la influencia del keynesianismo, que perdió peso en la última década con el auge de las concepciones ofertistas centradas sobre los problemas de la inversión y no de la demanda. Esta reaparición es impulsada por algunos artífices autocríticos de las políticas contractivas del FMI (Sachs, Stiglitz), ahora opuestos a las recetas tradicionales que continúan postulando los más ortodoxos (Dornbush, Fisher, Camdessus). Sugieren combinar el ajuste con la reactivación mediante medidas extraídas del manual keynesiano. Este giro es muy circunstancial y anticipa el próximo cambio de opinión que surgirá de los nuevos reacomodamientos de la economía convencional.
Los seguidores tradicionales del keyenesianismo como Krugman17, atribuyen más directamente el desplome de los "emergentes" a la presencia de una "trampa de liquidez" que desalienta el consumo y contrastan la perdurabilidad de las políticas anticíclicas en los países desarrollados, con su eliminación en las naciones periféricas. Sin embargo, esta caracterización olvida que el remedio keynesiano no ha dado resultados en algunas economías avanzadas como el Japón y carga con la herencia de los fracasos que originaron el giro neoliberal de los '90.
Pero Krugman tampoco explica por qué las naciones dependientes tienen bloqueado el uso de los instrumentos reactivadores. Simplemente se limita a reconocer cínicamente que los países periféricos "carecen de buenas opciones", porque su dependencia del financiamiento externo les ha quitado capacidad para aumentar el gasto público y expandir la demanda en las fases recesivas. Pero el origen de esta restricción es para los keynesianos un misterio insondable. Como ignoran la opresión imperialista también desconocen por qué las naciones subdesarrolladas no pueden abaratar el crédito, alentar el consumo o promover la inversión pública en los períodos depresivos.
En la actualidad, las políticas keynesianas se mantienen como privilegios de las economías imperialistas e incluso aquí, son viables sólo cuando incentivan la valorización del capital en el corto plazo sin afectar la tasa de beneficio de largo plazo. Las medidas de reactivación de la demanda requieren la preexistencia de mercados solventes y también niveles de depuración del capital y recomposición de la tasa de plusvalía suficientes para reanudar la acumulación. Pero reconocer estos condicionamientos exige abandonar la visión keynesiana del capitalismo, como un sistema eficiente y equitativo si está adecuadamente regulado, para tomar conciencia de los desequilibrios intrínsecos de este régimen social.
Explicaciones basadas sobre la especulación
En las explicaciones de la crisis por la acción de los especuladores se remarca que la "globalización financiera" descontroló el movimiento internacional de los capitales y produjo emigraciones de fondos, que precipitan colapsos cuando las monedas débiles y los títulos de los deudores insolventes fueron fulminados por ataques de los financistas18.
En este enfoque es muy visible la influencia de la percepción cortoplacista que tienen los agentes bursátiles del proceso económico. Estos individuos están adiestrados para intuir qué papel subirá hoy y cuál caerá mañana, pero desconocen cuál es la lógica subyacente de los mercados. Por eso saltan tan frecuentemente de los pronósticos de catástrofe a los augurios de prosperidad ilimitada.
Las interpretaciones centradas sobre la especulación ignoran que la función de esta actividad es detonar las crisis o viabilizar las tendencias de la acumulación. Cuando por ejemplo "Soros derrotó a la libra esterlina", ese golpe apuntaló el cambio de paridad requerido para aceitar la constitución del euro. Los enfoques centrados sobre la descripción de "burbujas" y "apalancamientos" tienden, además, a exagerar el poder de los financistas, imaginando que siempre pueden "torcerle el rumbo a los ministros de economía". Lo consiguieron en México o Corea, pero no en Hong Kong o en Rusia en 1998. Su éxito o fracaso depende de tendencias objetivas del capital que no controlan y sobre las que influyen muy limitadamente.
Es cierto que la inestabilidad de los mercados fue potenciada en la última década por la desregulación financiera. Pero esta liberalización también facilitó la canalización de inversiones hacia las privatizaciones, las fusiones y las inversiones extranjeras directas. La globalización financiera es un aspecto de la mundialización y no un proceso puramente ficticio y divorciado de las transformaciones productivas y comerciales registradas durante el último período.
Cualquiera sea la autonomía alcanzada por los procesos financieros, el comportamiento de cada título y moneda continúa expresando en el largo plazo la magnitud de la plusvalía extraída o apropiada por los grupos dominantes del capital. Esta conexión no es fácilmente perceptible en el corto plazo, especialmente cuando las magnitudes nominales de las transacciones son muy voluminosas. Por eso hay que evitar considerar que estas cifras son representativas de la evolución real de la economía. Si se extrapola, por ejemplo, el desplome de Wall Street entre mayo de 2000 y mayo de 2001 (un monto equivalente al 40% del PIB de Estados Unidos) a la actividad real, resulta imposible entender cómo prosigue la acumulación19.
El análisis de los procesos monetarios debe ser asociado con la evolución de las variables reales para jerarquizar el estudio de los procesos que se desenvuelven en la esfera productiva. En este campo operan las leyes del capital y se gestan las tendencias objetivas de la economía. A partir de aquí se puede comprender que la sobreoferta de capitales deriva de la sobreproducción de mercancías, que el descontrol financiero proviene de la caída de la tasa de ganancia y que el origen de la especulación se encuentra en la competencia por el beneficio. Aunque los desequilibrios afloren primero en la esfera financiera hay que seguir esta secuencia analítica para comprender las raíces de la crisis.
Sólo este abordaje permite entender por qué la misma liberalización financiera produjo -hasta ahora- efectos tan diferentes en las economías centrales y periféricas. Como la especialización comercial y la productividad industrial protegieron a las primeras y desguarnecieron a las segundas, las monedas, acciones y títulos de los países avanzados tuvieron un comportamiento divergente del de los atrasados.
Quienes sitúan la causa de las crisis periféricas en la especulación habitualmente proponen medidas de regulación financiera para resolver estos colapsos. Promueven mayor "supervisión del FMI" (Stiglitz, Sachs), "controles del flujo de capital" (Samuelson, Krugman) o "puniciones a los banqueros" (Galbraith, Attali). Pero olvidan que la "falta de regulaciones" no es un defecto reciente de la órbita financiera, sino un mal endémico del capitalismo. La concurrencia entre empresarios impide el manejo colectivo de los recursos y la planificación racional de las inversiones que evitarían las burbujas financieras. Mientras perdure la búsqueda del beneficio en desmedro de la satisfacción de las necesidades sociales también subsistirá el descontrol especulativo.
El enfoque marxista multicausal
A diferencia de las interpretaciones ortodoxas y heterodoxas, el enfoque marxista atribuye correctamente las crisis periféricas recientes a contradicciones intrínsecas del capitalismo y explica su gravedad por la dominación imperialista. A partir de esta visión se puede caracterizar a estas crisis como un producto combinado de la sobreproducción, la caída tendencial de la tasa de ganancia y la estrechez del poder adquisitivo. El impacto de estas tres contradicciones es mayor en la periferia, por la ausencia de los mecanismos compensatorios que principalmente operan en el centro del sistema.
Este análisis se puede desarrollar satisfactoriamente partiendo del enfoque multicausal propuesto por varios autores20. En lugar de caracterizar a las crisis indagando un tipo excluyente de contradicciones, se observa la interacción de múltiples desarmonías, que a su vez generan sucesivos dislocamientos. Se parte del estudio del capitalismo como una totalidad dinámica, que se reproduce desplegando sus contradicciones en forma ampliada y se reemplaza el análisis monocausal de los distintos desequilibrios (subconsumo, desproporcionalidad, caída de la tasa de beneficio), por la indagación del efecto combinado de estos desajustes21. Una evolución semejante desde interpretaciones de la crisis centradas exclusivamente sobre el campo de la oferta o de la demanda hacia visiones que integran ambos desequilibrios se ha registrado en el pensamiento económico burgués22.El abordaje multicausal es particularmente útil para el análisis de las crisis periféricas recientes en tres planos.
En primer lugar, en un nivel de mayor abstracción y generalidad, facilita la identificación del principal desequilibrio del capitalismo que es la sobreproducción, subrayando que un sistema basado sobre la presión a bajar costos y elevar la productividad tiende necesariamente a la creación de excedentes de mercancías y capitales. Pero este impacto es desigual en los dos polos del mercado mundial, porque las economías centrales disponen de opciones de compensación de la producción sobrante que la periferia no tiene. Cuentan con mercados internos solventes y recursos exportadores, que ningún país dependiente puede desenvolver plenamente.
En segundo lugar, en un nivel más concreto, la visión multicausal permite reconocer que el principal mecanismo de la crisis es la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, resultante del aumento de la composición orgánica del capital. Pero esta declinación porcentual de la tasa de beneficio se plasma en el largo plazo y de manera fluctuante, en períodos de bajo crecimiento derivados de la acción de la ley y en etapas de recuperación generados por las fuerzas contrarrestantes del mismo proceso. Las economías centrales que poseen grandes acervos de capital son el epicentro de este movimiento, mientras que los países dependientes sólo reciben sus efectos más negativos.
En las fases de contracción de la tasa de ganancia, la periferia soporta la transferencia de esta pérdida desde las metrópolis y en las etapas de prosperidad costea gran parte de la recuperación del beneficio. Esta dinámica fue muy visible en la última década, cuando las naciones dependientes contribuyeron a sostener la recomposición del nivel de lucro de las corporaciones estadounidenses23.
En tercer lugar, en un nivel más específico y resultante de la polarización mundial, la mirada multicausal permite comprender cómo opera otro mecanismo de la crisis asociado con los problemas de realización. Estos desequilibrios se expresan en la estrechez del poder adquisitivo y no provienen de conductas psicológicas conservadoras, de reacciones frente a la incertidumbre o de bajas propensiones al consumo, sino de la compulsión del capital a aumentar el beneficio a costa de los ingresos de los asalariados.
Pero mientras que en el centro esta presión coexiste con el desarrollo de un consumo masivo "fordista" (una parte del fruto del aumento de la productividad se traslada al salario), este contrapeso es cualitativamente más débil en el Sudeste asiático y América latina y totalmente inexistente en la periferia inferior. En esta región directamente predomina el "sub-consumo", ya que la demanda solvente entre las 3.000 millones de personas que sobreviven con menos de dos dólares diarios es irrelevante.
El impacto divergente de estos tres mecanismos de la crisis en los países avanzados y subdesarrollados explica por qué en los '90 Estados Unidos pudo recurrir al hiperconsumo, el Japón a los superávits comerciales y Europa a ambas salidas para atenuar la crisis, mientras que México, Corea, el Brasil, la Argentina o Rusia fueron los epicentros de los descalabros financieros.
La triple dimensión del imperialismo
La dominación imperialista acentuó las crisis periféricas recientes, porque permitió a las economías avanzadas acaparar gran parte del plusvalor generado en la periferia por tres vías. El intercambio desigual en el comercio, la succión de la deuda externa y los superbeneficios resultantes de la inversión industrial. Desde el punto de vista económico el imperialismo es un mecanismo de apropiación sistemática del valor creado en los países subdesarrollados por los capitalistas del centro. Esta confiscación extiende en escala mundial, el proceso objetivo de transferencia de plusvalor hacia las empresas de mayor productividad24.
En algunas interpretaciones se atribuye esta transferencia a la estructura laboralmente segmentada del mercado mundial, puntualizando que la existencia de grandes reservas de fuerza de trabajo en la periferia constituye la causa del intercambio desigual soportado por las naciones atrasadas25.
Esta tesis reconoce adecuadamente la existencia de un mecanismo de perpetuación del subdesarollo y relaciona, además, su dinámica con las leyes de reproducción del capital. Prueba que el imperialismo no es una conspiración, sino un resultado del funcionamiento mundial del capitalismo, de la misma forma que la explotación expresa la compulsión a maximizar el beneficio y no la perversidad de los empresarios. Pero al situar el origen del atraso en la desigualdad de los salarios se colocan los efectos en el lugar de las causas y se sustituye el estudio de la lógica objetiva de la acumulación por el análisis demográfico.
La polarización mundial expresa la divergencia de productividades vigente entre las economías desarrolladas y atrasadas. Este es el origen de la brecha existente en los niveles de la acumulación y la causa de los sistemáticos traspasos de plusvalor hacia las grandes corporaciones del centro. Si estas transferencias perduran es porque el desarrollo jerarquizado del mercado mundial retroalimenta los desniveles de productividad entre el centro y la periferia.
Los dos polos de la economía mundial difieren en su especialización productiva e inserción en el mercado mundial. La industrialización basada sobre el desarrollo de mercados solventes en el centro contrasta con la fragmentación sectorial y la debilidad del poder adquisitivo en la periferia. El ciclo económico se apoya sobre el superávit comercial, la afluencia de capitales o la fortaleza de la moneda en los países avanzados, mientras que el "ciclo capital-dependiente" provoca un déficit recurrente en la balanza de pagos en las naciones dependientes.
El correlato político de este afianzamiento del subdesarrollo en la última década fue la creciente recolonización de los países dependientes, es decir la pérdida de autonomía de sus clases dominantes en relación con los poderes metropolitanos. En el plano militar este avasallamiento se expresó en una escalada de guerras que consolidaron el papel de gendarme de Estados Unidos. Este rol fue encubierto con pretextos de erradicación del "narcotráfico" (Panamá, Colombia), auxilios "humanitarios" (Somalía, Haití, Ruanda) o intermediaciones "pacificadoras" (Balcanes). Los enemigos fueron presentados como "amenazas islámicas" (Sudán, Medio Oriente), "estados terroristas" (Corea del Norte, Irán), "adversarios estratégicos" (Rusia y China) o simples obstáculos comerciales en el negocio petrolero (Irak). Pero en todos los casos, la vieja pauta imperialista de intimidar las luchas nacionales y sociales guió la política exterior estadounidense26. El agravamiento del drama de la periferia ha sido paralelo al reforzamiento de esta triple dimensión económica, política y militar del imperialismo.
Interpretaciones teóricas del subdesarrollo
Sobre la base de las categorías técnicas de la econometría y observando "elasticidades" o "propensiones" divergentes se puede corroborar, pero no explicar la asimetría entre países periféricos y centrales. Esta brecha deriva de la relación histórica que establecieron ambos tipos de países con el mercado mundial durante la gestación del capitalismo. Esta conexión facilitó el progreso de las naciones avanzadas, pero bloqueó la evolución de las retrasadas, al consolidar en estas regiones un desarrollo desigual y combinado de alta modernización y extremo atraso.
El debate historiográfico para dirimir la gravitación de las causas exógenas (dominación colonial) y endógenas (obstáculos precapitalistas) de las configuraciones dependientes se intensificó en la última década, enriqueciendo la discusión subyacente sobre la preeminencia del comercio o las transformaciones agrarias en la transición del feudalismo al capitalismo. En estas controversias se indaga también el papel jugado por la lucha de clases en cada circunstancia, dentro de los condicionamientos impuestos por el grado de madurez alcanzado por las fuerzas productivas27. Pero lo que está claramente comprobado es que las cambiantes brechas entre centro y periferia durante los siglos XVIII o XIX se convirtieron en distancias consolidadas en los últimos 100 años. El país que no emergió como potencia dominante con anterioridad a ese período, ya no pudo alcanzar ese estatus con posterioridad. Y por eso la desigualdad entre países desarrollados y subdesarrollados continuó ampliándose.
Subrayar esta polarización fue el principal acierto de la "teoría de la dependencia". Sus partidarios demostraron la existencia de múltiples mecanismos comerciales, financieros e industriales de perpetuación del subdesarrollo y sus denuncias actualizaron la problemática del imperialismo. Pero el énfasis en la oposición entre economías dominantes y dominadas condujo en muchos casos a olvidar que este conflicto constituye tan solo un desequilibrio específico del capitalismo y que la causa última del subdesarrollo radica en la irracionalidad de un sistema económico basado sobre la competencia y la ganancia. Esta omisión también indujo a promover fracasadas propuestas nacionalistas de erección de un capitalismo "sano" y "autónomo", en lugar de proyectos socialistas.
Por otra parte, los neoliberales siempre ignoraron las trabas estructurales al progreso que impone la dependencia. En la versión desarrollista de esta negación se elogian los avances obtenidos por algunas naciones periféricas, pero sin explicar por qué estos casos son tan excepcionales e inestables. Primero fue el "milagro" argentino, luego el brasileño, posteriormente el coreano y actualmente el mexicano o malayo. Pero para demostrar la ausencia de polarización mundial habría que probar que estos países se perfilan como potencias y que tienen posibilidades de alcanzar a las naciones dominantes siguiendo el precedente de Alemania o el Japón. Los desarrollistas escamotean este análisis indagando por qué una nación retrasada avanzó en comparación con el resto de la periferia, pero sin explicar nunca a qué obedece la continuidad del subdesarrollo generalizado.
La comparación con los '30
Lo ocurrido recientemente en la periferia permite concluir que una crisis de la envergadura de los '30 ya se ha registrado en los países dependientes. Esta debacle no es una eventualidad, ni un pronóstico, sino un hecho constatable. Pero a diferencia de lo sucedido durante la gran depresión, el desmoronamiento no fue hasta ahora mundial, sino que se mantuvo focalizado en las regiones subdesarrolladas.
La analogía entre la hecatombe de los '30 en el centro con el derrumbe actual de la periferia es perceptible en varios planos28. Entre 1929 y 1931 la producción industrial se desplomó un tercio en Estados Unidos y Alemania, es decir un nivel comparable al padecido por Rusia, México o la Argentina en los últimos años. El desempleo afectó en las grandes potencias al mismo 20-30% de la población, actualmente desocupada en la mayoría de los "emergentes". La crisis fue dramática en la entre-guerra porque la seguridad social por enfermedades, ancianidad o accidentes cubría solo al 25% de los trabajadores (en contadas naciones), lo que se ha repetido en los 90 en casi todos los países subdesarrollados.
La depresión de los '30 se expandió vertiginosamente entre los estados europeos más agobiados por las deudas de guerra. Como estos pasivos equivalían al 150% del PIB alemán, al 75% del francés y al 50% del británico, cuando el desplome bursátil se trasladó a las monedas la cesación de pagos se generalizó. Este mismo tipo de contagiosos defaults predomina actualmente en la periferia, cada vez que las calificadoras de riesgo le bajan el pulgar a la tesorería de algún país subdesarrollado.
Las devaluaciones que sacudieron a América latina y al Sudeste asiático en la última década se asemejan a la crisis monetaria desatada durante la entreguerra por el colapso de la libra y el marco. También la actual incapacidad del FMI para regular la inestabilidad de los tipos de cambio es comparable con los frustrados intentos de coordinación monetaria de las conferencias de1931-1933.
Las quiebras bancarias en la Argentina, México o Indonesia de la última década se parecen a los cierres abruptos de entidades norteamericanas y alemanas durante la gran depresión. Y se han trazado muchos paralelos entre la hiperinflación de la República de Weimar y las violentas escaladas de los precios registradas en Rusia, Turquía o el Ecuador. En ambas situaciones la confluencia de crisis cambiarias, bancarias y fiscales pulverizó a los signos monetarios.
La sobreproducción agrícola y minera que acompañó el derrumbe de los '30 presenta muchos puntos de contacto con las recientes caídas de los precios de las materias primas, porque en ambos casos estos excedentes afectaron severamente la balanza comercial de las economías más afectadas por la crisis. Pero hace 70 años predominaba una dependencia general de las exportaciones primarias (dos quintas partes del comercio mundial eran bienes agrícolas y un quinto minerales), que actualmente sólo se mantiene para los países subdesarrollados.
Pero lo que más asemeja la depresión del '30 en el centro con la crisis de los '90 en la periferia es la extensión de la miseria. Las mismas imágenes de desocupados esperando su ración de alimentos, familias desprovistas de sus ahorros y niños hambrientos que simbolizan el crac del 29 se han vuelto retratos de la vida cotidiana en las naciones dependientes. El deterioro del poder adquisitivo ha sido tan brutal en este último caso como en su antecedente de la gran depresión.
La periferia soporta en la actualidad una crisis mucho más aguda que la padecida durante la entre-guerra. Mientras la quiebra de los imperios, la preparación de la guerra y el dislocamiento del mercado mundial abrieron en esa época una brecha para la industrialización sustitutiva, el surgimiento de mercados internos y la mayor autonomía política, el desplome de 1994-2001 ha reforzado la vulnerabilidad financiera, la fragmentación industrial y la dependencia de los países subdesarrollados.
En las economías centrales, en cambio, no se repitió durante la última década la situación del 30, ni tampoco predominaron las políticas deflacionarias que caracterizaron a ese período. Además, en lugar de un avance del proteccionismo se registró un salto de la mundialización comercial y la preparación de una guerra interimperialista no figuró en el horizonte de ninguna potencia.
¿Un nuevo período?
Durante los años '90 las economías imperialistas descargaron la crisis sobre las naciones periféricas y esta polarización contribuyó especialmente en Estados Unidos a mantener un largo ciclo de crecimiento. La principal potencia financió su déficit comercial y endeudamiento con capitales absorbidos de todo el mundo y detentó el privilegio de respaldar su inyección crediticia con la principal moneda de reserva. El sobreconsumo y la sobreespeculación estadounidense fueron factibles por esta consolidación hegemónica, que permitió también evitar la conversión de los cinco grandes desplomes registrados en Wall Street (1987, 1989, 1997, 1998 y 2000-01) en derrumbes comparables a la periferia. Estas crisis afectaron inicialmente al mercado estadounidense, pero la compensación creada por el retorno de capitales atemperó el impacto. Por eso el dólar continuó subiendo y la prosperidad se prolongó hasta fines de 2000.
En Europa no hubo euforia bursátil, ni tampoco afluencia masiva de capitales externos, pero las crisis bancarias quedaron acotadas, la deuda pública no desestabilizó los mercados y las crisis cambiarias tuvieron un desenlace opuesto al desplome del peso, el rublo, el real o el bath. Mientras que estos episodios concluyeron en mega-devaluaciones, las caídas de la libra y la lira en 1992 terminaron preparando el lanzamiento del euro.
Sólo la larga recesión japonesa presenta semejanzas con lo ocurrido en la periferia, porque en ambos casos la burbuja financiera concluyó en un gran desplome de los precios de las acciones y las propiedades. Pero este desmoronamiento no dio lugar en el Japón a una hecatombe del yen, ni revirtió el estatus acreedor y comercial superavitario del país.
Durante la última década la crisis se concentró en forma abrumadora en la periferia, facilitando un desahogo de su impacto en el corazón del capitalismo. Ningún economista puede presagiar con certeza si esta dualización de la crisis se mantendrá o dará lugar, en cambio, a un desplome generalizado y centrado sobre algunas o en todas las economías desarrolladas. Lo que parece evidente es el inicio de un nuevo período, cuya comprensión requiere aclarar cuáles fueron las principales transformaciones registradas en los países avanzados.
Setiembre 2001
Notas
1 Clarín, 11 de marzo de 2001.
2 La Nación 23 de abril de 2001 y Página 12, 4 de marzo de 2001.
3 La Nación 22 de abril de 2001 y 22 de enero de 2001.
4 Weller Christian. ¨A few observations on financial liberalization and financial inestability¨. Review or Radical Political Economy, vol 31, Nº 3, septiembre 1999.
5 Sarkis Nicolas. ¨Futuras crisis petroleras¨. Le Monde Diplomatique Nº 9, marzo 2000. También La Nación 11 de febrero de 2001 y 22 de setiembre de 2000.
6 El promedio de crecimiento en la última década fue la mitad del nivel prevaleciente en los años 50 y 60. La Nación 4 de marzo de 2001.
7 Paul Samuelson declaró descaradamente: "Yo no quiero para mi país (este tipo de ajuste), pero es necesario para la Argentina, aunque requiera el 18% de desempleo en los próximos 10 años". (Página 12, 7 de febrero de 1999).
8 Gonzalez Amador, Roberto. "Reveladoras cifras del banco mundial sobre la deuda externa". Serpal, Nº16, 16 abril de 2001.
9 En los años '80 un cuarto de los pasivos latinoamericanos estaba concentrado en los ocho principales bancos norteamericanos, que acumulaban por estos créditos un rojo equivalente al 147% de sus capitales propios. A través de los sucesivos planes Brady de recompra y redistribución de títulos, la población latinoamericana solventó la reducción de esta exposición financiera. Hemos analizada con mayor detalle estos desequilibrios: Katz Claudio. "Las nuevas turbulencias de la economía latinoamericana". Revista Periferias Nº 8, 2º semestre 2000, Buenos Aires. ("Les nouvelles turbulences d´une économie malmenée par l´imperialisme". Inprecor, Nº 457, abril 2001, Paris)." El abismo entre las ilusiones y los efectos del ALCA" (próxima aparición Revista Nueva Sociedad, Caracas).
10 En la bibliografía sobre la reciente crisis asiática puede consultarse: Toussaint Eric. Indonesie "Causes et consequences de la crise". Imprecor Nº 425, junio 1992. Greenfield Gerard. ¨Asia: realities of recovery¨. Against the current, Nº 83, november-december 1999. Spracks Colin "The eye of the storm" y Hoveman Rob. "Financial crises and the real economy" International Socialism, Nº 78, Spring 1998. Medley JE ¨The east asian economic crisis¨ Review of Radical Political Economics, vol 32, Nº 3, september 2000. Bonhomme Marc. "La crise venue d'Asie". Imprecor, Nº 421, Fevrier 1998, Paris. McNally David. "Crisis and class struggle in east asia". Monthly Review vol 50, Nº 4, september 1998. También Clarin 12 de noviembre 2000.
11 Burkett y Landsberg presentan una excelente revisión crítica de las interpretaciones más corrientes de la industrialización del Sudeste asiático. Burkett P, Landsberg M., "Alternative perspectives on late industrialisation in East Asia", Review of Radical Political Economy, Nº 2, vol 32, junio 2000.
12 Entre los textos sobre la "transición" rusa al capitalismo puede consultarse: Samary Catherine. "Les réalités de la transition". Imprecor Nº 427, septembre 1998. Maitan Livio. "Un echec majeur du capitalism". . Imprecor Nº 427, septembre 1998. Ticktin Hil lel. "Russia's crisis: capitalism in question", Against the current Nº 77, november-december 1998. Smith Richard, Holmstrom Nancy. "The necessity of gangster capitalism", Monthly Review vol 51, Nº 9, february 2000. Menshikov Stanislav. "Russian capitalism today", Monthly Review vol 51, Nº 3, july-august 1999. Rimashevskaya Natalia "La larga agonía de Rusia", La Nación, 4 de agosto de 2001.
13 Saul, John; Leys, Colin. "Sub-saharian africa in global capitalism". Monthly Review Nº 3, vol 51, july-august 1999.
14 Toussainte Eric. "Le faux allégement de la dette des pays pauvres très endettés". CADTM mai 2001.
15 La Nación, 31 de diciembre de 2001 y Clarín, 27 de junio de 2000.
16 Ver Prates, D. "Literatura sobre crisis financiera en países emergentes" y Garlip, José R. "Nueva arquitectura financiera internacional". Ponencias al VI Encontro de la Sociedad de Economía Política, Sao Paulo, 14, 15 y 16 de junio de 2001, Brasil. Sobre el indicador de The Economist Página 12, 13 de agosto de 2001.
17 Krugman, Paul. De vuelta a la economía de la gran depresión, (caps. 1 y 9), Norma, Buenos Aires, 1999.
18 Wolfson, M H. "Neoliberalism and International financial inestability". Review of Radical Political Economics, vol. 32, Nº 3 , september 2000.
19 Una crítica a este tipo de análisis es planteada por: Astarita, Rolando. "La crisis económica". Razón y revolución, Nº 5, otoño 1999, Buenos Aires. Sobre las cuantificaciones en juego, ver La Nación 13 de marzo 2001 y 10 de marzo 2001.
20 Mandel conceptualizó esta metodología multicausal de la crisis en oposición al enfoque monocausal. Retomó de Bujarin los cuestionamiento al análisis centrado sobre una sola contradicción y recogió de Rosdolsky el balance crítico del debate entre subconsumistas (R.Luxemburgo), desproporcionalistas (Hilferding), añadiendo sus propias objeciones a la tesis de la sobreacumulación (Grossman). Entre los marxistas contemporáneos, el enfoque de Laibman tiene puntos de contacto con esta visión multicausal. Mandel, Ernest. Cien años de controversia en torno al Capital, Siglo XXI, Madrid, 1985 (143-152, 151-156, 196-198). Mandel, Ernest. El capitalismo tardío (caps.1 y 12), ERA, México, 1976. Bujarin, Nikolai. El imperialismo y la acumulación de capital. Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1973, (cap 5). Bujarin, Nikolai. "La economía mundial y el imperialismo". Pasado y presente Nº 21, Buenos Aires, 1971, (caps. 1,2,3,8,13). Rosldolsky, Roman. Génesis y estructura de El capital de Marx. Siglo XXI, México, 1979 (Apéndice II, cap. 1). Laibman, David. "Un ensayo sobre la estructura y la dinámica de la sociedad capitalista I, II y III". Realidad Económica 135, 136 y 137, noviembre de 1995, diciembre 1995 y enero 1996, Buenos Aires.
21 Altvater e Itoh sostienen que este abordaje es ecléctico, sin notar su contribución a la superación de la simplificada oposición monocausal -Altvater, E. "A crise de 1929 e o debate marxista sobre a teoria da crise". Historia del marxismo, vol. 8, Paz e terra, Rio de Janeiro, 1987. Itoh, Makoto. La crise mondiale, EDI, Paris,1987. (cap. 5).
22 Sherman, Howard. The Business Cycle. Princeton University Press, New Jersey, 1991.
23 Ver datos del desarrollo simétricamente opuesto de América latina y Estado Unidos en: Caputo, Orlando. "La economía de Estados Unidos y de América Latina". Foro Mundial de Porto Alegre, enero 2001, Caputo, Orlando. "La economía mundial actual y la ciencia económica". Universidad Arcis, Santiago de Chile. Nuestra teoría de las crisis está más desarrollada en Katz, Claudio. ¨Una interpretación contemporánea de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia¨. Herramienta Nº 13, invierno 2000, Buenos Aires.
24 Carchedi, "Contradicciones del imperialismo europeo". Seminario IADE, 12,13 y 14 de abril de 2000, Buenos Aires.
25 Amin, Samir. "Capitalismo, imperialismo, mundialización". Resistencias mundiales, Clacso, Buenos Aires, marzo 2001; Amin, Samir. La acumulación en escala mundial, (cap. 1) Siglo XXI, Buenos aires, 1975.
26 Achcar, Gilbert. "The strategic Triad". New Left Review, april 1998. Amin, Samir. " La estrategia de puño invisible", Giordano, Eduardo. "El discurso periodístico sobre el terrorismo islámico". Voces y cultura 15, primer semestre 2000, Barcelona.
27 Ver resumen en: Howard, M.C., King J.E. A history of marxian economics, vol. II, (caps. 9 y 11), Princeton, 1992.
28 Para documentar la analogía de la crisis periférica actual con la debacle del '30 se puede consultar: Kindleberger, Charles. La crisis económica 1929-1939. Crítica, Barcelona, 1985; Fano, Ester. "Los países capitalistas desde la guerra mundial hasta la crisis de 1929". La crisis en los años 20, Cuadernos de Pasado y Presente, Nº 85, México, 1981; Hobsbawm, Eric. Historia del siglo XX, Crítica, Buenos Aires 1998 (caps. 1,3,5); Dumenil, Gerard; Levy, Dominique. Crise et sortie de la crise, Actuel Marx-Puf, Paris, 2000,(caps. 19 y 20); Boyer, Robert; Mistral, Jacques. Accumulation, inflation, crises. Puf, Paris, 1983 (cap. 7).