Contra los patovicas culturales
"Soy un convencido de que cualquier grupo cerrado deviene finalmente en un aparato conservador, elitista, reaccionario. Desde los boliches nocturnos hasta los palacios culturales o las culturas de Palacio."
Debo confesar que tengo un grave problema. Sufro de republicanismo irredento. No creo en la política cortesana, no creo en las monarquías hereditarias, ni en las oligarquías de ningún tipo. Soy un convencido de que cualquier grupo cerrado deviene finalmente en un aparato conservador, elitista, reaccionario. Desde los boliches nocturnos hasta los palacios culturales o las culturas de Palacio. Y, sobre todo, siempre tuve problemas con los oscurantistas que, disfrazados de progresistas o no, impedían el acercamiento de las mayorías a las capillas literarias, históricas, académicas. En un doble sentido, claro; por un lado, creando un saber críptico para el “no aceptado en el club” y, por el otro, impidiendo que cualquier otro grupo le dispute la construcción de ese saber. Siempre admiré al personaje mítico de Prometeo, aquel hombre que les roba el fuego a los dioses y se lo entrega al hombre, porque existe en ese acto el gesto democratizador más trascendental de la humanidad: sustraerles a los dioses del Olimpo el conocimiento, la sabiduría, la ciencia, la iluminación, el fuego. Los dioses lo condenaron a un castigo insoportable: un águila le comía el hígado todos los días de su vida, ya que como Prometeo era inmortal, de noche ese órgano se le reconstituía. Su tormento duró hasta que Heracles, finalmente, lo liberó. Pero la lección fue contundente: los únicos con derecho a saber son los dioses.