Las encrucijadas de la cultura libre
Conviene aclarar a qué nos referimos por cultura libre para evitar equívocos. Cultura libre no es ‘cultura alternativa’ o ‘cultural no comercial’. Cultura libre sólo hace referencia a la libertad, no al tipo de contenido ni al soporte ni tampoco al precio (no es necesariamente gratuita). Según la define Larry Lessig, fundador de Creative Commons (CC), cultura libre es lo opuesto a la cultura del permiso, es decir, la de ‘todos los derechos reservados’: la que requiere permiso por parte del titular para poder copiar, reproducir o modificar la obra. A diferencia del modelo restrictivo convencional, la cultura libre concede algunos o todos los derechos al público en lugar de restringirlos y de ese modo no requiere de permiso previo del autor (o titular de los derechos) para ejercerlos.
Este hecho transforma de modo profundo el modo en que creadores e innovadores se relacionan con sus obras y con el público. Dicho esto, la definición sigue siendo muy amplia y se ha usado ‘cultura libre’ o ‘cultura copyleft’ en un sentido muy laxo. Esto ha permitido una rápida extensión de licencias semi-libres y de proyectos de referencia tales como CC (que incluye toda una panoplia de licencias libres y semi-libres), frente a la situación anterior donde este movimiento se confundía con la llamada “piratería”, con el anticopyright o con el desprecio al derecho de autor. La cultura libre no sólo no desprecia los derechos de autor sino que sitúa al creador en el centro, asumiendo que la digitalización y las nuevas tecnologías de la información nos ha convertido a todos de hecho en creadores, desde el que escribe en un blog hasta el que publica una fotografía propia.
Junto a esas leyes cada vez más restrictivas impulsadas por la SGAE, se suman unos ‘legisladores’ paralelos mucho más insidiosos y efectivos, los fabricantes de dispositivos electrónicos que, ajenos a todo control democrático, deciden unilateralmente qué usos podemos hacer de ellos e, incluso, vigilan y conspiran contra el usuario. De poco sirve que la ley reconozca derechos al usuario si luego los fabricantes no permiten que se ejerzan.
En cualquier caso, la cultura libre no se define en relación a sus "enemigos" (SGAE, RIAA, Microsoft... y en general a los llamados “guerreros del copyright”), sino a la noción de libertad y de procomún, es decir, de los bienes comunes, cuyo papel es cada vez más importante en la producción económica, social y cultural. La cultura libre no es capitalista ni tampoco anticapitalista, sino que resitúa lo que llamamos producción creativa, que pasa de un contexto exclusivamente mercantilista, estatalista o privativo a otro más amplio, el de nuestra vida social y nuestra cultura política (como individuos y como ciudadanos), que no excluye el mercado pero tampoco lo supedita todo a él.
Del Software a la Cultura Libre
[color=003366]A diferencia del software libre, de donde procede la idea de utilizar los derechos de autor para otorgar derechos en lugar de restringirlos, hasta hace muy poco no ha existido una definición estricta de cultura libre. En el software, ‘libre’ significa algo muy preciso: derecho a usar, copiar, modificar y redistribuir sin restricciones. No algunos derechos, sino todos ellos. En cambio, fuera del ámbito del software libre, tanto copyleft como ‘cultura libre’ se ha usado de una forma muy amplia, que permitía calificar así cualquier obra del intelecto que, como mínimo, permitiese la copia no comercial.[/color]
[i]*Miquel Vidal. Participa desde hace años en distintas iniciativas de uso social de la red de redes en general y del software libre en particular. Miembro fundador del proyecto sinDominio , actualmente es editor y administrador de Barrapunto. [/i]
Fuente: [color=336600]Periódico Diagonal – N° 59 – 19.07.2007[/color]