Los complejos límites del actual modelo
El de la producción de textiles parece ser el primer sector en el que se alcanzan los límites del actual modelo de manera más que visible.
Duhalde primero y Kirchner después abrazaron el modelo "productivista". El bonaerense lo propugnaba desde hacía años, cuando decía que la solución de todos los problemas argentinos era la devaluación y Kirchner lo combatía, defendiendo a rajatabla la convertibilidad. Pero cuando llegó al gobierno, en una muestra de su reconocible pragmatismo, abrazó la causa a la que se había enfrentado.
La devaluación, la licuación de las deudas con costo fiscal y privado buscaron permitir a vastas ramas industriales gozar de un mecanismo que los defendiera mucho más que en el pasado de la producción importada.
Muchas de las empresas productoras están radicadas en zonas con promoción industrial, de modo que tienen tratamientos diferenciales en el IVA y ganancias. O lo que es lo mismo, subsidios.
A ello se sumó la protección que significa un tipo de cambio muy alto y se agregaron aranceles muy altos, cuotas y otros mecanismos que encarecen el acceso de mercadería extranjera.
No todos los beneficios alcanzan a todos los sectores. Pero en promedio, está más que justificada en este caso la expresión del presidente de la UIA, Héctor Méndez: "Nunca nos sentimos tan protegidos".
El resultado de estos mecanismos no puede ser otro que, una vez alcanzada la plena capacidad de la capacidad instalada, un incremento de los precios, que pasarán a ser superiores a los que resultaría de tener que enfrentarse en condiciones menos ventajosas a la competencia importada.
¿Son razonables las protecciones? En parte. En primer lugar, si los productores locales no pueden esclavizar a sus trabajadores, como ocurre en muchos países asiáticos, entonces deberán enfrentar un costo más alto. Esas protecciones existían también en la década de la convertibilidad.
Algunos eslabones de la cadena de comercialización enfrentan costos crecientes, que deben trasladar, como los aumentos de salarios de los empleados y los alquileres de los locales. Y deben trasladar esos incrementos aunque vendan mercadería nacional o importada.
La discusión, en todo caso, debería ser cuál es la protección razonable que un sector debe recibir. Por ejemplo, un gobierno puede establecer que si se hacen sacrificios fiscales, entonces los precios no podrán ser más altos que los internacionales. O que si se impone a los consumidores pagar el costo de la protección en la forma de precios más elevados, entonces no habrá costo fiscal.
Ninguno es de sencilla y lineal aplicación, porque el sector tiene muchísimos actores de características diversas. También se trata de un negocio donde en muchos tramos de la cadena hay un altísimo grado de informalidad y no porque las rentas obtenidas sean precisamente escasas.
El caso pone a prueba la integridad del actual diseño económico, que tiene un altísimo y a veces espasmódico y contradictorio grado de intervención gubernamental.
Casi colmada la capacidad de producción, los productores del rubro parecen no encontrar seguridades suficientes como para embarcarse en inversiones de fuste.
El resultado no puede ser otro que el incremento de los precios.
El fantasma oriental
También es dudoso que la salida en muchos de los segmentos sea la exportación, ya que es visible que no se puede competir en los productos de menor precio unitario con los valores de remate de los asiáticos. Ni siquiera con los enormes subsidios por las exenciones impositivas y el dólar muy alto.
Si los productos genéricos locales, aquellos que no tienen marcas y que no se compran porque se busca un especial diseño, no pueden competir con los productos extranjeros, por las razones que sean, en el mercado local parece probable que puedan hacerlo en el exterior. Por el contrario, pareciera que la única solución es ir a productos con valor agregado y marca y diseño propios y reconocibles, los que tienen, además, mayor unitario.
Pero ocurre que muchos productores de esa clase de productos también están en problemas por la competencia china o de otros países asiáticos, no sólo aquí, sino también en los Estados Unidos y otros países con economías mucho más importantes que la argentina.
Es notable que en muchas marcas de indumentaria y calzados los diseños son hechos en Occidente, pero la fabricación se hace en Oriente, con salarios muy bajos. Ya hay firmas argentinas que tienen locales en centros de compra donde se ofrecen calzados y ropa de marcas propias confeccionadas en China.
Fuente: La Nación